Para poder ser Madre del Hombre-Dios, María ha recibido la Fecundidad virginal del Padre

De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:

“… Es lo que hice en la obra de la Redención. Para poder elevar a una criatura, para que pudiera concebir a un Hombre y Dios, tuve que reunir en Ella todos los bienes posibles e imaginables, tuve que elevarla tanto que puse en Ella el gérmen de la misma Fecundidad Paterna, y como mi Padre Celestial Me engendró virgen en su seno con el gérmen virginal de su Fecundidad eterna, sin obra de mujer, y en ese mismo gérmen procedió el Espíritu Santo, así mi Madre Celestial, con ese gérmen eterno, totalmente virginal, de la Fecundidad Paterna, Me concibió en su seno virgen, sin obra de varón. La Trinidad Sacrosanta tuvo que dar de lo suyo a esta Virgen divina, para poder concebirme a Mí, Hijo de Dios.

Mi Santa Madre nunca habría podido concebirme, al no tener Ella ninguna semilla. Ahora bien, al ser Ella de la raza humana, este gérmen de la Fecundidad eterna le dió el poder de concebirlo como Hombre, pero como el gérmen era divino, al mismo tiempo Me concibió siendo Dios. Y así como, en el acto de engendrarme el Padre, a la vez procede el Espíritu Santo, así, al mismo tiempo que fui engendrado en el seno de mi Madre, procedió la generación de las almas. De manera que todo lo que desde la eternidad le sucedió a la Stma. Trinidad en el Cielo, se repite en el seno de mi Madre querida.

La obra era grandísima e incalculable para una mente creada. Tenía que reunir todos los bienes, además de Mí mismo, para hacer que todos pudieran encontrar lo que querían. Por eso, teniendo que ser la obra de la Redención tan grande que abarcara a todas las generaciones, quise durante tantos siglos las oraciones, los suspiros, las lágrimas, las penitencias de tantos patriarcas y profetas y de todo el pueblo del Antiguo Testamento, y eso fue para prepararlos a que recibieran un bien tan grande y para hacerme reunir en esta celestial criatura todos los bienes, de los que todos habían de gozar.

Ahora bien, ¿qué es lo que movía a orar, a suspirar, etcétera, a ese pueblo? La promesa del futuro Mesías. Esa promesa era como el gérmen de tantas súplicas y lágrimas. Si no hubiera sido hecha esa promesa, nadie se hubiera preocupado, nadie habría esperado la salvación.

Y ahora, hija mía, llegamos a mi Voluntad. ¿Crees tú que sea una santidad como las otras santidades? ¿Que sea un bien o una gracia más o menos como las otras que he concedido durante tantos siglos a los otros Santos y a toda la Iglesia? ¡No, no! Aquí se trata de una época nueva, de un bien que ha de servir a todas las generaciones; pero es necesario que todo ese bien lo reuna primero en una sola criatura, como hice en la Redención, reuniendo todo en mi Madre, y fíjate, cómo las cosas son de la misma manera.

(…) Esta Voluntad mía es la misma que actuó en la Redención, que quiso servirse de una Virgen. ¿Cuáles portentos y prodigios de gracia acaso no hizo en Ella? Ella es grande, contiene todos los bienes y es magnánima en todo lo que hace, y si se trata de realizar algo para el bien de toda la humanidad, pone en juego todos sus bienes. Ahora mi Voluntad quiere servirse de otra virgen para poner su sede en ella y dar comienzo a hacer que se conozca que esta Voluntad se haga así en la tierra como en el Cielo”. (15°, 14-4-1923)

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