Maria

La Inmaculada Madre de Dios y Madre nuestra

La Navidad es precedida y preparada por la fiesta de la Inmaculada, porque en realidad la Encarnación del Señor empezó con la inmaculada concepción de la Criatura que había de ser su Madre. “No separe el hombre lo que Dios ha unido”, en primer lugar Jesús y María. El no se explica sin Ella ni Ella sin El. “El que me ve a Mí ve al Padre”, ha dicho Jesús, e igualmente María puede decir “el que me ve a Mí ve a mi Hijo”.

Contemplemos hoy este Prodigio del Amor de Dios, la Inmaculada. El Proyecto eterno de Dios, que parte de la Encarnación del Verbo, de hecho empieza con la creación de María para que fuera su Madre.

Todos hemos sido creados por Dios, “a su imagen y semejanza”, como Adán, con una diferencia no pequeña: que nosotros hemos venido al mundo “en fuera de juego”, privados de la Vida divina a causa del pecado original cometido por nuestros primeros padres, y con todas sus consecuencias: debilidades, pasiones desordenadas, ignorancia, fragilidad y muerte. Nada de todo eso tenían Adán y Eva, creados inmaculados como hijos de Dios, pero por su pecado perdieron todo, se redujeron a la más grande miseria: sin la relación de hijos con Dios como Padre. Mientras que el origen de María es absolutamente más alto, incomparable: no sólo creada Inmaculada, sino con una vocación única: la de ser Madre de Dios.

En efecto, en la relación de Amor y de Vida que une al Padre y al Hijo, el Padre manifiesta y comunica todo lo que El es al Hijo, todas sus infinitas perfecciones… Todo le da, menos una cosa que “no puede” darle, porque sería contradictorio: el ser Padre del Verbo, puesto que el Hijo no podría ser “Padre de Sí mismo”. Ni tampoco puede darla al Espíritu Santo, porque El es “la Relación”, “el Vínculo”, “el Diálogo de Amor” entre el Padre y el Hijo… ¿Qué hacer? El Ser Divino, un único Ser perfectísimo, no necesita nada, no hay nada que añadirle o quitarle. Pero su Amor no está satisfecho si las Tres Divinas Personas no dan todo, si retienen algo. Y la solución ha sido que, sin necesidad de nada, sólo por amor, el Padre ha querido eternamente a otra persona, diferente del Hijo y del Espíritu Santo, una “cuarta persona”, a la que poder comunicar o con la cual poder compartir Su condición personal de Padre del Verbo. Una persona por lo tanto externa a la Stma. Trinidad, una persona creada aposta para desahogar su Amor: en esta Criatura excepcional la Paternidad Divina, su Fecundidad Virginal se llama “Maternidad Divina”, ¡pero es precisamente la misma!

En el orden natural, la mujer fue creada por Dios después de haber sido creado el hombre, Eva fue creada después de Adán, la mujer viene por último y completa la Creación, mientras que en el orden sobrenatural María, la Mujer (con mayúscula) es la que viene en primer lugar y precede al Hombre, es decir, María precede a Cristo y la Encarnación del Hijo de Dios es el verdadero motivo por el que existe la Creación.
Si “el río” de la humanidad que empezó con Adán y Eva fue envenenado por ellos desde la fuente con el pecado original, no tocó a María, porque Ella con su Hijo están “más arriba” de la fuente. Si Jesús dijo “antes de que Abrahám fuera Yo Soy” (e igualmente habría podido decir “antes de que Adán fuese creado Yo Soy”), así María podría decir “antes de que Eva fuera Yo soy”. En sus apariciones en Tre Fontane (Roma), en 1947, Ella se presentó diciendo: “Yo soy la que es en el seno de la Divina Trinidad”. La Inmaculada tiene su origen en Dios. María, antes de ser concebida en el seno de su madre Santa Ana, fue concebida en el Seno de las Tres Divinas Personas.

La Iglesia le ha aplicado siempre a Ella estas palabras del libro de los Proverbios: “El Señor me ha creado al principio de su camino, antes de todas sus obras, desde entonces. Desde la eternidad he sido constituida, desde el principio, antes del origen de la tierra. Cuando todavía non existían los abismos, Yo fui engendrada; cuando aún no había fuentes llenas de agua, antes de que quedaran fijadas las bases de los montes, antes de las colinas Yo he sido engendrada, antes de que hiciera la tierra y los campos, antes de los primeros elementos del mundo. Cuando El fijaba los cielos, allí estaba Yo; cuando trazaba un círculo sobre la faz del abismo, cuando condensaba las nubes en lo alto, cuando establecía las fuentes del abismo, cuando le ponía al mar sus límites, para que las aguas no traspasaran sus orillas; cuando disponía los cimientos de la tierra, Yo estaba con El entonces come arquitecto y era su delicia cada día, me gozaba en su presencia en todo instante, me recreaba con el globo de la tierra, poniendo mis delicias en los hijos de los hombres” (Pro. 8,22-23)

Y estas del Eclesiástico (24,9): “Yo he salido de la boca del Altísimo y como una nube he cubierto la tierra. He plantado mi tenda en las alturas, mi trono en una columna de nubes. Yo sola he recorrido todo el giro del cielo, he paseado por las profundidades de los abismos. Antes de los siglos, desde el Principio, El me creó y por toda la Eternidad no dejaré de ser”.

En el “Credo” la Iglesia confiesa quien es María y cual es su puesto excelso y único, decisivo, en el Proyecto de Dios. María es criatura, como lo es la Stma. Humanidad de Jesús. Entre la criatura y el Creador la diferencia es esencial, la distancia es infinita. La criatura no es “una parte” del Creador. Nosotros no somos algo de lo que es Dios, sino de como es Dios. A Dios se le debe culto de “latría”, o sea, de adoración; a los Santos y a los Angeles de “dulía”, de veneración, mientras que a María es de “hiperdulía”, de super-veneración, no de adoración.
Dios la creó Inmaculada por motivo de la misión única a la que la llamaba: a ser la Madre de Jesús.

Cuando Jesús, a los 30 años, después de ser bautizado en el Jordán, fue a Jerusalén y expulsó del Templo a los mercaderes, los sacerdotes le dijeron “«¿Qué señal das para obrar así?». Respondió Jesús: «Destruid este Templo y en tres días lo levantaré». Le replicaron los judíos: «Este templo ha sido construido en cuarenta y seis años ¿y tú vas a levantarlo en tres días?». Pero El hablaba del Templo de su cuerpo” (Jn 2,18-21). Notemos que Jesús tenía 30 años, más los 16 años que tenía María cuando El nació, son los 46 años del Templo de su cuerpo: Dios lo construyó a partir de la inmaculada concepción de María. Todo lo que Jesús es como Hombre se lo debe a su Madre.

Porque María no sólo es la Inmaculada, sino la Llena de Gracia. Así lo dice la Iglesia en el Prefacio de su Fiesta: “Tú has preservado a la Virgen María de toda mancha del pecado original, para que, llena de Gracia, fuese digna Madre de tu Hijo”. Ser Inmaculada dependió sólo de Dios, mientras que ser la Llena de Gracia dependía también de Ella. Dios ha tenido “la iniciativa” eterna de crearla, pero inmediatamente Ella ha respondido. Al Anuncio del Angel María dijo “Héme aquí, hágase en mí” (“Fiat mihi”) porque esa fue su respuesta desde el primer instante de su existencia. Si en el momento de la Anunciación dijo “no conozco varón”, es porque habría podido decir “nunca me he conocido a mí misma, nunca he conocido mi querer humano”.

Una copa o un cáliz de cristal, perfecto, purísimo, sin defecto ni mancha, se dice que es “inmaculado”, pero no está hecho para estar vacío, sino para ser “llenado”. Y María se ha dejado llenar de Dios (Llena de Grazia) para así poder corresponder a Dios y darle a Dios lo que es de Dios. Todo lo que Jesús es como Hombre se lo ha dado su Madre, y su Maternidad no es sólo biológica o humana, sino “Maternidad Divina”, aunque Ella sea una persona humana. Su Fecundidad Virginal respecto al Hijo de Dios, el Verbo eterno, es la misma idéntica Fecundidad eterna y virginal de Dios Padre (por eso es “Divina”). No obstante ser Ella una persona humana, fruto de lo mejor que Dios es capaz de crear y plasmar y amar, y sin embargo el Amor de María, su Querer, por tanto su Fruto, es bendito y Divino, porque desde el primer instante se dejó vivificar por el Querer mismo de la Stma. Trinidad. Todos los actos de su existencia tienen valor y alcance divino, porque son fruto de ese Querer Divino, que Ella no tiene por naturaleza, sino por Gracia recibida: María es “la Llena de Gracia”, objeto de la Gracia Divina y depositaria de todo lo que Dios es capaz de dar por Gracia, de la plenitud de la Gracia.

María no es tanto Madre de Dios porque ha concebido el Cuerpo y la Sangre de Jesús, sino porque Jesús es Dios. Y no sólo Madre de Jesús por nueve meses, ni sólo durante la infancia de Jesús o durante los 33 años de su vida terrena, ni sólo hasta su muerte, sino también en su Resurrección y después de su Ascensión; es decir, por todo el tiempo que Jesús es Jesús, o sea, desde siempre y para siempre. ¡María es Madre Divina, aunque Ella no sea ninguna de las Tres Divinas Personas que son un solo Ser, el único e indivisible Dios!
Y ahora… quiere seguir haciendo de Madre a Jesús, o sea, darle la vida en su Cuerpo Místico (Madre de la Iglesia), en nosotros, en cada uno de nosotros, y por eso dice con las palabras que San Pablo ha tomado de Ella: “Hijitos míos, que Yo de nuevo doy a luz con dolor hasta que no vea a Cristo formado en vosotros” (Gál 4,19), y nosotros le decimos: “Oh María, concebida sin pecado, ruega por nosotros, que recurrimos a Tí”.

Y como la Inmaculada desde el primer instante de su existencia se dió a Dios y Dios se dió totalmente a Ella, así nosotros, sus hijos, debemos hacer ahora y cada día: renovar nuestra plena consagración a Ella y con Ella a la Voluntad de Dios, para que también en nosotros el Señor pueda establecer su morada y formar su Vida. Digámosle:

Oh María, Madre de Jesús y Madre mía, yo te entrego y te consagro mi vida, como hizo tu Hijo Jesús. Me abandono a tu derecho de Madre y a tu poder de Reina, a la Sabiduría y al Amor con que Dios te ha colmado, renunciando totalmente al pecado y a aquel que lo inspira, y entrego a Tí mi voluntad humana, para que Tú la conserves en tu Corazón Materno y la ofrezcas al Señor junto con il sacrificio que Tú has hecho de Ti misma y de tu voluntad. En cambio enseñame a hacer como Tú la Voluntad Divina y a vivir en Ella. ¡Amén!

El Tesoro escondido en un campo

Hemos hablado de “consagración a la Divina Voluntad” como acto de acogerla para que nos transforme. El verdadero espíritu de la consagración nos lo enseña el Evangelio con algunas parábolas muy bellas y muy claras. El Reino de los Cielos (o sea, de la Divina Voluntad) es como un tesoro escondido en un campo, que un hombre encuentra. Cuando lo halla y se da cuenta de que es el verdadero gran tesoro capaz de transformarle la vida, ya no le importa nada, sólo le interesa comprar el campo para tener el tesoro: entonces corre a vender todo lo que tiene para comprar el campo. Pues bien, el tesoro lo tenemos en el campo de los Escritos de Luisa y es la Divina Voluntad como vida. Por eso Jesús le dice:

“Te he hablado siempre de mi Querer y de los efectos sublimes e indescriptibles que mi Querer contiene, que a nadie hasta ahora he manifestato. Hojea cuantos libros quieras y verás que en ninguno se encuentra lo que te he dicho a ti de mi Voluntad(12.09.1913) 

Según eso, quien se presenta como maestro o como “profeta” (según él, o ella) de la Divina Voluntad pierde el tiempo; ¡de “pequeña Hija de la Divina Voluntad” no hay más que una! Y para nosotros, si de verdad hallamos el tesoro, ninguna otra cosa tiene ya importancia, no pensamos ya en ella, no tenemos ya interés ni tiempo que dedicar a otras cosas, porque toda nuestra atención y nuestro deseo es poder conseguir ese tesoro. Todo lo demás es relativo, todas las otras cosas son sólo medios, pero tener la Divina Voluntad como vida es el fin.

¿Con qué cosa puedo comprar ese tesoro? Con la única cosa que puedo decir que es mía, mi voluntad. Puedo pagar sólo con mi voluntad para poder tener la Suya. ¿No es eso un intercambio de dones? El Señor también ha dicho: “El que quiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga”. Niéguese a sí mismo, o sea, no le dé espacio ni vida a su propia voluntad, abrace cada día la Voluntad Divina (que de esa forma crucifica la nuestra) y le mire sólo a El para seguirle, para hacer lo que Jesús ha hecho. Cada cosa que sucede, permitida por el Señor, es una gracia, una ocasión extraordinaria para encontrarle y unirnos a El.

