La Inmaculada Madre de Dios y Madre nuestra

La Navidad es precedida y preparada por la fiesta de la Inmaculada, porque en realidad la Encarnación del Señor empezó con la inmaculada concepción de la Criatura que había de ser su Madre. “No separe el hombre lo que Dios ha unido”, en primer lugar Jesús y María. El no se explica sin Ella ni Ella sin El. “El que me ve a Mí ve al Padre”, ha dicho Jesús, e igualmente María puede decir “el que me ve a Mí ve a mi Hijo”.

Contemplemos hoy este Prodigio del Amor de Dios, la Inmaculada. El Proyecto eterno de Dios, que parte de la Encarnación del Verbo, de hecho empieza con la creación de María para que fuera su Madre.

Todos hemos sido creados por Dios, “a su imagen y semejanza”, como Adán, con una diferencia no pequeña: que nosotros hemos venido al mundo “en fuera de juego”, privados de la Vida divina a causa del pecado original cometido por nuestros primeros padres, y con todas sus consecuencias: debilidades, pasiones desordenadas, ignorancia, fragilidad y muerte. Nada de todo eso tenían Adán y Eva, creados inmaculados como hijos de Dios, pero por su pecado perdieron todo, se redujeron a la más grande miseria: sin la relación de hijos con Dios como Padre. Mientras que el origen de María es absolutamente más alto, incomparable: no sólo creada Inmaculada, sino con una vocación única: la de ser Madre de Dios.

En efecto, en la relación de Amor y de Vida que une al Padre y al Hijo, el Padre manifiesta y comunica todo lo que El es al Hijo, todas sus infinitas perfecciones… Todo le da, menos una cosa que “no puede” darle, porque sería contradictorio: el ser Padre del Verbo, puesto que el Hijo no podría ser “Padre de Sí mismo”. Ni tampoco puede darla al Espíritu Santo, porque El es “la Relación”, “el Vínculo”, “el Diálogo de Amor” entre el Padre y el Hijo… ¿Qué hacer? El Ser Divino, un único Ser perfectísimo, no necesita nada, no hay nada que añadirle o quitarle. Pero su Amor no está satisfecho si las Tres Divinas Personas no dan todo, si retienen algo. Y la solución ha sido que, sin necesidad de nada, sólo por amor, el Padre ha querido eternamente a otra persona, diferente del Hijo y del Espíritu Santo, una “cuarta persona”, a la que poder comunicar o con la cual poder compartir Su condición personal de Padre del Verbo. Una persona por lo tanto externa a la Stma. Trinidad, una persona creada aposta para desahogar su Amor: en esta Criatura excepcional la Paternidad Divina, su Fecundidad Virginal se llama “Maternidad Divina”, ¡pero es precisamente la misma!

En el orden natural, la mujer fue creada por Dios después de haber sido creado el hombre, Eva fue creada después de Adán, la mujer viene por último y completa la Creación, mientras que en el orden sobrenatural María, la Mujer (con mayúscula) es la que viene en primer lugar y precede al Hombre, es decir, María precede a Cristo y la Encarnación del Hijo de Dios es el verdadero motivo por el que existe la Creación.
Si “el río” de la humanidad que empezó con Adán y Eva fue envenenado por ellos desde la fuente con el pecado original, no tocó a María, porque Ella con su Hijo están “más arriba” de la fuente. Si Jesús dijo “antes de que Abrahám fuera Yo Soy” (e igualmente habría podido decir “antes de que Adán fuese creado Yo Soy”), así María podría decir “antes de que Eva fuera Yo soy”. En sus apariciones en Tre Fontane (Roma), en 1947, Ella se presentó diciendo: “Yo soy la que es en el seno de la Divina Trinidad”. La Inmaculada tiene su origen en Dios. María, antes de ser concebida en el seno de su madre Santa Ana, fue concebida en el Seno de las Tres Divinas Personas.

La Iglesia le ha aplicado siempre a Ella estas palabras del libro de los Proverbios: “El Señor me ha creado al principio de su camino, antes de todas sus obras, desde entonces. Desde la eternidad he sido constituida, desde el principio, antes del origen de la tierra. Cuando todavía non existían los abismos, Yo fui engendrada; cuando aún no había fuentes llenas de agua, antes de que quedaran fijadas las bases de los montes, antes de las colinas Yo he sido engendrada, antes de que hiciera la tierra y los campos, antes de los primeros elementos del mundo. Cuando El fijaba los cielos, allí estaba Yo; cuando trazaba un círculo sobre la faz del abismo, cuando condensaba las nubes en lo alto, cuando establecía las fuentes del abismo, cuando le ponía al mar sus límites, para que las aguas no traspasaran sus orillas; cuando disponía los cimientos de la tierra, Yo estaba con El entonces come arquitecto y era su delicia cada día, me gozaba en su presencia en todo instante, me recreaba con el globo de la tierra, poniendo mis delicias en los hijos de los hombres” (Pro. 8,22-23)

Y estas del Eclesiástico (24,9): “Yo he salido de la boca del Altísimo y como una nube he cubierto la tierra. He plantado mi tenda en las alturas, mi trono en una columna de nubes. Yo sola he recorrido todo el giro del cielo, he paseado por las profundidades de los abismos. Antes de los siglos, desde el Principio, El me creó y por toda la Eternidad no dejaré de ser”.

