Conocer la verdad de nosotros mismos mirando en el “espejo” que es Cristo

El punto de partida en el diálogo con Dios es la Luz de la Verdad. Para relacionarse con Dios es necesario hablar su misma lengua: la verdad

Jesús dice a Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”: “Hija mía, todas las cosas tienen su principio de la nada. Esta misma máquina del universo que admiras con tanto orden, si antes de crearla hubiera estado llena de otras cosas, no habría podido poner mi mano creadora para hacerla con tanta maestría y tan espléndida y adornada; todo lo más habría podido deshacer todo lo que podía haber, para hacerla como a Mí me hubiera gustado. Pero siempre es eso, todas mis obras tienen su principio de la nada, y cuando se mezclan otras cosas, no es decoroso para mi majestad descender y obrar en el alma; mas cuando el alma se reduce a nada, sube a Mí y toma su ser en el Mío y entonces Yo obro como el Dios que soy y el alma encuentra su verdadero reposo. Así que todas las virtudes reciben su principio de la humildad y del hacerse uno nada”  (20-05-1900). 

La base de la vida espiritual es el conocimiento de sí, de la propia nada, y el conocimiento de Dios:

“¿Qué tienes tú, que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?”  (1ᵃ Cor 4,7)  

Por eso el Señor le dice a Luisa: “El favor más grande que puedo hacerle a un alma, es hacer que se conozca a sí misma. El conocimiento de sí y el conocimiento de Dios van a la vez. En la medida que te conocerás a tí misma, otro tanto conocerás a Dios. El alma que se ha conocido a sí misma, viendo que por sí sola no puede hacer nada de bien, transforma esa sombra de su ser en Dios y entonces hace en Dios todas sus obras. Sucede que el alma está en Dios y camina a su lado, sin mirar, sin querer saber, sin hablar, en una palabra, como muerta, porque conociendo a fondo su nada, no se atreve a hacer nada por sí sola, sino que sigue ciegamente el impulso de lo que hace el Verbo” (02-06-1899).

Cuando Jesús se manifiesta a un alma, le da el conocimiento de lo que ella es, de su nada, y entonces El la llena de Sí:

“Cuando soy Yo el que se presenta al alma, todas sus potencias interiores se aniquilan y conocen su nada, y Yo, viendo el alma humillada, hago sobreabundar mi amor como tantos arroyos que la inundan y la fortalecen en el bien. Todo lo contrario pasa cuando es el demonio”  (27-08-1899).

Y a Santa Catalina de Siena dijo: “Yo soy el que es, tú eres la que no es”.  Por eso El ha dicho: “Yo soy la vid y vosotros los sarmientos; el que permanece en Mí y Yo en él da mucho fruto, porque sin Mí no podeis hacer nada” (Jn 15,5).

Ese conocimiento y el desprecio de sí es admirable y positivo si va unido al conocimiento de Jesús y a la fe en El, porque entonces se vuelve confianza y ánimo (26-05-1899, 05-02-1900): “Todo lo puedo en Aquel que me da la fuerza”  (Fil  4,13).

Pero como para ver nuestra cara necesitamos un espejo, así para conocer la verdad de nosotros mismos tenemos que mirarnos en el “espejo” que es Cristo:

“Hija mía, lo que quiero de tí es que no te reconozcas más en tí misma, sino que te reconozcas solamente en Mí; de modo que de tí ya no te acuerdes, ni tengas más conocimiento de tí, sino que te acuerdes de Mí, y desconociendote a tí misma adquieras sólo mi conocimiento. Y a medida que te olvides y te canceles a tí misma, así avanzarás en mi conocimiento y te reconocerás solamente en Mí. Y cuando hayas hecho eso, ya no pensarás con tu mente, sino con la mía; no mirarás con tus ojos, ni hablarás con tu boca, ni palpitarás con tu corazón, ni obrarás con tus manos, ni caminarás con tus pies, sino que harás todo con lo mío, porque para reconocerse solamente en Dios el alma necesita ir a su origen y volver a su principio, Dios, de quien salió, y que se uniforme en todo a su Creador. Y todo lo que conserva de sí y que no es conforme a su principio, lo tiene que deshacer y reducir a nada. Sólo así, desnuda, deshecha, puede volver a su origen y reconocerse sólo en Dios, y obrar según el fin para el que ha sido creada. Por eso, para uniformarse enteramente a Mí, el alma ha de hacerse inseparable de Mí”  (27-06-1900). 

El pensamiento de sí es siempre un vicio; al pensamiento de sí mismo enseguida se ha de unir Jesús:

“Cuanto más se humilla el alma y se conoce a sí misma, tanto más se acerca a la verdad y, estando en la verdad, trata de avanzar en el camino de las virtudes, de las que se ve muy lejos. Y si ve que está en el camino de las virtudes, se da cuenta enseguida de lo mucho que le queda por hacer, porque las virtudes no tienen fin, son infinitas como lo soy Yo. Así el alma, hallandose en la verdad, trata siempre de perfeccionarse, pero nunca llegará a verse perfecta; y eso le sirve para estar continuamente trabajando, esforzandose por perfeccionarse aún más, sin perder el tiempo en cosas vanas; y Yo, complaciendome de ese trabajo, poco a poco la voy retocando para pintar en ella mi semejanza”  (01-01-1900).  

“Hija mía, el apoyo de la verdadera santidad está en el conocimiento de si mismo (…) porque con el conocimiento propio se deshace a sí mismo y se apoya totalmente en el conocimiento que adquiere de Dios, de modo que su obrar es el mismo obrar divino, no quedando ya nada de su propio ser. Cuando el interior se empapa y se ocupa todo él de Dios y de todo lo que le pertenece, Dios le comunica todo lo que El es al alma; mas cuando el interior se ocupa a ratos de Dios y a ratos  de otras cosas, Dios se comunica en parte al alma” (23-03-1902).

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