Por eso en los diez primeros volúmenes de Luisa, si bien a veces el Señor ya habla de su Voluntad y dice algunas cosas muy importantes, indicandola como la méta y la finalidad, en general habla de las diferentes virtudes, en cuanto que sirven para “modelar” la voluntad humana, dandole la forma divina necesaria. En esos volúmenes vemos continuamente a Luisa como víctima; eso puede impresionar mucho, pero no tiene que ver con nosotros, digamos así, porque no es problema nuestro, no somos víctimas como ella; eso era su principal problema, era su primera misión, pero nosotros no tenemos exactamente esa vocación de la forma como ella la tuvo. Eso lo debemos comprender cuando leemos los primeros volúmenes, pero nosotros necesitamos saber y comprender qué es lo que debemos sacrificar o vender para comprar el Tesoro.

En efecto, conviene siempre (y es mi consejo) leer los primeros 10 volúmenes, empezando por el “Cuaderno de Memorias de la infancia”, y al mismo tiempo el volumen 11° y siguentes, porque los volúmenes 11° y 12° presentan el tesoro para enamorarnos de él y desearlo. Los primeros diez volúmenes nos enseñan lo que debemos perder, nos enseñan a renunciar a nosotros mismos, y eso es lo que hacen las virtudes cristianas, como el Señor le explica a Luisa. Nos hacen comprender cómo debemos liberarnos de nuestra voluntad bajo tantos aspectos, bajo el aspecto de la obediencia, de la humildad, de la paciencia, de la caridad, de la constancia, etc, y todas las virtudes cristianas indican la manera de dominar nuestra voluntad y no darle vida, para que pueda tener vida la Voluntad Divina. Pero a partir del volumen 11° se ve cada vez más el tesoro maravilloso que adquirir.

La gran Noticia de la Divina Voluntad que ahora Dios nos presenta como Vida y no sólo como Ley, se ha de transmitir en un primer momento “de persona a persona”. Después, más adelante, llegará el momento de darla por escrito para que el otro entre personalmente en contacto con esas extraordinarias verdades, recordando la promesa de Jesús al final de su “Llamado del Rey Divino”:

“Os ruego, hijos míos, que leáis con atención estas palabras que os pongo delante y sentiréis la necesidad de vivir de mi Voluntad. Yo me pondré a vuestro lado cuando leáis y os tocaré la mente, el corazón, para que comprendáis y decidáis querer el Don de mi Fiat Divino”.

Así se propagó el Evangelio, antes aún de ser escrito. Los discípulos sintieron la necesidad de compartir con los demás la alegría de haber encontrado el Tesoro, y se hicieron evangelizadores, evangelio vivo, y la gente veía y decía: “¡Míra, cómo se aman!” Luego llegaron los Apóstoles y después los Evangelios escritos. Lo mismo es con los Escritos de Luisa. De lo contrario el peligro es que se vea sólo como “ideología” y no como Verdad vivida, indiscutible por ser vivida.

Todo es necesario, cada volumen. Van precedidos por la estupenda síntesis del Mensaje, que son los tres Llamados y yo aconsejo de empezar siempre por ellos. Penetrando en los volúmenes (por ejemplo, en el 12° o en el 15°) comprendemos por qué el primero empieza con “la novena de Navidad”, porque en realidad todo parte del decreto eterno de la Encarnación del Verbo, que por nuestro pecado (el querer humano) tuvo que hacerlo como Redentor y “el Varón de dolores”. Los primeros volúmenes hacen ver todos los daños causados por el querer humano separado del Divino, y conducen al verdadero morir a nosotros mismos, si queremos dar vida en nosotros al Querer Divino, que a partir del 11° empieza a surgir como “el gran Día del Señor”…

Perder nuestro querer humano y adquirir el Querer Divino es lo que dijo San Juan Bautista: conviene que El crezca y yo disminuya. El debe llenar todo mi ser y mi vida, yo debo dejar totalmente el puesto a Jesús, debo ser como una vestidura que Lo cubre, como otra humanidad suya. De esa forma yo no debo vivir mi vida por mi cuenta, por mi iniciativa, sino que debo dejar que el Señor la viva en mí. Yo he de ser para El come una “Especie sacramental”, su morada, El debe ser el dueño de la casa; yo he de ser el contenedor y El el contenido. Entonces el Señor, tan humilde, tan bueno, tan misericordioso, se adapta a nosotros, al contenedor, se adapta a nuestra capacidad, a nuestra inteligencia, a nuestra psicología, etc., como un líquido se adapta al volumen y a la forma de la botella que lo contiene. El se adapta a nuestra pequeñez, a nuestros límites, a nuestra mentalidad, a nuestro modo de sentir, de reaccionar, de hablar… El se adapta a nosotros, pero eso es sólo el comienzo, porque por justicia quiere que también nosotros hagamos lo mismo, que también nosotros nos adaptemos a El. El quiere vivir en nosotros, acepta adaptarse a nuestra condición humana, a nuestra forma y nuestros límites, pero quiere que también nosotros perdamos nuestra forma de pensar, de amar, de sentir, de sufrir, de orar, de todo; debemos perder nuestra forma humana para adquirir cada vez más la Suya divina

Primero El, el Rey, viene a vivir en nuestra mísera choza y se adapta con tanta humildad, con tanto amor, con tanta paciencia a vivir en nosotros, a hacer con nosotros nuestras cosas, a compartir nuestra vida. Así le invitamos cada día diciendo: “ven, Divina Voluntad, a pensar en mi mente, a hablar en mi voz, a obrar en mis manos”, etc. El Señor se humilla para hacer eso, pero luego El dice: “bien, hijo mío, ahora ven tú a vivir conmigo en mi Palacio real; por tanto, olvídate de tu pequeña choza, ven a tomar posesión de mi Reino, ven a ver lo que hago Yo para que aprendas de Mí y me acompañes en todo…”

Sin embargo nosotros no vamos a vivir enseguida de modo definitivo; lo hacemos algunas veces al día, dos, tres, cinco veces, cuando nos acordamos, y esas veces nos asomamos apenas un poco… Después, poco a poco cada vez más, hasta que estemos más tiempo despiertos en su Palacio que no en nuestra mísera chabola, hasta que la olvidemos, porque viviremos ya siempre habitualmente en el Palacio del Rey como hijos suyos… Entonces nos adaptaremos a El: a vestir como El se viste, a comer lo que es su Alimento, a obrar como El obra, a cuidar de todo, a reinar, a sufrir y a amar como El, a tener sus gustos, su felicidad, su poder y su gloria. 

Primero, la Divina Voluntad es la que, llamandola, viene a hacer en nosotros todo lo que hacemos, por tanto, se adapta a nosotros, es la protagonista; pero después, cuando ya nos ha preparado suficientemente y nosotros siempre más queremos visitar Su palacio, cuando le hemos dado suficientes pruebas seguras de que no queremos más que su Voluntad y sentimos no saber vivir ya fuera de Ella, entonces somos nosotros los que nos adaptamos a su modo de ser y de vivir. Sólo entonces llega de verdad el tiempo en que la oración se vuelve espontáneamente ese famoso “girar o pasear” por las obras de Dios, es decir, empezamos a recorrer con el Señor todo lo que ha hecho, su Vida, sus obras, la Creación, la Redención, la Santificación, para darle respuesta de amor por todo y por todos, para conocer y poseer todo lo Dios nos da y por lo que debemos corresponderle. Y al recorrer todas sus obras, vemos que las ha hecho con tanto amor por nosotros y que espera una respuesta de amor universal en esas mismas cosas, que le demos las “gracias” con su misma gratitud, le abracemos con su Inmensidad, le alabemos con su Sabiduría, lo glorifiquemos con su misma Gloria, le amemos con su mismo eterno Amor. Así, primero El se adapta a nosotros, y luego quiere que nosotros nos adaptemos a El. 

La primera parte es ese tipo de oración: “Ven, Divina Voluntad, a vivir en mí”, etc., Sí, todo eso es bello, es importante, es necesario, pero es sólo el comienzo. Después, con el deseo y la disponibilidad se va creciendo en conocimiento, en sabiduría, en amor, como Jesús (que crecía en edad, sabiduría y gracia).

Para eso es necesario leer mucho los Escritos de Luisa y compartir con Jesús todo lo que es Suyo. Sólo entonces empezamos a sentir que todas esas cosas del Señor, las obras de Dios, nos pertenecen, son nuestras y así las reconocemos y amamos, y sólo así podemos hablar de “hacer giros o paseos” en la Divina Voluntad; pero si eso aún no está, es inutil, no sirve decir que se hacen “los giros”. “Los giros” se hacen a medida que va muriendo la voluntad humana. Son sólo un modo de decir, una cancioncita aprendida de memoria… La voluntad humana debe existir sólo para dar espacio en sí a la Voluntad Divina, para identificarse con Ella. Los giros” los puede hacer sólo quien hace la Voluntad Divina. Si el Señor te da “su avión”, tú no puedes volar ni aprender mientras sigas con “tu bicicleta”. El Señor dice: “¿pero giros de qué cosa, si todavía no me conoces, si no conoces mis obras, si aún vives en tu chabola? Tú no sabes lo que hay en el Palacio del Rey, hasta que no dejes de verdad tu choza, tu voluntad, y vengas a vivir en mi Palacio, en el Palacio real, no sabes lo que hay en mi Reino”.

Nuestros deseos deben ser grandes, de verdad sinceros, dispuestos a cualquier cosa, deben ser grandes, nobles, generosos; y a la vez debemos tener total disponibilidad, que no es decirle al Señor cómo tiene que hacer El, sino dejarle que haga todo en nosotros, como le dice a Luisa: “el verdadero y perfecto abandono dice con obras: mi vida es tuya y de la mía ya no quiero saber nada”. Eso es lo que podemos presentar: deseos y disponibilidad.

Para ser creíbles, no palabras, sino vida

Decíamos la vez pasada que el árbol de la Vida era la imagen de la Voluntad Divina y el árbol del conocimiento del bien y del mal (de un conocimiento que no es vida) era la imagen de la voluntad humana. En el entusiasmo inicial, debemos estar atentos para no resbalar, llenandonos la boca de palabras que no corresponden a una vida que nos transforme. “No el que dice «Señor, Señor», entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la Voluntad de mi Padre que está en los Cielos” (Mt 7,21) No el que dice “Divina Voluntad, Divina Voluntad, Fiat, Fiat”, sabe lo que dice. Lo sabe quien lo vive y en la medida que lo vive. Hay ahora personas que se hacen maestros de Divina Voluntad, pero antes hace falta ser discípulos. No basta decir: “ya he hecho mi consagración a la Divina Voluntad”, o bien: “ya he leido todos los escritos de Luisa”, para vivir de verdad en la Voluntad Divina. Si no le damos todo el espacio, toda la libertad de hacer en nosotros lo que quiera, no podemos decir que vivimos en Ella.

Es como una persona –lo dice también Luisa– que tiene sus sentidos, la vista, el oido, la lengua, las manos, los pies, el respiro, el palpitar del corazón, pero todas esas cosas no funcionan y no se mueven por propia iniciativa, la criatura es quien las mueve o hace que las mueva la Voluntad Divina. Esta ha de poder mover nuestros ojos, dar vida en nosotros a la palabra, vivir en nuestra respiración… Imaginemos nuestro cuerpo come un vestido que nos cubre y en el que nos hallamos: el vestido no se mueve se nosotros no queremos. Si un sentido o un miembro de nuestro cuerpo se moviera contra nuestra voluntad sería un verdadero problema. Nuestro cuerpo es el vestido de nuestro espíritu, no debe tener vida por su cuenta, sino que debe dejarse mover por nosotros que vivimos en él. Así Dios desea vivir en nosotros, que seamos para El como su morada; por tanto no debemos hacer nada por nuestra cuenta ni con nuestra voluntad, ni siquiera un movimiento, sino todo con la Suya, porque entonces Dios dice: ¿no soy Yo aquí el Rey, no soy Yo el dueño? Esto es un punto esencial. Es necesario este perfecto abandono.

Nos llega la noticia de esta Voluntad Divina como el don de vida que Dios quiere darnos para que sea nuestra vida; es demasiado poco para El que cumplamos fielmente todo lo que nos pide. El desea compartirla con nosotros para que sea en nosotros lo que es en El, la fuente de todo lo que El hace, de todo bien y felicidad.

Este es el anuncio de su Reino. La noticia es señal de que Dios quiere darnosla de verdad, porque quiere que seamos sus hijos; por tanto debemos acogerla, creerla con toda sencillez y darle enseguida nuestra respuesta.

Y luego, ¿qué más hemos de hacer? ¿Qué pasos, cómo avanzar? A medida que conocemos algo lo apreciamos, lo deseamos, lo buscamos, lo hacemos nuestro. Para conocer las verdades maravillosas que el Señor ha querido manifestar sobre esta gran noticia, debemos leer lo que hizo escribir a Luisa, porque en ningún otro libro se encuentran: así lo ha querido. Leyendolas, nuestra mente no piensa en nosotros sino en El, se ocupa de sus cosas, se enamora cada vez más de El. La luz es un don de Dios y también los ojos son don suyo, pero abrirlos o cerrarlos depende de nosotros. Si ante estas primeras noticias la mente se queda fría, indiferente o, peor aún, reacciona cerrandose o rechazandolas, es señal de que hay algún problema grave en la conciencia. Conocerlas depende siempre de lo que nosotros realmente queremos, este es el secreto: ¿qué es lo que de verdad queremos? No importa lo que pasa a nuestro alrededor, si los demás ayudan o crean problemas o dificultades, no importa; lo importante es lo que nosotros de verdad, seriamente queremos, nuestra respuesta personal a Dios.

