¿Cómo se recibe el Don de la Divina Voluntad?

El Don del Querer Divino que el Señor desea darnos lo recibimos si le damos nuestra voluntad para que pueda darnos la Suya. A quien todo da, todo se le da. Y lo que El nos da, debemos tomarlo.  

¿Pero cómo se toma? Con confianza, con sencillez y fe viva.

“Señor, tú me das todo y, al hacerme dueño de todo lo que te pertenece, tomo tus pensamientos en mi mente, tomo de tus palabras lo que digo, tomo tu obrar en mis manos”. 

“El velo que cubre mi Presencia en ti –dice Jesús‒ la corteza que cubre   mi Don será tu pequeña acción”

Nuestras pequeñas acciones, sin importancia, son ocasiones extraordinarias de hacer comunión con el Señor, de contener su Vida como otras tantas hostias que la Divina Voluntad consagra. La Hostia una vez consagrada es Jesucristo vivo y realmente presente, mientras que antes de ser consagrada era pan: ha cambiado lo que es, la sustancia, pero los accidentes no cambian. No cambia de color o aumenta su tamaño o tiene otro sabor: ¡sigue igual! Eso mismo pasa con nuestros actos, nuestras acciones, nuestros momentos de existencia, cuando la vida que reciben es la Voluntad Divina, es decir, los momentos en que tenemos la intención de llamar a Jesús como protagonista, de llamar a la Divina Voluntad a que sea la vida de ese acto que exteriormente no cambia.  

La Voluntad del Señor se disfraza de una puesta de sol magnífica, de pajarito que canta en una rama, de sabor en un fruto, de tempestad, trueno y relámpago, de perrito que mueve la cola por estar contento, de persona que encontramos; se esconde bajo el aspecto de tantas cosas. Pues bien, si se lo concedemos desea ocultarse también en todos nuestros pequeños actos, para poner en ellos todo lo que El es y toda su Vida.   

Jesús nos dice que para recibir el Don hace falta darse a El y en todo       hacer  su  Voluntad  mediante  la  intención  y  la  atención.

Y en el Vol. 11° (4.7.1912) le dice a Luisa: “Hija mía, ¿qué hay, quieres perder el tiempo? ¿Quieres salir de tu nada? Ponte en tu puesto, en tu nada, para que el Todo pueda tener su puesto en tí. Pero debes saber que debes morir del todo en mi Voluntad, al padecer, a las virtudes, a todo. No te debe importar ya si sufres o no sufres, si tienes virtudes o no las tienes. No te      debe importar nada”.

Es decir: “Mi Querer ha de ser la tumba del alma y como en la tumba la naturaleza se consume hasta desaparecer del todo y después de la misma consumación resucitará a vita nueva y más bella, así tu alma, sepultada en mi Voluntad como en una tumba, morirá al padecer (o sea, no existirá ya,   por lo que se refiere al padecer, ya no le importará nada), a sus virtudes, a   sus bienes espirituales, y resucitará en todo a la Vida Divina”.

Este es siempre el punto esencial, el Señor dice: Si tú me das todo, Yo te doy todo. Te doy mi cheque en blanco firmado, si tú me das tu pequeño cheque en blanco, por tí firmado. Si me lo das, Yo seré dueño de todo, pero tú también serás dueño de todo lo que Yo soy, de lo que es mío”.  

Para entenderlo con un ejemplo, imagino que voy con mi vieja bicicleta y que Jesús pasa con su “Ferrari”, un bólido estupendo, y me dice amablemente: “Ven y sígueme”, y yo le digo: “¡Estás bromeando, Señor! ¿Cómo puedo yo seguirte?” ‒ “¡Es muy fácil! No te digo que hagamos una carrera entre tu bicicleta y mi Ferrari porque sería ridículo, no cabría ni siquiera empezar, sino que la cosa es mucho más sencilla: si tú me das tu bicicleta Yo te doy mi Ferrari”. ‒ “¿Te estás burlando de mí, Señor?” ‒“No, Yo no me burlo de nadie. Yo no sé engañar. ¡Si Yo hablo, hablo en serio! ¡O me crees o no me crees!” ‒ “¿Pero Tú qué ganas con eso, Señor?” ‒ “¿Que qué gano? ¡Me gano un amigo; me gano otro Jesús, nada menos! Por lo tanto, ¿te decides? ¿Mi crees? ¿Quieres mi Ferrari? Olvidate de tu bicicleta. ¿Quieres mi Ferrari?” ‒ “Bueno, Señor, es estupendo, pero…” ‒ “Ningún pero… Pon tu bicicleta en el portaequipajes, si no Yo no habría pasado por aquí; habría ido por otras carreteras. Pues bien, mete tu bicicleta en el coche y súbete. Desde este momento sabe que la bicicleta, aun siendo tuya, es también mía y de ella dispongo Yo; y mi Ferrari, aun siendo mío, y siempre será mío, es también tuyo. ¡Ves qué comunión!”

