Maria
El Milagro más grande, el fín del Proyecto de Dios
Luisa Piccarreta dice: “…Jesús, saliendo de mi interior, poniendose de pie, apoyaba sus pies sobre la parte de mi corazón y, agitando la mano, que más que el sol despedía luz, gritaba fuerte: “¡Venid, venid todos, ángeles, santos, vivientes de la tierra, todas las generaciones, venid a ver los prodigios y el más grande milagro nunca visto, mi Querer que obra en la criatura!” A la voz sonora, melodiosa y fuerte de Jesús, que llenaba Cielos y terra, los Cielos se han abierto y todos han acudido en torno a Jesús y me miraban a mí, para ver cómo obraba la Divina Voluntad. Todos se quedaban extasiados y le daban las gracias a Jesús por tan gran exceso de su Bondad. Yo me he quedado confundida y súmamente humillada y le he dicho: “Amor mío, ¿qué haces? Me parece que quieres mostrarme a todos, para que todos me señalen; ¡qué repugnancia siento!” Y Jesús: “Ah, hija mía, es mi Querer, que quiero que todos conozcan y que todos señalen como nuevo Cielo y medio de nueva regeneración; y tú quedarás como sepultada en mi Voluntad…” (Volumen 15°, 5 de enero 1923)
¿Cuál será el milagro más grande? Para nosotros, tal vez, salvarse de un grave peligro, darle la vista a un ciego, resucitar un muerto… ¿Y para Dios? Todo lo que El hace no es extraordinario ni dificil para El, lo es solamente para nosotros… Dios hace todo lo que quiere, depende sólo de El; mientras que lo que desea depende también de nosotros.
El más grande milagro tendrá que ser algo extraordinario para El, algo que sea muy dificil y costoso para El. Eso quiere decir, hacer algo que no sólo dependa de El, sino al mismo tiempo también de una criatura libre. Poner de acuerdo su Voluntad y la nuestra… Obtener un verdadero acto de fe o bien una conversión: ¡éso sí que es un gran milagro!
Pero no basta: los que para nosotros son milagros se limitan siempre a una o a pocas personas y ocurren en un determinado momento, y después basta, queda el recuerdo… Para que sea el milagro más grande, debe tener también un alcance universal y una duración eterna. Por eso, el milagro más grande ha sido la colaboración de María, que ha obtenido la Encarnación del Verbo y nuestra salvación.
Sin embargo, pensandolo bien, aunque eso sea el mayor milagro posible, no es el que más le cuesta a Dios, no es el más dificil para Dios, porque María siempre ha sido dócil.
Pero lograrlo con nosotros… nacidos en el pecado, con todos nuestros defectos y terquedad, con toda nuestra concupiscencia desordenada, con toda nuestra voluntad inclinada a hacer siempre lo que le da la gana…, si Dios lo consigue, ¡eso sí que es el más grande milagro, el máximo triunfo de Dios! Es lo máximo para Dios: ¡ni siquiera es que El pueda vivir en la criatura, sino que la criatura pueda hacer con Dios lo que hace Dios!
EL MILAGRO MAS GRANDE es que una criatura libre, como es el hombre, haga la Voluntad de Dios, nada menos. ¡Y no sólo haga lo que Dios quiere, sino que en sí mismo le dé vida a esa Voluntad que es la Vida misma de Dios! Es decir, que no sólo obedezca haciendo lo que Dios quiere, sino que viva en la Divina Voluntad, como Dios vive, “así en la tierra como en el Cielo”. “Para que como es El, así seamos nosotros, en este mundo” (1ª Jn 4,17). Por eso ha de venir su Reino, todavía ha de ser una realidad en la tierra. Como lo es en el Cielo.
“Hija mía ‒dice el Señor‒, mi Voluntad es la Santidad de la santidad. De modo que el alma que hace mi Voluntad según la perfección que Yo te enseño, así en la tierra como en el Cielo, por más que fuera pequeña, ignorante, ignorada, deja atrás incluso a los otros Santos, a pesar de sus prodigios, de las conversiones más estrepitosas, de los milagros; es más, comparando las almas que hacen mi Voluntad, son reinas y todas las otras como si estuvieran a su servicio. El alma que hace mi Voluntad parece que no hace nada, mientras que hace todo, porque estando en mi Voluntad esas almas actuan de modo divino, ocultamente y en forma sorprendente. Así que son luz que ilumina, son viento que purifica, son fuego que quema, son milagros que hacen hacer milagros… Los que los hacen son los canales; en estas almas reside la potencia. De manera que son el pie del misionero, la lengua del predicador, la fuerza de los débiles, la paciencia de los enfermos, el régimen y la obediencia de los súbditos, la tolerancia de los calumniados, la firmeza en los peligros, el heroismo de los héroes, el valor de los mártires, la santidad de los santos, y así de todo lo demás, pues estando en mi Voluntad toman parte en todo el bien que puede haber en el Cielo y en la tierra.
Por eso, bien puedo decir que son mis verdaderas hostias, pero hostias vivas, no muertas, porque los accidentes que forman la hostia no tienen vida ni influyen en mi Vida; pero el alma que está en mi Divina Voluntad está llena de vida y, haciendo mi Voluntad, influye y toma parte en todo lo que hago Yo. Por eso me son más queridas estas hostias consagradas por mi Voluntad que las mismas hostias sacramentales, y si tengo un motivo para estar en las hostias sacramentales es para formar las hostias sacramentales de mi Voluntad.” (15.3.1912).
Y el 12.11.1921 dice Luisa: “En esta santa Voluntad no se ven milagros, cosas asombrosas, de las que criaturas son tan ávidas que recorrerían medio mundo para ver alguno; aquí todo pasa entre Dios y el alma, y si las criaturas reciben, no saben de dónde les viene el bien… De veras que son como el sol, que mientras da vida a todo, nadie se fija en él”.
Y mientras pensaba eso, ha vuelto Jesús y ha añadido, pero con aspecto imponente: “¿Qué milagros, qué milagros? ¿Acaso el más grande milagro no es hacer mi Voluntad? Mi Voluntad es eterna y es milagro eterno; nunca termina. Es milagro de cada instante que la voluntad humana tenga una continua conexión con la Voluntad Divina. Resucitar los muertos, dar la vista a los ciegos y demás, no son cosas eternas, son cosas que terminan; por eso se puede decir que son sombras de milagros, milagros fugitivos, en comparación con el milagro grande y permanente de vivir en mi Voluntad. Tú no hagas caso a esos milagros; Yo sé cuándo conviene hacerlos y se necesitan”.
