La gran fiesta de Pentecostés: ¡ven, Espíritu Santo!
Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo. Pero el Espíritu Santo es el gran Desconocido, entre otras cosas porque no somos capaces de imaginar algo que no puedan percebir nuestros sentidos. Así El se manifiesta por medio de imágenes o bien es representado mediante imágenes: de paloma, o de lenguas de fuego, o de viento, o de agua viva…
Una vez dije a los niños: “pintad el viento”. ¿Cómo es posible? Alguno pintó una bandera que se agitaba en el aire, o el humo de una chimenea, o árboles que se inclinan en una dirección… Es decir, lo indicó mediante los efectos que produce. Esa realidad viva llamada “espíritu” se manifiesta por lo que hace. Nuestro propio espíritu está animando nuestro cuerpo, pero es evidente que una cosa es ver, o comer o sentir calor o frío, y otra es razonar o tomar una decisión: estas cosas las hace nuestro espíritu mediante sus facultades (inteligencia, memoria y voluntad), mientras que las otras las hace nuestro cuerpo con sus sentidos y sus miembros. “El espíritu es el que da vida, la carne no sierve para nada” (Jn 6,63).
Dios nos ha creado a su imagen y El es purísimo Espíritu, un solo Ser, único, indivisible, en tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, cuyo nombre indica el Ser Divino. Si el Padre representa la Voluntad de los Tres (lo que es) y el Hijo su Conocimiento o Sabiduría (cómo es), el Espíritu Santo representa su Querer Divino (lo que hace, es decir, el Amor). El Padre es el Amante, el Hijo es el Amado y el Espíritu Santo es el Amor. Un solo Ser y un solo Corazón.
El Espíritu Santo es llamado por Jesús en el Evangelio “el Consolador” (o Paráclito). El es “el Espíritu de la Verdad”, el Maestro interior que nos conduce a la plenitud de la Verdad, es “el Espíritu Creador” que da la vida, el Divino Realizador… Es el Espíritu de unidad, que desea hacer comunión con nuestro espíritu creado, como hace la luz desde el comienzo del día, cuando se funde con la atmósfera y se hacen como una cosa sola, aun siendo cosas tan diferentes la luz y el aire…
Además de sus imágenes clásicas de la paloma, del viento, del fuego, etc. se podrían pensar otras: el Espíritu Santo sería como la electricidad, que no se ve más que en sus efectos, y al mismo tiempo es “corriente continua” y “corriente alterna” entre el polo positivo y el polo negativo, y crea energía y movimiento, luz y calor, vida. O bien lo expresa el palpitar del corazón o la respiración incesante: “me amas – te amo”… Así, desde el principio de la Creación se ha manifestado como el Divino Realizador, el Espíritu Creador: “…y el Espíritu de Dios soplaba sobre las aguas” (Gén 1,2). El es el que guía o que inspira a los Santos y a los Profetas desde el Antiguo Testamento, pero su obra maestra, su obra suprema es la Encarnación del Verbo, concebido por obra del Espíritu Santo. Después, en el Bautismo de Jesús en el Jordán, sobre El descendió el Espíritu Santo en figura como de paloma, y así lleno de Espíritu Santo y llevado por el Espíritu pudo llevar a cabo su Vida pública y la obra de la Redención. Lo mismo desea hacer en nosotros si se lo permetimos: concebir a Jesús en nosotros, llenarnos y guiarnos como hizo con El.
En la última Cena Jesús dijo: “Os conviene queYo me vaya, porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Consolador; pero cuando me haya ido, os lo enviaré. Y cuando venga, argüirá al mundo del pecado, de la justicia y del juicio. Del pecado, porque no creen en Mí; de la justicia, porque voy al Padre y no me veréis más; y del juicio, porque el príncipe de este mundo ya está juzgado. Muchas cosas tengo aún que deciros, mas por ahora no sois capaces de recibirlas. Pero cuando venga el Espíritu de la Verdad, El os guiará a la verdad completa, porque no hablará por su cuenta, sino que dirá todo lo que habrá oido y os anunciará las cosas que vendrán. El me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer. Todo cuanto tiene el Padre es mío; por esto he dicho que tomará de lo mío y os lo dará a conocer” (Jn 16,7-15).
“Cuando me haya ido, os enviaré al Consolador”, dijo Jesús, no para sustituirle, sino para formar su Vida en nosotros y transformarnos en El. Por eso, el Señor Resucitado ha dado el Espíritu Santo como el fruto inmediato de la Redención a sus discípulos, cuando se les apareció: “sopló sobre ellos y dijo «Recibid el Espíritu Santo»” (Jn 20,22), con el fin de darles su Vida y formarla en ellos, porque el Señor no se contenta con estar con nosotros, sino que quiere vivir en nosotros.
Por eso, después de la Ascensión del Señor al Cielo, cuando llegó el día de Pentecostés el Espíritu Santo descendió sobre los discípulos reunidos, para llenar el gran vacío dejado por la ausencia visible del Señor en su corazón y los transformó: de débiles e inseguros les llenó de valor, de ignorantes que eran les llenó de Sabiduría, y de frágiles en la fidelidad y pobres en su afecto humano se llenaron del Amor divino, listos para dar la vida por el Señor y para dar a todos la Vida del Señor.
