Si tú conocieras el Don de Dios

Hoy el Señor nos quiere explicar más su deseo, lo que quiere darnos. El pasado Domingo hemos oido en el Evangelio que Jesús dijo a la samaritana: «Si tú conocieras el Don de Dios y y Quién es el que te dice: “¡Dáme de beber!”, tú misma le habrías pedido y El te habría dado agua viva». (Jn 4,10).

¿Y cuál es el Don de Dios? No es un don cualquiera, o una virtud, o un carisma, ni siquiera es algo espiritual, sino el Don de Sí, su misma Voluntad Divina omnipotente, eterna, santísima. Observar sus Mandamientos, hacer lo que Dios quiere, aceptar con resignación o con paz lo que Dios permite o dispone, todo eso es necesario para salvarnos, pero es demasiado poco para su Amor.

Y dice en el profeta Isaías (49,3-6): «Mi siervo eres tú, Israel, en el que manifestaré mi gloria (…). Es demasiado poco que tú seas mi siervo para restaurar las tribus de Jacob y conducir a los sobrevivientes de Israel. Pero Yo te haré luz de las naciones para que lleves mi salvación hasta los confines de la tierra».

– En la mentalidad de la Biblia, “SIERVO DE DIOS” es el hombre fiel a Dios, que Lo reconoce y Lo adora como “su” Señor y Dios, del cual  depende y a quien obedece. En este sentido, lo contrario de “siervo” es “rebelde o impío”. Así, el Hijo de Dios se complace en ser llamado “el Siervo de Yahvé” (Isaías 49,3-5; 52,13) y María es “la Sierva del Señor” (Lc 1,38 e 48), un título que no sólo dice su humildad y sumisión, sino también su pertenencia a Dios (ser de Dios).

– En la mentalidad común de los hombres, un “SIERVO” es alguien al servicio de su dueño, hacia el cual tiene fundamentalmente un sentimiento de temor o bien de interés, y al cual lo une solamente una relación de dependencia y de trabajo (de servicio). En este otro sentido, lo contrario de “siervo” es “hijo”.

El “hijo” no tiene una relación con un dueño o señor, sino que vive un vínculo de familiaridad y de amor, de pertenencia recíproca con su Padre. En este sentido hemos de entender el binomio “siervo-hijo” que recorre toda la Biblia a partir de Abrahám, así como las palabras del hijo mayor de la parábola del “Hijo pródigo” (Lc 15,29-31). Es evidente que en este sentido María es Hija y quiere que también nosotros seamos hijos.

Ntro. Señor explica la diferencia entre hacer la Voluntad de Dios y el vivir en Ella. Leemos en el vol. 17° de los Escritos de Luisa, el 18 de septiembre 1924:

Hija mía, no se quiere entender: vivir en mi Voluntad es reinar, hacer mi Voluntad es estar a mis órdenes.  Lo primero es poseer, lo segundo es recibir mis órdenes y cumplirlas.

Vivir en mi Querer es considerar mi Voluntad como cosa propia, es disponer de Ella. Hacer mi Voluntad es considerarla como Voluntad de Dios, no como algo propio, ni poder disponer de Ella como se desea. Vivir en mi Voluntad es vivir con una sola Voluntad, que es precisamente la de Dios, y siendo una Voluntad toda santa, toda pura, toda paz, siendo una sola voluntad la que reina, no hay contrastes, todo es paz. Las pasiones humanas tiemblan ante esta Suprema Voluntad y querrían escapar; no se atreven a moverse, ni a oponerse, viendo que ante esta Santa Voluntad tiemblan Cielos y tierra. Así que el primer paso del vivir en el Querer Divino, que pone el órden divino, está en el fondo del alma, vaciandola de lo que es humano, de tendencias, pasiones, inclinaciones y demás.