Y el 22 de Octubre 1926, Luisa escribe:
“Estaba pensando al santo Querer Divino y me decía: “¿Pero cuál será el gran bien de este reino del «FIAT» Supremo?” Y Jesús, como interrumpiendo
mi pensamiento y como de prisa, se ha movido en mi interior diciendome:
“¡Hija mía, cuál será el gran bien! ¡Cuál será el gran bien! El reino de mi «Fiat» contendrá todos los bienes, todos los milagros, los portentos más estrepitosos, y no sólo, sino que los superará a todos juntos; y si milagro significa dar la vista a un ciego, enderezar a un cojo, sanar a un enfermo, resucitar un muerto, etc., el reino de mi Voluntad tendrá el alimento que preserva y nadie que entre en él correrá peligro alguno de poder quedarse ciego, cojo o enfermo; la muerte ya no tendrá poder sobre el alma, y si lo tendrá sobre el cuerpo no será muerte, sino paso; y faltando el alimento de la culpa y la voluntad humana degradada, que produjo la corrupción en los cuerpos, y habiendo el alimento de mi Voluntad que preserva, tampoco los cuerpos estarán sujetos a descomponerse y a corromperse tan horriblemente, que da miedo hasta a los más fuertes, como pasa todavía, sino que quedarán compuestos en sus sepulcros, esperando el día de la resurrección de todos.
Por tanto, ¿qué crees tú que sea mayor milagro: dar la vista a un pobre ciego, enderezar un cojo, sanar a un enfermo, o más bien tener un medio que preserva para que los ojos nunca pierdan la vista, que haga andar siempre derechos, que haga estar siempre sanos? Creo que sea mayor el milagro que preserva, que el milagro después de haber ocurrido la desgracia.
Esa es la gran diferencia entre el reino de la Redención y el reino del «Fiat» Supremo. En el primero hubo milagros, como los hay todavía, para los pobres desventurados que yacen en una desgracia o en otra, y por eso Yo dí el ejemplo, aun externo, de tantas distintas sanaciones, que eran símbolo de la sanación que Yo daba a las almas, que fácilmente vuelven a sus enfermedades. El segundo será milagro que preserva, porque mi Voluntad posee la potencia milagrosa, de que todo aquel que se deje dominar por ella no estará sujeto a ningún mal; por tanto ella no tendrá ninguna necesidad de hacer milagros, porque los conservará siempre sanos, santos y bellos, dignos de aquella belleza que salió de nuestras manos creadoras al crear al hombre. El reino del «Fiat» Divino hará el gran milagro de extirpar todos los males, todas las miserias, todos los temores, porque no hará milagros limitados a un tiempo y a una circunstancia, sino que estará sobre los hijos de su reino con un acto de continuo milagro, para preservarlos de cualquier mal y hacer que se distingan como hijos de su reino. Y no sólo en el alma, sino también en el cuerpo habrá muchas modificaciones, porque siempre la culpa es el alimento de todos los males. Quitada la culpa, al mal le faltará el alimento, a mayor razón que Voluntad mía y pecado no pueden existir juntos; por tanto también la naturaleza humana tendrá sus benéficos efectos.
(…) Así, ante el gran milagro del reino de mi Voluntad restablecido entre las criaturas, todos los demás milagros serán llamitas ante el gran Sol de mi Querer. Cada palabra, cada verdad y manifestación sobre él es un milagro que ha salido de mi Voluntad, como preservación de todo mal y para vincular a las criaturas a un bien infinito, a una gloria más grande, a una nueva belleza toda divina. Cada verdad mía sobre mi Eterno Querer contiene la potencia y la virtud prodigiosa, más grande que si resucitara un muerto, o si sanase un leproso, o si un ciego viera, o si un mudo hablara, porque mis palabras sobre la santidad y la potencia de mi «Fiat» resucitarán las almas a su origen, las sanarán de la lepra que ha causado la voluntad humana, les dará la vista para ver los bienes del reino de mi Voluntad, porque hasta ahora eran como ciegas; dará la palabra a tantos mudos, que mientras sabían decir tantas otras cosas, sólo para mi Voluntad eran como mudos que no tenían palabra. Y luego, el gran milagro de poder dar a cada criatura una Voluntad Divina que contiene todos los bienes, ¿qué es lo que no les dará cuando posea los hijos de su reino? Por eso te tengo tan ocupada en el trabajo de este reino mío, y hay mucho que hacer para preparar el gran milagro, que el reino del «Fiat» sea conocido y poseído. Por tanto, pon atención en recorrer el mar interminable de mi Voluntad, para que se establezca el orden entre el Creador y la criatura, y así pueda hacer el gran milagro, por medio tuyo, que el hombre regrese a su origen del que salió”.
Estamos en espera de algo extraordinario, de algo que haga cambiar la dramática situación del mundo, que evidentemente se acerca cada día más a una tragedia, de la que no puede ser salvado con la técnica, ni con la ciencia, ni con la política, ni aún menos con las armas.
Estamos en espera de la auténtica “paz y seguridad” (1a Tes 5,3), o sea, “esperamos la gloriosa venida de nuestro salvador Jesucristo”, porque “El es nuestra Paz” (Efesios, 2,14). Estamos en espera de “aquella Gracia que se nos dará cuando Jesucristo se revelará” (1a Pedro, 1,13). Pero esa espera que hay en el fondo del corazón se volverá una desilusión si ese “gran milagro” prometido no sucede en nosotros, si esa Venida gloriosa no se realiza en nuestro corazón, a partir del corazón del hombre, como fue la Venida del Divino Redentor, que vino ante todo en el Corazón Inmaculado de María. Quien imagina grandes señales y prodigios, pero no el gran Milagro de la Voluntad Divina, que eclipsará toda voluntad humana, ¡tendrá un tremendo desengaño!
El verdadero Amor
Hablar del Amor es… hablar de Dios, porque Dios es el Amor.
En el lenguaje corriente, cuando se dice “amor” se piensa a un sentimiento, a una inclinación vehemente, a una pasión…, ya que también hace padecer. El verdadero amor, sin duda, no es posible no sentirlo, pero antes de sentirlo nosotros hay que hacerlo sentir. Y eso es porque, antes de ser un sentimiento, es un querer traducido en hechos, en vida. Amor son hechos y sólo así se puede manifestar con palabras. Por eso ha dicho Jesús “Si me amais, guardareis mis mandamientos… El que acoge mis mandamientos y los observa es el que me ama… Si uno me ama, observará mi palabra… Nadie tiene un amor más grande que el dar la vida por quienes ama” (Jn 14,15.21.23; 15,13).
¿Pero qué es “el amor”? Es “manifestación y comunicación”. El Padre se manifiesta en el Hijo y Ambos se comunican en el Espíritu Santo. El Padre es el Amante, el Hijo es el Amado, el Espíritu Santo es el Amor. El Hijo es la manifestación del Padre (“el que me ve a Mí ve al Padre”), el Espíritu Santo es su recíproca comunicación, donación total. Por eso el amor exige reciprocidad; si no se ve correspondido se convierte en dolor. El amor no correspondido es dolor, el amor rechazado es odio.
“Nosotros amamos, porque antes El nos ha amado”, dice San Juan (1a Jn 4,19). Por eso el primer mandamiento empieza diciendo “Escucha…”, porque antes de responder a Dios tenemos que escucharlo.
“Dios es Amor”, dice San Juan. De todo lo que se puede decir de Dios –que es infinito, eterno, omnipotente, omnisciente, justo, santo, misericordioso, etc.– decir que es Amor es sin duda el modo más “completo” de describirlo, presentandolo a los hombres. El misterio inagotable de su Amor es la razón de todo lo que Dios es, de lo que Dios tiene y de lo que Dios hace. Precisamente porque es Amor, Dios no sólo es “Aquel que es”, como se manifestó a Moisés, no sólo es “el Señor”, sino que es “Padre” y por eso es Tres Personas que se explican mutuamente por su Amor.
