Sólo el Creador puede hablar de la vida humana
Ni el mismo hombre ni las ciencias pueden decir nada sobre el origen de la criatura, de cada ser humano. Se trata de los secretos más íntimos de Dios: dónde, cómo y cuándo ha llamado al hombre, a cada ser humano, a la existencia.
En Sí mismo nos ha creado, con una vocación altísima: para concurrir con Dios en todas sus obras mediante su Voluntad dada a nosotros, debiendo confirmar y repetir en el tempo, ratificando por nuestra parte su decreto eterno.
De este misterio habla el Señor en los Escritos de la Sierva de Dios Luisa Piccarreta (volumen 33°, 18-12-1933):
«Mi pobre mente sigue cruzando el mar infinito del “Fiat”, el cual, por más que uno camine, nunca se acaba. El alma en este mar siente a su Dios, el cual la llena toda, hasta el borde, de su Ser Divino, de modo que puede decir: “Dios me ha dado todo Sí mismo, y si no me es posible contener en mí su inmensidad es porque soy pequeña”.
Pues bien, en este mar estan en acto el orden, la armonía, los misterios secretos de cómo Dios ha creado al hombre, y oh, son prodigios inauditos, el amor es exuberante, la maestría es insuperable. Hay tanto de misterioso, que ni el mismo hombre, ni las ciencias pueden decir nada con claridad sobre la formación del hombre. Así que me he quedado sorprendida de la magnificencia y de las prerrogativas que posee la naturaleza humana.
Y mi amado Jesús, al verme tan sorprendida, me ha dicho: “Hija mía bendita, cesará tu asombro cuando, mirando bien en este mar de mi Querer, veas donde, quien, como y cuando fue formada cada criatura.
Así que, ¿dónde? En el seno eterno de Dios. ¿Quién? Dios mismo le dió su origen. ¿Cómo? El mismo Ser Supremo formó la serie de sus pensamientos, el número de sus palabras, el orden de sus obras, el movimiento de sus pasos y el continuo palpitar de su corazón, de manera que Dios le daba una tal belleza, orden y armonía que podía hallarse a Sí mismo en la criatura, con tal plenitud que ella no encontraría dónde poder poner algo de suyo, que no le hubiera sido dado por Dios.
Nosotros, al mirarla, quedamos extasiados al ver que en el pequeño límite humano nuestra potencia había metido nuestra obra divina, y en nuestro énfasis de amor le decíamos: «¡qué bella eres, obra nuestra! Tú eres, tú serás nuestra gloria, el desbordarse de nuestro amor, el reflejo de nuestra sabiduría, el eco de nuestra potencia, el portador de nuestro eterno amor»; y lo amamos con amor eterno, sin principio y sin fin.
¿Y cuándo fue formada esta criatura en Nosotros? Desde la eternidad,[1] por eso en el tiempo no existía, pero en la eternidad ha existido siempre, tenía su puesto en Nosotros, su vida palpitante, el amor de su Creador. De manera que la criatura ha sido siempre para Nosotros nuestro ideal, el pequeño espacio en que llevar a cabo nuestra obra creadora, el apoyo de nuestra vida, el desahogo de nuestro eterno amor.
Por eso tantas cosas humanas no se comprenden, no se saben explicar, porque se trata del obrar de lo incomprensible divino, se trata de nuestros misteriosos arcanos celestes, nuestras fibras divinas, por lo que sólo Nosotros sabemos los misteriosos secretos, las teclas que debemos tocar cuando queremos hacer cosas nuevas e insólitas en la criatura, y al no conocer nuestros secretos y no poder comprender nuestros modos de obrar incomprensibles que hemos puesto en la naturaleza humana, llegan a juzgar a su manera y no saben explicarse lo que Nosotros realizamos en la criatura, mientras que estan obligados a doblegar la frente ante lo que no comprenden.
Pues bien, quien no posee nuestra Voluntad pone en desorden todos nuestros actos, ordenados desde la eternidad en la criatura; por eso se desfigura y forma el vacío de nuestros actos divinos, formados y ordenados por Nosotros en la criatura humana.