 Para conocer como es de verdad nuestra respuesta personal a Dios, es muy importante preguntarle: “Señor, podrías Tú pedirme algo, que yo no quisiera darte?” Cuando pensamos ésto, descubrimos donde está nuestro verdadero tesoro, porque ahí está nuestro corazón (Mt 6,21); vemos si nuestra voluntad es libre o está atada por alguna cosa. Cuando seriamente, con sinceridad decimos: “Señor, Tú me puedes pedir todo, mis cosas, la salud, las personas queridas, la vida, puedes pedirme cualquier cosa, que yo ya desde ahora te la doy”  (…aunque tal vez después no me la pida),  entonces el Señor encuentra nuestra puerta abierta para poder entrar, y entonces todo está bien.

El problema no es lo que decimos, sino lo que comprendemos, lo que queremos, eso es lo importante. Nuestra respuesta puede ser con otras palabras, pero siempre ese ha de ser el deseo: “Señor, no se haga mi voluntad, sino la Tuya. Que tu Voluntad sustituya totalmente la mía, que tome el puesto de la mía, que la mía esté como si no estuviera, como muerta, para que Tú puedas realizar tu Vida en mí”.

Para responder al Señor, para consagrarnos a la Divina Voluntad podemos servirnos de pocas o de muchas palabras, pero las oraciones que se dicen, las ceremonias o le cosas externas no son las que deciden por nosotros. La decisión está siempre dentro del alma; comprender y desear, conocer y querer, eso está dentro de nosotros. Lo que sucede fuera de nosotros no tiene importancia, que sean días de sol o días de lluvia, no importa; que todo vaya bien, que todo vaya mal, no importa, lo importante es lo que yo he entendido y lo que quiero, y yo quiero la Voluntad del Señor y no la mía. Esa es la esencia de la consagración. Podemos consagrarnos a la Voluntad Divina con muchas bellas palabras, con las palabras de Luisa, con otras palabras, muchas o pocas; podemos consagrarnos, podemos renovar la consagración diciendole “Señor, entiendo lo que Tú me ofreces, ¡lo quiero!”. Pues bien, eso ya sería una perfecta consagración.

¿Pero cuántas veces hay que hacerla? ¿Una vez al año? No hace daño, pero no hace nada. ¿Una vez al día? Muy bien. ¿Una vez cada tres horas? Mejor aún. ¿Una vez cada cinco minutos? Aún mejor. ¡Una vez cada respiro, cada latido del corazón! Entonces no sirven ni siquiera las palabras, todo consiste en saberlo y quererlo, en la intención y en la atención. Y el Señor nos dice, como dijo a Luisa:

“Mi deseo es absorberte en mi Voluntad y formar (con la tuya) una sola, y hacer de tí un ejemplar perfecto de uniformidad de tu querer con el Mío. Lo cual es el estado más sublime, el prodigio más grande, es el milagro de los milagros que de tí deseo hacer. Hija mía, para llegar a hacer perfectamente uno nuestro querer, el alma debe hacerse invisible (debe perder su forma), debe imitarme (…) Así que el alma debe espiritualizar todo y llegar a hacerse invisible, para poder formar facilmente su voluntad una sola con la Mía, porque lo que es invisible puede ser absorbido en otra cosa. De dos objetos con los que se quiere formar uno solo, es necesario que uno pierda su propia forma, de lo contrario nunca se llegaría a formar un solo ser. ¡Qué fortuna sería la tuya si, destruyendote tú misma hasta hacerte invisible (o sea, invisible a ti misma), recibieras una forma toda divina! Más aún, tú, al quedar absorbida en Mí y Yo en tí, formando un solo ser, tendrías en tí la fuente divina y, puesto que mi Voluntad contiene todo bien posible, tendrías en ti todos los bienes, todos los dones, todas las gracias, y no tendrías que buscarlos en otros sitios, sino en ti misma. Y si las virtudes no tienen límites, estando en mi Voluntad, en la medida que la criatura puede alcanzar, hallará su límite, porque mi Voluntad hace llegar a poseer las virtudes más heroicas y sublimes, que la criatura no puede superar. Es tanta la altura de la perfección del alma deshecha (que se disuelve, que pierde su forma) en mi Querer, que llega a obrar como Dios, y no es de extrañar, porque como ya no vive su voluntad en ella, sino la Voluntad del mismo Dios, cesa todo asombro si viviendo con esta Voluntad posee la potencia, la sabiduría, la santidad y todas las otras virtudes que tiene el mismo Dios. Basta decirte, para que te enamores y colabores cuanto más puedas por tu parte para llegar a tanto, que el alma que llega a vivir sólo de mi Querer es reina de todas las reinas y su trono es tan alto, que llega hasta el trono del Eterno, entra en los secretos de la Augustísima Trinidad y participa en el amor recíproco del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¡Oh, cómo la honran todos los ángeles y los santos, los hombres la admiran y los demonios la temen, viendo en ella el Ser Divino!” (Vol. 3°, 21 de Mayo 1900) 

¿Cuál puede ser nuestra respuesta? “Señor, me siento confundido en este Océano de Luz y de Amor que es tu Voluntad, pero no quiero salir de Ella; ¡quiero perseverar en Ella hasta perder mi forma de ser y de vivir para identificarme con la Tuya!”

La voluntad y el querer, la imagen y la semejanza

La Divina Voluntad, que Jesús llama en el Evangelio “la Voluntad del Padre”, es la realidad más íntima, vital, esencial de Dios: “Ah, todo está en mi Voluntad. El alma, si la recibe, toma toda la sustancia de mi Ser y contiene todo en sí misma” (02-03-1916). No es una “facultad” o algo de Dios, un “componente” suyo, como lo que en nosotros es nuestra voluntad humana, sino lo que Dios es. La voluntad es lo que da vida a todo en Dios y en nosotros, igual que en un mecanismo hay una primera rueda que da vida y movimiento a todo lo demás. 

Solemos entender por Voluntad de Dios las cosas que El quiere (considerada como complemento directo); mientras que para Dios es el sujeto, es Dios mismo que quiere. Podemos decir que la Voluntad es sustantivo (lo que expresa la sustancia, lo que es), mientras que todos los atributos divinos –Amor, Omnipotencia, Sabiduría, Bondad, Santidad, Inmensidad, Eternidad, Inmutabilidad, Justicia, Misericordia, etc.– son sus adjetivos: “La Divina Voluntad es omnipotente, immutable, infinita, eterna, buena, santa, misericordiosa, sapientísima, llena de Amor…”  

El Divino Querer es la Voluntad de Dios en acto, indica lo que hace y por eso es un verbo. La distinción entre “voluntad” y “querer” (aunque de hecho coinciden) es la misma que hay entre “el corazón” y “el palpitar”, o entre un motor y su movimiento; o entre “una fuente” y “el río” que de ella nace.

Hablando siempre mediante analogías, una cosa es también el efecto del palpitar, que es la vida, o lo que produce el funzionamento del motor, como es por esemplo viajar. O bien, una cosa es un árbol, otra es su fruto y otra más lo que produce el comer. En el caso del “querer, lo que produce es “el amor. Y si en Dios la fuente es su Voluntad y el río que nace de la fuente es el Querer Divino, ese río no es de agua sino de Amor. Así, bien puede decir el Señor que “el Amor es hijo de la Divina Voluntad”, o sea, su manifestación y comunicación. La Divina Voluntad precede todo lo que Ella hace, lo que Dios quiere o no quiere o lo que permite. Es la fuente y el origen supremo de todo lo que Dios es, de la Vida inefable de la Stma. Trinidad y de sus Obras de Amor eterno. Es como “el motor” íntimo de Dios, como “la primera rueda” que mueve y da vita a todo lo que El es y a todas sus obras. Es como el Corazón de las Tres Divinas Personas. Y Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, tiene dos voluntades; la Divina (de las Tres Divinas Personas) y la humana, y sin embargo no ha vivido una doble vida, sino una sola, porque ambas voluntades las ha identificado perfectamente en un solo Querer (humano-divino).

Dios creó al  hombre a Su imagen y semejanza”. Una cosa es la imagen, otra es la semejanza. La imagen divina está en nuestro ser, en la naturaleza humana, que Dios ha creado conforme al modelo de cómo El es, mientras que la semejanza está en el vivir: el hombre debía vivir a semejanza de Dios, pensar como Dios piensa, ver todo como Dios lo ve, amar con el mismo Amor eterno e infinito de Dios, tener sus mismos gustos, la misma felicidad, los mismos derechos divinos en cuanto hijo suyo (¡nada de “derechos humanos!”), el mismo modo de obrar, el mismo corazón, la misma Vida de la Stma. Trinidad, su misma adorable Voluntad, ¡la fuente de su Vida, de sus obras, de todos sus atributos divinos, de su Querer, de su felicidad, de su gloria!

Una cosa es la vida natural humana y otra es la Vida sobrenatural divina. En la primera, Dios ha reflejado la imagen de su misma Vida; en la segunda (no por naturaleza, sino por pura gracia, la Gracia) Dios concede una participación de su Vida, a semejanza de ella.

El hombre, creado a imagen de Dios y por eso mismo responsable de su propia vida y de su propio destino, dotado por tanto de voluntad libre (…una cosa es el libre albedrío y otra es la libertad), fue puesto por Dios ante esta posibilidad: decidirse por Dios o por il propio “yo”, decidir si dar vida en él a la Voluntad divina o preferir la propia voluntad humana, decidir si acoger como vida el Querer mismo de Dios o preferir su propio querer humano.

Esa era la prueba necesaria querida por Dios para proclamarlo hijo amadísimo y confirmar todos los bienes  que como tal le daba. Y en la prueba suele mezclarse la tentación por parte del demonio para arruinarlo. El primer hombre, Adán, pecando, hirió y profanó la imagen divina que lleva en su propia naturaleza humana, y perdió la semejanza con Dios; de ser hijo de Dios por gracia se hizo rebelde y, aunque luego se arrepintió, sólo pudo ser admitido como siervo, en espera de la Redención.

Así, en el paraíso terrenal había dos árboles particulares, el árbol “de la Vida” y el árbol “del conocimiento del bien y del mal”, del cual dijo Dios a Adán que no comiera; comer de él no habría causado la vida, sino la muerte. El árbol de la Vida era la imagen de la Voluntad Divina, el árbol del conocimiento del bien y del mal (de un conocimiento que no es vida) era la imagen de la voluntad humana. Del primero, el hombre podía comer, del segundo no debía hacerlo. Comer el fruto del segundo (dar vida al propio querer humano, contra el Querer Divino) no habría dado la vida, sino la muerte.

Aquellos dos árboles, a diferencia de todos los demás árboles del paraíso y de la Creación, eran por lo tanto como una especie de “sacramentos”, ya que, instituidos por Dios Padre Creador, en su materialidad significan una realidad espiritual que nos atañe. Por tanto debían tener una realidad material, para poder tener un significado espiritual. Sus respectivos frutos tenían que ser por lo tanto verdaderos frutos materiales (en ninguna parte se dice que el fruto prohibido fuera la famosa “manzana”), pero con un preciso significado: es decir, que el “fruto divino” o bien el “fruto humano”, aludían al fruto del seno, de la procreación. Fruto bendito y divino, el de María; pero fruto privado de bendición y humano, el de Eva; es más, su primogénito, Caín, concebido después del pecado, “era del maligno”, dice la Escritura.

Por último, Dios ha creado al hombre con un inmenso deseo de amor: que habiendonos dotado de una voluntad humana, a imagen de la Suya, aceptemos el don de su Voluntad Divina para volver a ser a Su semejanza y ambas voluntades, como en Jesús, puedan “fundirse” en un solo Querer, de modo que el hombre pueda vivir (y no sólo existir) en Dios y Dios en su criatura, y pueda decir come San Pablo: “ya no soy yo el que vive, sino es Cristo el que vive en mí”. Y con Jesús: “El que me ve a Mí ve al Padre” y “todo lo mío es Tuyo, y todo lo Tuyo es mío”. “Yo soy todo tuyo y Tú eres todo mío”.

Sólo en la Divina Voluntad la criatura puede llegar a obrar como Dios, pues haciendola suya obra en modo divino; y con la repetición de esos actos divinos va recuperando su semejanza con Dios y su perfecta imagen.

Y Jesús dice: “Por eso tengo tanto interés de que la criatura, haciendola suya, realice la verdadera finalidad para la que ha sido creada” (24-8-1915). Ese es su deseo, “el sueño de amor” de Dios, el fín de su Proyecto, como se lo dice a Luisa: absorberte en mi Voluntad y hacer de ambas voluntades una sola, haciendo de ti un ejemplar perfecto de uniformidad de tu querer con el Mío; lo cual es el estado más sublime, es el prodigio más grande, es el milagro de los milagros, que quiero hacer de ti” (21-5-1900).

“Que mi Querer sea lo que más te interese. Que mi Querer sea tu vida, tu todo, aun en las cosas más santas” (21-12-1911). “Quiero que estés siempre en mi Querer… Quiero sentir tu corazón palpitante en el Mío con el mismo amor y dolor; quiero sentir tu querer en el Mío, que multiplicandose en todos Me dé con un solo atto las reparaciones de todos y el amor de todos; y mi Querer en el tuyo, que haciendo mía tu pobre humanidad, la eleve ante la Majestad del Padre como víctima continua” (4-7-1917).