Siendo sólo Amor, Dios nada puede hacer que no sea sólo por Amor, es más, que no sea sólo Amor. Sus tres obras (la Creación, la Redención y la Santificación) son, por así decir, infinitas “explosiones” de Amor de su Corazón, es decir, de su Voluntad. O mejor dicho, nosotros, criaturas, las vemos como otras tantas inmensas “explosiones” o “latidos” divinos de su Corazón, mientras que en realidad son una sola “explosión”, un Acto único, absoluto, eterno de Amor. Amor recíproco entre el Padre y el Hijo, Amor que el Espíritu Santo, “el divino Realizador”, expresa y realiza.
Hablamos del Corazón. Nosotros tenemos, evidentemente, un “corazón” moral o espiritual, representado por el corazón físico, y es el centro operativo de nuestra vida. Si somos así es porque así es también Aquel que nos ha creado a Su imagen. Tres Personas Divinas con un solo Corazón, con un solo infinito y eterno Palpitar de Amor: el Corazón es la Voluntad, el Palpitar de ese Corazón es el Querer Divino, la Vida que resulta es su Amor.
Así ha hecho al hombre: el hombre es un pequeño acto de Amor Divino (que ha salido del infinito Acto de Amor que es Dios en Sí mismo). El hombre ha salido de Dios y debe volver instante por instante a Dios. Y Dios le pide que se conserve, que siga siendo lo que es, en cada cosa: un acto de Amor Divino; y además le pide que llegue a ser lo que todavía no es: que entre en el infinito Acto de Amor que es Dios, para hacer Vida en común con El, como la hace el Hijo con el Padre, para tomar parte en ese recíproco infinito Amor.
Nuestra relación con Dios –y lo mismo nuestra relación con el prójimo– nunca es “entre dos”, sino siempre es “entre tres”. En mi relación con el prójimo, Dios interviene; en mi relación con Dios, está siempre el prójimo. Dios me pide una respuesta total de amor a El (“con toda la mente, con todo el corazón, con todo mi ser”), y luego –me dice– que debo amar al prójimo como a mí mismo… Y entonces digo: “Pero después de que me has pedido el 100% de mi capacidad de amar, no me queda más amor para el prójimo: ¿cómo puedo amarlo?” Y El me responde: “¡Muy bien, empezamos a razonar! Eso quiere decir que el amor total que me debes a Mí, que no me ves, me lo debes demostrar en tu prójimo, que ves. Y todo lo que le haces a él lo considero como hecho precisamente a Mí. Por tanto, ámalo, pero no por lo que en él ves de tuyo, sino porque es mío. Es más, cuando tú lo amas, llámame, que sea Yo el que lo ame en tí, pídeme mi Amor.
Y no sólo debes pedirme mi Amor para amarlo, sino pídeme verlo como lo veo Yo, apreciarlo como lo aprecio Yo, hacerle lo que le hago Yo, darle la vida que le doy Yo… ¡Gran honor para tí, que el Creador quiera amar a sus criaturas (¡a todas!) junto contigo, por medio de tí! ¿No ves, sobre todo en esto, que Dios quiere que seas a su semejanza? ¿Que quiere compartir contigo su mismo Amor?
Por eso no basta que tú veas al Señor en tu prójimo, sino que vivas de modo tal que tu prójimo vea en tí al Señor. ¡Ese es el verdadero Amor!
Apuntes para una Fe clara en tiempos de confusion
Pescia Romana (Viterbo, Italia), 13 de Octubre de 2017, en el Centenario de la sexta aparición de Nuestra Señora en Fátima y del “milagro del Sol”, signo del Reino del Querer Divino y del triunfo del Corazón Inmaculado de María.
En la Fe de la Santa Iglesia, sin pretender dar lecciones a nadie, ofrezco al buen sentido y a la buena voluntad de quien lee estas reflexiones, con el deseo de ayudar a los hermanos que el Señor me ha encomendado –“mi parroquia espiritual o extraterritorial”– en este tiempo de oscuridad, de confusión y de extravío de la Fe para su formación básica en la Fe y como guía en su vida.
P. Pablo Martín
Las penas del Corazón de Jesús y del Corazón de María
El Corazón de María y el Corazón de Jesús.
Esta mañana he recibido la Comunión y, encontrándome con Jesús, estaba presente la Mamá y Reina y, oh, qué maravilla, miraba a la Madre y veía el Corazón de Ella convertido en el Niño Jesús, miraba al Hijo y veía en el Corazón del Niño a la Madre… (3°, 6-1-1900)
Todas las penas inmensas del Corazón de Jesús, El las siente en el Corazón de su Madre.
“Hija mía, entre tantas heridas que tiene mi Corazón, hay tres que Me dan penas mortales y un dolor tan acerbo que supera todas las demás heridas juntas, y son las penas de las almas que Me aman. Cuando veo un alma que es toda mía y que sufre por mi causa, torturada, conculcada, diespuesta a sufrir aun la muerte más dolorosa por Mí, Yo siento sus penas como si fueran mías y tal vez aún más. Ah, el amor sabe abrir desgarrones más profundos, tanto que no deja sentir las otras penas. En esta primera herida, la primera que está es mi Madre querida. ¡Oh, cómo se desbordaba en mi Corazón el suyo, traspasado a causa de mis penas, y sentía en lo vivo todas las heridas que lo traspasaban! Y viéndola morir sin morir, a causa de mi muerte, Yo sentía en mi Corazón la amargura y la intensidad de su martirio y sentía las penas de mi muerte que sentía el Corazón de mi Madre querida, y mi Corazón moría con Ella. Así que todas mis penas, unidas con las penas de mi Mamá, superaban todo. Era justo que mi Madre Celestial ocupara el primer puesto en mi Corazón, tanto en el dolor como en el amor, porque cada pena sufrida por amor mío abría mares de gracias y de amor, que se derramaban en su Corazón transpasado. En esa herida se hallan todas las almas que sufren por causa mía y sólo por amor…” (12°, 27-1-1919)
Los dolores de María la constituyeron Reina, porque estaban animados por el “Fiat” Divino.
Estaba pensando en los dolores de mi Madre Celestial, y mi amable Jesús, moviéndose en mi interior, me ha dicho: “Hija mía, el primer Rey de los dolores fui Yo, y siendo Yo hombre y Dios, tenía que reunir todo en Mí para tener la primacía sobre todo, incluso sobre los mismos dolores. Los de mi Madre no eran sino el reflejo de los míos, que reflejándose en Ella le comunicaban todos mis dolores, los cuales, traspasándola, la llenaron de tanta amargura y pena que se sentía morir a cada reflejo de mis dolores; pero el Amor la sostenía y le devolvía la vida. Por eso, no sólo por honor, sino con derecho de justicia fue la primera Reina del inmenso mar de sus dolores”.
Mientras así decía, me parecía ver a mi Mamá delante de Jesús, y todo lo que que Jesús tenía, los dolores y heridas de aquel Corazón Divino, se reflejaba en el Corazón de la Reina Dolorosa, y al reflejarse se formaban otras tantas espadas en el Corazón de la Madre traspasada. Esas espadas estaban selladas por un ‘Fiat’ de luz, de la cual Ella quedaba circundada, en medio a tantos ‘Fiat’ de luz refulgentísima, que le daban tanta gloria, que no hay palabras para decirla.
