El Tesoro escondido en un campo

Hemos hablado de “consagración a la Divina Voluntad” como acto de acogerla para que nos transforme. El verdadero espíritu de la consagración nos lo enseña el Evangelio con algunas parábolas muy bellas y muy claras. El Reino de los Cielos (o sea, de la Divina Voluntad) es como un tesoro escondido en un campo, que un hombre encuentra. Cuando lo halla y se da cuenta de que es el verdadero gran tesoro capaz de transformarle la vida, ya no le importa nada, sólo le interesa comprar el campo para tener el tesoro: entonces corre a vender todo lo que tiene para comprar el campo. Pues bien, el tesoro lo tenemos en el campo de los Escritos de Luisa y es la Divina Voluntad como vida. Por eso Jesús le dice:

“Te he hablado siempre de mi Querer y de los efectos sublimes e indescriptibles que mi Querer contiene, que a nadie hasta ahora he manifestato. Hojea cuantos libros quieras y verás que en ninguno se encuentra lo que te he dicho a ti de mi Voluntad(12.09.1913) 

Según eso, quien se presenta como maestro o como “profeta” (según él, o ella) de la Divina Voluntad pierde el tiempo; ¡de “pequeña Hija de la Divina Voluntad” no hay más que una! Y para nosotros, si de verdad hallamos el tesoro, ninguna otra cosa tiene ya importancia, no pensamos ya en ella, no tenemos ya interés ni tiempo que dedicar a otras cosas, porque toda nuestra atención y nuestro deseo es poder conseguir ese tesoro. Todo lo demás es relativo, todas las otras cosas son sólo medios, pero tener la Divina Voluntad como vida es el fin.

¿Con qué cosa puedo comprar ese tesoro? Con la única cosa que puedo decir que es mía, mi voluntad. Puedo pagar sólo con mi voluntad para poder tener la Suya. ¿No es eso un intercambio de dones? El Señor también ha dicho: “El que quiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga”. Niéguese a sí mismo, o sea, no le dé espacio ni vida a su propia voluntad, abrace cada día la Voluntad Divina (que de esa forma crucifica la nuestra) y le mire sólo a El para seguirle, para hacer lo que Jesús ha hecho. Cada cosa que sucede, permitida por el Señor, es una gracia, una ocasión extraordinaria para encontrarle y unirnos a El.

Por eso en los diez primeros volúmenes de Luisa, si bien a veces el Señor ya habla de su Voluntad y dice algunas cosas muy importantes, indicandola como la méta y la finalidad, en general habla de las diferentes virtudes, en cuanto que sirven para “modelar” la voluntad humana, dandole la forma divina necesaria. En esos volúmenes vemos continuamente a Luisa como víctima; eso puede impresionar mucho, pero no tiene que ver con nosotros, digamos así, porque no es problema nuestro, no somos víctimas como ella; eso era su principal problema, era su primera misión, pero nosotros no tenemos exactamente esa vocación de la forma como ella la tuvo. Eso lo debemos comprender cuando leemos los primeros volúmenes, pero nosotros necesitamos saber y comprender qué es lo que debemos sacrificar o vender para comprar el Tesoro.

En efecto, conviene siempre (y es mi consejo) leer los primeros 10 volúmenes, empezando por el “Cuaderno de Memorias de la infancia”, y al mismo tiempo el volumen 11° y siguentes, porque los volúmenes 11° y 12° presentan el tesoro para enamorarnos de él y desearlo. Los primeros diez volúmenes nos enseñan lo que debemos perder, nos enseñan a renunciar a nosotros mismos, y eso es lo que hacen las virtudes cristianas, como el Señor le explica a Luisa. Nos hacen comprender cómo debemos liberarnos de nuestra voluntad bajo tantos aspectos, bajo el aspecto de la obediencia, de la humildad, de la paciencia, de la caridad, de la constancia, etc, y todas las virtudes cristianas indican la manera de dominar nuestra voluntad y no darle vida, para que pueda tener vida la Voluntad Divina. Pero a partir del volumen 11° se ve cada vez más el tesoro maravilloso que adquirir.

