María pudo concebir al Verbo solamente porque tenía el Querer Divino como vida propia
De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:
Jesús dice a Luisa: “Hija mía, has de saber que mi Madre Celestial pudo concebirme a Mí, Verbo Eterno, en su seno purísimo, porque hizo la Voluntad de Dios como la hace Dios. Todas las demás prerrogativas que tenía, o sea, su virginidad, su concepción sin mancha original, su santidad, los mares de Gracia que poseía, no eran medios suficientes para poder concebir a un Dios, porque todas esas prerrogativas no le daban ni la inmensidad ni la omnividencia para poder concebir a un Dios inmenso, que ve todo, y mucho menos la fecundidad para poder concebirlo; en una palabra, habría faltado el germen para la fecundidad divina, mientras que, poseyendo el Supremo Querer como vida propia y haciendo la Voluntad de Dios como la hace Dios, recibió el germen de la fecundidad divina, y con él la inmensidad, la omnividencia.
Por eso de modo connatural pude ser concebido en Ella; no Me faltaba ni la inmensidad, ni nada de lo que pertenece a mi Ser. (…) Este hacer la Voluntad de Dios como la hace Dios fue el punto más alto, más sustancioso, más necesario para que mi Madre obtuviera el suspirado Redentor. Todas las demás prerrogativas fueron la parte superficial, la decencia, el decoro que a Ella conveía. Así es para tí: si quieres obtener el suspirado ‘Fiat’ tienes que llegar a hacer la Voluntad de Dios como la hace Dios”. (19°, 31-3-1926)
Viviendo en el Querer Divino, María tomaba todo de Dios para corresponderle en modo divino todo y por todos
“… Así fue la vida de mi Madre Divina. Ella fue la verdadera imagen del vivir en mi Querer. Su vivir en El fue tan perfecto, que no hacía más que recibir continuamente de Dios lo que le convenía hacer para vivir en el Supremo Querer. De manera que recibía el acto de la adoración suprema, para poder ponerse a la cabeza de cada adoración que todas las criaturas tienen la obligación de hacer a su Creador, pues la verdadera adoración tiene vida en las Tres Divinas Personas. Nuestra concordia perfecta, nuestro Amor recíproco, nuestra única Voluntad, forman la adoración más profunda y perfecta en la Trinidad Sacrosanta. Por tanto, si la criatura Me adora y su voluntad no está de acuerdo conmigo, es palabra inutil, pero no adoración. Por eso mi Madre tomaba todo de Nosotros, para poder difundirse en todo y ponerse a la cabeza de cada acto de criatura, a la cabeza de cada acto de amor, de cada paso, de cada palabra, de cada pensamiento, a la cabeza de cada cosa creada. Ella ponía su acto primero en todas las cosas, y eso le dió el derecho a ser Reina de todos y de todo, y superó en santidad, en amor, en gracia, a todos los Santos que han habído y que habrán, y a todos los Angeles juntos. El Creador se volcó en Ella, dándole tanto amor que tiene amor suficiente para poderlo amar por todos, le comunicó la suma concordia y la Voluntad única de las Tres Divinas Personas, de modo que pudo adorar de modo divino por todos y suplir todos los deberes de las criaturas. Si no hubiera sido así, no sería verdad que la Madre Celestial superó a todos en la santidad, en el amor, sino un modo de decir; pero cuando Nosotros hablamos, son hechos, no palabras. Por eso encontramos todo en Ella, y encontrando todo y a todos, le dimos todo, constituyéndola Reina y Madre del mismo Creador (…)
Tú tienes que ser nuestro eco, el eco de Madre Celestial, porque sólo Ella fue la que vivió perfecta y plenamente en el Supremo Querer; por eso puede hacerte de guía y de maestra.
¡Ah, si tú supieras con cuánto amor estoy en torno a tí, con cuánto celo te vigilo, para que no se interrumpa tu vivir en mi Eterno Querer! Has de saber que estoy haciendo más contigo que con mi misma Madre Celestial, porque Ella no tenía tus necesidades, ni tendencias, ni pasiones que pudieran impedir lo más mínimo el curso de mi Voluntad en Ella. Con suma facilidad el Creador se derramaba en Ella y Ella en El, y por eso mi Voluntad siempre era triunfante en Ella; por eso no tenía necesidad ni de ser empujada ni amonestada…” (19°, 16-4-1926)
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