Y Jesús ha proseguido diciendo: “No fueron los dolores los que constituyeron reina a mi Madre y la hicieron resplandecer de tanta gloria, sino mi ‘Fiat’ Omnipotente, que trenzaba cada uno de sus actos y dolores y era la vida de cada uno de ellos. De manera que mi ‘Fiat’ era el acto primero que formaba la espada, dándole la intensidad de dolor que quería. Mi ‘Fiat’ podía poner en ese Corazón transpasado todos los dolores que quería, añadiendo heridas a heridas, penas sobre penas, sin la sombra de la menor resistencia; al contrario, Ella se sentía honrada de que mi ‘Fiat’ se hiciera vida hasta de cada latido suyo. Y mi ‘Fiat’ le dió gloria completa y la constituyó Reina verdadera y legítima. Ahora, ¿en qué almas podrán riflejarse los destellos de mis dolores y de mi misma vida? En aquellas que tengan como vida mi ‘Fiat’. Este ‘Fiat’ formará en ellas mis reflejos y Yo seré generoso en compartir lo que mi Querer realiza en Mí. Por eso espero a las almas en mi Voluntad, para darles el verdadero dominio y la gloria completa de cada acto y pena que puedan sufrir. Fuera de mi Voluntad, el obrar y el sufrir Yo no los reconozco; podría decir: «No tengo nada que darte; ¿cuál es la voluntad que te ha animado para hacer o sufrir éso? Pues que ésa te pague». Muchas veces el hacer el bien, el padecer, sin que tenga que ver mi Voluntad, pueden ser míseras esclavitudes, que se vuelven pasiones, mientras que sólo mi Querer da el verdadero dominio, las verdaderas virtudes, la verdadera gloria, que convierte lo humano en divino”. (15°, 23-3-1923)
El Reino de la paz se halla en el Corazón de María.
“Mi Reino estuvo en el Corazón de mi Madre, y eso fue porque su Corazón nunca estuvo agitado en lo más mínimo, tanto que en el mar inmenso de la Pasión sufrió penas indecibles, su Corazón fue traspasado de parte a parte por la espada del dolor, pero no recibió el mínimo aliento de turbación. Por lo tanto, siendo mi Reino un reino de paz, pude extenderlo en Ella y sin obstáculo alguno libremente reinar”. (2° Volumen, 4-7-1899)
Está decretado el Reino de la Divina Voluntad por medio de dos vírgenes; por la primera vino la Redención, por la segunda ha de venir el Reino
De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:
“…Estaba pensando: “Si Jesús tanto quiere que este modo de vivir en el Divino Querer sea conocido, debiendo ser una nueva época que ha de traer tanto bien, que supere los mismos bienes de su Redención, podría hablarle al Papa, que como cabeza de la Iglesia, teniendo la autoridad, podría influir enseguida sobre los miembros de toda la Iglesia al hacer conocer esta doctrina celestial y traer este gran bien a las generaciones humanas, o a alguna persona importante. A ellos les sería más fácil, pero yo, pobre ignorante, desconocida, ¿cómo podré hacer que se conozca este gran bien?”
Y Jesús, suspirando y estrechandome más fuerte a El, me ha dicho: “Hija queridísima de mi Supremo Querer, Yo acostumbro a hacer mis obras más grandes en almas vírgenes y desconocidas, y no sólo vírgenes de naturaleza, sino vírgenes de afectos, de corazón, de pensamientos, porque la verdadera virginidad es la sombra divina y Yo sólo a mi sombra puedo fecundar mis obras más grandes. También en los tiempos en que vine a redimir había pontífices, autoridades, pero no me dirigí a ellos porque mi sombra no estaba.
Por eso elegí a una Virgen desconocida a todos, pero bien conocida por Mí, y si la verdadera virginidad es mi sombra, el elegirla desconocida era por el celo divino, que queriendola toda para Mí la hacía ser desconocida para todos los demás; pero a pesar de que esta Virgen celestial fuese desconocida, Yo me hice conocer, abriendome camino para hacer conocer a todos la Redención. Cuanto más grande es la obra que quiero hacer, tanto más voy cubriendo el alma con la superficie de las cosas más comunes. Ahora, con las personas que tú dices, el celo divino, siendo personas conocidas, no podría mantener su vigilancia, y la sombra divina, oh, ¡qué dificil es encontrarla!
Y además, Yo elijo a quien me parece. Está decretado que dos vírgenes han de venir en ayuda de la humanidad: una para hacer salvar al hombre, la otra para hacer reinar mi Voluntad en la tierra, para dar al hombre su felicidad terrena, para unir las dos voluntades, la Divina y la humana, y hacerlas una sola, para que el fin de la creación del hombre tenga pleno cumplimiento. Ya me encargaré Yo de abrirme camino para hacer que se conozca lo que quiero. Lo que más me interesa es tener la primera criatura en la que poner, como en su centro, este Querer mío y que tenga vida en ella en la tierra como en el Cielo; lo demás vendrá por sí solo.
Por eso te digo siempre: sigue tu vuelo en mi Querer, porque la voluntad humana tiene debilidades, pasiones, miserias, que son velos que impiden entrar en el Querer Eterno, y si son pecados graves, son barricadas que se forman entre uno y otro, y si mi Fiat «así en la tierra como en el Cielo» no reina en la tierra, es precisamente por eso por lo que está impedido. Así que a tí se te da poder romper esos velos, derribar esas
barricadas y hacer de todos los actos humanos como un solo acto en la potencia de mi Querer, arrollando a todos y trayendolos a los pies de mi Padre Celestial, como besados e sellados por su mismo Querer, así que viendo que una criatura ha cubierto toda la familia humana con su Voluntad, atraído, complacido, por medio de ella haga bajar su Voluntad a la tierra, para hacerla reinar en la tierra como en el Cielo.” (20.04.1923)
Qué significa “vivir en el Divino Querer”
De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:
“¡…Ah, tú no sabes qué significa vivir en mi Querer! Significa hacerme volver las puras alegrías de la finalidad de la Creación, mi inocente diversión por la que creé al hombre, significa quitarme toda la amargura que la pérfida voluntad humana me dio casi desde el nacimiento de la Creación, significa un intercambio continuo de voluntad humana y Divina, y el alma, temiendo de la suya, vive de la Mía, y la Mía va colmando el alma de alegría, de amor y de bienes infinitos. Oh, qué felíz me siento al poder dar lo que quiero a esta alma, porque mi Voluntad contiene capacidad para poder recibir todo. Por lo tanto entre ella y Yo ya no hay más divisiones, sino estable unión de obrar, de pensar, de amar, porque mi Voluntad la suple en todo. Así que estamos perfectamente de acuerdo y tenemos en común nuestros bienes. Eso había sido la finalidad de la creación del hombre, hacerle vivir como hijo nuestro y poner en común con él nuestros bienes, para que fuera en todo felíz y Nosotros nos quedaramos divertidos con su felicidad.
