Maria

Para poder ser Madre del Hombre-Dios, María ha recibido la Fecundidad virginal del Padre

De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:

“… Es lo que hice en la obra de la Redención. Para poder elevar a una criatura, para que pudiera concebir a un Hombre y Dios, tuve que reunir en Ella todos los bienes posibles e imaginables, tuve que elevarla tanto que puse en Ella el gérmen de la misma Fecundidad Paterna, y como mi Padre Celestial Me engendró virgen en su seno con el gérmen virginal de su Fecundidad eterna, sin obra de mujer, y en ese mismo gérmen procedió el Espíritu Santo, así mi Madre Celestial, con ese gérmen eterno, totalmente virginal, de la Fecundidad Paterna, Me concibió en su seno virgen, sin obra de varón. La Trinidad Sacrosanta tuvo que dar de lo suyo a esta Virgen divina, para poder concebirme a Mí, Hijo de Dios.

Mi Santa Madre nunca habría podido concebirme, al no tener Ella ninguna semilla. Ahora bien, al ser Ella de la raza humana, este gérmen de la Fecundidad eterna le dió el poder de concebirlo como Hombre, pero como el gérmen era divino, al mismo tiempo Me concibió siendo Dios. Y así como, en el acto de engendrarme el Padre, a la vez procede el Espíritu Santo, así, al mismo tiempo que fui engendrado en el seno de mi Madre, procedió la generación de las almas. De manera que todo lo que desde la eternidad le sucedió a la Stma. Trinidad en el Cielo, se repite en el seno de mi Madre querida.

La obra era grandísima e incalculable para una mente creada. Tenía que reunir todos los bienes, además de Mí mismo, para hacer que todos pudieran encontrar lo que querían. Por eso, teniendo que ser la obra de la Redención tan grande que abarcara a todas las generaciones, quise durante tantos siglos las oraciones, los suspiros, las lágrimas, las penitencias de tantos patriarcas y profetas y de todo el pueblo del Antiguo Testamento, y eso fue para prepararlos a que recibieran un bien tan grande y para hacerme reunir en esta celestial criatura todos los bienes, de los que todos habían de gozar.

Ahora bien, ¿qué es lo que movía a orar, a suspirar, etcétera, a ese pueblo? La promesa del futuro Mesías. Esa promesa era como el gérmen de tantas súplicas y lágrimas. Si no hubiera sido hecha esa promesa, nadie se hubiera preocupado, nadie habría esperado la salvación.

Y ahora, hija mía, llegamos a mi Voluntad. ¿Crees tú que sea una santidad como las otras santidades? ¿Que sea un bien o una gracia más o menos como las otras que he concedido durante tantos siglos a los otros Santos y a toda la Iglesia? ¡No, no! Aquí se trata de una época nueva, de un bien que ha de servir a todas las generaciones; pero es necesario que todo ese bien lo reuna primero en una sola criatura, como hice en la Redención, reuniendo todo en mi Madre, y fíjate, cómo las cosas son de la misma manera.

(…) Esta Voluntad mía es la misma que actuó en la Redención, que quiso servirse de una Virgen. ¿Cuáles portentos y prodigios de gracia acaso no hizo en Ella? Ella es grande, contiene todos los bienes y es magnánima en todo lo que hace, y si se trata de realizar algo para el bien de toda la humanidad, pone en juego todos sus bienes. Ahora mi Voluntad quiere servirse de otra virgen para poner su sede en ella y dar comienzo a hacer que se conozca que esta Voluntad se haga así en la tierra como en el Cielo”. (15°, 14-4-1923)

La suerte de Jesús recién nacido en la cueva de Belén es menos dura que en la Eucaristía, a causa del abandono en que lo dejan las criaturas

De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:

Luego ha vuelto mi dulce Jesús. Era un tierno niñito. Gemía, lloraba y temblaba por el frío, y se ha echado en mis brazos para que lo calentara. Yo me lo he estrechado fuerte, fuerte, y según acostumbro me fundía en su Querer, para encontrar los pensamientos de todos junto con los míos y rodear al tembloroso Jesús con las adoraciones de todas las mentes creadas; para hallar las miradas de todos y hacerles mirar a Jesús y distrarle del llanto; para hallar la boca, las palabras, las voces de todas las criaturas, para que todas lo besaran para que no gimiera y con su aliento lo calentaran. Mientras hacía eso, el Niño Jesús ya no gemía, ha dejado de llorar y como calentado me ha dicho:

Hija mía, ¿has visto qué es lo que me hacía temblar, llorar y sollozar? El abandono de las criaturas. Tú me las has puesto todas alrededor. Me he sentido mirado, besado por todas, y ha cesado mi llanto. Sin embargo has de saber que mi suerte sacramental es aún más dura que mi suerte infantil. La gruta, aunque fría, era espaciosa, tenía aire que respirar; la hostia es también fría y tan pequeña, que casi me falta el aire. En la gruta tuve como cuna un pesebre con un poco de paja; en mi vida sacramental me falta hasta la paja y como lecho no tengo sino metales duros y helados. En la gruta tenía a mi Mamá querida, que muy a menudo me tomaba con sus manos purísimas, me cubría con besos ardientes para calentarme, me calmaba el llanto, me alimentaba con su leche dulcísima.

Todo lo contrario tengo en mi vida sacramental: no tengo una Mamá; si me cogen, siento el contacto de manos indignas, manos que huelen a tierra o a basura… ¡Oh, qué mal olor siento, más que el estiercol que sentía en la gruta! En vez de cubrirme con besos me tocan con actos sin respeto y en vez de leche me dan la hiel de los sacrilegios, de tratarme sin cuidado, de las frialdades. En la gruta San José no dejó que me faltase una lucecita por la noche; aquí en el Sacramento, ¿cuántas veces me dejan a oscuras también de noche! ¡Oh, cuánto más dolorosa es mi suerte sacramental! ¡Cuántas lágrimas ocultas, que nadie ve, cuántos sollozos no escuchados! Si te ha movido a compasión mi suerte infantil, mucho te debe mover a piedad mi suerte sacramental”. (Vol 12°, 25 de Diciembre 1920)

La Encarnación “tipica” de Jesús en el tiempo y la Encarnación “mística” de Jesús en las almas, hasta renacer exteriormente

Esta mañana, hallandome en mi habitual estado, ha venido el Niño Jesús y yo, viendolo tan pequeñito, como si entonces hubiera nacido, le he dicho: “Precioso mío, ¿cuál fue la causa que te hizo venir del Cielo y nacer tan pequeñito en el mundo?”