El vivir en mi Querer soy Yo mismo. Esa fue la santidad de mi Humanidad en la tierra y por eso hice todo y por todos” (27-11-1917).

“¿Has visto lo que es vivir en mi Querer? Es desaparecer, es entrar en el ámbito de la Eternidad, es penetrar en la Omnipotencia del Eterno, en la Mente Increada, y tomar parte en todo y en cada acto divino, en la medida que a la criatura es posible; es disfrutar, aun estando en la tierra, de todas las cualidades divinas; es odiar el mal de un modo divino; es ese extenderse en todos sin límite, porque la Voluntad que anima a esta criatura es divina. Es la Santidad no conocida todavía y que haré conocer…” (8-4-1918).

“Por eso a menudo te hablo del vivir en mi Querer, que hasta ahora no he manifestado a nadie. Todo lo más han conocido la sombra de mi Voluntad, la gracia y la dulzura que contiene hacerla; pero penetrar en Ella, abrazar su inmensidad, multiplicarse conmigo y –aun estando en la tierra– penetrar en todo, en el Cielo y en los corazones, eso todavía no se conoce, tanto que a no pocos les parecerá extraño y quien no tenga abierta la mente a la luz de la Verdad no comprenderá nada” (29-1-1919).

“Parecerá sorprendente e increible a algunos todo esto, y entonces deberían poner en duda mi potencia creadora. Y luego, cuando soy Yo el que lo quiere, el que doy este poder, acaba toda duda. ¿Acaso no soy libre de hacer lo que quiero y de dar a quien Yo quiero?” (2-2-1921)

En la medida que conocemos la Divina Voluntad la deseamos y la amamos

No basta saber Quién es Jesús, eso aún no es conocerle, sino que debemos pensar como El y no como el mundo. Ese es el drama, la verdadera división y agonía que la Iglesia está viviendo, y cada uno debe decidir si ama la Verdad más que a sí mismo o si se prefiere él por encima de la Verdad. 

Jesús dijo al Padre, al final de su última Cena: “Esta es la Vida eterna: conocerte a Tí, el único verdadero Dios, y Aquel que Tú has mandado, Jesucristo” (Jn 17,3). Dejando por ahora tantos temas importantes, hoy nuestra reflexión es sobre la primera cosa necesaria: el conocimiento. Necesitamos tener ideas claras para ser fuertes en la Fe: “¡por falta de conocimiento perece mi pueblo!” (Oseas 4,6).

“El conocimiento es el ojo del alma. El alma que no conoce está como ciega para   ese bien, para esas verdades. En mi Voluntad no hay almas ciegas, sino que cada conocimiento les da una mayor vista”. (Vol. 15°, 2.4.1923)

El valor de nuestros actos depende de cada nuevo conocimiento de la Divina Voluntad: “Cuanto más conozcas mi Voluntad, tanto más tu acto tendrá valor” (Vol. 13°, 25.8.1921). No es saber lo que el Señor ahora quiere que hagamos, sino lo que la Divina Voluntad es en Dios, el corazón y la fuente de todo, de su Ser y de sus obras, y eso desea que en nosotros sea por gracia suya. A medida que el Señor hace conocer al alma su Voluntad, aumenta su capacidad y la prepara a un conocimiento mayor:

“Habiendote escogido de un modo especial para que vivas en la altura de mi Voluntad, poco a poco te he enseñado haciendotela conocer, y a medida que te la hacía conocer aumentaba tu capacidad y te preparaba otro conocimiento mayor. Cada vez que te manifiesto un valor, un efecto de mi Querer, Yo siento un contento mayor y junto con el Cielo es para Mí una fiesta. Ahora, cuando haces conocer estas verdades mías, tú duplicas mis contentos y mis fiestas; por eso déjame obrar y tú sumérgete más en mi Querer” (Vol. 13°, 2.9.1921)

En la medida que conocemos una cosa la apreciamos, la deseamos, la amamos, la pedimos, nos preparamos y la recibimos. De ahí parte todo. “La Santidad de mi Querer quiere ser conocida… Pero si no se conoce, ¿cómo podrán amar y querer un vivir tan santo?” (Vol. 14°, 16.7.1922)

En la medida que nos gusta una cosa y nos interesa, hablamos de ella: “Donde está tu tesoro, ahí está tu corazón” (Mt 6,21) y “de la abundancia del corazón habla la boca” (Mt 12,34), ha dicho el Señor. Si la boca no habla de la Divina Voluntad de la forma nueva como Jesús ha hablado a Luisa (y en ningún otro sitio se encuentra), es porque no se conoce de esa forma y todavía no es el tesoro que se ama y que llena la vida y la transforma.

“Buscad y hallaréis; pedid y recibiréis; llamad y se os abrirá” (Mt 7,7). “El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra y lo esconde de nuevo; después va, lleno de alegría, vende todo lo que tiene y compra ese campo. El reino de los cielos es como un comerciante que va en busca de perlas preciosas; cuando encuentra una de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra” (Mt 13,44-46).  

El tesoro del Reino de la Divina Voluntad es ante todo un don de Dios, darlo a conocer es iniciativa suya, pero es necesario –una vez que llega la primera noticia del mismo– desearlo y pedirlo al Señor. Y si de verdad lo hallamos, esa inmensa alegría se convierte en correr a “vender todo lo que tenemos”, a dejar todo para poder tener todo, el verdadero Todo. Es lo que han hecho todos los Santos, lo que hizo San Pablo, y lo dice al comparar la variedad de los carismas (que a tantos les apetecen) con la Caridad (que es el mismo Amor Divino, como brota de su Voluntad): “La caridad nunca tendrá fin. Le profecías terminarán; el don de lenguas cesará y la ciencia desaparecerá. Nuestro conocimiento es imperfecto e imperfecta es nuestra profecía. Pero cuando vendrá lo que es perfecto, lo que es imperfecto desaparecerá. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño, pero cuando me hice adulto abandoné lo que era de niño” (1a Cor 13,8-11).

No sólo lo que es imperfecto ha de dejar espacio a lo que es perfecto; no sólo se dejan las cosas propias de la edad infantil cuando se crece como Jesús “en edad, sabiduría y gracia”; no sólo las estrellas desaparecen absorbidas en la unidad de la luz del sol, cuando surge dando vida al nuevo día. Incluso las cosas de antes (que entonces eran útiles y buenas) después resultan inútiles y hasta pueden ser “pérdida” y obstáculo para conseguir lo mejor: “Lo que podía ser para mí ganancia, lo he considerado una pérdida por motivo de Cristo. Es más, ahora todo lo considero una pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por el que he dejado todas esas cosas y las considero como basura, con tal de conseguir a Cristo y ser hallado en El, no con una justicia mía fruto de la Ley, sino con la que procede de la fe en Cristo, es decir con la justicia que procede de Dios, basada en la fe” (Fil 3,7-9).

Poseer es lo mismo que ser poseídos. Y no es posible servir a dos dueños. Por eso, dejar algo que poseemos y amamos es como dejar un poco de nosotros mismos. Es morir un poco. Es morir a un apego. Eso es “negarse uno mismo”, condición necesaria para afirmar al Señor y seguirle. Para llenar de agua una botella, no basta ponerla bajo una cascada; hace falta quitarle el tapón. Si queremos que la luz, el gusto y la vida del vivir en el Querer Divino entre en nuestra mente y en nuestro corazón, no basta “leer” los Escritos maravillosos de Luisa; es necesario quitar  el tapón de nuestro querer humano, de nuestro “ego” que quiere reservarse algo para él, hasta  con pretextos buenos, que se va apegando incluso a los dones de Dios más bien que al Dios de los dones…

“Las verdades conocidas en la tierra, siendo semillas divinas que producen felicidad, alegría, etc. en el Cielo, cuando el alma llegue a su patria, serán como cables eléctricos de comunicación, por lo que la Divinidad hará brotar de su seno tantos actos de felicidad por cuantas verdades ella ha conocido… ¿Crees tú que todo el Cielo tenga noticia de todos mis bienes? ¡No, no! ¡Oh, cuánto le falta que gozar, que hoy no goza! Cada criatura que entra en el Cielo, que ha conocido una verdad no conocida por los demás, llevará consigo la semilla para hacer que de Mí broten nuevos contentos, nuevas alegrías y nueva belleza, de las que esas almas serán como la causa  y la fuente y los demás tomarán parte en ellas. No llegará el último día, si no encuentro almas dispuestas para revelar todas mis verdades, para hacer que la Jerusalén Celestial resuene con mi completa Gloria y todos los Bienaventurados tomen parte en todas mis bienaventuranzas, unos como causa directa, por haber conocido la verdad, y otros como causa indirecta, por medio de aquella que las ha conocido” (Vol. 13°, 25.1.1922)

“Mi palabra es creadora y cuando hablo haciendo conocer una verdad que me pertenece, no es sino nuevas Creaciones divinas que hago en el alma” (Vol. 13°, 30.1.1922) 

“Hija mía, tú no sabes lo que significa manifestar mis verdades y por eso te asombras de mi gusto y del impulso irresistible que siento de manifestarme a la criatura, y quien se dispone a escucharme forma mis delicias y mi alegría de conversar con ella. Tú has de saber que cuando manifiesto una verdad mía no conocida, es una nueva Creación lo que hago, y Yo tanto deseo hacer que salgan de Mí tantos bienes y secretos que poseo, que, por más que diga, siendo Yo ese Acto siempre nuevo que nunca se repite, tengo siempre ganas de decir, y mientras digo me quedan siempre otras cosas nuevas que quisiera decir, porque lo nuevo nunca se acaba en Mí; soy siempre nuevo en el amor, nuevo en la belleza, nuevo en las alegrías, en las armonías, nuevo en todo y siempre nuevo, y por eso no canso a nadie, siempre cosas nuevas tengo que dar y que decir, y la fuerza irresistible que me mueve a manifestarme es mi inmenso amor” (Vol. 15°, 1.7.1923)

Jesús siente una gran alegría cuando manifiesta las verdades sobre su Voluntad: cada verdad manifestada  es un nuevo vínculo de unión que forma con Luisa y con toda la humanidad:

“Hasta ahora he hecho conocer lo que hizo mi Humanidad, sus virtudes, sus penas, para hacer heredera de los bienes de mi Humanidad a la familia humana. Ahora quiero ir más allá y quiero dar a conocer lo que mi Voluntad hacía en mi Humanidad para constituir a las nuevas generaciones herederas de mi Voluntad, de sus efectos, del valor que tiene. Por eso sé atenta al escucharme y no pierdas nada de los efectos y del valor de esta Voluntad mía, para poder referir fielmente sus bienes y ser el primer vínculo de unión con mi Querer y de comunicación para las demás criaturas.” (Vol. 13°, 6.9.1921)

Cuanto más se conoce del Querer Divino, tanto más se recibe del mismo:

“De los actos internos que hizo mi Humanidad en la Divina Voluntad por amor a todos, poco o nada se sabe… El conocimiento lleva consigo el valor, los efectos, la vida de ese bien…  Cuando Yo hago conocer es porque quiero dar”  (Vol. 14°, 19.10.1922),

y eso es porque el amor es manifestarse y comunicarse, es darse uno mismo. La Divina Voluntad se posee tanto como Ella se manifiesta y se conoce (Vol. 14°, 6.11.1922).

“Ya ves por tanto cuánto es necesario que mi Querer sea conocido en todos sus aspectos, en sus prodigios, en sus efectos, en su valor, lo que hice Yo en este Querer por las criaturas, lo que deben hacer ellas. Ese conocimiento será un potente imán que atraerá a las criaturas y les hará recibir la herencia de mi Querer, y para hacer que nazca la generación de los hijos de la Luz, los hijos de mi Querer”. (Vol. 14°, 27.10.1922)

“…Es mi Querer, que quiero que todos conozcan y que todos vean come nuevo Cielo y el medio de una nueva regeneración”. (Vol. 15°, 5.1.1923)

“Cuando Yo hablo de mi Voluntad para darla a conocer a la criatura, Yo quiero infundirle mi Divinidad y por tanto otro Mí mismo… Mientras hablo de mi Querer, mi Amor parece como si se desbordase para formar  la sede de mi Voluntad en el corazón de la criatura”. (Vol. 15°, 16.2.1923)

Para concluir, hoy nuestra Luisa nos dice en una carta suya del 26.5.1942:

“Que el Divino Querer les recompense, con hacerles conocer su Divina Voluntad, porque su vida crece en nosotros a medida que la conocemos. No se puede poseer un bien si no se conoce, y a medida que se conoce aumenta nuestra capacidad y ocupa en nosotros su puesto regio. Así aumenta en nosotros su Santidad, su Belleza, su Amor, y forma en nuestra alma sus mares divinos. Por eso, todo el empeño del enemigo es impedir que el conocimiento de la Divina Voluntad salga a la luz, porque perdería su reino en la tierra. Lo primero que hace la Divina Voluntad cuando se conoce es transformarnos en el bien, derribar nuestras pasiones, de ser débiles nos hace fuertes y su potencia realiza un cambio en nuestra alma, hasta hacer que sintamos la posesión de nuestro Dios, y nuestra voluntad se hace su morada divina. Con Ella todo será facilitado; sentiremos el Cielo en nosotros; nuestros actos se comunicarán a los Santos, a la Reina del Cielo, que con tanto amor espera que sus hijos tomen parte en sus actos, en los mares divinos que posee… Sentiremos que con derecho formamos parte de la Familia Divina, porque su Voluntad es también la nuestra.”

