La Parusía, o la Segunda Venida del Señor y el cumplimiento del Reino de Dios prometido en el «Padre Nuestro»
¿Qué son la doble muerte y la doble resurrección?
El hombre, pecando, ha herido y profanado la imagen divina que lleva en sí y ha perdido la semejanza divina. El hombre dejó de ser semejante a Dios porque quiso hacer su voluntad y no la de Dios (prefirió su propio querer contra el Querer de Dios). Pecó y, perdiendo la Vida sobrenatural (la Gracia), pierde por consiguiente también la vida natural. Su voluntad humana se separó de la Voluntad Divina; por eso el alma se separa del cuerpo.
Muere el alma espiritual e immortal (en el sentido que pierde la Vida Divina) y por tanto muere también el cuerpo (cuando el alma lo abandona). Así, hay una doble muerte: la del alma y la del cuerpo. La muerte del alma es el pecado; la muerte del cuerpo es su consecuencia. Por eso la Redención ha exigido que Nuestro Señor Jesucristo tomara nuestra doble muerte en su Vida y en su Pasión: la Pasión de su Alma y la de su Cuerpo.
El pecado es rechazar la Voluntad de Dios y Jesús lo ha cancelado con su adhesión perfecta a la Voluntad del Padre; las consecuencias del pecado son la pérdida de todos los bienes sobrenaturales, preternaturales y naturales, culminando en la muerte, y Jesús la ha destruido en El mediante su Pasión y su Muerte, en un crescendo desde que se encarnó.
Esa doble muerte corresponde a las dos dimensiones de la existencia humana: una es en el tiempo de la prueba, la otra es para siempre, más allá de esta vida. Son muerte temporal y muerte eterna, que no significa absolutamente “volver a la nada”, sino perder a Dios para siempre, con todas sus consecuencias.
De la primera muerte, que es universal (fruto del pecado original) “ningún hombre viviente puede escapar”, pero al final de la historia (el fin del mundo) será la resurrección universal de los cuerpos, porque cada uno irá –cuerpo y alma– al destino definitivo, elegido por él: “Vendrá la hora en que todos aquellos que estan en los sepulcros oirán su voz y saldrán: los que hicieron el bien para una resurrección de vida y los que hicieron el mal para una resurrección de condena” (Jn 5,28-29).
De la segunda, que es separación de Dios, es posible liberarse mientras dura esta vida, mediante el verdadero arrepentimiento, la reconciliación con Dios y su perdón divino (dado por medio de la Iglesia). Pero si termina el tiempo de la prueba y el hombre muere sin la Gracia, sin pedir perdón y sin invocar la Divina Misericordia, el choque con la Justicia se traduce en muerte eterna, rechazo de Dios para siempre. Esa es la segunda muerte, que no tiene remedio (Apoc 20,14).
Y como hay una doble muerte, hay también una doble resurrección. La espiritual no sólo es recuperar la Gracia, sino aún más es el regreso del hombre “al orden primordial de la Creación”, tener como vida la Divina Voluntad. La segunda será la transformación gloriosa del cuerpo, al fin del mundo.
Las dos Venidas de nuestro Señor
De ser hijo de Dios por gracia el hombre se hizo pecador, rebelde, y arrepentido pudo ser admitido sólo como siervo, en espera de la Redención.
Con la Redención, Jesucristo ha reparado y salvado la imagen divina en el hombre. Con abrir las puertas de su Reino, Jesucristo da de nuevo la semejanza divina al hombre que lo acoge. Y el Reino es que la misma Voluntad de Dios sea la vida del hombre (por un don de gracia).
Dos son las Venidas del Señor: La primera, como Redentor; la segunda, como Rey. En su primera venida como Redentor reparó la imagen divina, deformada y casi irreconocible en el hombre; en la segunda venida como Rey, le restituye la semejanza divina perdida, conduciendo al hombre que lo acoge al orden, al puesto que Dios le ha asignado y a la finalidad para la que lo ha creado.
La primera venida del Señor fue para salvar al hombre, abriendo de nuevo las puertas del Cielo, para que el que quiera entre. La segunda venida es para salvar el Decreto eterno de su Reino, haciendo bajar el Cielo y renovando la faz de la tierra.
Fruto de su primera venida es dar de nuevo la vida divina de la Gracia, haciendo que el hombre sea hijo de Dios (la primera resurrección); fruto de su segunda venida es dar al hombre en Gracia la posesión de su Reino, la plenitud de los bienes de la Creación, de la Redención y de la Santificación.
La primera venida (o “Adviento”) del Señor fue en la “Plenitud de los tiempos”.
Su segunda venida (o “Parusía”) es al “fin de los tiempos”, fin de los tiempos de espera y llegada del Tiempo tan esperado, fin de los tiempos de angustia y llegada del tiempo del cumplimiento del Reino, como dijo San Piedro: “Arrepentíos y cambiad de vida, para que sean cancelados vuestros pecados y así pueda llegar el tiempo de la consolación de parte de Dios y El mande Aquel que os había destinado como Mesías, es decir Jesús. El ha de ser acogido en el cielo hasta el tiempo de la restauración de todas las cosas”. (Hechos, 3,19-21).
Por eso hay que distinguir los tiempos de la historia:
1°, el comienzo de los tiempos o comienzo del mundo;
2°, “la plenitud de los tiempos”;
3°, “el fin de los tiempos”,
4°, el fin del mundo (o de la historia).
Estre estos dos últimos hay un tiempo glorioso, muy largo, en que se ha de cumplir el Reino de Dios prometido en el Padrenuestro, el Reino de su Voluntad “en la tierra como en el Cielo”. Es lo que el Apocalipsis llama “el Milenio”. Imagen y profecía del mismo fueron los cuarenta días que Jesús Resucitado y glorioso quiso estar en la tierra antes de su Ascensión al Cielo.
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