Y El: “El amor fue el motivo; no sólo el mío, sino que mi nacimiento en el tiempo fue el desbordarse de amor de la Stma. Trinidad hacia las criaturas. En un desbordamiento de amor de mi Madre nací de su seno, y en un desbordamiento de amor renazco en las almas. Pero este desbordamiento es formado por el deseo. Tan pronto como el alma empieza a desearme, Yo quedo ya concebido; a medida que crece en su deseo, así voy creciendo en el alma; cuando este deseo llena todo su interior y llega a desbordarse afuera, entonces renazco en todo el hombre, es decir, en su mente, en su boca, en sus obras y en sus pasos. Por el contrario, también el demonio hace sus nacimientos en las almas: tan pronto como empieza el alma a desear y a querer el mal, queda concebido el demonio con sus obras perversas, y si ese deseo es alimentado, el demonio crece y llena todo el interior de pasiones, las más feas y repugnantes, y llega a desbordarse afuera, dando a todo el hombre la derrota de todos los vicios. Hija mía, ¡cuántos nacimientos hace el demonio en estos tristísimos tiempos! Si los hombres y los demonios pudieran, habrían destruido mis nacimientos en las almas.” (Vol 6°, 24 de Diciembre 1903)

La Inmaculada Concepción: María tuvo que ser concebida en la Vida, las penas y los méritos del Redentor para poder a su vez concebirlo

Estaba pensando en la Inmaculada Concepción de mi Mamá y Reina, y mi siempre amable Jesús, después de la santa Comunión, se hacía ver en mi interior, como en una habitación toda de luz, y en esa luz mostraba todo lo que había hecho en el curso de toda su vida. Se veían alineados en órden todos sus méritos, sus obras, sus penas, sus llagas, su sangre, todo lo que contenía la vida de un Hombre y Dios, como en acto de preservar un alma tan, tan querida para El, de cualquier mal, hasta el mínimo, que pudiera ensombrecerla. Yo me asombraba al ver tanta atención por parte de Jesús, y El me ha dicho:

“A mi pequeña recién nacida quiero dar a conocer la Inmaculada Concepción de la Virgen, concebida sin pecado. Pero antes tienes que saber que mi Divinidad es un solo Acto. Todos los actos se concentran en uno solo. Eso significa ser Dios, el portento más grande de nuestra Esencia Divina, no estar sujeto a sucesión de actos; y si a la criatura le parece que una vez hacemos una cosa y otra vez otra, es más bien que hacemos conocer lo que está en ese Acto único, pues siendo la criatura incapaz de conocerlo todo en una sola vez, se lo damos a conocer poco a poco.

Ahora bien, todo lo que Yo, Verbo Eterno, había de hacer en mi Humanidad asumida, formaba un solo acto con aquel Acto único que contiene mi Divinidad. Así que antes que esta noble criatura fuese concebida, ya existía todo lo que tenía que hacer en la tierra el Verbo Eterno. Por tanto, en el acto en que esta Virgen fue concebida, se desplegaron en torno a su concepción todos mis méritos, mis penas, mi sangre, todo lo que contenía la vida de un Hombre y Dios, y quedó concebida en los interminables abismos de mis méritos, de mi sangre divina, en el mar inmenso de mis penas. En virtud de todo ello quedó inmaculada, bella y pura. Al enemigo le quedó cerrado el paso por mis méritos incalculables, y no pudo causarle ningún daño. Era justo que Aquella que debía concebir al Hijo de Dios debiera ser antes Ella misma concebida en las obras de este Dios, para poder ser capaz de concebir a ese Verbo que tenía que venir a redimir al género humano. Así que primero Ella quedó concebida en Mí y Yo quedé luego concebido en Ella. No faltaba más que darlo a conocer a su debido tempo a las criaturas, pero en la Divinidad era como ya hecho.

Por eso, esta excelsa criatura fue la que más recogió los frutos de la Redención, más aún, en Ella produjo su fruto completo, pues habiendo sido concebida en ella, amó, estimó y conservó como cosa suya todo lo que el Hijo de Dios hizo en la tierra. ¡Oh, la belleza de esta tierna niñita! Era un prodigio de la Gracia, un portento de nuestra Divinidad. Creció como Hija nuestra, fue nuestro decoro, nuestra alegría, nuestro honor y nuestra gloria”.

Pero mientras eso decía mi dulce Jesús, yo pensaba en mi mente: “Es verdad que mi Reina y Mammá fue concebida en los interminables méritos de mi Jesús, pero su cuerpo y su sangre fueron concebidos en el seno de Santa Ana, la cual no estaba exente de la mancha original; por tanto, ¿cómo puede ser que no heredase nada de los muchos males que todos hemos heredado del pecado de nuestro primer padre Adán?”

Y Jesús: “Hija mía, tú aún no has entendido que todo el mal está en la voluntad. La voluntad arrolló al hombre, es decir, a su naturaleza, no la naturaleza a la voluntad del hombre, así que la naturalezza quedó en su lugar, como Yo la había creado; nada cambió, fue su voluntad la que cambió y se puso, nada menos, contra una Voluntad Divina, y esa voluntad rebelde arrolló su naturaleza, la debilitó, la contaminó y la hizo esclava de bajísimas pasiones. Sucedió como a un recipiente lleno de perfumes o de cosas preciosas: si se le vacía de su contenido y se le llena de estiércol o de cosas viles, ¿acaso cambia el recipiente? Cambia lo que se pone dentro, pero él sigue siendo lo que es. En todo caso se vuelve más o menos apreciable, según su contenido. Así fue del hombre.

Pues bien, a mi Madre el haber sido concebida en una criatura de la raza humana no le causó daño alguno, pues su alma era inmune de toda culpa. Entre su voluntad y la de su Dios no había división alguna, las corrientes divinas no hallaban tropiezo ni oposición para derramarse en Ella y a cada momento estaba bajo una lluvia intensísima de nuevas gracias. Entonces, con esa voluntad y con esa alma toda santa, toda pura, toda bella, el recipiente de su cuerpo que recibió de su madre, quedó perfumado, rehabilitado, ordenado, divinizado, de modo que quedó exente también de todos los males naturales de los que está invadida la naturaleza humana.