¿Cómo ha de ser nuestra respuesta a Dios?

Dios nos ha hecho llegar una Noticia, una Propuesta, un Mensaje suyo extraordinario: El desea que vivamos con El en perfecta comunión de vida, que podamos decir con Jesús al Padre: «Todo lo tuyo es mío y todo lo mío es tuyo» (Jn 17,10). Dios quiere que amemos y que Lo amemos con su mismo Amor, y por eso nos ofrece ahora el don de su mismo “Corazón”, de su adorable Voluntad, que es el “Corazón” de las Tres Divinas Personas, para que vivamos con Dios su vida, tomemos parte en sus obras, amemos como las Divinas Personas aman. Y cada día, a todas horas Dios espera nuestra respuesta.

La primera palabra de Jesús y de María que conocemos es “héme aquí”. Así como la primera palabra que dijo Dios es “¡Hágase! Fiat!”. “Héme aquí que vengo para hacer tu Voluntad”, dijo Jesús en el momento de encarnarse; “he aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra”, dijo la Stma. Virgen respondiendo al Mensajero de Dios. “Héme aquí” significa: aquí estoy presente, a tu disposición, dispuesto a hacer lo que Tú quieras, soy tuyo… “Héme aquí, por lo tanto, oh Padre, que vengo para hacer mía tu Voluntad”… “Héme aquí, oh Padre, que vengo para hacer contigo y como Tú tu Voluntad”… “Héme aquí, oh Padre, que vengo para hacer realidad viva en mí tu Voluntad”… Pero si Jesús ha dicho que “el Hijo no puede hacer nada sino lo que le ve hacer al Padre; lo que hace el Padre, también lo hace el Hijo” (Jn 5,19), ¡cuánto más nosotros, criaturas, debemos decirlo! Por eso pidamos al Padre que sea El mismo el que haga todo por medio de nosotros, con nosotros, en nosotros, no sólo lo que nos pide que hagamos, sino sus mismas Obras.

En nuestros pequeñísimos actos, Dios desea poner y reunir todo lo que El hace; en los brevísimos fragmentos de nuestra vida, su misma Vida.

Y el Señor nos dice: “En mi Querer no puedes eximirte de hacer lo que hago Yo. Es una cosa connatural, y eso es precisamente la Santidad en mi Querer: no hacer nada por cuenta propia, sino hacer lo que hace Dios… Así mi Voluntad y la tuya son como dos aguas unidas juntas, y lo que hace una lo ha de hacer la otra” (Vol. 14°, 12.5.1922). 

“Estoy a la puerta y llamo: si alguien escucha mi voz y abre la puerta, Yo entraré a él y cenaré con él y él conmigo”, dice el Señor (Apocalipsis 3,20). El alma debe poder abrir las puertas y disponerse a conocer las verdades de la Divina Voluntad: “La primera es querer vivir de mi Querer, la segunda es querer conocerlo, la tercera es apreciarlo (Vol. 13°, 25.1.1922). “Abríos, puertas eternas, que entre el Rey de la Gloria” (Salmo 23).

“Basta que lo quieran y que dejen a un lado el querer humano, y el Querer Divino se hará respirar por el alma y le dará la vida, los efectos, el valor de la Vida de mi Querer. Pero si no se le conoce, ¿cómo podrán amar y querer un vivir tan santo?”  (Vol. 14°, 16.7.1922).    

El amor pide respuesta de amor. El Don tiene que ser recíproco. Nuestra voluntad debe intervenir: ¿cómo? dandola a Dios, si bien sigue en nosotros siendo nuestra. Nuestro querer es el que ha de ser totalmente sustituido por el Suyo. El despojo del alma y la convicción de que somos nada le permiten a Jesús obrar en nosotros.

“El que no está vacío del todo de su querer, no puede tener un conocimiento cierto del Mío, porque el querer humano forma una nube entre el Mío y el suyo e impide conocer el valor y los efectos que tiene el Mío”  (Vol. 14°, 23.6.1922).

Y Luisa escribe: “Continuando mi habitual estado, estaba pidiendole a mi amado Jesús que viniera a amar, a orar, a reparar en mí, porque yo no sabía hacer nada. Y el dulce Jesús, compadeciendo mi nulidad, ha venido detenien-dose a orar conmigo, amando y reparando junto conmigo; y luego me ha dicho: “Hija mía, cuanto más se despoja de sí el alma, tanto más la visto de Mí; cuanto más cree que no puede hacer nada, tanto más actúo Yo en ella y hago todo. Siento que la criatura pone en acto todo mi Amor, mis plegarias, mis reparaciones, etc.; y para honrarme a Mí mismo, siento lo que quiere hacer: ¿amar? Voy a ella y amo con ella. ¿Quiere rezar? Rezo con ella. Es decir, su despojo y su amor, que es mío, me atan y me obligan a hacer con ella lo que quiere hacer, y Yo le doy al alma el mérito de mi Amor, de mis plegarias y reparaciones. Con sumo contento mío siento que se repite mi Vida y hago que desciendan para bien de todos los efectos de mi obrar, porque no es de la criatura, que está escondida en Mí, sino mío”. (Vol. 12°, 14.6.1917)

El Señor explica las condiciones y los pasos que hacen falta para vivir en el Divino Querer (Vol. 12°, 6.3.1919):

“Hija mía, todo lo que es imposible a la criatura es posible a Mí. Es verdad que es el prodigio más grande de mi omnipotencia y de mi amor, pero cuando quiero, todo puedo, y lo que parece dificil, para Mí es facilísimo. Sin embargo quiero el sí de la criatura y como una cera blanda dejarme que haga lo que Yo quiera hacer de ella. Es más, debes saber que antes de llamarla a que viva del todo en mi Querer la llamo de vez en cuando, la despojo de todo, le hago pasar una especie de juicio (de exámen), porque en mi Querer no hay juicios, todas las cosas quedan conformes conmigo, el juicio es fuera de mi Voluntad, pero de todo lo que entra en mi Querer ¿quién se atreverá a hacer un juicio? Y Yo nunca me juzgo a Mí mismo. No sólo eso, sino que varias veces la hago morir, incluso corporalmente, y luego de nuevo la pongo en vida y el alma vive como si no viviera; su corazón está en el Cielo y vivir es su mayor martirio. ¿Cuántas veces no lo he hecho contigo? Todo esto son preparativos para disponer al alma a que viva en mi Querer. Y luego las cadenas (series) de mis gracias, de mis visitas repetidas: ¿cuántas non te he hecho? Todo era para prepararte a la altura de vivir en el mar inmenso de mi Voluntad. Por eso, no quieras indagar, sino sigue tu vuelo”.

“Mi Resurrección es símbolo de las almas que formarán la santidad en mi Querer. Los santos de estos siglos pasados son representados por mi Humanidad, los cuales, si bien resignados, no han tenido el acto continuo en mi Querer, por lo tanto no han recibido la huella del sol de mi Resurrección, sino la huella de las obras de mi Humanidad antes de la Resurrección. Por eso serán muchos: casi como estrellas formarán un hermoso ornamento al cielo de mi Humanidad. Pero los santos del vivir en mi Querer, que representarán mi Humanidad resucitada, serán pocos. De hecho, mi Humanidad, antes de morir, la vieron muchos, multitudes y gentes, pero mi Humanidad resucitada la vieron pocos, sólo los creyentes, los más dispuestos y, podría decir, sólo los que tenían el germen de mi Querer, que si no lo hubieran tenido, les habría faltado la vista necesaria para poder ver mi Humanidad gloriosa y resucitada y así ser espectadores de mi Ascensión al Cielo. Pues bien, si mi Resurrección representa a los santos del vivir en mi Querer –y eso con razón, porque cada acto, palabra, paso, etc. hecho en mi Querer es una resurrección divina que recibe el alma, es una señal de gloria que se le da, es un salir de ella para entrar en la Divinidad, y el alma, escondiendose en el fúlgido sol de mi Querer, ama, obra, piensa–, ¿qué de extraño tiene que el alma quede toda resucitada e identificada en el mismo sol de mi Gloria y represente mi Humanidad resucitada? Pero pocos son los que se disponen a eso, porque las almas en la misma santidad quieren alguna cosa para su propio bien, mientras que la santidad del vivir en mi Querer no tiene nada de propio, sino todo de Dios. Y para disponerse las almas a eso, desprenderse de los propios bienes, demasiado se requiere; por eso no serán muchos. Tú no eres del número de los muchos, sino de los pocos; por eso sé siempre atenta a la llamada y a tu vuelo continuo” (Vol. 12°, 15.4.1919).

¿Cómo se recibe el Don de la Divina Voluntad?

El Don del Querer Divino que el Señor desea darnos lo recibimos si le damos nuestra voluntad para que pueda darnos la Suya. A quien todo da, todo se le da. Y lo que El nos da, debemos tomarlo.  

¿Pero cómo se toma? Con confianza, con sencillez y fe viva.

“Señor, tú me das todo y, al hacerme dueño de todo lo que te pertenece, tomo tus pensamientos en mi mente, tomo de tus palabras lo que digo, tomo tu obrar en mis manos”. 

“El velo que cubre mi Presencia en ti –dice Jesús‒ la corteza que cubre   mi Don será tu pequeña acción”

Nuestras pequeñas acciones, sin importancia, son ocasiones extraordinarias de hacer comunión con el Señor, de contener su Vida como otras tantas hostias que la Divina Voluntad consagra. La Hostia una vez consagrada es Jesucristo vivo y realmente presente, mientras que antes de ser consagrada era pan: ha cambiado lo que es, la sustancia, pero los accidentes no cambian. No cambia de color o aumenta su tamaño o tiene otro sabor: ¡sigue igual! Eso mismo pasa con nuestros actos, nuestras acciones, nuestros momentos de existencia, cuando la vida que reciben es la Voluntad Divina, es decir, los momentos en que tenemos la intención de llamar a Jesús como protagonista, de llamar a la Divina Voluntad a que sea la vida de ese acto que exteriormente no cambia.  

La Voluntad del Señor se disfraza de una puesta de sol magnífica, de pajarito que canta en una rama, de sabor en un fruto, de tempestad, trueno y relámpago, de perrito que mueve la cola por estar contento, de persona que encontramos; se esconde bajo el aspecto de tantas cosas. Pues bien, si se lo concedemos desea ocultarse también en todos nuestros pequeños actos, para poner en ellos todo lo que El es y toda su Vida.   

Jesús nos dice que para recibir el Don hace falta darse a El y en todo       hacer  su  Voluntad  mediante  la  intención  y  la  atención.

Y en el Vol. 11° (4.7.1912) le dice a Luisa: “Hija mía, ¿qué hay, quieres perder el tiempo? ¿Quieres salir de tu nada? Ponte en tu puesto, en tu nada, para que el Todo pueda tener su puesto en tí. Pero debes saber que debes morir del todo en mi Voluntad, al padecer, a las virtudes, a todo. No te debe importar ya si sufres o no sufres, si tienes virtudes o no las tienes. No te      debe importar nada”.

Es decir: “Mi Querer ha de ser la tumba del alma y como en la tumba la naturaleza se consume hasta desaparecer del todo y después de la misma consumación resucitará a vita nueva y más bella, así tu alma, sepultada en mi Voluntad como en una tumba, morirá al padecer (o sea, no existirá ya,   por lo que se refiere al padecer, ya no le importará nada), a sus virtudes, a   sus bienes espirituales, y resucitará en todo a la Vida Divina”.

Este es siempre el punto esencial, el Señor dice: Si tú me das todo, Yo te doy todo. Te doy mi cheque en blanco firmado, si tú me das tu pequeño cheque en blanco, por tí firmado. Si me lo das, Yo seré dueño de todo, pero tú también serás dueño de todo lo que Yo soy, de lo que es mío”.  

Para entenderlo con un ejemplo, imagino que voy con mi vieja bicicleta y que Jesús pasa con su “Ferrari”, un bólido estupendo, y me dice amablemente: “Ven y sígueme”, y yo le digo: “¡Estás bromeando, Señor! ¿Cómo puedo yo seguirte?” ‒ “¡Es muy fácil! No te digo que hagamos una carrera entre tu bicicleta y mi Ferrari porque sería ridículo, no cabría ni siquiera empezar, sino que la cosa es mucho más sencilla: si tú me das tu bicicleta Yo te doy mi Ferrari”. ‒ “¿Te estás burlando de mí, Señor?” ‒“No, Yo no me burlo de nadie. Yo no sé engañar. ¡Si Yo hablo, hablo en serio! ¡O me crees o no me crees!” ‒ “¿Pero Tú qué ganas con eso, Señor?” ‒ “¿Que qué gano? ¡Me gano un amigo; me gano otro Jesús, nada menos! Por lo tanto, ¿te decides? ¿Mi crees? ¿Quieres mi Ferrari? Olvidate de tu bicicleta. ¿Quieres mi Ferrari?” ‒ “Bueno, Señor, es estupendo, pero…” ‒ “Ningún pero… Pon tu bicicleta en el portaequipajes, si no Yo no habría pasado por aquí; habría ido por otras carreteras. Pues bien, mete tu bicicleta en el coche y súbete. Desde este momento sabe que la bicicleta, aun siendo tuya, es también mía y de ella dispongo Yo; y mi Ferrari, aun siendo mío, y siempre será mío, es también tuyo. ¡Ves qué comunión!”