Ahora, vivir en mi Querer es precisamente eso: es hacernos devolver la finalidad, las alegrías, las fiestas de la Creación; ¿y tú dices que debía tenerlo escondido en mi Iglesia, sin hacerlo de dominio público? Habría revolucionado Cielo y tierra, habría arrollado los ánimos con una fuerza irresistible, para dar a conocer lo que será cumplimiento de la Creación. ¿Ves cuánto me interesa el vivir en mi Querer, que sella todas mis obras, para que todas sean completas? A tí tal vez te parezca nada, o bien que hayan cosas así en mi Iglesia. No, no, para Mí es la totalidad de mis obras y como tal debes apreciarlo y estar más atenta a cumplir la misión que quiero de tí”. (20.02.1924)
Qué cosa es “vivir en el Querer Divino”
“…Por eso a menudo te hablo del vivir en mi Querer, que hasta ahora a nadie he manifestado. Todo lo más han conocido la sombra de mi Voluntad, la gracia, la dulzura que contiene hacerla, pero penetrar en Ella, abrazar su inmensidad, multiplicarse conmigo y penetrar en todo, aún estando en tierra, en el Cielo y en los corazones, dejar los modos humanos y obrar con modos divinos, eso aún no se conoce, tanto que a no pocos le parecerá extraño, y quien no tiene abierta la mente a la luz de la verdad no comprenderá nada. Pero Yo me abriré paso poco a poco, manifestando ahora una verdad, ahora otra de ese vivir en mi Querer, y acabarán comprendiendolo”. (29.01.1919)
Qué ha de hacer la criatura con este don del Divino Querer
“Hija predilecta de mi Querer, ¿quieres venir a sustituir en mi Voluntad de un modo divino tantos actos no hechos por los demás hermanos nuestros, tantos otros hechos humanamente y otros actos santos, sí, pero humanos y no en orden divino? Yo todo lo he hecho en el orden divino, pero todavía no estoy contento: quiero que la criatura entre en mi Voluntad y de un modo divino venga a besar mis actos, sustituyendo todo, como hice Yo. Por eso ven, ven: lo suspiro, lo deseo tanto, que para Mí es una fiesta cuando veo que la criatura entra en este ambiente divino y, multiplicandose conmigo, se multiplica en todos y ama, repara, sustituye por todos y por cada uno de un modo divino.
Las cosas humanas ya no las reconozco en ella, sino todas cosas mías. Mi Amor surge y se multiplica, las reparaciones se multiplican infinitamente, las sustituciones son divinas. ¡Qué alegría! ¡Qué fiesta! Los mismos santos se unen a Mí y hacen fiesta, esperando con entusiasmo que una hermana suya sustituya los mismos actos de ellos, santos en el orden humano, mas no en orden divino. Me ruegan que haga entrar enseguida a la criatura en este ambiente divino y que todos sus actos sean sustituidos sólo con el Querer Divino y con la firma del Eterno. Lo he hecho Yo por todos; ahora quiero que lo hagas tú por todos”. (13.02.1919)
Los libros y el Libro de la Vida (nuestra preparación al Cielo)
«Concedenos sentarnos en tu Gloria, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda» (Mc 10,37).
«Después vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante el trono. Fueron abiertos los libros. Y fue abierto también otro Libro, el de la Vida. Los muertos fueron juzgados conforme a lo que estaba escrito en aquellos libros, cada uno según sus obras. El mar restituyó los muertos que custodiaba y la muerte y las regiones inferiores devolvieron los muertos que custodiaban y cada uno fue juzgado según sus obras. Después la muerte y los lugares inferiores fueron arrojados al lago de fuego. Esa es la segunda muerte, el lago de fuego. Y el que no estaba escrito en el Libro de la Vida fue arrojado al lago de fuego» (Apocalipsis 20, 12-15).
La vida es como un libro, de muchas páginas. Tantas como son los días de nuestra vida, incluso las horas y los minutos. Lo escribimos día tras día, hora tras hora. Al final, la Gloria del Cielo, el grado de felicidad dependerá de cuantos motivos de felicidad y de gloria habremos acumulado en nuestra vida, en las páginas de nuestro libro. Y lo que escribimos en él debe corresponder a lo que está escrito en el libro de Aquel que es la Vida, Jesucristo.
“Motivos de felicidad y de gloria”, de lo contrario será motivos de infelicidad y de vergüenza: nada se improvisa, todo se prepara aqui, en esta vida, momento por momento. El puesto que ocuparemos en el Cielo ha sido ya establecido por el Padre (“en la Casa de mi Padre hay muchas moradas”), pero nosotros en esta vida nos lo preparamos y dependerá de los motivos de felicidad y de gloria que habremos acumulado. Hay quien tendrá cien y quien cien mil, y quien, tal vez, salvandose en el último momento, tendrá uno o dos…
Imagino la escena inicial del día: el niño (nuestra alma) se despierta y corre enseguida a su Papá, el Padre Divino, que lo está esperando con tanto amor. Cuando llega, lo abraza, le da un beso y lo sienta sobre una de sus rodillas; a continuación saca un libro grande, maravilloso, “el Libro de la Vida”, mientras que el niño toma su cuadernito, en el que ha de copiar lo que para ese día ya está escrito en el Libro de la Vida… ¿La Vida de quién? ¡De Jesús! Porque El ha vivido en su Vida la vida de cada uno de nosotros, como debía de ser, de un modo perfecto, divino.
“Si tú me lo permites –dice Jesús– Yo quiero ser en tí Actor y Espectador al mismo tiempo”. Entonces, si el niño es inteligente, dice: “Papá, yo no sé escribir, lo hago muy mal, me distraigo y pierdo tanto tiempo, me equivoco con las palabras, y luego mi escritura impresentable, llena de errores, de manchas, de monigotitos…, ¡ayúdame!” ¡Esa es la palabra que el Padre esperaba! Entonces el Papá le dice: “Dame la manita, ponla en la mía”, y así, en un momento, mano en la mano, escriben la página del día… “Papá, qué bonito es lo que Tú has escrito…” –“Hijo mío, «que hemos escrito», porque si tú no me hubieras prestado dócilmente la manita, Yo no habría escrito nada”.
Jesús, el divino Protagonista del Libro de la Vida, nos ha llevado consigo, como cosa suya, a todos nosotros, a todas las criaturas, en cada página de su Vida desde la Encarnación. Ha hablado por nosotros, ha respondido al Padre en nombre propio y en nombre nuestro: “Héme aqui, oh Padre, que vengo para hacer tu Voluntad”. Pero nosotros no lo sabíamos, estabamos en El como criaturas. Despues, en el huerto de los Olivos ha repetido, de nuevo en nombre nuestro: “Padre, si es posible, aparta de Mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la Tuya”, y de esa forma nos ha redimido. Era la esencia de nuestra Redención, pero nosotros todavía no lo sabíamos. Con el Bautismo la Redención ha entrado en nosotros, haciendonos hijos, y Jesús se ofrece a ser el divino Protagonista de cada página de nuestra vida, “si se lo permitimos”. Así lo ha vivido San Pablo, como todos los Santos: “He sido crucificado con Cristo y ya no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20). Pero su proyecto, su anhelo es que ahora nosotros vivamos en El conscientemente, tomando parte activa con El en cada página de su Vida, para hacer que así sea nuestra.