Ah, sí, fue Ella precisamente la que recibió la semilla del «FIAT VOLUNTAS TUA, así en la tierra como en el Cielo», el cual la ennobleció y la puso en su principio, como fue creado el hombre por Nosotros antes de que pecara, incluso se lo hizo superar, la embelleció aún más con la continua corriente de ese ‘FIAT’, el único que tiene poder de reproducir imágenes enteramente semejantes a Aquel que las ha creado. Y gracias a esa Voluntad Divina que actuaba en Ella, se puede decir que lo que Dios es por naturaleza, Ella lo es por gracia. Nuestra Voluntad puede hacer todo y llegar a todo, cuando el alma Nos da libertad de obrar y no interrumpe con su voluntad humana nuestra obra”. (16°, 8-12-1923)

Jesús se habría encarnado igualmente, si no hubiera tenido que redimirnos, pero habría venido glorioso como Rey y cabeza de su familia

De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:

Jesús a Luisa: “Hija pequeña de mi Querer Divino, tú has de saber que tener el primado sobre cada acto de la criatura es un derecho absoluto de mi «Fiat» Divino, y quien le niega el primado lo priva de sus derechos divinos que se le deben por justicia, por ser Creador del querer humano. ¿Quién puede decirte, hija mía, cuánto mal puede hacer una criatura cuando llega a separarse de la Voluntad de su Creador? Ves, bastó un acto de separación del primer hombre de nuestra Voluntad Divina para cambiar no sólo la suerte de las generaciones humanas, sino la misma suerte de nuestra Divina Voluntad.

Si Adán no hubiera pecado, el Eterno Verbo, que es la misma Voluntad del Padre Celestial, habría venido igualmente a la tierra glorioso, triunfante y dominador, acompañado visiblemente por su ejército angélico, que todos debían ver, y con el esplendor de su gloria habría fascinado a todos y atraido a todos a El con su belleza, coronado como rey y con el cetro de mando, para ser rey y cabeza de la familia humana, para poder darle el gran honor de poder decir: «tenemos un rey que es hombre y Dios». A mayor razón que tu Jesús no habría bajado del Cielo para encontrar al hombre enfermo, porque si no se hubiera separado de mi Voluntad Divina no habría habido enfermedades, ni de alma, ni de cuerpo, ya que fue la voluntad humana la que casi ahogó de penas a la pobre criatura. El «Fiat» era intocable de toda pena y así debía ser el hombre. Por tanto Yo debía venir a encontrar al hombre felíz, santo y con la plenitud de los bienes con que lo había creado. Por el contrario cambió nuestra suerte, porque quiso hacer su voluntad, y como estaba decretado que Yo tenía que bajar a la tierra −y cuando la Divinidad decreta no hay quien le haga cambiar−, cambié sólo el modo y el aspecto, bajé de una manera humildísima, pobre, sin ningún aspecto de gloria, en el sufrimiento, llorando y cargado con todas las miserias y penas del hombre. La voluntad humana me hizo venir a encontrar al hombre infelíz, ciego, sordo y mudo, lleno de todas las miserias, y Yo, para sanarlo, debía de tomarlas como mías; y para no causar temor, debía de mostrarme como uno de ellos, para hermanarlos y darles las medicinas y los remedios que hacían falta. De manera que el querer humano tiene el poder de hacer al hombre felíz o infelíz, santo o pecador, sano o enfermo.

Ves, por lo tanto: si el alma se decide a hacer siempre, siempre, mi Divina Voluntad y a vivir en Ella, cambiará su suerte y mi Divina Voluntad se lanzará sobre la criatura, se adueñará de ella y dandole el beso de la Creación cambiará de aspecto y modo, y estrechandola a su seno le dirá: «olvidemos todo, para tí y para Mí han vuelto los primeros tiempos de la Creación, todo será felicidad entre tú y Yo; vivirás en nuestra casa, como hija nuestra, en la abundancia de los bienes de tu Creador».

Oye, mi pequeña recién nacida de mi Divina Voluntad, si el hombre no hubiese pecado, si no se hubiera separado de mi Divina Voluntad, Yo había venido a la tierra, ¿pero sabes cómo? Lleno de majestad, como cuando resuscité de la muerte, y si bien tenía una Humanidad mía semejante al hombre, unida al Verbo Eterno, ¿con qué diferencia habría venido? Mi Humanidad resucitada era glorificada, vestida de luz, no sujeta a padecer ni a morir. Era el Divino Triunfador. Por el contrario, mi Humanidad antes de morir estaba sujeta, si bien voluntariamente, a todas las penas; es más, fui el Varón de los dolores. Y como el hombre todavía tenía los ojos deslumbrados por el querer humano y estaba todavía enfermo, pocos fueron los que me vieron resucitado, lo cual sirvió para confirmar mi Resurrección. Luego subí al Cielo para darle al hombre el tiempo de tomar los remedios y las medicinas, para que se curase y se dispusiera a conocer mi Divina Voluntad, para vivir no de la suya, sino de la Mía, y así podré hacerme ver lleno de majestad y de gloria en medio de los hijos de mi Reino. Por eso mi Resurrección es la confirmación del «Fiat Voluntas tua» así en la tierra como en el Cielo. Después de un dolor tan largo sufrido por mi Divina Voluntad durante tantos siglos, de no tener su reino en la tierra, su absoluto dominio, era justo que mi Humanidad pusiera a salvo sus derechos divinos y realizara la primera finalidad mía y suya, de formar su reino en medio de las criaturas.

Además de eso tú debes saber −para confirmarte aún más cómo la voluntad humana cambió su suerte y la de la Divina Voluntad respecto a ella− que en toda la historia del mundo sólo dos han vivido de Voluntad Divina sin hacer jamás la suya: la Reina Soberana y Yo. Y la distancia, la diferencia entre nosotros y las demás criaturas es infinita, tanto que ni siquiera nuestros cuerpos se quedaron en la tierra; había servido como palacio real al «Fiat» Divino y Este se sentía inseparable de nuestros cuerpos, y por eso reclamó y con su fuerza imperante arrebató nuestros cuerpos junto con nuestras almas a su Patria Celestial. ¿Y por qué todo eso? Toda la razón es porque nunca nuestra voluntad humana tuvo un acto de vida, sino que todo el dominio y el campo de acción fue sólo de mi Divina Voluntad. Su potencia es infinita, su amor es insuperable.” (Vol 25°, 31 de Marzo 1929)

Consagración a Dios como María, por medio de María, con María y en el Corazón Inmaculado de María

ENTREGA quiere decir encomendar alguien o algo a una persona, poniendola en sus manos, para que disponga libremente y pueda hacer lo que quiera de ella. Equivale a “ofertorio”, pero añade el motivo de confianza. Es lo que expresaba el lema del Papa Juan Pablo II (y, antes que él, es también el lema de Jesucristo): “Totus tuus”, “Todo tuyo, oh María”. Es el testamento de amor que desde lo alto de la Cruz hizo Jesús agonizante, dandonos como hijos a su Madre.