La gran Noticia de la Divina Voluntad que ahora Dios nos presenta como Vida y no sólo como Ley, se ha de transmitir en un primer momento “de persona a persona”. Después, más adelante, llegará el momento de darla por escrito para que el otro entre personalmente en contacto con esas extraordinarias verdades, recordando la promesa de Jesús al final de su “Llamado del Rey Divino”:

“Os ruego, hijos míos, que leáis con atención estas palabras que os pongo delante y sentiréis la necesidad de vivir de mi Voluntad. Yo me pondré a vuestro lado cuando leáis y os tocaré la mente, el corazón, para que comprendáis y decidáis querer el Don de mi Fiat Divino”.

Así se propagó el Evangelio, antes aún de ser escrito. Los discípulos sintieron la necesidad de compartir con los demás la alegría de haber encontrado el Tesoro, y se hicieron evangelizadores, evangelio vivo, y la gente veía y decía: “¡Míra, cómo se aman!” Luego llegaron los Apóstoles y después los Evangelios escritos. Lo mismo es con los Escritos de Luisa. De lo contrario el peligro es que se vea sólo como “ideología” y no como Verdad vivida, indiscutible por ser vivida.

Todo es necesario, cada volumen. Van precedidos por la estupenda síntesis del Mensaje, que son los tres Llamados y yo aconsejo de empezar siempre por ellos. Penetrando en los volúmenes (por ejemplo, en el 12° o en el 15°) comprendemos por qué el primero empieza con “la novena de Navidad”, porque en realidad todo parte del decreto eterno de la Encarnación del Verbo, que por nuestro pecado (el querer humano) tuvo que hacerlo como Redentor y “el Varón de dolores”. Los primeros volúmenes hacen ver todos los daños causados por el querer humano separado del Divino, y conducen al verdadero morir a nosotros mismos, si queremos dar vida en nosotros al Querer Divino, que a partir del 11° empieza a surgir como “el gran Día del Señor”…

Perder nuestro querer humano y adquirir el Querer Divino es lo que dijo San Juan Bautista: conviene que El crezca y yo disminuya. El debe llenar todo mi ser y mi vida, yo debo dejar totalmente el puesto a Jesús, debo ser como una vestidura que Lo cubre, como otra humanidad suya. De esa forma yo no debo vivir mi vida por mi cuenta, por mi iniciativa, sino que debo dejar que el Señor la viva en mí. Yo he de ser para El come una “Especie sacramental”, su morada, El debe ser el dueño de la casa; yo he de ser el contenedor y El el contenido. Entonces el Señor, tan humilde, tan bueno, tan misericordioso, se adapta a nosotros, al contenedor, se adapta a nuestra capacidad, a nuestra inteligencia, a nuestra psicología, etc., como un líquido se adapta al volumen y a la forma de la botella que lo contiene. El se adapta a nuestra pequeñez, a nuestros límites, a nuestra mentalidad, a nuestro modo de sentir, de reaccionar, de hablar… El se adapta a nosotros, pero eso es sólo el comienzo, porque por justicia quiere que también nosotros hagamos lo mismo, que también nosotros nos adaptemos a El. El quiere vivir en nosotros, acepta adaptarse a nuestra condición humana, a nuestra forma y nuestros límites, pero quiere que también nosotros perdamos nuestra forma de pensar, de amar, de sentir, de sufrir, de orar, de todo; debemos perder nuestra forma humana para adquirir cada vez más la Suya divina

Primero El, el Rey, viene a vivir en nuestra mísera choza y se adapta con tanta humildad, con tanto amor, con tanta paciencia a vivir en nosotros, a hacer con nosotros nuestras cosas, a compartir nuestra vida. Así le invitamos cada día diciendo: “ven, Divina Voluntad, a pensar en mi mente, a hablar en mi voz, a obrar en mis manos”, etc. El Señor se humilla para hacer eso, pero luego El dice: “bien, hijo mío, ahora ven tú a vivir conmigo en mi Palacio real; por tanto, olvídate de tu pequeña choza, ven a tomar posesión de mi Reino, ven a ver lo que hago Yo para que aprendas de Mí y me acompañes en todo…”