Apuntes para una Fe clara en tiempos de confusion
Pescia Romana (Viterbo, Italia), 13 de Octubre de 2017, en el Centenario de la sexta aparición de Nuestra Señora en Fátima y del “milagro del Sol”, signo del Reino del Querer Divino y del triunfo del Corazón Inmaculado de María.
En la Fe de la Santa Iglesia, sin pretender dar lecciones a nadie, ofrezco al buen sentido y a la buena voluntad de quien lee estas reflexiones, con el deseo de ayudar a los hermanos que el Señor me ha encomendado –“mi parroquia espiritual o extraterritorial”– en este tiempo de oscuridad, de confusión y de extravío de la Fe para su formación básica en la Fe y como guía en su vida.
P. Pablo Martín
Llamamiento de Luisa, escrito como prefacio a sus escritos
(…) Y ahora una palabra a todos los que leais estos escritos: os ruego, os suplico que acepteis con amor lo que Jesús quiere daros, o sea, su Voluntad. Pero para daros la suya, quiere la vuestra, si no, no podrá reinar. ¡Si supiérais con cuánto amor mi Jesús quiere daros el don más grande que existe en el Cielo y en la tierra, que es su Voluntad!
Oh, cuántas lágrimas amargas derrama, porque os ve que, viviendo con vuestro querer os arrastrais por el suelo, enfermizos, miserables. No sois siquiera capaces de mantener un buen propósito, ¿y sabeis por qué? Porque su Querer no reina en vosotros.
¡Oh, cómo llora y suspira Jesús por vuestra situación, y con sollozos os ruega que hagais que reine su Querer en vosotros! Quiere cambiar vuestra suerte: que de enfermos seais sanos, de pobres ricos, de débiles fuertes, de volubles inmutables, de esclavos reyes. No son grandes penitencias lo que quiere, ni largas oraciones u otras cosas, sino que su Querer reine y que vuestra voluntad no vuelva a tener vida. ¡Ah, sí, hacedle caso!
Yo estoy dispuesta a dar la vida por cada uno de vosotros, a sufrir cualquier pena, con tal de que abrais las puertas de vuestra alma para hacer que el Querer de mi Jesús reine y triunfe en las generaciones humanas.
Y ahora os invito a todos: venid conmigo al Eden, donde tuvo principio nuestra existencia, donde el Ser Supremo creó al hombre y, haciéndolo rey, le dió un reino en que reinar. Ese reino era todo el universo, pero su cetro, su corona, su autoridad salían del fondo de su alma, en que residía el Fiat Divino como Rey dominante, el cual formaba la verdadera realeza del hombre. Sus vestiduras eran regias, más refulgentes que el sol; sus actos eran nobles, su belleza era arrebatadora. Dios lo amaba tanto, se entretenía con él, lo llamaba “mi pequeño rey e hijo”. Todo era felicidad, orden y armonía. Ese hombre, nuestro primer padre, se traicionó a sí mismo, traicionó su reino y, haciendo su propia voluntad, amargó a su Creador, que tanto lo había exaltado y amado, y perdió su reino, el reino de la Divina Voluntad, en la cual todo le había sido dado. Las puertas del reino se le cerraron y Dios retiró para Sí el reino que le había dado al hombre.
Ahora he de deciros un secreto: Dios, al retirar para Sí el reino de la Divina Voluntad, no dijo: “No se lo volveré a dar al hombre”, sino que lo reservó esperando a las futuras generaciones para asaltarlas con gracias sorprendentes, con luz deslumbradora, para eclipsar al humano querer que nos hizo perder un reino tan santo, y con tal atractivo de asombrosos y prodigiosos conocimientos de la Divina Voluntad, que nos hiciera sentir la necesidad y el deseo de dejar a un lado nuestro querer que nos hace infelices y lanzarnos a la Divina Voluntad como nuestro reino permanente.
Así que el Reino es nuestro, ¡ánimo! El Fiat Supremo nos espera, nos llama, nos insiste a que tomemos posesión de él. ¿Quién será tan pérfido, quién tendrá el valor de no hacer caso de su llamada y no aceptar tanta felicidad? Sólamente tenemos que dejar los miserables harapos de nuestra voluntad, el vestido de luto de nuestra esclavitud, a la que nos ha reducido, para vestirnos como reinas y adornarnos con ornamentos divinos.
Por eso hago un llamamiento a todos; no creo que no querais escucharme. ¿Sabeis? Soy una pobre pequeñita, la más pequeña de todas las criaturas; pero yo, bilocándome en el Divino Querer junto con Jesús, vendré como pequeña que soy a vuestro regazo y con gemidos y lágrimas llamaré a la puesta de vuestros corazones para pediros, come pequeña mendiga, vuestros harapos, el vestido de luto, vuestro querer infelíz, para dárselo a Jesús, para que El lo queme todo, os dé otra vez su Querer y os devuelva su reino, su felicesdad, el candor de sus vestiduras regias.
¡Si supiérais lo que significa Voluntad de Dios! Ella contiene Cielo y terra. Si estamos con Ella todo es nuestro, todas las cosas dependen de nosotros; pero si no estamos con Ella todo está contra nosotros, y si algo tenemos somos los verdaderos ladrones de nuestro Creador y vivimos de fraudes y de robos.
Por eso, si quereis conocerla, leed estas páginas: en ellas hallareis el bálsamo para las heridas que cruelmente nos ha hecho nuestro querer humano, el nuevo aire todo divino, la nueva vida toda celestial; sentiréis el Cielo en vuestra alma, veréis nuevos horizontes, nuevos soles, y a menudo encontraréis a Jesús con la cara mojada por sus lágrimas, porque quiere daros su Querer. Llora porque quiere veros felices, pero al veros infelices solloza, suspira, ruega por la felicidad de sus hijos, y mientras os pide vuestro querer para quitaros la infelicidad, os ofrece el Suyo como confirmación del don de su Reino.
Por eso me dirijo a todos, y hago este llamamiento junto con Jesús, con sus mísmas lágrimas, con sus suspiros ardientes, con su Corazón que arde porque quiere dar su Fiat. Del Fiat hemos salido, él nos ha dado la vida; es justo, es nuestra obligación y deber que volvamos a él, a nuestra querida e interminable heredad. (…)
Cómo María amaba y adoraba a Jesús durante su Pasión
De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:
La adoración de María en su encuentro con Jesús en la Vía Dolorosa
Continuando mi habitual estado, por unos instantes he visto a Jesús bendito con la cruz a cuestas, en el momento de encontrarse con su Santísima Madre, y yo Le he dicho: “Señor, ¿qué hizo tu Madre en este encuentro dolorosísimo?”