En el “Credo” la Iglesia confiesa quien es María y cual es su puesto excelso y único, decisivo, en el Proyecto de Dios. María es criatura, como lo es la Stma. Humanidad de Jesús. Entre la criatura y el Creador la diferencia es esencial, la distancia es infinita. La criatura no es “una parte” del Creador. Nosotros no somos algo de lo que es Dios, sino de como es Dios. A Dios se le debe culto de “latría”, o sea, de adoración; a los Santos y a los Angeles de “dulía”, de veneración, mientras que a María es de “hiperdulía”, de super-veneración, no de adoración.
Dios la creó Inmaculada por motivo de la misión única a la que la llamaba: a ser la Madre de Jesús.

Cuando Jesús, a los 30 años, después de ser bautizado en el Jordán, fue a Jerusalén y expulsó del Templo a los mercaderes, los sacerdotes le dijeron “«¿Qué señal das para obrar así?». Respondió Jesús: «Destruid este Templo y en tres días lo levantaré». Le replicaron los judíos: «Este templo ha sido construido en cuarenta y seis años ¿y tú vas a levantarlo en tres días?». Pero El hablaba del Templo de su cuerpo” (Jn 2,18-21). Notemos que Jesús tenía 30 años, más los 16 años que tenía María cuando El nació, son los 46 años del Templo de su cuerpo: Dios lo construyó a partir de la inmaculada concepción de María. Todo lo que Jesús es como Hombre se lo debe a su Madre.

Porque María no sólo es la Inmaculada, sino la Llena de Gracia. Así lo dice la Iglesia en el Prefacio de su Fiesta: “Tú has preservado a la Virgen María de toda mancha del pecado original, para que, llena de Gracia, fuese digna Madre de tu Hijo”. Ser Inmaculada dependió sólo de Dios, mientras que ser la Llena de Gracia dependía también de Ella. Dios ha tenido “la iniciativa” eterna de crearla, pero inmediatamente Ella ha respondido. Al Anuncio del Angel María dijo “Héme aquí, hágase en mí” (“Fiat mihi”) porque esa fue su respuesta desde el primer instante de su existencia. Si en el momento de la Anunciación dijo “no conozco varón”, es porque habría podido decir “nunca me he conocido a mí misma, nunca he conocido mi querer humano”.

Una copa o un cáliz de cristal, perfecto, purísimo, sin defecto ni mancha, se dice que es “inmaculado”, pero no está hecho para estar vacío, sino para ser “llenado”. Y María se ha dejado llenar de Dios (Llena de Grazia) para así poder corresponder a Dios y darle a Dios lo que es de Dios. Todo lo que Jesús es como Hombre se lo ha dado su Madre, y su Maternidad no es sólo biológica o humana, sino “Maternidad Divina”, aunque Ella sea una persona humana. Su Fecundidad Virginal respecto al Hijo de Dios, el Verbo eterno, es la misma idéntica Fecundidad eterna y virginal de Dios Padre (por eso es “Divina”). No obstante ser Ella una persona humana, fruto de lo mejor que Dios es capaz de crear y plasmar y amar, y sin embargo el Amor de María, su Querer, por tanto su Fruto, es bendito y Divino, porque desde el primer instante se dejó vivificar por el Querer mismo de la Stma. Trinidad. Todos los actos de su existencia tienen valor y alcance divino, porque son fruto de ese Querer Divino, que Ella no tiene por naturaleza, sino por Gracia recibida: María es “la Llena de Gracia”, objeto de la Gracia Divina y depositaria de todo lo que Dios es capaz de dar por Gracia, de la plenitud de la Gracia.

María no es tanto Madre de Dios porque ha concebido el Cuerpo y la Sangre de Jesús, sino porque Jesús es Dios. Y no sólo Madre de Jesús por nueve meses, ni sólo durante la infancia de Jesús o durante los 33 años de su vida terrena, ni sólo hasta su muerte, sino también en su Resurrección y después de su Ascensión; es decir, por todo el tiempo que Jesús es Jesús, o sea, desde siempre y para siempre. ¡María es Madre Divina, aunque Ella no sea ninguna de las Tres Divinas Personas que son un solo Ser, el único e indivisible Dios!
Y ahora… quiere seguir haciendo de Madre a Jesús, o sea, darle la vida en su Cuerpo Místico (Madre de la Iglesia), en nosotros, en cada uno de nosotros, y por eso dice con las palabras que San Pablo ha tomado de Ella: “Hijitos míos, que Yo de nuevo doy a luz con dolor hasta que no vea a Cristo formado en vosotros” (Gál 4,19), y nosotros le decimos: “Oh María, concebida sin pecado, ruega por nosotros, que recurrimos a Tí”.

Y como la Inmaculada desde el primer instante de su existencia se dió a Dios y Dios se dió totalmente a Ella, así nosotros, sus hijos, debemos hacer ahora y cada día: renovar nuestra plena consagración a Ella y con Ella a la Voluntad de Dios, para que también en nosotros el Señor pueda establecer su morada y formar su Vida. Digámosle:

Oh María, Madre de Jesús y Madre mía, yo te entrego y te consagro mi vida, como hizo tu Hijo Jesús. Me abandono a tu derecho de Madre y a tu poder de Reina, a la Sabiduría y al Amor con que Dios te ha colmado, renunciando totalmente al pecado y a aquel que lo inspira, y entrego a Tí mi voluntad humana, para que Tú la conserves en tu Corazón Materno y la ofrezcas al Señor junto con il sacrificio que Tú has hecho de Ti misma y de tu voluntad. En cambio enseñame a hacer como Tú la Voluntad Divina y a vivir en Ella. ¡Amén!

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