“Señor, está bien, es un coche magnífico, pero yo no sé manejar o conducir, no sé hacer nada”  ‒ “No te preocupes. Pon atención a como manejo Yo, porque cuando veré que has aprendido bastante, haré que tú manejes. Y por tanto sólo así serás dueño de hecho; porque ahora es tuyo, sì, porque Yo te   lo doy y tú dices que sí, pero de hecho no sabes qué hacer de este bólido del cual tú aún no sabes nada. Cuando lo conocerás lo suficiente, en esa misma medida serás dueño de hecho y no sólo teóricamente”.

Y El dice: “en conclusión, todo lo que de esta lectura debes sacar para      tu  vida  es:  Señor,  dame  tu  Voluntad,  que  yo  te  doy  la  mía”.

Sí, todo está en estas pocas palabras: “¡Héme aquí, HÁGASE EN MI según tu palabra!”, lo mismo que la Stma. Virgen respondió al anuncio del Angel, y en aquel momento, diciendo así, el Hijo de Dios se encarnó en Ella. Si de verdad lo decimos, esa Palabra del Señor se encarna en nosotros, toma posesión de nuestra vida, se hace vida de nuestra vida y, mientras le damos vida en nosotros, ella nos da vida en Sí. ¡Ella nos da vida!

Todo es recíproco. Jesús nos ofrece el modo práctico y real de morir a nosotros mismos, de consumar nuestro ser humano en el Ser Divino:

“Hija mía, Yo quiero la verdadera consumación en tí, no fantástica, no imaginaria, sino verdadera, de una forma simple y realizable. Supon que te viene un pensamiento que no es para Mí, tú debes destruirlo y sustituirlo con un pensamiento divino; así habrás hecho la consumación del pensamiento humano y habrás adquirido la vida del pensamiento divino. O si los ojos quieren mirar una cosa que me disgusta o que no se refiere a Mí y el alma se mortifica, ha consumado el ojo humano y ha adquirido el ojo de la vida divina, y así todo lo demás de tu ser” (Vol. 11°, 21.5.1913).

Es decir, que nos vienen tantos pensamientos, pero apenas nos damos cuenta, tan pronto somos conscientes, en ese momento debemos decirle: “Señor, este pensamiento ¿qué tiene que ver contigo? Yo quiero ocuparme de Tí, de tus cosas, como Tú te has ocupado de las cosas del Padre”. 

Por ejemplo, si piensas en tus deudas… o que debes pagar esto o lo otro…, debes decirle: “Este pensamiento, Señor, que de por sí no tiene que ver contigo, te lo doy, quiero que sea tuyo; por lo tanto, Señor, ahora paga Tú”… supongamos. 

Ya ven, supongamos que vamos manejando en nuestro coche y el Señor nos pide que le llevemos, y así decimos: “Bueno: ven, Jesús, a pensar en mi mente, ven, Divina Voluntad, a mirar en mis ojos, ven a palpitar en mi corazón, etc. etc.” De ese modo Jesús viene con nosotros. Y llegamos al semáforo y quisieramos saltarlo, y El dice: “No, si tú quieres saltarlo, Yo me bajo. Yo no hago que mi Padre reciba una multa; no quiero darle ningún dolor. ¡Si tú quieres hacerlo, te vas tú solo!” Por tanto, así dice el Señor:

 “El alma se mortifica de este modo: ha consumado la mirada humana y ha adquirido la mirada de la vida divina, y así lo demás de tu ser. Oh, cómo estas nuevas vidas divinas me las siento correr en Mí (como sangre en las venas) y toman parte en todo mi obrar” (Vol. 11°, 21.5.1913).

Por eso quien ama de verdad a Jesús y en todo hace suyo su Querer forma con El un solo palpitar. Para eso se requiere un despojo perfecto, y Jesús dice “debe ser más vida de Cielo que de tierra, más Vida Divina que humana”. Ese despojo del alma, estar convencida de ser nada, de su nulidad, le permite a Jesús obrar en ella.

“Para vivir en el Divino Querer –dice Jesús– quiero el ‘sí’ de la criatura, que se preste como cera blanda a lo que quiero hacer de ella” (Vol. 12°, 6.3.1919), o sea, no ponerle a Jesús ningún pero…, ninguna condición. Sin embargo Jesús dice: “Pocos son los que se disponen a eso, porque hasta en la misma santidad las almas quieren alguna cosa para su propio bien, mientras que la santidad de vivir en mi Querer no tiene nada de propio, sino todo de Dios; no quiere nada para sí, sino todo para Dios, y disponerse a eso las almas, despojarse de los propios bienes (también espirituales), cuesta demasiado; por eso no serán muchas. Pero tú no eres del número de los muchos, sino de los pocos” (Vol. 12°, 15.4.1919). Y dice: “Si leen estas verdades y no están dispuestos, no entenderán nada, quedarán confundidos y deslumbrados por la luz de mis verdades” (Vol. 13°, 23.10.1921).

De ahí que un exámen de conciencia muy significativo, no es sobre los diez mandamientos, sino simplemente esto: “Señor, Tú me has dado todo, todo lo que soy, lo que tengo y lo que hago; todo viene de Tí porque yo soy nada. Me has dado tanto y todo por amor. Si Tú me pidieras alguna cosa, ¿te la negaría? ¿Hay algo que no te daría, si me lo pidieras? Señor, no te fijes en esa cosa, pasa de largo… Pues sí, Te doy todo, pero esa cierta cosa mejor no”. 

Nosotros a veces hacemos así, basta un pequeño apego y se anula el contrato. “Señor, ¿qué podrías pedirme?” Entonces, dentro de mí, en mi estado de ánimo, en mi mente y en mi decisión debo enfocar en ese momento de qué se trata y decir: “¡Jesús, confío en Tí! Si Tú me pidieras esa cosa que me gusta tanto, o que mi da tanto miedo o que me causa tanto fastidio, tanta repugnancia que me sentiría morir, si Tú me la pidieras, ¿tendría el valor, la desvergüenza de decirte que no? Señor, estoy seguro de que en tal caso y en ese momento me ayudarías, me darías la gracia suficiente, abundante, para decir “¡hágase en mí, Fiat!” Y si tuviera que pasar por una prueba dolorosa, física o moral, o someterme por ejemplo a una operación quirúrgica, Tú en ese momento me darías también tu anestesia”.

Porque San Pablo dice (¡y es Palabra de Dios!): “No permitirá Dios que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas, sino que con la tentación, os dará la gracia de poder superarla” (1a Cor 10,13).

Para entrar en el Divino Querer basta quitar el obstáculo, la voluntad humana, basta quererlo y se realiza. O crees, o no crees. Y dice Jesús:

“Hija mía, para entrar en mi Querer no hay caminos, ni puertas, ni llaves, porque mi Querer está en todo, corre bajo los pies, a derecha e izquierda, sobre la cabeza y todas partes (se encuentra en cada cosa). La criatura no debe hacer más que quitar la piedrecilla de su voluntad, que a pesar de que está en mi Querer, no toma parte ni disfruta de sus efectos, haciendose como extraña en mi Querer, porque la piedrecilla de su voluntad le impide como al agua que corra de su cauce para correr afuera, porque las piedras se lo impiden. Pero si el alma quita esa herrumbre que ha puesto, quita la piedrecilla de su voluntad, en ese mismo instante ella corre en Mí y Yo en ella; encuentra todos mis bienes a su disposición, fuerza, luz, ayuda, ¡lo que quiera! Por eso no hay caminos, ni puertas, ni llaves; basta quererlo y ya está hecho. Mi Querer se encarga de todo y de darle lo que le falta y le hace volar en los confines interminables de mi Voluntad. Todo lo contrario es con las otras virtudes: ¡cuántos esfuerzos hacen falta, cuántas luchas, cuántos largos caminos! Y mientras parece que la virtud le sonría, basta una pasión un poco violenta, una tentación, un encuentro inesperado, que la echan atrás y le hacen que tenga que emprender desde el principio el camino” (Vol. 12°, 16.2.1921).

La intención y la atención son el camino hacia la perfección

Queridos hermanos, el Señor ha detto: Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto”. El que no se da cuenta de lo grande que es su Amor a nosotros, el que no conoce lo que El ha manifestado, diría tal vez: “¡Jesús ha exagerado, ha dicho una cosa impensable e imposible!”

¡No, Dios no dice palabras inútiles! El Señor no ha dicho una palabra de más cuando ha dicho “Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto”. El pensaba en la vida de su Divino Querer (si no, no lo habría dicho) vida que ha de crecer en nosotros en la medida que lo conozcamos; por eso   sin la lectura de los Escritos de Luisa Piccarreta eso non è possibile. El Señor es el que lo dice: “Examina todas las vidas de santos que quieras, o libros de doctrina: en ninguno hallarás los prodigios de mi Querer que obra en la criatura y la criatura que obra en el Mío”. (Vol. 14°, 6.10.1922). ¡Así dice! ¡Es un buen reto de Jesús!

Por tanto estas verdades en nosotros deben ser sangre de nuestra sangre, vida de nuestra vida y ha de crecer en nosotros en la medida que queramos, o sea, que lo deseemos en cada cosa y en cada instante.

Todo esto tiene como base indispensable la clara convicción de Quién es El y  de quienes somos nosotros. El es “Aquel que es”. Nosotros somos cero absoluto, nada ante Dios, y ante Dios esta nada puede tener sólo dos cosas: ¡deseo y disponibilidad! Disponibilidad, o sea un abandono total en manos del Señor, para que El pueda hacerlo todo en nosotros. Por eso Jesús le dice     a Luisa, y se lo dice varias veces (conforme al dicho ‘las cosas repetidas ayudan’): “Si tú me lo permites, Yo quiero ser en ti al mismo tiempo actor          y  espectador”.

Vivir en la Divina Voluntad significa hacer que Jesús viva en nosotros su Vida interior, que su Vida sea nuestra vida. Y para que el Querer Divino  resulte fácil y gustoso y podamos amarlo cada vez más, el Señor enseña en los Escritos de Luisa que es necesario conocerlo siempre más, poniendonos, entrando en el círculo de la Divina Voluntad. ¿De qué manera? Con la mente y con el corazón, con la intención y deteniendonos a contemplar sus interminables maravillas y atributos. Luisa dice:

 “Mi dulce Jesús, quiero decirte que anhelo ardientemente quererte a Tí y a tu Santo Querer, y si me lo concedes me harás plenamente contenta y felíz”. Y el Señor le responde: “Tú en una palabra has comprendido todo, con pedirme lo más grande que hay en el Cielo y en la tierra; y en este Santo Querer Yo deseo y quiero plasmarte aún más. Y para hacer que te sea más dulce y gustoso mi Querer, entra en el círculo de mi Voluntad y contempla sus diferentes maravillas, deteniendote una vez en la santidad de mi Querer, otra vez en su bondad, o en su humildad, o en su belleza o en el pacífico descanso que produce mi Querer, y en esas paradas que hagas, adquirirás cada vez más nuevas e inauditas noticias de mi Santo Querer y quedarás tan sujeta a El y enamorada, que ya nunca más saldrás de El. Eso te dará una suma ventaja, que estando tú en mi Voluntad no tendrás necesidad de combatir con tus pasiones y estar siempre en alarma con ellas, ya que mientras parece que mueren, renacen de nuevo más fuertes y vivas; sino que sin tener que combatir, sin ruido, dulcemente mueren, porque ante la Santidad de mi Voluntad las pasiones no se atreven a presentarse y pierden la vida ellas solas. Y si el alma siente que se mueven sus pasiones es señal de que no se mantiene continuamente dentro de mi Querer; hace sus salidas, sus escapaditas a su propio querer, y por fuerza tiene que sentir el hedor de la naturaleza corrompida. Mientras que si te mantienes fija en mi Voluntad, te librarás de todo y tu única ocupación será amarme y ser amada por Mí”. (Vol. 4°, 23.12.1900)

Detengamonos a saborear, a masticar estas verdades. Hasta en la frase más pequeña, si estamos atentos, descubrimos tesoros que no imaginamos. Por tanto, “tendrás cada vez más nuevas e inauditas noticias de mi Santo Querer y te sentirás tan sujeta a El y enamorada, que ya nunca más saldrás de El”.

Un cierto obispo dijo: “Parece que los que leen esos Escritos enloquecen”. ¡Sí señor, tenía razón, enloquecen! Estos Escritos son come un licor de muchos grados y por eso es posible también emborracharse. Todo consiste en saber leerlos siempre sin olvidar jamás “quién eres tú y Quién soy Yo”; y leerlos, no tanto para nuestra erudición o para hacerse enseguida “maestros” (como hacen algunos) y creerse superiores, como diciendo: “Ya he leido todos los libros, los sé de memoria. ¿Qué capítulo quieres que te diga?”, eso no sirve, sino con el deseo de que la lectura se vuelva en nosotros amor y vida. La fe, si no se vuelve amor y vida, ¿qué fe es?