Y El: “Hija mía, no hizo sino un acto de adoración profundísimo e sencillísimo, y como el acto, cuanto más sencillo es, más fácil resulta para unirse con Dios, Espíritu infinitamente simple, por eso, en ese acto se infundió en Mí y siguió haciendo lo que Yo mismo hacía en mi interior; lo cual Me resultó súmamente agradable, más que si Me hubiera hecho cualquier otra cosa más grande, porque el verdadero espíritu de adoración consiste en ésto: que la criatura se pierda a sí misma y se halle en el ambiente divino, y que adore todo lo que hace Dios, uniéndose con El. ¿Crees tú que sea verdadera adoración la que con la boca adora y con la mente está en otra cosa? ¿O sea, la mente adora y la voluntad está lejos de Mí? ¿O que una potencia Me adora y las otras estan del todo desordenadas? No, Yo quiero todo para Mí y todo lo que le he dado, en Mí, y ese es el acto más grande de culto, de adoración, que la criatura puede hacerme.” (6°, 17-12-1903)
En la Pasión, Jesús le daba todo a su Madre y María le daba todo a su Hijo
“… En el tiempo de mi Pasión tuve a mi queridísima Madre y, mientras la hacía partícipe de todas mis penas y de todos mis bienes, Ella, como criatura, estaba atentísima en reunir en sí todo lo que Me habrían hecho las criaturas, de forma que Yo hallaba en Ella toda mi satisfacción y toda la gratitud, el agradecimiento, la alabanza, la reparación, la correspondencia que habría tenido que encontrar en todos los demás…” (6°, 4-9-1905)
El Amor consumaba a María, le daba la muerte de Jesús y la resucitaba a nueva vida
Estaba pensando a la Madre Celestial, cuando tenía a mi siempre amado Jesús muerto en sus brazos, qué hacía y cómo se ocupaba de El. Y una luz, acompañada por una voz, decía en mi interior: “Hija mía, el amor obraba potentemente en mi Madre, el amor la consumaba interamente en Mí, en mis llagas, en mi sangre, en mi misma muerte, y la hacía morir en mi Amor, y mi Amor, consumando el amor y todo lo que era mi Madre, la hacía resucitar con nuevo amor, o sea, toda de mi Amor, de manera que su amor la hacía morir y mi Amor la hacía resurgir a una vida toda en Mí, de una mayor santidad y toda divina. Así que no hay santidad si el alma no muere en Mí, no hay verdadera vida si no se consume del todo en mi Amor”. (10°, 21-6-1911)
Cuántas veces María compartía todas las penas y las muertes de Jesús en su seno
“… Por eso se necesitaba un poder y un querer divino, para darme tantas muertes y tantas penas, un poder y un querer divino para hacerme sufrir. Y puesto que en mi Querer estan en acto todas las almas y todas las cosas, no de una forma abstracta o de sola intención, como alguien puede pensar, sino que en realidad los tenía a todos en Mí, e incorporados conmigo formaban mi misma vida, en realidad moría por cada uno y sufría las penas de todos. Es verdad que en ello concurría un milagro de mi Omnipotencia, el prodigio de mi inmenso Querer. Sin mi Voluntad mi Humanidad no habría podido hallar ni abrazar a todas las almas, ni habría podido morir tantas veces. Por lo cual, mi pequeña Humanidad, desde que fue concebida, empezó a sufrir sucesivamente las penas y las muertes, y todas las almas nadaban en Mí, como dentro de un vastísimo mar, y eran como miembros de mis miembros, sangre de mi sangre y corazón de mi Corazón. ¡Cuántas veces mi Mamá, tomando el primer puesto en mi Humanidad, sentía mis penas y mis muertes y moría junto conmigo! ¡Qué dulce era para Mí encontrar en el amor de mi Madre el eco del Mío! Son misterios profundos, donde la inteligencia humana, no comprendiendo bien, parece que se pierde”. (12°, 18-3-1919)
La entrega de nuestra voluntad en manos de María
Desde el primer momento de su vida María se consagró por entero a la Voluntad de Dios, para obtener la venida del Mesías. Ella se consagró a Dios, dedicó totalmente su persona y su vida al Amor de Dios, al Proyecto de Dios; por eso, a su vez y a su debido tiempo, Dios “se consagró” a Ella. En efecto, Jesús se consagró a María desde su Encarnación, y al final de su vida renovó su consagración a la Voluntad del Padre. Pidiendo por sus discípulos dijo: “Consagralos en la verdad. Tu Palabra es la verdad. Como Tú me has mandado al mundo, también Yo los envío al mundo; por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad” (Jn 17,17-19).
Por tanto, Dios ha querido venir a nosotros y entregarse a nosotros por medio de María; ha querido que su Encarnación y que la misma Redención pudieran realizarse mediante la libre respuesta y la colaboración amorosa de María, su Madre. Igualmente es su Voluntad que vayamos a El y nos entreguemos a El por medio de María, pues ella tiene la misión de unir a Dios y al hombre: hacer que Dios se hiciese Hombre y que cada hombre llegue a ser por gracia como su Hijo Jesús, como Dios. Por tanto se trata de consagrarnos a Dios como María, por medio de María, con María y en el Corazón Inmaculado de María.
¿ De qué manera ?
¿Con muchas palabras y bellas frases? ¿Con una gran oración rica de contenido teológico? ¿Con pocas palabras sinceras?… Todo eso puede ser útil y precioso; pero lo importante es que sea con la mente (en la medida que se comprende) y con el corazón (en la medida que se desea y se quiere), “pues la cristiana oración jamás se remonta al Cielo si no le prestan el vuelo la mente y el corazón”.
¿Cuántas veces? ¿Una vez en la vida? ¿Una vez al año? (que no hace daño) ¿Cada mes? ¿Cada día? ¿Cada hora? ¿Cada segundo? ¡Sí!… ¿En cada respiro? ¿En cada latido? ¿En cada pensamiento, palabra, obra, mirada, circunstancia, etc.? ¡Sí, sí, sí! No es un simple gesto de devoción o una formalidad. Es una vida que se vive, una alianza con Dios por medio de María, na meta que alcanzar. La consa-gración quedará cumplida y del todo realizada solamente cuando lleguemos al Cielo. Es prácticamente la respuesta que debemos de dar, como Juan, al testamento de amor de Jesús Crucificado: “Hijo, ahí tienes a tu Madre”. “Y desde aquel momento el discípulo la acogió en su casa”, es decir, en su vida (Jn 19,27).
Consagración de la voluntad humana a la Reina del Cielo
(De «La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad»)
Mamá dulcísima, héme aquí postrado a los pies de tu trono. Soy tu pequeño hijo, quiero darte todo mi amor filial y, como hijo tuyo, quiero reunir todos los sacrificios, las invocaciones, las promesas que tantas veces he hecho de no hacer nunca más mi voluntad, y formando con todo una corona, quiero ponerla en tu regazo como testimonio de amor y de gratitud a mi Mamá.
Pero no basta; quiero que la tomes en tus manos como señal de que aceptas mi entrega, y al contacto con tus dedos maternos la conviertas en tantos Soles, al menos por cuantas veces he intentado hacer la Voluntad Divina en mis pequeños actos.
