La santitad del vivir en la Divina Voluntad devuelve al hombre la semejanza divina perdida por Adán
Nuestro Señor, aunque en el Evangelio ha hecho elocuentes referencias a la Voluntad del Padre, haciendo comprender que es lo más importante, la explicación y el fin de todo en su Vida, entonces no podía extenderse en más explicaciones. “Si os he hablado de cosas de la tierra y no creeis, ¿cómo creeríais si os hablara de cosas del cielo?” (Jn 3,12). Si el hombre no conocía lo menos, ¿cómo habría podido conocer lo más? Si aún no sabía andar, ¿cómo habría podido aprender a volar?
Antes tenía que reeducarlo, redimirlo, darle la Gracia, hacerlo de nuevo hijo de Dios, asegurar su salvación, dejando para más adelante –al tiempo establecido por el Padre– descubrirle su Herencia, devolverle el don de su Adorable Voluntad y con él la semejanza divina perdida por Adán, hacerle ser una sola cosa con El, darle no sólo la salvación, sino su misma Santidad Divina, enseñarle a vivir en la Divina Voluntad… Por eso Jesús, cuando vino a la tierra, apenas dijo algo de la Divina Voluntad; se reservó darla a conocer por medio de Luisa:
“Lo que debía hacer entonces, las enseñanzas que debía dar a todos sobre mi Voluntad, te las he dado a te; así que hacerlas conocer no es sino suplir lo que Yo hubiera hecho estando en la tierra para cumplir mi Venida”. (02-06-1921)
¿Cuál es la novedad del vivir en la Divina Voluntad?
Hacer la Divina Voluntad, o sea, cumplir fielmente lo que Ella quiere o aceptar lo que permite, no es algo nuevo. Eso lo hacen todos los Santos, de todos los tiempos, porque sin Ella no puede haber virtud ni santidad. Pero cada uno toma de Ella y tiene una relación con Ella en la medida que le es concedido conocerla:
“…Sin duda han habido Santos que han hecho siempre lo que Yo quiero, pero han tomado de mi Voluntad en la medida que la han conocido. Ellos sabían que hacer mi Voluntad era el acto más grande, lo que más me glorifica y que lleva a la santidad, y con esa intención la hacían, y eso tomaban, porque no hay santidad sin mi Voluntad, y no puede resultar ningún bien, santidad pequeña o grande, sin Ella” (06-11-1922)
La novedad es que Jesús, mediante el don de su Voluntad a la criatura, forma en ella una vida Suya y una forma de presencia Suya real, de tal modo que esta criatura Le sirve de Humanidad. Lo cual, desde luego, no es mediante una especie de “unión hipostática” (dos naturalezas y una sola persona), sino por unión de dos voluntades, la humana y la Divina, unidas en un solo Querer, que, lógicamente, no puede ser sino el Divino. Esta criatura forma el triunfo de Jesús, es “otro Jesús”, no por naturaleza, sino por gracia, según las palabras de San Juan: “…Para que, como es El, así seamos también nosotros en este mundo” (1ᵃ Jn 4,17).
“¡Oh, qué distinta es la santidad del alma que vive en el Querer Divino ! Jesús se hace actor y espectador de lo que ella hace” (14-08-1917)
Solamente en los Escritos de Luisa el Señor hace conocer su Querer
Y dice: “que a nadie hasta ahora he manifestado. Examina todos los libros que quieras y verás que en ninguno hallarás lo que te he dicho a tí de mi Voluntad” (12-09-1913).
El vivir en el Querer Divino “es la Santidad no conocida todavía y que haré conocer, que pondrá el último retoque, el más bello y refulgente de todas las demás santidades” (08-04-1918).
Del conocimiento nace la estima, el amor y la posesión. “Mi Voluntad es el prodigio de los prodigios, es el secreto para encontrar la luz, la santidad, las riquezas; es el secreto de todos los bienes, no conocido íntimamente y por tanto no apreciado ni amado como se merece” (08-03-1914).
Luisa empieza una nueva “generación” de hijos de la Luz –le dice Jesús–, “los hijos de su Divina Voluntad”. Con ella comienza una “cadena de amor”, una cadena de almas llamadas a vivir en la Divina Voluntad: “En todas las santidades han habido siempre santos que han sido los primeros en dar comienzo a una especie de santidad; de manera que hubo el santo que empezó la santidad de los penitentes, otro que empezó la de la obediencia, otro la de la humildad, y así de todas las demás santidades. Ahora el comienzo de la santitad del vivir en mi Querer quiero que seas tú” (27-11-1917).
“La santidad del vivir en mi Querer no tiene camino, ni puertas, ni llaves, ni cuartos; invade todo, es como el aire que se respira, que todos pueden y deben respirarla. Basta que lo quieran y que dejen a un lado el querer humano, y el Querer Divino se hará respirar por el alma y le dará la vida, los efectos, el valor de la vida de mi Querer. Pero si no se le conoce, ¿cómo podrán amar y querer un vivir tan santo? Es la gloria más grande que puede darme la criatura.” (16-07-1922)
Para vivir en el Divino Querer, dice Jesús: “Quiero el ‘sí’ de la criatura y que como una cera blanda me deje hacer de ella lo que quiero” (06-03-1919).
“Pero pocos son los que se disponen a eso, porque en la misma santidad las almas quieren algo para su propio bien; mientras que la santidad del vivir en mi Querer no tiene nada de propio, sino todo de Dios. Y disponerse a eso las almas, despojarse de sus propios bienes, es pretender demasiado; por eso no serán muchas” (15-04-1919).
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