CONSAGRACIÓN significa “hacer sagrada” una persona o cosa, perteneciente o dedicada a Dios, y por lo tanto no más destinada a uso profano o extraño a Dios. En este sentido, consagrar equivale a sacrificar y a santificar. La consagración significa también “transformación”.

El ejemplo máximo de Consagración tiene lugar en la Misa: el pan y el vino ofrecidos primero a Dios, son consagrados por El, o sea, transformados sustancialmente (“transustanciación” dice la Iglesia) en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo. Dejan de ser pan y vino, aunque conserven sus “accidentes” (o sea, lo accidental: forma, color, aspecto físico y químico), se convierten en Cristo, presente con la plenitud de su Ser y de su Vida entera, para darse a nosotros y transformarnos en El, en la medida que se lo permitimos.

¿ DE QUÉ ?

De nosotros mismos: “Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcais vuestros cuerpos como sacrificio viviente, santo y agradable a Dios; ese es vuestro culto espiritual” (Rom. 12,1). De todo lo que somos, lo que tenemos y lo que hacemos; sobre todo, de lo único que depende de nosotros y que podemos negarselo a Dios –lo cual sería nuestra mayor desgracia–, o sea, nuestra voluntad, lo que solemos llamar nuestro corazón. Jesús lo indica diciendo: “De dentro, o sea, del corazón del hombre sale todo lo que contamina al hombre” (Mc 7,21).

¿ A QUIÉN ?

Lógicamente a Dios. Como hizo el mismo Jesús, como María. Desde el primer momento de su vida María se consagró por entero a la Voluntad de Dios, para obtener la venida del Mesías. Ella se consagró a Dios, dedicó totalmente su persona y su vida al Amor de Dios, al Proyecto de Dios; por eso, a su vez y a su debido tiempo, Dios “se consagró” a Ella. En efecto, Jesús se consagró a María desde su Encarnación, y al final de su vida renovó su consagración a la Voluntad del Padre. Pidiendo por sus discípulos dijo: “Consagralos en la verdad. Tu Palabra es la verdad. Como Tú me has mandado al mundo, también Yo los envío al mundo; por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad” (Jn 17,17-19).

Por tanto, Dios ha querido venir a nosotros y entregarse a nosotros por medio de María; ha querido que su Encarnación y que la misma Redención pudieran realizarse mediante la libre respuesta y la colaboración amorosa de María, su Madre. Igualmente es su Voluntad que vayamos a El y nos entreguemos a El por medio de María, pues ella tiene la misión de unir a Dios y al hombre: hacer que Dios se hiciese Hombre y que cada hombre llegue a ser por gracia como su Hijo Jesús, como Dios. Por tanto se trata de consagrarnos a Dios como María, por medio de María, con María y en el Corazón Inmaculado de María.

¿ PARA QUÉ ?

Para ser presentados y ofrecidos por Ella y como Ella a Dios, a la Voluntad de Dios, para ser por Ella, con Ella y en su Corazón Inmaculado transformados,

convertidos en otros Jesús, “a imagen y semejanza” de Jesús. De esa forma el Amor del Padre quedará plenamente satisfecho, perfectamente glorificado: eso será el cumplimiento de su Voluntad y así vendrá finalmente su Reino.

¿ DE QUÉ MANERA ?

¿Con muchas palabras y bellas frases? ¿Con una gran oración rica de contenido teológico? ¿Con pocas palabras sinceras?… Todo eso puede ser útil y precioso; pero lo importante es que sea con la mente (en la medida que se comprende) y con el corazón (en la medida que se desea y se quiere), “pues la cristiana oración jamás se remonta al Cielo si no le prestan el vuelo la mente y el corazón”.

¿Cuántas veces? ¿Una vez en la vida? ¿Una vez al año? (que no hace daño) ¿Cada mes? ¿Cada día? ¿Cada hora? ¿Cada segundo? ¡Sí!… ¿En cada respiro? ¿En cada latido? ¿En cada pensamiento, palabra, obra, mirada, circunstancia, etc.? ¡Sí, sí, sí! No es un simple gesto de devoción o una formalidad. Es una vida que se vive, una alianza con Dios por medio de María, na meta que alcanzar. La consa-gración quedará cumplida y del todo realizada solamente cuando lleguemos al Cielo. Es prácticamente la respuesta que debemos de dar, como Juan, al testamento de amor de Jesús Crucificado: “Hijo, ahí tienes a tu Madre”. “Y desde aquel momento el discípulo la acogió en su casa”, es decir, en su vida (Jn 19,27). 

“Desde siempre ha estado claro que la catolicidad no puede existir sin una actitud mariana, que ser católicos quiere decir ser marianos, que eso significa el amor a la Madre, que en la Madre y por la Madre encontramos al Señor”.

(Benedicto XVI a una delegación del “Sodalicio Mariano” de Regensburg, 29 de Mayo 2011)

Oh María, Madre de Jesús y Madre mía,

yo te entrego y te consagro mi vida como ha hecho tu Hijo Jesús. Me consagro a tu derecho de Madre y a tu poder de Reina, a la sabiduría y al amor del que Dios te ha colmado, renunciando totalmente al pecado y a aquel que lo inspira, te entrego a Tí mi ser, mi persona y mi vida, y especialmente mi voluntad, para que Tú la conserves en tu Corazón materno y la ofrezcas al Señor junto con el sacrificio que Tú hiciste de Tí misma y de tu voluntad.

En cambio, enséñame a hacer como Tú la Voluntad Divina y a vivir en Ella. Amén

Hijos de la Luz, rayos del Sol

“Si un tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Comportaos por tanto como hijos de la luz; el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad” (Ef 5,8-9).

“Vosotros sois la luz del mundo; no puede quedar oculta una ciudad situada sobre un monte, ni se enciende una lámpara para ponerla bajo el celemín, sino sobre el candelabro para que alumbre a todos los que estan en la casa. Así resplandezca vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras obras buenas y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,14-16).

“La santidad en mi Querer, simbolizada por el sol, saldrá del centro de mi santidad; será un rayo brotado de mi santidad que no tiene principio, de manera que estas almas existían en mi santidad, existen y existirán; estaban junto conmigo en el bien que hacía, nunca se salían del rayo en que las había sacado a la luz, no yendose nunca de mi Querer; Yo me divertía con ellas y me sigo divirtiendo. Mi unión con ellas es permanente. Las veo estar por encima de todo; los apoyos humanos para ellas no existen; como el sol no se apoya en ningún punto y vive en lo alto como aislado, pero con su luz contiene todo en él, así ellas: viven en lo alto como soles, pero su luz desciende en lo más bajo, se extiende a todos. Yo me sentiría como si las defraudara si no les hiciera tomar parte y no les hiciera hacer lo que hago Yo, de manera que no hay bien que no descienda de ellas.

