Nuestra parte en el Proyecto de Dios
Contemplando el misterio divino de la Stma. Trinidad, celebrado el pasado domingo, podemos decir que el Padre ha concebido en Sí un maravilloso Proyecto, el Hijo es el Proyecto y lo lleva todo en Sí, y el Espíritu Santo realiza ese Proyecto eterno y lo despliega en el tiempo.
Continuando el tema, demos ahora una mirada rápida al esquema de los Decretos y de las Obras de Dios. Ya vimos como la Voluntad Divina de la Stma. Trinidad se desarrolla en un único Acto absoluto, infinito, eterno de Amor. Cada decreto de Dios se conecta a todos los demás siguiendo un orden de causa-efecto: forman como un motor que “gira” en torno al decreto central, la Encarnación del Verbo. Podemos imaginar que sean como un reloj que indica, no las horas del día, sino el desarrollo de la historia sagrada, independientemente del tiempo, siguiendo el orden de causa–efecto: de cada decreto procede otro. En ese sentido, antes de considerar lo que Dios hace, consideremos lo que Dios es:
– El punto de partida es lo que la Divina Voluntad es en la Stma. Trinidad,
– el centro del Proyecto es el Verbo Encarnado,
– y la finalidad es el Reino de Dios en el hombre con el don del Divino Querer.
Repetimos que Dios no tenía necesidad de nada ni de nadie. Dios es infinita Bondad que se da. La necesidad que ha sentido es la de desahogar su Amor. Todo lo que ha salido de Dios como amor debe regresar a Dios como respuesta a su Amor.
La Revelación enseña que en el misterio de la Vida de las Tres Divinas Personas, el Padre engendra al Hijo, su propia Imagen o Verbo Divino (“Lógos”), y de su recíproco Amor procede la Persona del Espíritu Santo, es decir, el Espíritu Santo es precisamente su vínculo, su Amor. Así, de la “competición” de amor de las Divinas Personas procede el decreto eterno de la Encarnación del Verbo, por motivo del cual Dios ha decretado sus Obras externas (“ad extra”): la Creación, la Redención y la Santificación.
Por eso, el Hijo de Dios se ha hecho criatura, se ha hecho hombre, Jesucristo, para estar a la cabeza de toda la Creación, el Primogénito entre todas las criaturas que existimos por El y para El; para ser nuestro Redentor y para ser el Rey de reyes. En El, Padre nos ha visto a todos, en primer lugar a María, como “Segundogénita”, para que fuese su Madre y nuestra Madre, colaboradora en la obra de la Redención, y fuese la Reina junto al Rey: criatura eternamente concebida en el seno de la Stma. Trinidad.
Así pues, junto con la Naturaleza humana del Verbo Encarnado (1° decreto), ha sido querida y creada su Madre, la Stma. Virgen (2° decreto); y por motivo de ambos ha sido decretada la entera humanidad: para El debíamos ser como su Cuerpo Místico, del cual El es la Cabeza (3° decreto). Ha querido tener además de su Cuerpo personal, físico, otro Cuerpo suyo Místico, para multiplicar en él su vida, su amor, su gloria, El mismo, en cada miembro de ese Cuerpo, en cada uno de nosotros.
Por motivo del cual Dios ha querido crear el Cielo y la tierra, todas las cosas “visibles e invisibles”, en primer lugar los Angeles y todos los demás seres de la Creación (4° decreto): “Todo es vuestro, pero vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios”. “Pues ‒dice San Pablo ‒ ¿a cuál de los ángeles Dios ha dicho: Tú eres mi hijo; hoy te he engrendrado? E igualmente: Yo seré para él padre y él será para Mí hijo? (…) ¿No son todos ellos espíritus encargados de un ministerio, enviados para servir a aquellos que deben heredar la salvación?” (Hebreos 1,5.14). Pero esas criaturas espirituales (los ángeles y los hombres), dotados de inteligencia y de voluntad libre y por tanto libres y responsables, llamados a participar en la relación de amor de las Divinas Personas, debían de dar a Dios su respuesta personal: por eso era necesaria la prueba (5° decreto). Y en la prueba Dios había previsto ‒para Dios todo está presente‒ y sabía que una parte de esos seres espirituales (ángeles y hombres) no habrían sido fieles, sino que habrían rechazado a Dios por afirmarse ellos mismos, se habrían rebelado volviendose demonios y condenados, saliendo del Proyecto Divino en lo que de ellos depende. Pero el mal no puede impedirle a Dios ser bueno y darles también a ellos el bien de la existencia, con todo lo que forma parte de su naturaleza. Los que se condenan se privan de Dios y de todo bien para siempre (6° decreto).
Por eso el Verbo Encarnado ha querido en primer lugar volver a poner en orden la Obra de la Creación y salvar a los hombres, creados para que fueran miembros de su Cuerpo; ha venido para reincorporarlos a El, “para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11,52). Esa es la Obra de la Redención mediante su Cruz y perpetuada en la Santa Misa (7° decreto).
La Fe es la respuesta a la Verdad en la medida que la conocemos, por lo cual “sin la fe es imposible agradar a Dios; quien se acerca a El debe creer que El existe y que recompensa a los que lo buscan” (Hebreos 11,6).