Jesús había llevado a cabo su misión, su Pascua personal, pasando del mundo al Padre; por tanto debía de empezar entonces la de sus discípulos, el camino de su Iglesia, la misión de llevar la Redención al mundo entero y conducirlo con Jesús al Padre. Con esa finalidad, para poder realizar nuestra misión ha enviado al Espíritu Santo, “Alma de la Iglesia”. El es el que en la Santa Misa hace el milagro de la Consagración del pan y del vino, convirtiendolos en Jesucristo vivo y realmente presente bajo sus apariencias o “accidentes”. Y El es el que ha de realizar un milagro aún más grande: así como en la Encarnación Jesús “se revistió” de nosotros, haciendo suya la vida de cada uno de nosotros, nuestras culpas y nuestras penas, así ahora el Espíritu Santo quiere llevar a cabo el gran milagro de “revestirnos” de Jesús, como dice San Pablo (Gál 3,27; Col 3,10.12).
Y como Jesús vino al mundo por medio de María, así el Espíritu Santo viene a nosotros por medio de Ella, su Inmaculada Esposa. Pues de hecho, el día de Pentecostés, el Espíritu Santo no tuvo que venir desde muy lejos para darse a los Apóstoles: en medio de ellos estaba María, la Llena de Gracia, y podemos decir que de Ella “se desbordó” para derramarse sobre sus hijos, colmandolos a su vez de toda la Gracia necesaria para llevar a cabo su misión, para santificarse y santificar. Por tanto, nada hace el Espíritu Santo sin María. Y sólo cuando la Iglesia comprenderá el papel de María y su misión indispensable como Madre de la Iglesia, entonces el Espíritu Santo se derramará de un modo nuevo en ella, vivificandola con el don supremo de su Querer. Se cumplirá por fin la profecía de Ezequiel, 37:
“La mano del Señor fue sobre mí y el Señor me sacó en espíritu y me puso en la llanura que estaba llena de huesos; me hizo pasar entre ellos en todas direcciones. Vi que eran en número grandísimo sobre la extensión del llano y del todo secos. Me dijo: «Hijo del hombre, ¿podrán revivir estos huesos?». Yo dije: «Señor Dios, tú lo sabes». Y El me dijo: «Profetiza sobre estos huesos y diles: Huesos áridos, escuchad la palabra del Señor. Dice el Señor Dios a estos huesos: He aquí que haré entrar el espíritu en vosotros y viviréis. Os cubriré de nervios, haré crecer sobre vosotros la carne, os cubriré de piel, os infundiré el espíritu y viviréis y sabréis que Yo Soy el Señor». Yo profeticé como se me había ordenado; mientras yo profetizaba, sentí un ruido y vi un movimiento entre los huesos, que se unían unos a otros, cada uno a su correspondiente. Miré y vi que estaban recubiertos de nervios, la carne crecía y la piel los recubría, pero no había espíritu en ellos. El me dijo: «Profetiza al Espíritu, profetiza, hijo del hombre, y dí al Espíritu: Dice el Señor Dios: Espíritu, ven de los cuatro vientos y sopla sobre estos muertos para que vivan». Yo profeticé como me había ordenado y el Espíritu entró en ellos; volvieron a la vida y se pusieron de pie; era un ejército grande, inmenso. Me dijo: «Hijo del hombre, estos huesos son toda la casa de Israel. Ellos van diciendo: nuestros huesos se han secado, nuestra esperanza se ha desvanecido, todo se ha acabado para nosotros. Por eso profetiza y diles: Así dice el Señor Dios: He aquí que abro vuestros sepulcros, os resucito de vuestras tumbas, o pueblo mío, y os conduzco de nuevo al pais de Israel. Reconoceréis que Yo Soy el Señor, cuando abra vuestras tumbas y os resucite de vuestros sepulcros, oh pueblo mío. Infundiré mi Espíritu en vosotros y viviréis; os haré descansar en vuestro suelo; sabréis que Yo Soy el Señor. Lo he dicho y lo haré». Oráculo del Señor Dios.”
Invoquémoslo cada día desde el principio, pidiendole al Señor que nos lo envíe por medio de María, y tras renovar nuestra personal consagración diaria como Jesús y con El a nuestra Madre Celestial, para renovar en nosotros la imagen y la semejanza de la Stma. Trinidad, digámosle por ejemplo:
“Oh Santo, Divino Espíritu: purifícame, reordéname, lléname, santifícame, sustitúyeme, transfórmame, transustánciame, conságrame, divinízame”. Toma plena posesión de mi ser, de mi persona, de mi vida; ‒ de lo que soy, de lo que tengo, de lo que hago; ‒ de mi espíritu, de mi alma, de mi cuerpo; ‒ de mis facultades, de mis sentidos, de mis miembros; ‒ de mi voluntad, de mi inteligencia, de mi memoria; ‒ de mi mente, de mi corazón, de mi respiro; ‒ de todos mis pensamientos, de todas mis palabras, de todas mis obras; ‒ de mi mirada, de mi atención, de mi voz; ‒ de mis movimientos, de mis acciones, de mis pasos; ‒ del trabajo, del cansancio, del descanso; ‒ de mis sentimientos, de las penas, de las alegrías; ‒ de mi oración, de la Santa Misa, de los Sacramentos que reciba; ‒ de mi pasado, de mi presente, de mi futuro. ‒ Sé Tú el protagonista de mi vida entera, de mi “paso a la otra orilla” y de mi eternidad, para convertir todo en alabanza perfecta y universal de tu Gloria, en vida de tu Vida, en triunfo de tu Querer y de tu Amor. Amén.
¡Que así sea para nosotros una continua fiesta de Pentecostés!
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