En esta santidad Yo veo mis sombras, mis imágenes que sobrevuelan toda la tierra, en el aire, en el Cielo, y por eso amo y amaré el mundo, porque espero que mi santidad forme su eco en la tierra, que mis rayos salgan a la luz y me den gloria completa, restituyendome el amor, el honor que los demás no me han dado. Pero como el sol serán las más inobservadas, sin estrépito alguno, aunque, si los otros querrán mirarlas, seré tan celoso, que pasarán el peligro de quedar cegados y se verán obligados a bajar la mirada para recuperar la vista. ¿Ves que bella es la santidad en mi Querer? Es la santidad que más se acerca a tu Creador; por eso tendrá el primado sobre todas las demás santidades, contendrá en sí reunidas a todas las otras santidades y será la vida de todas ellas. ¡Qué gracia es para tí el conocerla! ¡Ser la primera en salir, como un rayo del sol, del centro de mi santidad sin separarte jamás! Gracia más grande no podría darte, milagro más portentoso no podría hacer en tí. Sé atenta, hija mía, rayo mío, porque cada vez que entras en mi Querer y actúas, sucede como cuando el sol se refleja en los cristales, que tantos otros soles se forman en ellos, así tantas veces repites mi Vida, la multiplicas, das nueva vida a mi amor”. (Ntro. Señor a la Sierva de Dios Luisa Piccarreta, el 12 de Noviembre de 1921)

¡Gloria a Dios! Bendito seas Tú, Señor, que me has creado, que como un rayo de luz me has hecho salir de tu Sol Divino, para que vaya de tu parte a iluminar “a los que estan en las tinieblas y en la sombra de muerte” y así, después de haber recorrido todo el Universo, vuelva a Tí. Que nunca se separe este rayo de su centro, de su Sol que le ha dado vida, de lo contrario se volvería tinieblas. Si toca un diamante lo contagia de luz, si ilumina el fango permanece puro, si halla un obstáculo pasa por otro lado. Házme, Jesús, ser como Tú, “luz de tu Luz”.

Los dolores de María – gracia y gloria para todos

De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:

El motivo de la aflicción de María.

Continuando mi estado de privación, esta mañana parece que Lo he visto un poco, junto con la Reina Madre, y estando Jesús con la corona de espinas, se la he quitado, compadeciéndolo; y mientras lo hacía me ha dicho: “Compadece también a mi Madre, porque siendo mi padecer el motivo de sus dolores, compadeciéndola a Ella, Me compadeces a Mí”. (4°, 5-4-1901)

Los dolores de María se han convertido en gracia y gloria para todos.

Hallándome en mi habitual estado, ha venido la Reina Madre y me ha dicho: “Hija mía, mis dolores, como dicen los profetas, fueron un mar de dolores, que en el Cielo se han vuelto un mar de gloria; y cada dolor mío ha producido otros tantos tesoros de gracia; y así como en la tierra Me lleman Estrella del mar, con con seguridad conduce al puerto, así en el Cielo Me llaman Estrella de luz para todos los bienaventurados, de modo que son recreados por esta luz que Me produjeron mis dolores”. (4°, 24-2-1902)

Los siete dolores de María son siete canales de Gracia para todos.

Esta mañana me he encontrado afuera de mí misma y, mirando la bóveda del cielo, veía siete soles súmamente resplandecientes, cuya forma era diferente del sol que nosotros vemos; empezaban en forma de cruz y acababan en punta, y esa punta estaba dentro de un corazón. En un primer momento no se veía bien, porque la luz de estos soles era tanta que no dejaba ver quien estaba dentro, pero cuanto más me acercaba, tanto más se distinguía que dentro estaba la Mamá Reina…

Luego, acercándose a mí, con toda bondad me ha dicho: “Hija mía, ánimo en el camino del dolor. ¿Ves estos siete soles que salen de dentro de mi corazón? Son mis siete dolores, que Me produjeron tanta gloria y esplendor. Estos soles, fruto de mis dolores, hieren continuamente como flechas el trono de la Santísima Trinidad, la cual, sintiéndose herida, Me manda continuamente siete canales de gracia, de los que Me hace dueña, y Yo los dispongo para gloria de todo el Cielo, como alivio de las almas del purgatorio y en favor de todos los viadores (los que que aún van de camino, los peregrinos) de la tierra.” (6°, 21-12-1903)

Cómo podemos participar en los bienes y en los méritos de los siete dolores de María.

«Todos pueden tomar parte en los méritos y en los bienes que fueron fruto de los dolores de mi Madre. El que de antemano se pone en manos de la Providencia, ofreciéndose a sufrir cualquier clase de penas, miserias, enfermedades, calumnia y todo lo que el Señor quiera disponer de él, toma parte en el primer dolor de la profecía de Simeón. El que actualmente está sufriendo y está resignado, se mantiene más estrechado a Mí y no Me ofende, y como si Me salvase de manos de Herodes, sano y salvo Me protege en el Egipto de su corazón, participa por lo tanto al segundo dolor. El que se siente abatido, árido y privado de mi presencia, y sin embargo sigue fiel y firme en sus habituales tareas, más aún, aprovecha la ocasión para amarme y buscarme aún más, sin cansarse, participa en los méritos y bienes que adquirió mi Madre cuando Me perdió.

El que se encuentra alguna vez en ocasión sobre todo de ver que soy ofendido gravemente, despreciado, pisoteado, y trata de ofrecerme reparación, de compadecerme y de pedir por los mismos que Me ofenden, es como si en él Yo encontrase a mi misma Madre, que si hubiera podido Me habría liberado de mis enemigos, y participa a su cuarto dolor. El que crucifica sus sentidos por amor a mi crucifixión y trata de copiar las virtudes de mi crucifixión, toma parte en el quinto. El que está en continuo acto de adorar, de besar mis llagas, de reparar, de darme las gracias, etc., en nombre de todo el género humano, es como si Me tuviera en sus brazos, como Me tuvo mi Madre cuando fui desclavado de la cruz, y participa al sexto dolor. El que se mantiene en mi gracia y corresponde a ella, sin dar espacio en su proprio corazón a nadie más que a Mí solo, es como si Me diera sepultura en el centro de su corazón y participa al séptimo.» (6°, 17-9-1905)

La única intención de María el día de la Pasión.