Por el contrario, hacer mi Voluntad es vivir con dos voluntades, y cuando doy la órden de cumplir la Mía, la criatura siente el peso de su voluntad que pone dificultades, y a pesar de que cumpla fielmente las órdenes de mi Voluntad, siente el peso de la naturaleza rebelde, sus pasiones e inclinaciones. Y cuántos Santos, a pesar de haber alcanzado la más alta perfección, sienten esa voluntad de ellos, que les hace guerra, que los tiene oprimidos, tanto que les hace gritar: ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte, o sea, de esta voluntad mía que quiere dar muerte al bien que quiero hacer? (Rom 7,24)

Vivir en mi Voluntad es vivir como hijo; hacer mi Voluntad es vivir como siervo. En el primer caso, lo que es del Padre es del hijo, y muchas veces hacen más sacrificios los siervos que los hijos: a ellos les toca esponerse a servicios más fatigosos, más humildes, al frío, al calor, a viajar a pie… En efecto, ¿cuánto no han hecho mis Santos para cumplir los mandatos de mi Voluntad? Por el contrario, el hijo está con su padre, cuida de él, lo alegra con sus besos y caricias, manda a los siervos como si les mandara su Padre, si sale no va a pie, sino que viaja en carroza… Y si el hijo posee todo lo que es del padre, a los siervos no se les da más que el salario por el trabajo que han hecho, quedan libres de servir o no servir a su dueño; y si no sirven ya no tienen derecho a recibir ningún sueldo. Al contrario, entre padre e hijo nadie puede quitar esos derechos del hijo a los bienes del Padre, y ninguna ley, ni del Cielo ni de la tierra, puede anular esos derechos, ni suprimir la relación espiritual entre padre e hijo. Hija mía, vivir en mi Voluntad es el vivir que más se acerca al de los bienaventurados del Cielo, y es tan distante de hacer mi Voluntad y estar fielmente a mis órdenes, como dista el Cielo de la tierra, como la distancia que hay de hijo a siervo, de rey a súbdito.

Y luego, ésto es un don que quiero dar en estos tiempos tan tristes, que no sólo hagan mi Voluntad, sino que la posean. ¿Acaso no soy Yo dueño de dar lo que quiero, cuando quiero y a quien quiero? ¿No es dueño un Señor de decirle a un siervo: ‘Vive en mi casa, come, toma las cosas, usa de mi autoridad como otro Yo?’ Y para hacer que nadie le pueda impedir que posea sus bienes, legalmente hace que este siervo sea su hijo y le da il derecho de poseer. Si eso puede hacerlo un rico, mucho más puedo hacerlo Yo. El vivir en mi Querer es el don más grande que quiero dar a las criaturas. Mi Bondad quiere demostrar cada vez más su amor a las criaturas y habiéndoles dado todo y no teniendo ya nada más que darles para hacer que me amen, quiero darles el don de mi Voluntad, para que, poseyéndola, amen el gran bien que poseen.

No te extrañes si ves que no entienden. Para entender deberían disponerse al más grande de los sacrificios, como es el no dar vida, aun en las cosas santas, a la propia voluntad. Entonces sentirían qué cosa es poseer la Mía y tocarían con la mano lo que significa vivir en mi Querer. Tú sin embargo está atenta; no te impacientes por las dificultades que ponen y Yo poco a poco me abriré camino, para hacer comprender el vivir en mi Voluntad”.

Dios quiere que seamos como El, a Su semejanza. Dios quiere que vivamos con El en perfecta comunión de vida, que podamos decir como Jesús dijo al Padre: «Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío» (Jn 17,10). Dios quiere que amemos, que Lo amemos con su mismo Amor, para que nuestra respuesta de amor sea justa. Por eso, sabiendo Dios que nuestro “corazón” (nuestra voluntad) no es capaz de amar de un modo divino, digno de Dios, ahora nos ofrece el don de su mismo “Corazón”, de su adorable Voluntad, el “Corazón” de las Tres Divinas Personas, para que no sólo vivamos conforme a lo que Dios quiere de nosotros, sino que vivamos con Dios su vida, tomando parte en sus obras y amando con el Amor de las Tres Divinas Personas.

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