María se conservó en su pequeñez, dando vida en Ella sólamente a la Voluntad Divina
María es como el Sol, siendo el orígen de todos los bienes. Ella es el Milagro de los milagros.
“… Y además está el ejemplo de mi Madre, verdadera santidad del vivir en mi Querer, con todo su interior eclipsado en el eterno sol de la Voluntad Suprema, y que, debiendo ser la Reina de la santidad de los santos, Madre y portadora de mi vida a todos y por tanto de todos los bienes, quedaba como escondida para todos, llevándoles el bien sin darse a conocer. Más que el sol silencioso llevaba la Luz sin hablar, el Fuego sin estrépito, el Bien sin llamar la atención. No había bien que de Ella no saliera; no había milagro que de Ella no brotara. Viviendo en mi Querer vivía escondida en todos y era y es origen de los bienes de todos. Estaba tan raptada en Dios, tan fija y ordenada en la Divina Voluntad, que todo su interior nadaba en el mar del Eterno Querer, estaba al corriente de todo el interior de todas las creaturas y ponía de lo suyo para reordenarlas ante Dios.
El interior del hombre tenía más necesidad que lo exterior de ser reparado, reordenado, y teniendo que hacer lo que es más, parecía dejar lo de menos, mientras Ella era el orígen del bien externo y del interno. Y no obstante, aparentemente no parecía que hiciese obras grandes y estrepitosas. Ella, más que el sol, pasaba inobservada y escondida en la nube de luz de la Divina Voluntad, tanto que los mismos Santos han dado de sí mismos haciendo aparentemente cosas más estrepitosas que mi misma Madre; y sin embargo, ¿qué cosa son los más grandes Santos en comparación con mi Madre Celestial? Son apenas estrellitas en comparación con el gran sol y, si se ven iluminadas, la causa es el sol. Pero aunque no hiciera cosas llamativas, no dejaba de aparecer majestuosa y bella, sobrevolando apenas la tierra, enteramente atenta a ese Querer Eterno que con tanto amor y fuerza fascinaba y raptaba para traerlo del Cielo a la tierra, y que con tanta brutalidad la familia humana había desterrado, relegándolo al Cielo. Y Ella, con su interior perfectamente ordenado en el Divino Querer, no le daba tiempo al tiempo. Si pensaba, si palpitaba, si respiraba, todo lo que hacía eran vínculos fascinantes con los que atraía al Verbo Eterno a la tierra; y de hecho venció e hizo el milagro más grande, que nadie más pudo hacer….” (16°, 20-8-1923)
María se conservó en su pequeñez, dando vida en Ella sólamente a la Voluntad Divina.
“Pequeña mía, la maldad no puede entrar en los verdaderos pequeños. ¿Sabes tú cuando empieza a entrar el mal, el crecimiento? Cuando empieza a entrar el propio querer. Cuando entra en la criatura, empieza a llenarse y a vivir de sí misma, y el Todo se va de la pequeñez de la criatura; y a ella le parece que su pequeñez se hace grande, pero es grandeza que hace llorar porque, no viviendo Dios del todo en ella, se separa de su Principio, deshonra su origen, pierde la luz, la belleza, la santidad, el frescor de su Creador. Le parece que crece a sus propios ojos e incluso a los ojos de los demás, pero ante Mí, ¡oh, cómo decrece! Tal vez se haga grande, pero nunca será mi pequeñita predilecta, que Yo, movido por amor a ella, para que se mantenga como la he creado, la lleno de Mí y la hago la más grande, y nadie podrá igualarla.
Eso es lo que hice con mi Madre Celestial. Entre todas las generaciones Ella es la más pequeña, porque en Ella nunca entró su querer como agente, sino siempre mi Querer Eterno, el cual no sólo la conservó pequeña, bella, fresca, como había salido de Nosotros, sino que la hizo la más grande entre todos. ¡Oh, qué bella era, pequeña por sí misma, pero grande, superior a todos por obra nuestra! Sólo por su pequeñez fue elevada a la altura de Madre de Aquel que la creó. Por tanto, como ves, todo el bien del hombre está en hacer mi Voluntad, mientras que todo el mal está en hacer la suya. Por eso, para venir a redimir al hombre escogí a mi Madre, por ser pequeña, y Me serví de Ella como de un canal para hacer bajar sobre el género humano todos los bienes y los frutos de la Redención.
Ahora, para hacer que mi Querer sea conocido, para abrir el Cielo haciendo que mi Querer descienda a la tierra y en ella reine como en el Cielo, tenía que elegir a otra pequeña entre todas las generaciones. Siendo la obra que quiero hacer la más grande, reintegrar el hombre a su principio, del que salió, abrirle ese Querer Divino que rechazó, abrirle los brazos para recibirle de nuevo en el seno de mi Voluntad, mi infinita Sabiduría llama de la nada a la más pequeña. Era justo que fuese pequeña: si puse a una pequeña a la cabeza de la Redención, debía poner a otra pequeña a la cabeza del «Fiat Voluntas tua, así en la tierra como en el Cielo». Entre dos pequeñas tenía que encerrar la finalidad de la creación del hombre y realizar mis planes sobre él: por medio de una tenía que redimirlo, lavarlo con mi sangre de sus deformidades, darle el perdón; por medio de la otra tenía que hacerle volver a su principio, a su origen, a su nobleza perdida, a los vínculos con mi Voluntad que él había roto, admitirlo de nuevo a la sonrisa de mi Eterna Voluntad, a que se besaran su voluntad y la Mía y que una viviera en la otra. Era sólo eso el fin de la creación del hombre, y a lo que Yo he establecido nadie podrá oponerse. Pasarán siglos y siglos; como en la Redención, así también en ésto, pero el hombre volverá a mis brazos, como fue creado por Mí (…)
Y además, la vida de mi Voluntad ya ha existido sobre la tierra, no es del todo nueva, si bien estuvo como de paso. Estuvo en mi inseparable y querida Madre. Si la vida de mi Voluntad no hubiera estado en Ella, Yo, Verbo Eterno, no habría podido bajar del Cielo; Me habría faltado el camino por el que bajar, la habitación en la que entrar, la humanidad para cubrir mi Divinidad, el alimento para nutrirme; Me habría faltado todo, porque todas las demás cosas no son aptas para Mí. Por el contrario, encontrando mi Voluntad en mi Madre querida, Yo hallaba mi mismo Cielo, mis alegrías, mis contentos. En todo caso, cambié de residencia, del Cielo a la tierra, pero por lo demás no cambié nada; lo que tenía en el Cielo, gracias a mi Voluntad que Ella poseía, lo encontraba en la tierra, y por eso con todo mi amor bajé a tomar en Ella mi humana carne….” (16°, 10-11-1923)
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