“Hija mía, mi Madre salió el día de mi Pasión sólo para poder encontrar y consolar a su Hijo. Así el alma que verdaderamente ama, en todo lo que hace, su intención es sólo de encontrar a su Amado y aliviarlo del peso de su cruz…” (8°, 12-1907)

El Amor consumaba a María, le daba la muerte de Jesús y la resucitaba a nueva vida.

Estaba pensando a la Madre Celestial, cuando tenía a mi siempre amado Jesús muerto en sus brazos, qué hacía y cómo se ocupaba de El. Y una luz, acompañada por una voz, decía en mi interior:

“Hija mía, el amor obraba potentemente en mi Madre, el amor la consumaba interamente en Mí, en mis llagas, en mi sangre, en mi misma muerte, y la hacía morir en mi Amor, y mi Amor, consumando el amor y todo lo que era mi Madre, la hacía resucitar con nuevo amor, o sea, toda de mi Amor, de manera que su amor la hacía morir y mi Amor la hacía resurgir a una vida toda en Mí, de una mayor santidad y toda divina. Así que no hay santidad si el alma no muere en Mí, no hay verdadera vida si no se consume del todo en mi Amor”. (10°, 21-6-1911)

La Pasión de Jesús llenó continuamente el alma de María

“Hija mía, a mi querida Mamá nunca se le escapó el pensamento de mi Pasión y a fuerza de repetirla se llenó enteramente de Mí. Así sucede al alma: a fuerza de repetir lo que Yo sufrí, llega a llenarse de Mí”. (11°, 24-3-1913)

La Divina Voluntad quiere despertar al hombre del sueño del querer humano para que sienta en sí mismo palpitar de la Vida Divina

Jesús a Luisa: “Hija mía, (…) Nosotros, mientras formabamos la naturaleza del hombre, antes de infundirle la vida, hacíamos como un padre o una madre cuando duerme su hijo: movido por ternura y amor irresistible anhela, besa y estrecha a su seno al hijo que duerme, y el hijo, como duerme, no sabe nada. Si supieras, hija mía, cuántos besos, cuántos abrazos amorosos dimos a la naturaleza humana antes de darle la vida; y fue en el arrebato de nuestro amor cuando con nuestro aliento le dimos la vida, dandole el alma, y al cuerpo el respirar, el palpitar, el calor. De manera que el respiro que tú sientes es nuestro, el latido que palpita en tu corazón es nuestro, el calor que sientes es el contacto de nuestras manos creadoras, que tocandote te infunden el calor, y cuando tú respiras Nosotros sentimos nuestro respiro que respira en tí, si tu corazón palpita así sentimos nuestro palpitar de vida eterna que palpita en tí, y si sientes el calor es nuestro amor que circula en tí y continúa su obra creadora y conservadora calentandote…

Tú has de saber, hija mía, que nuestro Querer es el revelador de la obra de la Creación. Sólo él puede revelar todos los secretos de amor ocultos en la Creación. Adán no supo todo, cuantos estratagemas y finezas amorosas pusimos al crear el alma y el cuerpo. Nosotros hacemos como un padre que no le dice todo junto a su hijo pequeñito, sino a medida que crece quiere darle las sorpresas diciendole cuánto lo ama, cuánto ha hecho por él, cuántas finezas amorosas y besos escondidos, cuando él, pequeñito, era incapaz de comprender lo que le había dado y lo que le puede dar, y le da una vez una sorpresa y luego otra, y eso sirve a mantener la vida de amor entre padre e hijo y en cada sorpresa aumenta su alegría y felicidad. ¿Qué dolor no sería el de ese padre que ha cubierto de besos a su hijo mientras duerme, que se lo ha estrechado al corazón con tanta ternura amorosa que ha llegado a mojar con lágrimas de ternura la carita del niño que duerme, si   el niño, despertandose, no le sonrie al padre, no se le echa al cuello para besarlo  y, si lo mira, es con frialdad? ¿Qué dolor sería el de ese pobre padre? Todas las sorpresas preparadas, para manifestarselas al hijo, se las guarda en el corazón con el dolor de no poder compartir su felicidad, sus alegrías más puras, sin poder decirle ni siquiera cuánto lo ha amado y lo ama.

Así fue para Nosotros, hija mía, nuestra bondad más que paterna preparaba tantas nuevas sorpresas a nuestro hijo amado y nuestro Querer Divino se comprometía a ser el revelador. En el momento que Adán se separó de él, perdió el revelador y por eso no sabe cuánto lo amamos y todo lo que hicimos por él al crearlo. Por eso sentimos el irresistible deseo de que nuestro «Fiat» venga a reinar en la tierra como en el Cielo, para que después de tantos años de silencio y de secretos desahogue sus llamas y vuelva a ser el revelador de la Creación, porque poco se conoce de todo lo que hicimos al crear al hombre. ¡Cuántas sorpresas ha de decir, cuánta alegría y felicidad ha de comunicar! Tú misma, ¿no oyes cuántas cosas te dice, tanto de lo que se refiere a mi Querer Divino como del amor sorprendente de toda la Creación y de forma especial la creación del hombre? Mi Voluntad es el libro de la Creación, por eso, para saber y poder leerlo, es necesario su reino en medio de las criaturas.

La voluntad humana tiene como dormido al pobre hombre, que duerme y el sueño le impide oir y ver todas las caricias y las finezas de amor que le hace su Padre Celestial y las sorpresas que quiere hacerle conocer; el sueño le impide recibir las alegrías, la felicidad que quiere darle su Creador y comprender el estado sublime de su creación. Pobre hombre, soñoliento para el verdadero bien y sordo para escuchar, de mi Voluntad, que es su reveladora, su noble historia, su origen, su alta dignidad y su belleza maravillosa; y si está despierto, siente el pecado, sus pasiones o cosas que no tienen un principio eterno. Hace como el niño que duerme, que si se despierta llora, se pone caprichoso y pone en cruz al pobre padre, que casi se duele de tener un hijo tan inquieto. Y por eso mi Querer Divino está revelando tantos conocimientos suyos para despertar al hombre de su largo sueño, para que, despertandose en mi «Fiat», pierda el sueño de la voluntad humana, recupere lo que perdió y pueda sentir los besos, el amor, los abrazos amorosos que le da su Creador. De manera que cada conocimiento acerca de mi Voluntad Divina es un reclamo, es una voz, es un grito que doy, para despertar al hombre del sueño del querer humano.”  (24° Vol., 03.06.1928)

La Parusía, o la Segunda Venida del Señor y el cumplimiento del Reino de Dios prometido en el «Padre Nuestro»

¿Qué son la doble muerte y la doble resurrección?

