Nuestra vida como una oración incesante y un incesante anhelo de amor a Jesús
La oración es para el alma lo que la respiración es para el cuerpo. Por eso el Señor ha dicho “orad incesantemente”. La verdadera oración es un encuentro de amor con Dios, es un encuentro de nuestra voluntad con la Voluntad Divina.
Tal encuentro, la oración, demuestra las actitudes y los sentimientos del hombre hacia Dios:
el rechazo o la aversión a la oración es impiedad; la falta de oración es ateismo práctico; la incostancia en la oración es señal de un amor muy débil o superficial; las fáciles distracciones dicen que el alma está dominada por otros intereses o gustos o que, de todas formas, su pensamiento todavía da vueltas, demasiado, en torno a ella misma.
Una oración que sabe sólo decir oraciones aprendidas no toca el propio corazón ni la propia vida, y menos aún el Corazón y la Vida de Dios. Rezar con el sólo fin de obtener alguna grazia, hace ver que el alma no es creyente, sino “cliente” de Dios. Rezar para poder decir a la propia conciencia: “ya he dicho mis oraciones”, es como querer hablar con alguien por teléfono marcando el número de sí mismo; es una ocasión perdida…
La oración puede mostrar respecto a Dios una actitud de distancia, de temor, de vana formalidad (que no es el verdadero sentido de respeto), o bien indicar interés, arrepentimiento, necesidad de ayuda, o admiración, complacencia, júbilo, gratitud, compasión, deseo de reparar, intercesión por el prójimo, ¡amor! Y ésta es la verdadera unión de voluntades, con infinitos grados, y por tanto la adoración.
La oración, en una palabra, dice cuánto el hombre sea extraño o familiar hacia Dios, cuánto sea lejano o cercano, cuánto se siente siervo o hijo. Es un encuentro que se traduce en vida, que alimenta la vida y a su vez se alimenta de conocimiento del Señor, ya que la oración tiene necesidad de contenidos.
La oración en la Divina Voluntad es necesario alimentarla con la lectura de los escritos sobre la Divina Voluntad:
“Examina todas las vidas de Santos que quieras, o libros de doctrina: en ninguno hallarás los prodigios de mi Querer obrando en la criatura y la criatura obrando en el Mío. Todo lo más encontrarás la resignación, la unión de los quereres, pero el Querer Divino obrando en ella y ella en el Mío, en ninguno lo hallarás. Eso significa que aún no había llegado el tiempo en que mi bondad iba a llamar a la criatura a que viviera en este estado sublime. Igualmente, el mismo modo como te hago orar no se encuentra en ningún otro” (06-10-1922).
No se trata por tanto de decir o leer determinadas oraciones o expresiones de Luisa, conociendolas tal vez de memoria, por más que sean para nosotros modelo en sus contenidos; y no es tampoco cuestión de métodos. Se trata de un espíritu nuevo (Ez 36,26-27), de una nueva actitud del alma que se reviste de los mismos modos de obrar y de los sentimientos divinos de Jesucristo.
Ahora, más que “hacer oración”, el Señor quiere que en El “seamos oración”. Oración que sea amor que adora, amor que repara, amor que comparte todo con el Amado, que Le da honor y gloria, que intercede, que da las gracias, amor que Lo ama por todos y en todas Sus obras…
Es muy significativo este texto de Luisa:
«Estaba diciendole a mi amado Jesús: “No desprecies mis oraciones; son tus mismas palabras que repito, tus mismas intenciones, las almas que quiero como las quieres Tú y con tu mismo Querer”.
Y Jesús bendito me ha dicho: “Hija mía, cuando te oigo que repites mis palabras, mis plegarias, querer como quiero Yo, me siento atraído hacia tí como por muchos imanes; y al oirte repetir mis palabras, tantos gozos distintos siente mi Corazón y puedo decir que para Mí es una fiesta. Y mientras gozo, me siento debilitado por el amor de tu alma y no tengo fuerza para golpear las criaturas. Siento en tí las mismas cadenas que Yo le ponía al Padre para reconciliar al género humano. Ah, sí, repite lo que Yo hice, repítelo siempre, si quieres que tu Jesús en tantas amarguras encuentre una alegría de parte de las criaturas”.» (04-06-1918)
Hay que decir que toda la vida de Luisa, destilada en sus escritos, es una continua oración, porque es un incesante anhelo de amor a Jesús. Parece que en nuestro tiempo algunos han descubierto el Espíritu Santo, la así llamada oración “espontánea”, la alabanza al Señor. Pues bien, todos los Santos la han practicado en su vida; pero, entre todos, de una forma muy singular y original, Luisa. Es suficiente ver ese palpitar de su alma en la continua meditación de “Las Horas de la Pasión” que continuamente hacía, a partir de la “Novena de Navidad” que hizo cuando tenía 17 años. Esas “horas” son precisamente su “escuela de oración”. Son su “escuela de vida”.
Para hablar de la oración en Luisa haría falta en realidad citar todos sus escritos. Dos de sus libros, en particular, tratándose de la oración, se deberían examinar: “Las Horas de la Pasión” y “La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad”.
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