María tuvo por gracia la unidad de la luz de la Divina Voluntad: la Luz plena y jamás interrumpida

Jesús a Luisa: “… Vivir en mi Voluntad es poseer la fuente de la unidad de la luz de mi Voluntad, con toda la plenitud de los efectos que hay en Ella. Así que en cada acto suyo surge la luz, el amor, la adoración, etc., que constituyéndose acto por cada acto, amor por cada amor, como luz solar invade todo, armoniza con todo, reune todo en sí y como rayo refulgente da a su Creador la correspondencia de todo lo que ha hecho por todas las criaturas y la verdadera nota de acuerdo entre el Cielo y la tierra.

(…) La unidad de la luz la poseía Adán antes de pecar, y ya no pudo recuperarla estando en vida. A él le pasó como a la tierra que gira respecto al sol, que no estando fija, mientras gira se opone al sol y se forma la noche. Ahora bien, para hacerlo firme de nuevo y poder sostener así la unidad de esta luz, hacía falta un reparador, que tenía que ser superior a él; se necesitaba una fuerza divina para enderezarlo: de ahí la necesidad de la Redención. 

La unidad de esta Luz la poseía mi Madre Celestial, y por eso, más que el sol puede dar luz a todos. Entre Ella y la Majestad Suprema nunca hubo noche ni sombra alguna, sino siempre pleno día, y por eso en cada instante esta unidad de la Luz de mi Querer hacía correr en Ella toda la Vida Divina, che le daba mares de luz, de alegrías, de felicidad, de conocimientos divinos, mares de belleza, de gloria, de amor. Y Ella, triunfalmente, llevaba a su Creador todos esos mares como suyos, para demostrarle su amor, su adoración, y para hacerle enamorarse de su belleza; y la Divinidad hacía correr otros nuevos mares más bellos. Ella tenía tanto amor, que como algo natural podía amar por todos, adorar y suplir por todos. Sus más pequeños actos, hechos en la unidad de esa Luz, eran superiores a los más grandes actos y a todos los de todas las criaturas juntas; por eso los sacrificios, las obras, el amor de todas las demás criaturas, puede decirse que son pequeñas llamitas comparadas con el sol, gotitas de agua respecto al mar, si se comparan con los actos de la Reina Soberana. Y por eso Ella, en virtud de la unidad de esta luz del Supremo Querer, triunfó en todo, venció a su mismo Creador y Lo hizo prisionero en su seno materno. Ah, sólo la unidad de esta luz de mi Querer, que poseía Aquella que imperaba sobre todo, pudo hacer este prodigio jamás ocurrido, que le suministraba los actos dignos de este Prisionero Divino.

 Adán, al perder esta unidad de la Luz, volcó y formó la noche, las debilidades, las pasiones, para él y para las generaciones. Esta Virgen excelsa, con no hacer nunca su voluntad, se mantuvo siempre derecha delante del Sol Eterno, y por eso para Ella siempre fue de día e hizo nacer el día del Sol de Justicia para todas las generaciones. Si esta Virgen Reina no hubiera hecho más que conservar en el fondo de su alma inmaculada la unidad de la Luz del Eterno Querer, habría bastado para devolvernos la gloria de todos, los actos de todos y la correspondencia de amor de toda la Creación. La Divinidad, por medio suyo, en virtud de mi Voluntad, sintió que volvían a Ella las alegrías y la felicidad que había establecido recibir por medio de la Creación. Por eso Ella puede llamarse la Reina, la Madre, la fundadora, la base y el espejo de mi Voluntad, en el que todos pueden mirarse para recibir de Ella su Vida”.  (…)

“Hija mía, Adán en el estado de inocencia y mi Madre Celestial poseían la unidad de la Luz de mi Voluntad, no por sí mismos, sino comunicada por Dios, mientras que mi Humanidad la poseía por propia capacidad, porque en Ella no sólo estaba la unidad de la Luz del Supremo Querer, sino que estaba el Verbo Eterno y, siendo Yo inseparable del Padre y del Espíritu Santo, sucedió la verdadera y perfecta bilocación, pues mientras permanecí en el Cielo baje al seno de mi Madre, y siendo el Padre y el Espíritu Santo inseparables de Mí, también Ellos descendieron conmigo a la vez que permanecieron en las alturas de los Cielos”. (…)

“Hija mía, el Padre y el Espíritu Santo, siendo inseparables de Mí, bajaron conmigo y Yo Me quedé con Ellos en los Cielos, pero la tarea de satisfacer, de padecer y de redimir al hombre fue tomada por Mí. Yo, Hijo del Padre, Me encargué de pacificar a Dios con el hombre. Nuestra Divinidad era intangible e incapaz de padecer la mínima pena. Fue mi Humanidad, inseparablemente unita a las Tres Divinas Personas, la que dándose en poder de la Divinidad padecía penas inauditas, satisfacía de modo divino. Y como mi Humanidad no sólo poseía la plenitud de mi Voluntad como suya propia, sino el mismo Verbo y, como consecuencia de la inseparabilidad, el Padre y el Espíritu Santo, superó por tanto de un modo aún más perfecto tanto Adán inocente como mi misma Madre, ya que en ellos era gracia, en Mí era naturaleza. Ellos tenía que obtener de Dios la luz, la gracia, el poder, la belleza; en Mí estaba la fuente de donde surgía la luz, la belleza, la gracia, etc., por lo que era tanta la diferencia entre Mí, que era naturaleza, y mi misma Madre, que era gracia, que Ella quedaba eclipsada ante mi Divinidad…”  (19°, 31-5-1926)  

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