Ah, sí, Madre Reina, este hijo tuyo quiere ofrecerte homenajes de luz y de soles refulgentísimos. Sé que Tú ya tienes tantos de esos soles, pero no son los soles de este hijo tuyo; mientras que yo quiero darte los míos para decirte que te amo y hacer que me ames. Madre Santa, Tú me sonríes y con toda bondad aceptas mi entrega, y yo te doy las gracias de corazón… Pero quiero decirte tantas cosas; quiero depositar en tu Corazón Materno mis penas, mis temores, mis debilidades y todo mi ser como en el lugar de mi refugio; quiero consagrarte mi voluntad. ¡Oh, Madre mía, acéptala, haz de ella un triunfo de la Gracia y un campo en el que la Divina Voluntad extienda su Reino! Esta voluntad mía, a Tí consagrada, nos hará inseparables y nos tendrá en continua relación; las puertas del Cielo no se cerrarán para mí, porque habiendote consagrado mi voluntad, en cambio me darás la Tuya. De modo que, o la Madre vendrá a estar con este hijo suyo en la tierra, o el hijo irá con su Mamá al Cielo. ¡Oh, qué felíz seré!
Oye, Mamá queridísima, para hacer más solemne la consagración de mi voluntad a Tí, invoco a la Trinidad Sacrosanta, a todos los Angeles, a todos los Santos, y delante de todos declaro con juramento que hago solemne consagración de mi voluntad a mi Mamá Celestial. Y ahora, Reina Soberana, para darle cumplimiento te pido tu santa benedición para mí y para todos. Que tu bendición sea el celestial rocío que descienda sobre los pecadores y los convierta, sobre los afligidos y los consuele, descienda sobre el mundo entero y lo transforme en el bien; descienda sobre las almas del Purgatorio y apague el fuego que les quema. Que tu bendición materna sea prenda de salvación para todas las almas.
Conocer la verdad de nosotros mismos mirando en el “espejo” que es Cristo
El punto de partida en el diálogo con Dios es la Luz de la Verdad. Para relacionarse con Dios es necesario hablar su misma lengua: la verdad.
Jesús dice a Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”: “Hija mía, todas las cosas tienen su principio de la nada. Esta misma máquina del universo que admiras con tanto orden, si antes de crearla hubiera estado llena de otras cosas, no habría podido poner mi mano creadora para hacerla con tanta maestría y tan espléndida y adornada; todo lo más habría podido deshacer todo lo que podía haber, para hacerla como a Mí me hubiera gustado. Pero siempre es eso, todas mis obras tienen su principio de la nada, y cuando se mezclan otras cosas, no es decoroso para mi majestad descender y obrar en el alma; mas cuando el alma se reduce a nada, sube a Mí y toma su ser en el Mío y entonces Yo obro como el Dios que soy y el alma encuentra su verdadero reposo. Así que todas las virtudes reciben su principio de la humildad y del hacerse uno nada” (20-05-1900).
La base de la vida espiritual es el conocimiento de sí, de la propia nada, y el conocimiento de Dios:
“¿Qué tienes tú, que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?” (1ᵃ Cor 4,7)
Por eso el Señor le dice a Luisa: “El favor más grande que puedo hacerle a un alma, es hacer que se conozca a sí misma. El conocimiento de sí y el conocimiento de Dios van a la vez. En la medida que te conocerás a tí misma, otro tanto conocerás a Dios. El alma que se ha conocido a sí misma, viendo que por sí sola no puede hacer nada de bien, transforma esa sombra de su ser en Dios y entonces hace en Dios todas sus obras. Sucede que el alma está en Dios y camina a su lado, sin mirar, sin querer saber, sin hablar, en una palabra, como muerta, porque conociendo a fondo su nada, no se atreve a hacer nada por sí sola, sino que sigue ciegamente el impulso de lo que hace el Verbo” (02-06-1899).
Cuando Jesús se manifiesta a un alma, le da el conocimiento de lo que ella es, de su nada, y entonces El la llena de Sí:
“Cuando soy Yo el que se presenta al alma, todas sus potencias interiores se aniquilan y conocen su nada, y Yo, viendo el alma humillada, hago sobreabundar mi amor como tantos arroyos que la inundan y la fortalecen en el bien. Todo lo contrario pasa cuando es el demonio” (27-08-1899).
Y a Santa Catalina de Siena dijo: “Yo soy el que es, tú eres la que no es”. Por eso El ha dicho: “Yo soy la vid y vosotros los sarmientos; el que permanece en Mí y Yo en él da mucho fruto, porque sin Mí no podeis hacer nada” (Jn 15,5).
Ese conocimiento y el desprecio de sí es admirable y positivo si va unido al conocimiento de Jesús y a la fe en El, porque entonces se vuelve confianza y ánimo (26-05-1899, 05-02-1900): “Todo lo puedo en Aquel que me da la fuerza” (Fil 4,13).
Pero como para ver nuestra cara necesitamos un espejo, así para conocer la verdad de nosotros mismos tenemos que mirarnos en el “espejo” que es Cristo:
“Hija mía, lo que quiero de tí es que no te reconozcas más en tí misma, sino que te reconozcas solamente en Mí; de modo que de tí ya no te acuerdes, ni tengas más conocimiento de tí, sino que te acuerdes de Mí, y desconociendote a tí misma adquieras sólo mi conocimiento. Y a medida que te olvides y te canceles a tí misma, así avanzarás en mi conocimiento y te reconocerás solamente en Mí. Y cuando hayas hecho eso, ya no pensarás con tu mente, sino con la mía; no mirarás con tus ojos, ni hablarás con tu boca, ni palpitarás con tu corazón, ni obrarás con tus manos, ni caminarás con tus pies, sino que harás todo con lo mío, porque para reconocerse solamente en Dios el alma necesita ir a su origen y volver a su principio, Dios, de quien salió, y que se uniforme en todo a su Creador. Y todo lo que conserva de sí y que no es conforme a su principio, lo tiene que deshacer y reducir a nada. Sólo así, desnuda, deshecha, puede volver a su origen y reconocerse sólo en Dios, y obrar según el fin para el que ha sido creada. Por eso, para uniformarse enteramente a Mí, el alma ha de hacerse inseparable de Mí” (27-06-1900).
El pensamiento de sí es siempre un vicio; al pensamiento de sí mismo enseguida se ha de unir Jesús:
“Cuanto más se humilla el alma y se conoce a sí misma, tanto más se acerca a la verdad y, estando en la verdad, trata de avanzar en el camino de las virtudes, de las que se ve muy lejos. Y si ve que está en el camino de las virtudes, se da cuenta enseguida de lo mucho que le queda por hacer, porque las virtudes no tienen fin, son infinitas como lo soy Yo. Así el alma, hallandose en la verdad, trata siempre de perfeccionarse, pero nunca llegará a verse perfecta; y eso le sirve para estar continuamente trabajando, esforzandose por perfeccionarse aún más, sin perder el tiempo en cosas vanas; y Yo, complaciendome de ese trabajo, poco a poco la voy retocando para pintar en ella mi semejanza” (01-01-1900).
“Hija mía, el apoyo de la verdadera santidad está en el conocimiento de si mismo (…) porque con el conocimiento propio se deshace a sí mismo y se apoya totalmente en el conocimiento que adquiere de Dios, de modo que su obrar es el mismo obrar divino, no quedando ya nada de su propio ser. Cuando el interior se empapa y se ocupa todo él de Dios y de todo lo que le pertenece, Dios le comunica todo lo que El es al alma; mas cuando el interior se ocupa a ratos de Dios y a ratos de otras cosas, Dios se comunica en parte al alma” (23-03-1902).