El hombre, pecando, ha herido y profanado la imagen divina que lleva en sí y ha perdido la semejanza divina. El hombre dejó de ser semejante a Dios porque quiso hacer su voluntad y no la de Dios (prefirió su propio querer contra el Querer de Dios). Pecó y, perdiendo la Vida sobrenatural (la Gracia), pierde por consiguiente también la vida natural. Su voluntad humana se separó de la Voluntad Divina; por eso el alma se separa del cuerpo.

Muere el alma espiritual e immortal (en el sentido que pierde la Vida Divina) y por tanto muere también el cuerpo (cuando el alma lo abandona). Así, hay una doble muerte: la del alma y la del cuerpo. La muerte del alma es el pecado; la muerte del cuerpo es su consecuencia. Por eso la Redención ha exigido que Nuestro Señor Jesucristo tomara nuestra doble muerte en su Vida y en su Pasión: la Pasión de su Alma y la de su Cuerpo.

El pecado es rechazar la Voluntad de Dios y Jesús lo ha cancelado con su adhesión perfecta a la Voluntad del Padre; las consecuencias del pecado son la pérdida de todos los bienes sobrenaturales, preternaturales y naturales, culminando en la muerte, y Jesús la ha destruido en El mediante su Pasión y su Muerte, en un crescendo desde que se encarnó.

Esa doble muerte corresponde a las dos dimensiones de la existencia humana: una es en el tiempo de la prueba, la otra es para siempre, más allá de esta vida. Son muerte temporal y muerte eterna, que no significa absolutamente “volver a la nada”, sino perder a Dios para siempre, con todas sus consecuencias.

De la primera muerte, que es universal (fruto del pecado original) “ningún hombre viviente puede escapar”, pero al final de la historia (el fin del mundo) será la resurrección universal de los cuerpos, porque cada uno irá –cuerpo y alma– al destino definitivo, elegido por él: “Vendrá la hora en que todos aquellos que estan en los sepulcros oirán su voz y saldrán: los que hicieron el bien para una resurrección de vida y los que hicieron el mal para una resurrección de condena” (Jn 5,28-29).

De la segunda, que es separación de Dios, es posible liberarse mientras dura esta vida, mediante el verdadero arrepentimiento, la reconciliación con Dios y su perdón divino (dado por medio de la Iglesia). Pero si termina el tiempo de la prueba y el hombre muere sin la Gracia, sin pedir perdón y sin invocar la Divina Misericordia, el choque con la Justicia se traduce en muerte eterna, rechazo de Dios para siempre. Esa es la segunda muerte, que no tiene remedio (Apoc 20,14).

Y como hay una doble muerte, hay también una doble resurrección. La espiritual no sólo es recuperar la Gracia, sino aún más es el regreso del hombre “al orden primordial de la Creación”, tener como vida la Divina Voluntad. La segunda será la transformación gloriosa del cuerpo, al fin del mundo.

Las dos Venidas de nuestro Señor

De ser hijo de Dios por gracia el hombre se hizo pecador, rebelde, y arrepentido pudo ser admitido sólo como siervo, en espera de la Redención.

Con la Redención, Jesucristo ha reparado y salvado la imagen divina en el hombre. Con abrir las puertas de su Reino, Jesucristo da de nuevo la semejanza divina al hombre que lo acoge. Y el Reino es que la misma Voluntad de Dios sea la vida del hombre (por un don de gracia).

Dos son las Venidas del Señor: La primera, como Redentor; la segunda, como Rey. En su primera venida como Redentor reparó la imagen divina, deformada y casi irreconocible en el hombre; en la segunda venida como Rey, le restituye la semejanza divina perdida, conduciendo al hombre que lo acoge al orden, al puesto que Dios le ha asignado y a la finalidad para la que lo ha creado.

La primera venida del Señor fue para salvar al hombre, abriendo de nuevo las puertas del Cielo, para que el que quiera entre. La segunda venida es para salvar el Decreto eterno de su Reino, haciendo bajar el Cielo y renovando la faz de la tierra.

Fruto de su primera venida es dar de nuevo la vida divina de la Gracia, haciendo que el hombre sea hijo de Dios (la primera resurrección); fruto de su segunda venida es dar al hombre en Gracia la posesión de su Reino, la plenitud de los bienes de la Creación, de la Redención y de la Santificación.

La primera venida (o “Adviento”) del Señor fue en la Plenitud de los tiempos.

Su segunda venida (o “Parusía”) es al fin de los tiempos, fin de los tiempos de espera y llegada del Tiempo tan esperado, fin de los tiempos de angustia y llegada del tiempo del cumplimiento del Reino, como dijo San Piedro: “Arrepentíos y cambiad de vida, para que sean cancelados vuestros pecados y así pueda llegar el tiempo de la consolación de parte de Dios y El mande Aquel que os había destinado como Mesías, es decir Jesús. El ha de ser acogido en el cielo hasta el tiempo de la restauración de todas las cosas”. (Hechos, 3,19-21).

Por eso hay que distinguir los tiempos de la historia:

1°, el comienzo de los tiempos o comienzo del mundo;

2°, “la plenitud de los tiempos”;

3°, “el fin de los tiempos”,

4°, el fin del mundo (o de la historia).

Estre estos dos últimos hay un tiempo glorioso, muy largo, en que se ha de cumplir el Reino de Dios prometido en el Padrenuestro, el Reino de su Voluntad “en la tierra como en el Cielo”. Es lo que el Apocalipsis llama “el Milenio”. Imagen y profecía del mismo fueron los cuarenta días que Jesús Resucitado y glorioso quiso estar en la tierra antes de su Ascensión al Cielo.

 =› Llamamiento del Rey Divino al Reino de su Voluntad

Las primeras noticias sobre Dios

Ante las preguntas fundamentales sobre el sentido de nuestra vida, no caben más   que dos posibilidades: renunciar a una explicación, o preguntarsela a “Otro” que sabe más que nosotros.

Ya hemos intuido Su presencia, precisamente por las preguntas que nuestra existencia lleva consigo. Lo hemos indicado como “Aquel que nos ha hecho”.

Ahora la pregunta racional es: ¿Ese «Otro» existe de verdad? ¿Realmente existe un Ser, diferente del mundo en que vivimos y del cual este mismo mundo depende?

La respuesta es , y veamos por qué. Dios nos ha hecho saber de El por una vía natural, la razón, por medio de las criaturas, y per una vía sobrenatural, la Revelación.

Por ahora usemos tan sólo la razón; después descubriremos la Fe.

1 – El mundo nos revela Aquel que lo ha hecho 

Es evidente que una cosa que todavía no existe no puede darse la existencia ella misma. Pensar lo contrario sería absurdo.