“Señor, está bien, es un coche magnífico, pero yo no sé manejar o conducir, no sé hacer nada”  ‒ “No te preocupes. Pon atención a como manejo Yo, porque cuando veré que has aprendido bastante, haré que tú manejes. Y por tanto sólo así serás dueño de hecho; porque ahora es tuyo, sì, porque Yo te   lo doy y tú dices que sí, pero de hecho no sabes qué hacer de este bólido del cual tú aún no sabes nada. Cuando lo conocerás lo suficiente, en esa misma medida serás dueño de hecho y no sólo teóricamente”.

Y El dice: “en conclusión, todo lo que de esta lectura debes sacar para      tu  vida  es:  Señor,  dame  tu  Voluntad,  que  yo  te  doy  la  mía”.

Sí, todo está en estas pocas palabras: “¡Héme aquí, HÁGASE EN MI según tu palabra!”, lo mismo que la Stma. Virgen respondió al anuncio del Angel, y en aquel momento, diciendo así, el Hijo de Dios se encarnó en Ella. Si de verdad lo decimos, esa Palabra del Señor se encarna en nosotros, toma posesión de nuestra vida, se hace vida de nuestra vida y, mientras le damos vida en nosotros, ella nos da vida en Sí. ¡Ella nos da vida!

Todo es recíproco. Jesús nos ofrece el modo práctico y real de morir a nosotros mismos, de consumar nuestro ser humano en el Ser Divino:

“Hija mía, Yo quiero la verdadera consumación en tí, no fantástica, no imaginaria, sino verdadera, de una forma simple y realizable. Supon que te viene un pensamiento que no es para Mí, tú debes destruirlo y sustituirlo con un pensamiento divino; así habrás hecho la consumación del pensamiento humano y habrás adquirido la vida del pensamiento divino. O si los ojos quieren mirar una cosa que me disgusta o que no se refiere a Mí y el alma se mortifica, ha consumado el ojo humano y ha adquirido el ojo de la vida divina, y así todo lo demás de tu ser” (Vol. 11°, 21.5.1913).

Es decir, que nos vienen tantos pensamientos, pero apenas nos damos cuenta, tan pronto somos conscientes, en ese momento debemos decirle: “Señor, este pensamiento ¿qué tiene que ver contigo? Yo quiero ocuparme de Tí, de tus cosas, como Tú te has ocupado de las cosas del Padre”. 

Por ejemplo, si piensas en tus deudas… o que debes pagar esto o lo otro…, debes decirle: “Este pensamiento, Señor, que de por sí no tiene que ver contigo, te lo doy, quiero que sea tuyo; por lo tanto, Señor, ahora paga Tú”… supongamos. 

Ya ven, supongamos que vamos manejando en nuestro coche y el Señor nos pide que le llevemos, y así decimos: “Bueno: ven, Jesús, a pensar en mi mente, ven, Divina Voluntad, a mirar en mis ojos, ven a palpitar en mi corazón, etc. etc.” De ese modo Jesús viene con nosotros. Y llegamos al semáforo y quisieramos saltarlo, y El dice: “No, si tú quieres saltarlo, Yo me bajo. Yo no hago que mi Padre reciba una multa; no quiero darle ningún dolor. ¡Si tú quieres hacerlo, te vas tú solo!” Por tanto, así dice el Señor:

 “El alma se mortifica de este modo: ha consumado la mirada humana y ha adquirido la mirada de la vida divina, y así lo demás de tu ser. Oh, cómo estas nuevas vidas divinas me las siento correr en Mí (como sangre en las venas) y toman parte en todo mi obrar” (Vol. 11°, 21.5.1913).

