Salvados por la Cruz

Dice San Pablo: “Me alegro de mis tribulaciones por vosotros y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo en su Cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,24). Recordemos el Evangelio: después de que Pedro dijo en nombre de todos “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”, Jesús empezó a decir abiertamente a sus discípulos que debía ir a Jerusalén y sufrir mucho y ser muerto y resucitar al tercer día. Fué entonces cuando Pedro lo llevó aparte y empezó a decirle: «No quiera Dios, Señor, que eso suceda». Pero El, volviendose, dijo a Pedro: ¡Apártate de mí, satanás! ¡Tú me sirves de escándalo, porque no piensas como Dios, sino como los hombres!. ¡Qué diferente resulta la Cruz, si se mira con ojos humanos o con ojos divinos!   

Uno en todos y todos en Uno

Todos formamos parte de una sola Creación, por lo cual estamos vinculados de mil formas con el Creador y con todas las criaturas, con el Padre Divino y con nuestro prójimo: como vasos comunicantes, ya dijimos. Por eso, “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el más grande y el primero de  los mandamientos. Y el segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas” (Mt 22, 37-40).

Los sufrimientos del momento presente

“Los sufrimientos del momento presente no se pueden comparar con la gloria futura que será revelada en nosotros”, nos dice San Pablo (Rom. 8,18). Y dice: “Me alegro de los padecimientos que soporto por vosotros y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo en su Cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,24). Sólamente a la luz de la Fe y contemplando todo el dolor de Jesús, consecuencia de su infinito Amor, podemos empezar a comprender qué sentido tiene el sufrir, de dónde viene, para qué sirve, cómo debemos tratarlo y qué hemos de hacer cuando llega a nuestra vida como una tempestad y no podemos evitarlo.

Cristo en mí y yo en El

“¡Hágase la Luz!”, ante todo en nosotros. Y el Señor nos dice: «Todavía por poco tiempo la luz está con vosotros. Caminad mientras tenéis la luz, para que no os sorprendan las tinieblas; el que camina en tinieblas no sabe adonde va. Mientras tenéis la luz creed en la Luz, para ser hijos de la Luz» (Jn 12,35-36).

Y démos gracias al Señor, que nos concede todavía tener estos encuentros para compartir su Luz y su Amor, para conocer mejor el don supremo de su Voluntad Divina como vida Suya y nuestra.

La Inmaculada Madre de Dios y Madre nuestra

La Navidad es precedida y preparada por la fiesta de la Inmaculada, porque en realidad la Encarnación del Señor empezó con la inmaculada concepción de la Criatura que había de ser su Madre. “No separe el hombre lo que Dios ha unido”, en primer lugar Jesús y María. El no se explica sin Ella ni Ella sin El. “El que me ve a Mí ve al Padre”, ha dicho Jesús, e igualmente María puede decir “el que me ve a Mí ve a mi Hijo”.

Contemplemos hoy este Prodigio del Amor de Dios, la Inmaculada. El Proyecto eterno de Dios, que parte de la Encarnación del Verbo, de hecho empieza con la creación de María para que fuera su Madre.

El Tesoro escondido en un campo

Hemos hablado de “consagración a la Divina Voluntad” como acto de acogerla para que nos transforme. El verdadero espíritu de la consagración nos lo enseña el Evangelio con algunas parábolas muy bellas y muy claras. El Reino de los Cielos (o sea, de la Divina Voluntad) es como un tesoro escondido en un campo, que un hombre encuentra. Cuando lo halla y se da cuenta de que es el verdadero gran tesoro capaz de transformarle la vida, ya no le importa nada, sólo le interesa comprar el campo para tener el tesoro: entonces corre a vender todo lo que tiene para comprar el campo. Pues bien, el tesoro lo tenemos en el campo de los Escritos de Luisa y es la Divina Voluntad como vida. Por eso Jesús le dice:

Para ser creíbles, no palabras, sino vida

Decíamos la vez pasada que el árbol de la Vida era la imagen de la Voluntad Divina y el árbol del conocimiento del bien y del mal (de un conocimiento que no es vida) era la imagen de la voluntad humana. En el entusiasmo inicial, debemos estar atentos para no resbalar, llenandonos la boca de palabras que no corresponden a una vida que nos transforme. “No el que dice «Señor, Señor», entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la Voluntad de mi Padre que está en los Cielos” (Mt 7,21) No el que dice “Divina Voluntad, Divina Voluntad, Fiat, Fiat”, sabe lo que dice. Lo sabe quien lo vive y en la medida que lo vive. Hay ahora personas que se hacen maestros de Divina Voluntad, pero antes hace falta ser discípulos. No basta decir: “ya he hecho mi consagración a la Divina Voluntad”, o bien: “ya he leido todos los escritos de Luisa”, para vivir de verdad en la Voluntad Divina. Si no le damos todo el espacio, toda la libertad de hacer en nosotros lo que quiera, no podemos decir que vivimos en Ella.

La voluntad y el querer, la imagen y la semejanza

La Divina Voluntad, que Jesús llama en el Evangelio “la Voluntad del Padre”, es la realidad más íntima, vital, esencial de Dios: “Ah, todo está en mi Voluntad. El alma, si la recibe, toma toda la sustancia de mi Ser y contiene todo en sí misma” (02-03-1916). No es una “facultad” o algo de Dios, un “componente” suyo, como lo que en nosotros es nuestra voluntad humana, sino lo que Dios es. La voluntad es lo que da vida a todo en Dios y en nosotros, igual que en un mecanismo hay una primera rueda que da vida y movimiento a todo lo demás. 

En la medida que conocemos la Divina Voluntad la deseamos y la amamos

No basta saber Quién es Jesús, eso aún no es conocerle, sino que debemos pensar como El y no como el mundo. Ese es el drama, la verdadera división y agonía que la Iglesia está viviendo, y cada uno debe decidir si ama la Verdad más que a sí mismo o si se prefiere él por encima de la Verdad. 

Jesús dijo al Padre, al final de su última Cena: “Esta es la Vida eterna: conocerte a Tí, el único verdadero Dios, y Aquel que Tú has mandado, Jesucristo” (Jn 17,3). Dejando por ahora tantos temas importantes, hoy nuestra reflexión es sobre la primera cosa necesaria: el conocimiento. Necesitamos tener ideas claras para ser fuertes en la Fe: “¡por falta de conocimiento perece mi pueblo!” (Oseas 4,6).

¿Cómo ha de ser nuestra respuesta a Dios?

Dios nos ha hecho llegar una Noticia, una Propuesta, un Mensaje suyo extraordinario: El desea que vivamos con El en perfecta comunión de vida, que podamos decir con Jesús al Padre: «Todo lo tuyo es mío y todo lo mío es tuyo» (Jn 17,10). Dios quiere que amemos y que Lo amemos con su mismo Amor, y por eso nos ofrece ahora el don de su mismo “Corazón”, de su adorable Voluntad, que es el “Corazón” de las Tres Divinas Personas, para que vivamos con Dios su vida, tomemos parte en sus obras, amemos como las Divinas Personas aman. Y cada día, a todas horas Dios espera nuestra respuesta.

El eterno Proyecto de Dios
Pablo Martín Sanguiao

 

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Un documento dramatico:

Manifiesto del cardenal Müller sobre la Fe.