Sin embargo nosotros no vamos a vivir enseguida de modo definitivo; lo hacemos algunas veces al día, dos, tres, cinco veces, cuando nos acordamos, y esas veces nos asomamos apenas un poco… Después, poco a poco cada vez más, hasta que estemos más tiempo despiertos en su Palacio que no en nuestra mísera chabola, hasta que la olvidemos, porque viviremos ya siempre habitualmente en el Palacio del Rey como hijos suyos… Entonces nos adaptaremos a El: a vestir como El se viste, a comer lo que es su Alimento, a obrar como El obra, a cuidar de todo, a reinar, a sufrir y a amar como El, a tener sus gustos, su felicidad, su poder y su gloria. 

Primero, la Divina Voluntad es la que, llamandola, viene a hacer en nosotros todo lo que hacemos, por tanto, se adapta a nosotros, es la protagonista; pero después, cuando ya nos ha preparado suficientemente y nosotros siempre más queremos visitar Su palacio, cuando le hemos dado suficientes pruebas seguras de que no queremos más que su Voluntad y sentimos no saber vivir ya fuera de Ella, entonces somos nosotros los que nos adaptamos a su modo de ser y de vivir. Sólo entonces llega de verdad el tiempo en que la oración se vuelve espontáneamente ese famoso “girar o pasear” por las obras de Dios, es decir, empezamos a recorrer con el Señor todo lo que ha hecho, su Vida, sus obras, la Creación, la Redención, la Santificación, para darle respuesta de amor por todo y por todos, para conocer y poseer todo lo Dios nos da y por lo que debemos corresponderle. Y al recorrer todas sus obras, vemos que las ha hecho con tanto amor por nosotros y que espera una respuesta de amor universal en esas mismas cosas, que le demos las “gracias” con su misma gratitud, le abracemos con su Inmensidad, le alabemos con su Sabiduría, lo glorifiquemos con su misma Gloria, le amemos con su mismo eterno Amor. Así, primero El se adapta a nosotros, y luego quiere que nosotros nos adaptemos a El. 

La primera parte es ese tipo de oración: “Ven, Divina Voluntad, a vivir en mí”, etc., Sí, todo eso es bello, es importante, es necesario, pero es sólo el comienzo. Después, con el deseo y la disponibilidad se va creciendo en conocimiento, en sabiduría, en amor, como Jesús (que crecía en edad, sabiduría y gracia).

Para eso es necesario leer mucho los Escritos de Luisa y compartir con Jesús todo lo que es Suyo. Sólo entonces empezamos a sentir que todas esas cosas del Señor, las obras de Dios, nos pertenecen, son nuestras y así las reconocemos y amamos, y sólo así podemos hablar de “hacer giros o paseos” en la Divina Voluntad; pero si eso aún no está, es inutil, no sirve decir que se hacen “los giros”. “Los giros” se hacen a medida que va muriendo la voluntad humana. Son sólo un modo de decir, una cancioncita aprendida de memoria… La voluntad humana debe existir sólo para dar espacio en sí a la Voluntad Divina, para identificarse con Ella. Los giros” los puede hacer sólo quien hace la Voluntad Divina. Si el Señor te da “su avión”, tú no puedes volar ni aprender mientras sigas con “tu bicicleta”. El Señor dice: “¿pero giros de qué cosa, si todavía no me conoces, si no conoces mis obras, si aún vives en tu chabola? Tú no sabes lo que hay en el Palacio del Rey, hasta que no dejes de verdad tu choza, tu voluntad, y vengas a vivir en mi Palacio, en el Palacio real, no sabes lo que hay en mi Reino”.

Nuestros deseos deben ser grandes, de verdad sinceros, dispuestos a cualquier cosa, deben ser grandes, nobles, generosos; y a la vez debemos tener total disponibilidad, que no es decirle al Señor cómo tiene que hacer El, sino dejarle que haga todo en nosotros, como le dice a Luisa: “el verdadero y perfecto abandono dice con obras: mi vida es tuya y de la mía ya no quiero saber nada”. Eso es lo que podemos presentar: deseos y disponibilidad.

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