Una sola Voluntad animaba a Jesús y a María: sus vidas eran una sola
María pudo concebir a Jesús y darle la Vida porque Ella tenía la Voluntad Divina.
“Hija mía, mi Querer contiene todo y quien lo posee puede darme todo. Mi Voluntad fue todo para Mí: Me concibió, Me formó, Me hizo crecer y Me hizo nacer. Si mi Mamá contribuyó dándome la sangre, pudo hacerlo porque mi Voluntad, absorbida por Ella, la contenía. Si no hubiese tenido mi Querer, no habría podido contribuir a formar mi Humanidad, de manera que mi Voluntad directa y mi Voluntad absorbida en mi Madre Me dieron la Vida. Lo humano no tenía poder sobre Mí para darme nada, sino sólo el Querer Divino con su aliento Me alimentó y Me dio a luz.
¿Pero crees tú que fue el frío del aire lo que Me entumeció? ¡Ah, no! Fue el frío de los corazones el que Me heló, y la ingratitud, que Me hizo llorar amargamente apenas nací. Mi Madre querida Me enjugó el llanto, aunque también Ella lloró. Nuestras lágrimas se mezclaron, y dándonos los primeros besos Nos desahogamos en amor. Pero nuestra vida tenía que ser el dolor y el llanto, y Me hice poner en el pesebre para volver a llorar, llamando a mis hijos con mis sollozos y mis lágrimas. Quería conmoverlos con mis lágrimas y mis gemidos para que Me escucharan.
¿Pero sabes tú quién fue la primera, después de mi Mamá, que llamé con mis lágrimas a mi lado, en el mismo pesebre, para desahogar mi amor? Fuiste tú, la pequeña Hija de mi Querer. Tú eras tan pequeña, que pude tenerte junto a Mí en el mismo pesebre y pude derramar mis lágrimas en tu corazón. Esas lágrimas sellaron mi Querer en tí y te constituyeron hija legítima de mi Voluntad. Mi Corazón se alegró, al ver que en tí regresaba, íntegro en mi Voluntad, todo lo que había realizado mi Querer en la Creación …” (13°, 25-12-1921)
Las vidas de Jesús y de María eran una sola: eso la distinguía a los ojos de Jesús.
“… Tampoco mi Madre querida hacía nada de extraordinario en su vida exterior, al contrario, hizo aparentemente menos que cualquiera. Ella se abajaba a las acciones más comunes de la vida, hilaba, cosía, barría, encendía el fuego… ¿Quién habría pensado que Ella era la Madre de un Dios? Sus acciones externas nada de eso hacían pensar. Y cuando Me llevaba en sus entrañas, conteniendo en Ella al Verbo Eterno, cada movimento suyo, cada acción humana obtenía la adoración de todo lo creado. De Ella salía la vida y la conservación de todas las criaturas; el sol dependía de Ella y esperaba la conservación de su luz y de su calor; la tierra, el desarrollo de la vida de las plantas… Todo giraba en torno a Ella, cielos y tierra dependían de sus deseos; y sin embargo, ¿quién veía nada? Nadie.
Toda su grandeza, poder y santidad, los mares inmensos de bienes que salía de Ella, de su interior, cada latido, cada respiro, cada pensamiento, cada palabra, desembocaban en su Creador. Entre Dios y Ella eran continuas las corrientes que recibía y que daba. Nada salía de Ella que no hiriera a su Creador y con lo que no quedase herida por El. Estas corrientes la engrandecían, la elevaban, le hacían superar todo, pero nadie veía nada. Sólo Yo, su Hijo y Dios, estaba al corriente de todo. Entre mi Madre y Yo corría una corriente tal, que su palpitar corría en el mío y el mío corría en el suyo, por lo cual Ella vivía gracias a mi palpitar eterno y Yo gracias a su palpitar materno; nuestras vidas se confundían juntas, y era eso precisamente lo que Me hacía distinguir que era mi Madre.
Las acciones externas no Me satisfacen ni Me agradan, si no parten de un interior del que Yo sea la vida. Por eso, ¿de qué te extrañas, que tu vida exterior sea en todo ordinaria? Yo suelo cubrir mis obras más grandes con las cosas más comunes, para que nadie se fije en ellas y Yo pueda hacerlas más libremente, y cuando he terminado doy una sorpresa y las manifiesto a todos, dejándolos asombrados…” (14°, 16-3-1922)
Una sola Voluntad anima a Jesús y a María, y por eso nada hizo Jesús en que Ella no participara.
“… Todo eso es necesario a la santidad del vivir en mi Querer, engendrar semejanza entre el alma y Yo. Es lo que hice con mi Madre. No toleré ni siquiera una pequeña pena, ni un acto o bien alguno que hice en el que Ella no tomara parte. Una era la Voluntad que Nos animaba, y por tanto, cuando Yo sufría las penas, las muertes, o bien cuando obraba, Ella moría, sufría, obraba junto conmigo. En su alma tenía que ser mi copia fiel, de modo que, mirándome en Ella, Yo tenía que hallar a otro Mí mismo.
Ahora, lo que hice con mi Madre quiero hacerlo contigo. Después de Ella te pongo a tí. Quiero que la Stma. Trinidad sea copiada en la tierra: mi Mamá, tú y Yo; es necesario que por medio de una criatura mi Querer tenga vida operativa en la tierra. ¿Y cómo puede tener esa vida operativa, si no doy lo que mi Querer contiene y lo que hizo sufrir a mi Humanidad? Mi Querer tuvo verdadera vida operativa en Mí y en mi inseparable Mamá; ahora quiero que la tenga en tí. Una criatura Me es absolutamente necesaria, así ha decidido mi Querer; las demás dependerán de ésto…” (14°, 20-7-1922)
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