El alma tanto debe mirar y concentrarse en Jesús que lo atraiga totalmente a ella, Pero para encontrar a Jesús hace falta acudir a nuestra Madre. El Señor nos dice: “¡Búscame en la Mamá; ve a Ella y no te equivocarás!”. Esa es la vía directa, segurísima, de lo contrario es fácil deslumbrarse creyendo haber hallado al verdadero Jesús mientras que uno se encuentra sólo a sí mismo: ¡disfrazado de Jesús, pero es el propio “ego”!

Y la Stma. Virgen le dice a Luisa: “Hija mía, ven conmigo y hallarás la Vía y a Jesús. Es más, quiero enseñarte el secreto para poder estar siempre con Jesús y como vivir siempre contenta y felíz también en este mundo; es decir, ten fijo en tu interior que sólo Jesús y tú estáis en el mundo y nadie más a quien debas gustar, complacer y amar, y sólo de El esperar ser amada y acontentada en todo” (Vol. 4°, 21.8.1901).

Sólo a Dios debemos amar con toda nuestra capacidad de amor, porque si no se nos escapa y sale a relucir nuestro “yo”, que es el que crea confusión, obstáculo, amargura e infelicidad.

Así pues nuestra Madre nos enseña este secreto: “Vive como si nadie más existiera en el mundo, sino sólo Jesús y tú; y sólo a El debes tratar de acontentar, de agradar, y no hacer caso a nada más”.

Eso no significa que debemos ignorar o tratar mal a las demás personas. Significa que es Jesús al que encontramos en el prójimo, es Jesús el que nos está esperando en esa persona, en esa criatura, es Jesús a quien debemos servir en la otra persona, es Jesús a quien debemos acontentar. Y El te dice: “Acontentame por medio de estas criaturas porque son mías. ¡Lo que les haces a ellas, lo haces a Mí!” Por tanto, nunca separemos la criatura del Creador. ¡Que esa sea nuestra intención, que sea nuestra finalidad en todo!

Debemos ser espejos de Dios y ser espejos los unos para los otros. ¿Qué es lo que el otro debe ver en mí? ¡Debe ver a Jesús! “¡Señor, que el que me mire te vea, el que me escuche te oiga, el que me busque te encuentre!” ¿y qué debo ver yo en el otro? Debo ver a Jesús, como El ha dicho: “El que me ve a Mí, ve al Padre”

Y es que el mismo Jesús es espejo: su Humanidad es el espejo de su Divinidad. Se dice que debemos ver a Cristo en el hermano, pero yo digo: empecemos por algo un poco más interesante: hagamos de forma que el hermano pueda ver a Jesús en nosotros. ¡Sí, eso es aún más interesante!

Y nuestra Madre prosigue en el texto citado y dice:

“Estando Jesús y tú de esta manera, ya no hará impresión si te ves rodeada por desprecios o alabanzas, por familiares o por extraños, por enemigos o por amigos. Sólo Jesús será todo tu contento y sólo Jesús te bastará por todo y por todos. Hija mía, mientras no desaparezca del todo del alma todo lo que existe, no se puede hallar verdadero y perpetuo contento”.

Esa es la recomendación que nos hace nuestra Madre. Tú debes mirar al verdadero Sol y quedar tan deslumbrado, que cuando quieras mirar a tu alrededor y mirarte a ti mismo, no hayas de ver más que luz, como sucede cuando se deslumbra con el sol. ¡Así ha de ser para nosotros!

Por tanto hace falta valor, fidelidad y suma atención para seguir lo que Dios realiza en el alma” (Vol. 6°, 6.6.1904).

Es decir, esa atención continua es un verdadero martirio, el martirio y el empeño de la atención, el esfuerzo de la atención para no robarle nada a Jesús (ningún momento y ninguna cosa) para darle satisfacción al propio ‘yo’, sino para darle satisfacción sólo a El, porque el que le ha dado la propia voluntad  al Señor debe darle siempre la libertad de que pueda hacer lo que El quiera.

Por eso Jesús dice en el Volumen 6°, el 13.9.1904:

“Hija mía, cuando un alma me ha dado su voluntad, ya no es dueña de hacer lo que quiera, porque si no, no sería verdadera entrega; mientras que la verdadera entrega es tener sacrificada continuamente la voluntad para Aquel a quien ya se la ha dado y eso es un martirio de continua atención, que el alma ofrece a Dios”.  

Es como lo que dice San Pablo: “Ya sea que comáis o que bebáis, hacedlo todo para gloria de Dios”. Lo cual no significa no comer o no beber, sino: ¿por qué lo haces? Es más, ¿por quién lo haces? ¡Si lo haces por tí mismo has perdido! ¡Házlo por el Señor! Y si lo haces por El, se lo haces a El, más aún, lo haces porque El se complace de hacerlo por medio tuyo y en eso El quiere ser glorificado.

Hace falta hacer todas las cosas con la intención de tomar de Jesús la vida de cada acto; y además de la atención, poner también la intención de tomar, de recibir de El la vida de cada acto que hacemos y hacer todo en su Humanidad, siendo para El como un velo que lo cubre. Por eso El dice:

“Hija mía querida, ¿ves en qué estrecha unión estoy Yo contigo? Así quiero que estés tú, toda unida, estrechada a Mí. Y eso no te creas que debes hacerlo cuando sufres o cuando haces oración, sino siempre, siempre. Si te mueves, si respiras, si trabajas, si comes, si duermes, todo, todo, como si tú lo hicieras en mi Humanidad y saliera de Mí lo que haces, de modo que tú no deberías ser más que la corteza, el envoltorio externo y, rota la corteza de tu obra, se debería encontrar el fruto de la obra divina. Y eso debes hacerlo para bien de toda la humanidad, de forma que mi Humanidad se debe encontrar como viviente entre las gentes, porque haciendo tú todo, hasta las cosas más indiferentes, con esta intención de recibir de Mí la vida, tu acción adquiere el mérito de mi Humanidad, ya que, siendo Yo Hombre y Dios, en mi respiración contenía la respiración de todos, los movimientos, las acciones, los pensamientos de todos; todo lo contenía en Mí y así los santificaba, los divinizaba, los reparaba. Y tú, haciendo todo en acto de recibir de Mí lo que haces, también tú estarás abrazando, conteniendo a todas las criaturas en ti y tu obrar se difundirá para bien de todos, así que aunque los demás no me den nada, Yo tomaré todo de tí” (Vol. 7°, 28.11.1906).

Por lo tanto, ¿qué nos está diciendo el Señor? “Toma de Mí cada cosa que hagas, o sea, llámame a que Yo haga en ti lo que tú debes hacer. Tus pensamientos, tómalos de mi mente… etc.”

En conclusión: Dios se da continuamente a nosotros y por eso también nosotros debemos darnos continuamente a El: así la vida ha de ser un incesante regreso a Dios. Por parte nuestra se necesita deseo y disponibilidad. La intención y la atención son el camino hacia la perfección.

“A su Imagen y Semejanza” en el Querer Divino

El Don más grande que Dios puede darnos es su Querer Divino, que sea para su criatura lo que es para El, que el Corazón del Padre sea el Corazón de sus hijos. Eso es lo que Jesús nos ha enseñado a pedir en el Padrenuestro, y cada vez que lo decimos El lo pide con nosotros: “Venga tu Reino, que se haga tu Voluntad en la tierra y viva y reine en nosotros, como  es la vida en el Cielo”.

Cuando uno ha comprendido que el Don que el Señor nos ofrece es su Querer, el palpitar de su Corazón para que sea nuestra vida, y lo queremos y lo acogemos, entonces no hay acto o instante de vida que no sea vivificado por el Querer de la Stma. Trinidad. En ese pequeño acto humano se hace presente y vivo también el Acto Eterno y Divino. La finalidad de cada acto humano que Dios crea y nos concede es contener su Acto Divino, convertirse en el Acto Divino.

¿Pero por cuál motivo Dios quiere darnos el Don supremo de su Voluntad? Es por lo que su Amor ha querido hacer de nosotros: ¡su Imagen viva!

El Señor nos dice: “no os inquietéis por vuestra vida por lo que comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis; ¿no vale la vida más que el alimento y el cuerpo más que el vestido? Mirad como las aves del cielo no siembran, ni siegan, ni almacenan en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? (Mt 6,25-26). ¿Cuánto vale la vida de un hombre? Para quien no tiene la luz de Dios, la vida no vale nada. ¡Pero Dios nos ha valuado cuanto se valúa El mismo! No sólo nos ha dado vida creandonos, sino que después ha dado la Vida por nosotros al redimirnos, y ahora ha llegado el tiempo en que nos la quiere dar para que sea nuestra Vida.

Sin embargo, no basta que El nos la dé, hace falta que también nosotros le demos la nuestra. Quien da quiere encontrar quien reciba. No basta que Dios nos ofrezca el Don de su Querer, hace falta que nosotros lo acojamos. No basta que El lo quiera, es necesario que también nosotros lo queramos. “Fiat!”, ha dicho Dios y “Fiat!” hemos de decir nosotros. ¡Que nuestra voluntad sea una con la Suya, que se identifiquen en un solo Querer, Divino, Omnipotente, Eterno! Un puente debe tocar las dos orillas, sólidamente, para que por él pase un intercambio de cosas maravillosas, de comunión y de Vida.

Y mientras no neguemos lo que le hemos dicho ‒“¡Señor, quiero tu Voluntad!”‒Dios da fe a nuestra palabra, mientras no la desmintamos con querer algo que El no quiere. Nosotros nos podemos distraer, pero El no se distrae. Al principio, por nuestra debilidad, tantas veces puede ser que se tenga el Don recibido sin usarlo, porque todavía apenas se conoce, pero entre tanto no es que se haya perdido. Se pierde cuando uno se sale de la Divina Voluntad, cuando hace algo que significa ‘querer salir’. Sin embargo, tener el Don del Divino Querer, conociendolo apenas, y tenerlo inutilizado es una pena.  

Por eso tantas veces el Señor le dice a Luisa a partir de la mitad del  volumen 12°: “¡Sé atenta!”, es decir: tienes una cosa preciosísima en las manos. “¡Si tú supieras –le dice‒ lo que significa perder un instante eterno!”, o sea ‘perderlo’ en el sentido de no hacerlo fructificar.

Por tanto, si hemos comprendido que el Don que nos ofrece el Señor (el palpitar de su Corazón) es para que sea nuestra vida, y si también nosotros lo queremos y lo recibimos, entonces no hay acto o instante de vida que no contenga el Querer mismo de la Stma. Trinidad, el cual se hace presente y vivo en ese pequeño acto humano. Si la Voluntad Divina se hace protagonista y vida de cada cosa que hacemos, cada instante, cada momento contiene el Acto Eterno de Dios, Acto único, infinito, que comprende y da vida a TODO y en el que TODO está presente.  

Estamos hablando del Acto único de Dios, mientras que nosotros, criaturas, hacemos tantos actos porque somos limitados y no podemos agotar todas las posibilidades de una sola vez. Eso explica el misterio del tiempo, que es pasar de la posibilidad de hacer algo a realizarla; esa realización es en un momento sucesivo    y ahí es donde está el antes y el después.

Ese Acto único suyo Dios lo ha manifestado con una palabra “Fiat!”, “¡Hágase!”. Un Acto que no tiene principio ni fin, que está por encima del tiempo, que contiene todo; un Acto eternamente presente, sin pasado ni futuro: en la gran Realidad objetiva todo está presente ante Dios.

Para comprender mejor el misterio de la relación entre el tiempo y la Eternidad, imaginemos que estamos en la puerta de casa y pasa un desfile o una procesión; según el reloj, la primera persona que vemos pasa cuando son las doce y la última a las tres de la tarde; el desfile ha durado tres horas y ahí está el tiempo. Pero si subimos a la terraza de la casa o al último piso de un rascacielos, desde que se empieza a ver al primero hasta que vemos al último, pasan sólo 20 minutos: o sea, que el tiempo se ha reducido. Pero si miramos desde un avión vemos el desfile entero, desde el primero hasta el último, con una sola mirada, sin diferencia de tiempo.

Así es como Dios nos ve, como ve a todas las criaturas, toda la Creación: lo ve tutto con una sola mirada, desde el principio de la Creación hasta el fin del mundo y después; ve toda nuestra eternidad. Nosotros, por ser criaturas, siempre pasaremos de poder hacer al haber hecho, por tanto en un tiempo sin límites (los siglos de los siglos); mientras que Dios es Eterno, es “el que ES”, sin ningún “antes” ni “después”, porque todo le está presente y no falta ni puede faltar nada. Desde luego Dios, para nosotros, como todas sus cosas, resulta infinitamente grande, por encima de nuestra capacidad de comprensión y de imaginación, pero lo que hemos dicho es hasta donde puede llegar nuestra inteligencia.

Dicho lo cual, Dios nos ofrece poder tomar parte en su Acto Unico, Infinito, Divino y Eterno, identificando con él cada nuestro pequeño acto de existencia, y nos invita a asistir y a compartir todo lo que su Querer contiene, uniendonos a Dios, desde el principio de su obra hasta el fin del mundo, en cada cosa hecha por El en la Creación, en todo lo que Jesucristo y su Madre han hecho en la Redención y en cada cosa que el Espíritu Santo hace en la obra de la Santificación de las almas, en la Iglesia.