Por eso quien ama de verdad a Jesús y en todo hace suyo su Querer forma con El un solo palpitar. Para eso se requiere un despojo perfecto, y Jesús dice “debe ser más vida de Cielo que de tierra, más Vida Divina que humana”. Ese despojo del alma, estar convencida de ser nada, de su nulidad, le permite a Jesús obrar en ella.

“Para vivir en el Divino Querer –dice Jesús– quiero el ‘sí’ de la criatura, que se preste como cera blanda a lo que quiero hacer de ella” (Vol. 12°, 6.3.1919), o sea, no ponerle a Jesús ningún pero…, ninguna condición. Sin embargo Jesús dice: “Pocos son los que se disponen a eso, porque hasta en la misma santidad las almas quieren alguna cosa para su propio bien, mientras que la santidad de vivir en mi Querer no tiene nada de propio, sino todo de Dios; no quiere nada para sí, sino todo para Dios, y disponerse a eso las almas, despojarse de los propios bienes (también espirituales), cuesta demasiado; por eso no serán muchas. Pero tú no eres del número de los muchos, sino de los pocos” (Vol. 12°, 15.4.1919). Y dice: “Si leen estas verdades y no están dispuestos, no entenderán nada, quedarán confundidos y deslumbrados por la luz de mis verdades” (Vol. 13°, 23.10.1921).

De ahí que un exámen de conciencia muy significativo, no es sobre los diez mandamientos, sino simplemente esto: “Señor, Tú me has dado todo, todo lo que soy, lo que tengo y lo que hago; todo viene de Tí porque yo soy nada. Me has dado tanto y todo por amor. Si Tú me pidieras alguna cosa, ¿te la negaría? ¿Hay algo que no te daría, si me lo pidieras? Señor, no te fijes en esa cosa, pasa de largo… Pues sí, Te doy todo, pero esa cierta cosa mejor no”. 

Nosotros a veces hacemos así, basta un pequeño apego y se anula el contrato. “Señor, ¿qué podrías pedirme?” Entonces, dentro de mí, en mi estado de ánimo, en mi mente y en mi decisión debo enfocar en ese momento de qué se trata y decir: “¡Jesús, confío en Tí! Si Tú me pidieras esa cosa que me gusta tanto, o que mi da tanto miedo o que me causa tanto fastidio, tanta repugnancia que me sentiría morir, si Tú me la pidieras, ¿tendría el valor, la desvergüenza de decirte que no? Señor, estoy seguro de que en tal caso y en ese momento me ayudarías, me darías la gracia suficiente, abundante, para decir “¡hágase en mí, Fiat!” Y si tuviera que pasar por una prueba dolorosa, física o moral, o someterme por ejemplo a una operación quirúrgica, Tú en ese momento me darías también tu anestesia”.

Porque San Pablo dice (¡y es Palabra de Dios!): “No permitirá Dios que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas, sino que con la tentación, os dará la gracia de poder superarla” (1a Cor 10,13).

Para entrar en el Divino Querer basta quitar el obstáculo, la voluntad humana, basta quererlo y se realiza. O crees, o no crees. Y dice Jesús:

“Hija mía, para entrar en mi Querer no hay caminos, ni puertas, ni llaves, porque mi Querer está en todo, corre bajo los pies, a derecha e izquierda, sobre la cabeza y todas partes (se encuentra en cada cosa). La criatura no debe hacer más que quitar la piedrecilla de su voluntad, que a pesar de que está en mi Querer, no toma parte ni disfruta de sus efectos, haciendose como extraña en mi Querer, porque la piedrecilla de su voluntad le impide como al agua que corra de su cauce para correr afuera, porque las piedras se lo impiden. Pero si el alma quita esa herrumbre que ha puesto, quita la piedrecilla de su voluntad, en ese mismo instante ella corre en Mí y Yo en ella; encuentra todos mis bienes a su disposición, fuerza, luz, ayuda, ¡lo que quiera! Por eso no hay caminos, ni puertas, ni llaves; basta quererlo y ya está hecho. Mi Querer se encarga de todo y de darle lo que le falta y le hace volar en los confines interminables de mi Voluntad. Todo lo contrario es con las otras virtudes: ¡cuántos esfuerzos hacen falta, cuántas luchas, cuántos largos caminos! Y mientras parece que la virtud le sonría, basta una pasión un poco violenta, una tentación, un encuentro inesperado, que la echan atrás y le hacen que tenga que emprender desde el principio el camino” (Vol. 12°, 16.2.1921).

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