También es evidente que cada cosa que vemos en el mundo es causada por otra cosa que ya existía antes de ella (qué es antes, el huevo o la gallina, es una dificultad aparente, porque cualquiera que sea la respuesta, al comienzo de toda la serie de cosas producidas  debe hacer por fuerza un Ser no producido por otro, que no depende de nada, un Principio que existe por sí mismo. De lo contrario nunca habría empezado la serie de las cosas que vemos en el mundo. Ese Ser Supremo es DIOS, Aquel cuya esencia es el existir, tal como se presentó a Moisés: “Yo Soy Aquel que Soy”.

Para mejor comprenderlo, el Señor dijo a Santa Catalina de Siena: “Yo soy el que  ES,    eres  la  que  NO  ES”.

2 – Aquel que nos ha hecho es infinito, eterno y perfecto

Si Dios existe por Sí mismo, el Ser assoluto, es lógico que no haga primero una cosa y luego otra, come hacemos nosotros que somos limitados, sino que hace todo y es   todo en un solo Acto absoluto, sin antes ni después, sin principio ni fin, inmutable, eterno Presente.

Realidad totalmente diversa de todas las otras cosas en el mundo, porque todo lo  que estas últimas son y tienen lo reciben de Dios, mientras que Dios no lo recibe de nada. El es “la Fuente” del ser, es el Ser infinito.

La Naturaleza no es atea. Toda la Creación manifiesta claramente ser fruto del infinito Poder de Dios (le basta quererlo para hacerlo), todo lo creado muestra la infinita Sabiduría de Dios, todo tiene su triple firma: orden, armonía y belleza, todo lo que existe tiene un fin, un motivo, todo tiene un bien que ofrecer y compartir, todo es fruto del eterno Amor de Dios… Como dice la Escritura: “los cielos y la tierra estan llenos de su Gloria”. En una palabra, Dios es infinitamente Perfecto.

De todo esto se comprende que Dios no sólo existe, que El no es “algo”, sino “Alguien” que en sus obras manifiesta su Inteligencia y su Voluntad con todos sus atributos: Verdad, Bondad, Justicia, Libertad, Fecundidad, Felicidad… En una   palabra,  como  dice  San  Juan,  Dios  es  Amor.

3 – El universo es obra de Dios, es creado por Dios

Dios es la causa de todo lo que existe. Sólo Dios puede ser la finalidad de todo.

¿Pero de qué manera Dios ha dado existencia al universo? La única posible  respuesta  es: haciendolo a partir de la nada, puesto que anteriormente nada existía todavía. Hacer a partir da la nada se dice “crear”.

Del hecho de ser sus criaturas comprendemos cual es nuestra posición ante Dios:

– Si todas las criaturas –y nosotros de forma especial– somos obra Suya, le pertenecemos y de El dependemos. El es nuestro Dueño y Señor. Dios tiene todo derecho sobre nosotros. Por tanto, por parte nuestra debemos reconocer esta dependencia y pertenencia, reconocer que todo lo que somos y tenemos se lo debemos a El, y que si El retirase todo lo que nos ha dado, de nosotros no quedaría nada, desapareceríamos en la nada, como si jamás hubieramos existido. Confesar este reconocimiento es nuestro primer deber, el primer homenaje a la verdad: es adorarlo.

– Todo lo que Dios ha creado –y nosotros en particular–participa de la bondad, de la verdad, de la belleza de Dios. Reconocer y admirar la Obra de Dios, la actuación de todos sus Atributos (su Omnipotencia, su Sabiduría, su Providencia, etc.) en sus obras, reflejo de como es Dios, es glorificarlo y alabarlo. Por tanto nunca hemos de ver esa bondad, verdad y belleza de las criaturas como si Dios no tuviera nada que ver, separandolas de El, robandoselas a Dios: eso es lo que hace el pecado. Debemos reconocer que todo lo que somos y tenemos es don gratuito suyo, de su inmenso Amor, y ese reconocimiento se expresa con bendecirlo y darle las gracias.

4 – La creación es un acto de amor de Dios

Dios no necesita nada, nada puede obligarlo; por eso ha hecho todo con plena libertad. ¿Y cual es el motivo de la creación? Sólo puede haber sido hecha por amor, por el deseo de compartir Su felicidad con otros seres (nosotros), para desahogar Su amor con criaturas capaces de reconocerlo y de corresponderle, capaces de conocerlo   y de amarlo con plena libertad, como El nos ama.

En realidad la ira de Dios se manifiesta desde el cielo contra toda impiedad y toda  injusticia de hombres que sofocan la verdad con la injusticia, pues lo que de Dios puede conocerse les es manifiesto; Dios mismo se lo ha manifestado. En efecto, desde la creación del mundo, sus perfecciones invisibles pueden ser contempladas con la inteligencia en las obras que El ha realizado, como su eterna potencia y divinidad; por tanto no tienen excusa, porque, aun conociendo a Dios, no le han dado gloria ni le  han dado las gracias como Dios, sino que han desvariado en sus razonamientos y se ha oscurecido su mente torpe. Mientras se proclamaban sabios, se han vuelto necios y han sustituido la gloria del incorruptible Dios con la imagen y la figura del hombre corruptible, y de pájaros, cuadrúpedos y reptiles”  (Rom 1,18-23)

“Que nadie se engañe. Si alguno entre vosotros se cree sabio en este mundo, hágase ignorante para ser sabio; porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios. Pues está escrito: “El confunde a los sabios por medio de su misma astucia”. Y también: “El Señor sabe que los planes de los sabios son inútiles”. Por tanto que nadie ponga su gloria en los hombres, porque todo es vuestro: Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro: ¡todo es vuestro!  Pero vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios  (1a Cor  3,18-23)

El hombre es el destinatario de toda la Creación: todo ha sido creado para nosotros, nosotros para Cristo y Cristo (el Hijo de Dios, el Verbo Encarnado) para Dios: “¡Todo es vuestro!  Pero vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios” (1a Cor 3,22-23).


Pequeño Catecismo

Para conocer bien nuestra Fe

Presentación completa de la Doctrina Cristiana para quienes desean la Verdad y para los pequeños, no de razón humana, sino llenos de Razón divina.

Este “Pequeño Catecismo”, una síntesis que supone el “Catecismo de la Iglesia Católica”, es un soporte destinado a quienes desean colaborar en la catequesis de niños, en su preparación a los Sacramentos de la iniciación cristiana –Penitencia, Eucaristía, Confirmación–además de su propia formación básica en la Fe y como guía para su vida.

P. Pablo Martín Sanguiao