Con su Don, por tanto, el Señor nos da esta posibilidad, como es tener ‒por ejemplo‒ una ordenadora o computadora con la cual podemos conectarnos con la central, en la que todo está presente y que contiene todo. En un instante, a la velocidad de la luz, con el lenguaje típico de las computadoras, conectando la mía a la del Señor, me conecto con todos ustedes y ustedes se conectan conmigo. Y no sólo, sino que me conecto también con Adán y Eva antes y después del pecado, y con el último hombre que ha de venir al mundo, que aún no existe según el tiempo, pero que en el Acto eterno de Dios para El ya está presente.

Es un gran misterio para nosotros y pienso que tendrémos una gran sorpresa, cuando en el Cielo descubramos que estamos con Jesús “desde el principio”, como El dijo a los Apóstoles en la última Cena: “Cuando venga    el Espíritu Santo, El dará testimonio de Mí y también vosotros lo daréis, porque estáis conmigo desde el Principio”.

¿Desde el principio de qué cosa? ¿De su vida pública? No sólo, sino desde mucho más atrás, o desde mucho más arriba: desde aquel principio eterno que es el Acto Unico de Dios, en el que Dios ha querido la Encarnación del Verbo y ha decretado la existencia de todos nosotros con Jesús, no como seres posibles, sino como seres realizados y concretos, porque a Dios le basta quererlo para hacerlo.

Nosotros hemos entrado en el tiempo en el momento en que fuimos concebidos. Nuestro cuerpo fue concebido, pero ¿quién puede decir cuándo ha sido creada nuestra alma inmortal, espiritual? No en el tiempo ‒puedo pensar‒, sino fuera del tiempo; no en una preexistencia de almas (que no existe), sino en un Acto que es por encima del tiempo, en ese Acto único, eterno de Dios, en el que decretò ante todo la Encarnación del Hijo de Dios, por consiguiente quiso a su Madre Stma. y, de forma secundaria respecto a Jesús y a María,    nos ha querido a todos nosotros: a cada uno de nosotros con nuestras características, con nuestra cara de niño, de jóven, de adulto, de anciano, con todas las circunstancias de nuestra vida, con nuestro temperamento, con nuestra fisiología y hasta con nuestra física y química. “Hasta los cabellos todos de nuestra cabeza están numerados” (Mt 10,30). Dios sostiene incluso los átomos de cada uno de nosotros… ¿Pero nos damos cuenta!? ¡Y eso lo ha establecido eternamente su Amor!

En el Cielo, nosotros que somos nada por nosotros mismos, verémos a la luz de Dios lo que somos, qué maravilla Dios ha hecho de cada uno de nosotros, qué obra maestra única según el modelo de Sí mismo, a Su imagen. Nos ha creado como pequeños espejos en los que quiere verse El mismo, su propia Imagen, que reflejen su Rostro, su Rostro de luz, infinitamente bello, santo y majestuoso; es decir, nos ha creado para que seamos espejitos en los que el Sol divino pueda crearse a Sí mismo. 

Si el sol se retirase, el espejito se quedaría en tinieblas, sin nada. Un espejo por sí mismo no da luz, pero si se deja invadir por ella, entonces el sol se reproduce, “se encarna” en él. Así nosotros: somos como espejos, vacíos por nosotros mismos, pero cuando nos dejamos llenar de Dios, ¡qué maravilla!

Nosotros somos, por decirlo así, el marco del cuadro: el cuadro es el que da valor al marco, no al contrario, y así somos también nosotros. Por eso el Señor nos invita a que vivamos, momento por momento, mirandole a El. Si comprendemos lo que nos está ofreciendo, o sea, su Querer para que sea  en nosotros nuestra vida, y por tanto lo queremos y lo acogemos con deseo sincero, quitando el obstáculo de nuestra voluntad, entonces no hay acto o instante de vida que no sea vivificado por el Querer de la Stma. Trinidad y que no esté presente y vivo en el Acto eterno y divino de Dios. Y siendo vida, en nosotros debe crecer. Por eso el Señor ha dicho: “Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto”.

El Don supremo de Dios, su Querer Divino

Queridos hermanos, en el anterior encuentro hemos hablado del Milagro más grande, que la criatura viva en el Querer de Dios, y prosiguiendo este extraordinario Anuncio hablamos hoy de este Don supremo de Dios, porque  el primer paso para recibirlo es conocerlo. Se ama sólo en la medida que se conoce.

Si tú conocieras el Don de Dios y Quién es el que te dice “dame de beber”, tú le pedirías a El y El te daría agua viva”. Así dijo Jesús a la Samaritana y nos dice ahora a cada uno de nosotros. Y poco después dijo a sus discípulos: Yo tengo un Alimento que no conocéis… Mi Alimento es hacer la Voluntad de Aquel que me envió y dar cumplimiento a su obra” (Jn 4,10 y 32-34).

De ese Don ‒la Divina Voluntad como vida‒ el Señor ha dicho a la “Sierva de Dios” Luisa Piccarreta:

“Ya el primer plano de los actos humanos cambiados en divinos en mi Querer fue hecho por Mí. Lo dejé como detenido y la criatura nada supo, excepto mi querida e inseparable Madre, y era necesario. Si el hombre no conocía el camino, la puerta, las estancias de mi Humanidad, ¿cómo podía entrar en ella y copiar lo que Yo hacía? Ahora ha llegado el tiempo de que la criatura entre en este plano y haga también lo suyo en lo Mío. ¿Qué tiene de extraño que te haya llamado a ti la primera? Y además, tan es verdad     que te he llamado a tí la primera, que a ninguna otra alma, por más que Me sea querida, le he manifestado el modo de vivir en mi Querer, sus efectos, las maravillas y los bienes que recibe la criatura que actúa en el Querer Supremo. Examina todas las vidas de santos que quieras, o libros de doctrina: en ninguno hallarás los prodigios de mi Querer cuando obra en la criatura e la criatura que obra en el Mío. Todo lo más hallarás la resignación, la unión de  voluntades, pero el Querer Divino que obra en ella y ella en el Mío, en ninguno lo encontrarás. Eso significa que no había llegado el tiempo en que mi bondad debía llamar a la criatura a que viva en este estado sublime. Así como el mismo modo como te hago que ores no se ve en ningún otro. Por eso sé atenta: mi justicia quiere exigirlo, mi amor lo suspira ardientemente; por eso mi sabiduría dispone todo para lograrlo. Son los derechos, la gloria de la Creación, lo que queremos de tí».” (Volumen 14°, 06.10.1922).

Por tanto, el Señor no se contenta con que hagamos lo que El quiere,  sino que su Voluntad sea para nosotros (por gracia) lo que es para El, que su Voluntad sea nuestra y la nuestra sea suya: ese es el Don supremo de su Amor.

En la vida de Luisa leemos que once meses después de haber recibido la gracia del “desposorio místico” en la tierra, el Señor quiso ratificarlo en el Cielo, en presencia de la Stma. Trinidad y de toda la Corte Celestial, con una nueva gracia, la más alta conocida anteriormente por los Santos y escritores místicos: “el matrimonio místico”. Con esa gracia le fue concedido a Luisa la perenne adquisición de las Tres Divinas Personas, representadas por las tres virtudes teologales (Fe, Esperanza y Caridad), que establecieron en ella su perpetua y estable morada. Era el 8 de Septiembre de 1889, fiesta de la Natividad de María. Luisa tenía 24 años y medio y llevaba ya dos años definitivamente en cama. En aquel momento Luisa recibió el don del Divino Querer, el alimento y la vida de Jesús y de María, el don del que se había privado Adán con separarse de la Voluntad de Dios.

En efecto, Ntro. Señor le explica 32 años después:

“Tu familia es la Trinidad. ¿No te acuerdas como, en los primeros años de cama, te llevé al Cielo y ante la Trinidad Sacrosanta hicimos nuestra unión? Y Ella te dotó de tales dones, que tú misma aún no los has conocido; y cuando te hablo de mi QUERER, de sus efectos y su valor, te hago descrubrir los dones con que desde entonces fuiste dotada. De mi dote no te hablo, porque lo que es tuyo es mío. Y luego, al cabo de pocos días bajamos del Cielo las Tres Divinas Personas, tomamos posesión de tu corazón e hicimos en él nuestra perpetua morada; tomamos el gobierno de tu inteligencia, de tu corazón y de todo tu ser, y cada cosa que tú hacías era un volcarse de nuestra Voluntad creadora en tí, eran confirmaciones de que tu querer estaba animado por un Querer eterno. El trabajo ya está hecho; no falta más que darlo a conocer, para hacer que no sólo tú, sino también los demás puedan tomar parte en estos grandes bienes. Y es lo que estoy haciendo, llamando una vez a un ministro mío y otra vez a otro, y también a ministros de lugares lejanos…” (Vol. 13°, 5.12.1921)

Queridos hermanos, antes de hablar del Don de la Divina Voluntad y de cómo se recibe, es necesario hacer una aclaración: hablamos de “voluntad” y de “querer”.  En cierto sentido son lo mismo, pero son dos cosas distintas. “Voluntad” es un sustantivo, indica lo que es; “querer” es un verbo, indica lo que hace. Es la misma diferencia que hay entre el corazón y el palpitar del corazón, entre la fuente y el río que nace de ella. En Dios, “la fuente” de todo es su Voluntad y “el río” es su Querer; pero ese “río” que da vida a todo no es de agua, sino de Amor. Así Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, tiene dos voluntades, una Divina (la de la Stma. Trinidad) y otra humana, pero no ha vivido una doble vida, unas veces como Dios y otras sólo come hombre, sino como lo que El es, “el Hombre-Dios”, con un único Querer. Y lo que El es por naturaleza lo quiere compartir con nosotros por gracia. Como se unen en una taza el café y el azucar, aun siendo dos cosas distintas, así nuestra voluntad y la Suya pueden unirse en un solo Querer.

Debemos partir de la verdad y por tanto de la humildad (el lenguaje de Dios es el de la Verdad, con la gran pregunta que nos hace el Señor: “¿Quién soy Yo y quién eres tú? Míra mi Amor a tí: ¿dónde está tu amor a Mí?”), y por tanto veamos como se recibe este Dono; debemos por eso conocerlo, quererlo, sacrificar todo nuestro querer humano para recibir el Suyo, hasta incluso no dirigir ni siquiera el Querer Divino con nuestro querer humano: se necesita el vacío de nosotros mismos.

Si queremos que la Voluntad Divina sea en nosotros la fuente de la vida, ante todo debemos saber suficientemente de qué se trata, qué es lo que queremos, qué cosa es: por lo tanto ‘saber’; y lo segundo es que debemos quitar el obstáculo, que es precisamente nuestro querer humano. Es lo que San Juan Bautista dijo: “Es necesario que El crezca y yo disminuya”. Sólo a medida que ‘morimos’ a nuestro querer humano (o sea, que no le damos vida por nuestra cuenta), podemos en cada momento llamar al Querer Divino a que viva y resucite en nosotros. Porque no es posible servir a dos señores, como dijo San Juan Pablo II: “Será el Amor de Dios llevado hasta el desprecio de sí o será el amor propio llevado hasta el desprecio de Dios”.

Este don no es una fórmula mágica, una oración que rezar, sino que para recibirlo hace falta saber de qué se trata, quererlo y por tanto quitar el obstáculo del querer humano, o sea, dar vita a nuestra voluntad, hacer lo que queremos cuando esta voluntad nuestra no va de acuerdo con la Voluntad de Dios.

Todo lo que Dios nos da es gratuito: el aire, el sol, la respiración, la vista, la vida etc., pero el don de su Voluntad (por gracia) es lo único que tiene un precio, ¡y el precio es nuestra voluntad!

Si vivimos en gracia de Dios y deseamos este don supremo que Dios desea darnos ‒y lo desea más que nosotros‒, la señal segura de que nos lo dará es que antes hace que nos llegue la noticia. ¡Si vivimos en gracia de Dios, lo deseamos y se lo pedimos, es seguro que nos lo dará!

Sin embargo queda siempre el hecho de que no basta que Dios nos lo dé, hace falta que también nosotros lo recibamos; o sea, no es posible estar al mismo tiempo vivos y muertos, pecar y a la vez estar unidos a la Voluntad  de Dios: son dos cosas incompatibles. Los defectos, los límites, nuestras miserias no son de por sí obstáculo para que Dios pueda darnos su Don. Si Dios tuviera que esperar a vernos sin defectos y sin nuestras miserias para darnos su Querer Divino como vida, no nos lo daría jamás. Otra cosa es el pecado, sobre todo si es grave, pero para pecar hace falta ser suficientemente conscientes y quererlo. No es lo mismo sentir que consentir. ‘Sentir’ no depende de nosotros, ‘querer’ sí. Y el Señor nos dice: “Hijo mío, tú ya sabes mis mandamientos. Respetando mi Ley, puedes hacer cualquier cosa, pero llámame a que Yo la haga junto contigo. Porque, si la haces tú, ¿cuánto vale? Mientras que hecha por Mí, con tu permiso, vale infinitamente”. Por eso Dios en su Voluntad puede hacer en un instante lo que nosotros no somos capaces de hacer en toda nuestra vida.

Todo parte del conocimiento, más aún, de la acogida del Anuncio que nos llega de parte de Dios. Como la Stma. Virgen. Que de nosotros se pueda decir como lo que le dijo a Ella su prima Isabel: “¡Bendita tú eres porque has creído, porque en tí se cumplirá la palabra del Señor!” (cfr Lc 1,45).