Los que están incorporados a Cristo están espiritualmente vivos: esa participación a su Vida es la Gracia, la Vida divina en nosotros. De esa forma empieza en nosotros una nueva Creación, que es la Obra de la Santificación (10° decreto), la cual es tomar parte en la relación de amor entre el Hijo y el Padre, relación que es obra del Espíritu Santo, que en nuestro corazón nos hace exclamar “¡Abba, Padre!” (Rom 8,15). Es la respuesta del hombre al Amor de Dios, la correspondencia libre a la Gracia que Dios nos ofrece. En eso consiste ser santos, vivir como hijos de Dios (11° decreto).
La Gracia es vida divina sobrenatural, y como tal ha de crecer, igual que pasa con la vida natural: no puede detenerse en la edad infantil, permaneciendo aún en el temor y en el viejo espíritu de siervos, sino que debe madurar como espíritu filial y mentalidad de hijos, es más, del Hijo, que no se reserva nada para El, ni un pensamiento, sino todo para el Padre, con el Padre, en la Voluntad del Padre. En eso consiste su Reino, la meta, el fin de todas las cosas, de la Obra de Dios (12° decreto).
Sólo así todo lo que ha salido de Dios ha de regresar a Dios.
Hémos visto pues como en una mirada rápida todo lo que Dios quiere, el Proyecto de su Amor del que formamos parte. Y así como Moisés antes de morir contempló desde lo alto la Tierra prometida, también nosotros hemos contemplado todo lo que contiene la Divina Voluntad, de lo cual quiere que participemos, nuestra gran Herencia, y cada vez más debemos contemplarlo.
Para eso sirve lo que muchos ya conocen como “pasear” en la Divina Voluntad, es decir, recorrer toda la obra de la Creación, de la Redención (en particular con “las Horas de la Pasión”) y de la Santificación, para poner nuestra pequeña firma donde Dios ha puesto la Suya, nuestro pequeño “te amo” donde Dios ha puesto Su infinito “Te amo” dicho a cada uno de nosotros y de esa manera recibir todo lo que El quiere darnos.
Y así como toda gracia Dios ha querido que nos llegue por medio de María, nuestra Madre, así, en esta maravillosa “escuela de Luz”, el Señor ha querido que toda esa Luz, Amor y Vida nos llegue por medio de su “pequeña Hija”, Luisa Piccarreta, a través de su vida y de sus Escritos, Libro de Cielo.
Luisa ha dejado su testimonio, su maravillosa lección en el capítulo del 10 de Mayo de 1925 (volumen 17°), en el que dice:
“Muchas veces en mis escritos digo: “Me estaba fundiendo en el santo Querer Divino”, y no explico más. Ahora, obligada por la obediencia, digo lo que me sucede al fundirme…” Y al final el Señor le dice:
“Hija mía, ese vacío (que ves) es mi Voluntad, puesto a tu disposición, que debería llenarse de tantos actos por quantos habrían hecho las criaturas, si hubieran cumplido nuestra Voluntad. Este vacío inmenso que ves representa nuestra Voluntad y salió de nuestra Divinidad para bien de todos en la Creación, para hacer felices a todos y a todo; por tanto era como una consecuencia que todas las criaturas debían de llenar ese vacío con la correspondencia de sus actos y con la entrega de su voluntad a su Creador. Y no habiendolo hecho, haciendonos la ofensa más grave, te llamamos por eso a tí con una misión especial, para recibir la reparación y la correspondencia por lo que los demás nos debían. Por eso es por lo que primero te preparamos con una larga serie de gracias y luego te preguntamos si querías vivir en nuestra Voluntad, y tú aceptaste con un «Sí», atando tu voluntad a nuestro Trono, sin quererla conocer más, ya que voluntad humana y Divina no se reconcilian ni pueden vivir juntas [o sea, cada una con su propio querer]. Así que ese «Sí», o sea tu voluntad, existe fuertemente atada a nuestro Trono. Por eso tu alma, como niñita pequeña, se siente como atraida ante la Majestad Suprema, porque saliendo tu querer ante Nosotros, que como un imán te atraemos, tú, en vez de mirar tu voluntad, te ocupas sólo de traer a nuestro regazo todo lo que has podido hacer en nuestra Voluntad y depones en nuestro seno nuestra misma Voluntad, como el homenaje más grande que nos es debido y la correspondencia más grata para Nosotros. Por tanto el no ocuparte de tu voluntad y el sólo Querer nuestro que vive en ti nos pone de fiesta. Tus pequeños actos hechos en nuestro Querer nos dan las alegrías de toda la Creación, y así parece que todo nos sonría y nos haga fiesta. Y al verte bajar de nuestro Trono, sin mirar siquiera tu voluntad, llevandote la Nuestra, es para Nosotros la alegría más grande. Por eso te digo siempre: sé atenta en nuestro Querer, porque en El hay mucho que hacer, y cuanto más hagas, tanta mayor fiesta nos harás y nuestro Querer se derramará a torrentes en ti y fuera de ti”.
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