Nosotros nos amábamos a Nosotros mismos en ella, la serie de nuestros actos formados por nuestro puro amor, y haciendola salir afuera, en el tiempo, queríamos que tomara parte en lo que Nosotros habíamos hecho. Pero para que la criatura tuviera esta capacidad necesitaba nuestra Voluntad, que dándole su capacidad divina, le habría permitido hacer en el tiempo lo que había sido hecho por Nosotros sin ella en la eternidad.
No hay que extrañarse: si el Ser Divino la había formado en la eternidad, el mismo Querer Divino confirmaba y repetía en el tiempo, es decir continuaba su obra creadora en la criatura. Pero sin mi Voluntad Divina, ¿cómo va a poder elevarse, conformarse, unificarse, asemejarse a esos mismos actos que Nosotros con tanto amor hemos formado y ordenado en ella? Por tanto la voluntad humana no hace más trastornar nuestras obras más bellas, romper nuestro amor, vaciar nuestras obras, las cuales permanecen en Nosotros porque Nosotros nada perdemos de lo que hemos hecho; todo el mal queda para la pobre criatura, porque siente el abismo del vacío divino. Sus obras carecen de fuerza y de luz, sus pasos son vacilantes, su mente está confusa, de manera que sin mi Voluntad resulta como un alimento sin sustancia, como un cuerpo paralizado, como un terreno sin cultivo, como un árbol sin fruto, como una flor que da mal olor.
Oh, si nuestra Divinidad pudiera llorar, lloraríamos amargamente la criatura que no se deja dominar por nuestra Voluntad.”
Y San Pablo lo confirma diciendo: “Eso que ojos no vieron, ni oidos oyeron, ni entró jamás en el corazón humano, Dios lo ha preparado para aquellos que lo aman. Pero a nosotros Dios nos lo ha revelado por medio del Espíritu Santo; pues el Espíritu escruta todo, hasta lo más íntimo de Dios. ¿Quién conoce los secretos del hombre sino el espíritu del hombre que está en él? Así también los secretos de Dios nadie ha podido conocerlos jamás sino el Espíritu de Dios. Ahora, nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu de Dios para conocer todo lo que Dios nos ha dado. De esas cosas nosotros hablamos, no con un lenguaje sugerido por la sabiduría humana, sino enseñado por el Espíritu, expresando cosas espirituales con términos espirituales. El hombre natural no comprende las cosas del Espíritu de Dios; son locura para él, y no es capaz de entenderlas, porque se pueden juzgar sólo por medio del Espíritu, mientras que el hombre espiritual juzga todo, sin que nadie lo pueda juzgar. ¿Pues quién ha conocido el pensamiento del Señor para poder dirigirlo? Pero nosotros tenemos el pensamiento de Cristo” (1a Cor 2,9-16).
[1] – No sólo como idea o intención, ya que para Dios querer y hacer son una sola cosa. Pero no se trata de “pre-existencia” de almas, pues ese idea –rechazada por la Iglesia– indica un tiempo anterior, mientras que aquí se habla de eternidad, que es algo afuera del tiempo: es el Acto único y absoluto de Dios, sin pasado ni futuro. Creados por Dios en Cristo, para ser sus hijos.
Apuntes para una Fe clara en tiempos de confusion
Pescia Romana (Viterbo, Italia), 13 de Octubre de 2017, en el Centenario de la sexta aparición de Nuestra Señora en Fátima y del “milagro del Sol”, signo del Reino del Querer Divino y del triunfo del Corazón Inmaculado de María.
En la Fe de la Santa Iglesia, sin pretender dar lecciones a nadie, ofrezco al buen sentido y a la buena voluntad de quien lee estas reflexiones, con el deseo de ayudar a los hermanos que el Señor me ha encomendado –“mi parroquia espiritual o extraterritorial”– en este tiempo de oscuridad, de confusión y de extravío de la Fe para su formación básica en la Fe y como guía en su vida.
P. Pablo Martín
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