María fue poseída por la potencia y la santidad del Querer Divino, el cual la hacía ser dominadora del mismo Dios
De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:
Jesús a Luisa: “Hija mía, la Inmaculada Concepción de mi Madre querida fue prodigiosa y del todo maravillosa, tanto que Cielos y tierra llenos de estupor hicieron fiesta. Las Tres Divinas Personas dieron a porfía: el Padre se desbordó en un mar inmenso di Potencia; Yo, el Hijo, en un mar infinito de Sabiduría, y el Espíritu Santo en un mar inmenso de eterno Amor, que confundiéndose en un solo mar formaron uno solo, en medio del cual fue formada la Concepción de esta Virgen, elegida entre las elegidas. Así que la Divinidad suministró la sustancia de esta Concepción.
Y no sólo era centro de vida de esta admirable y singular criatura, sino que este mar estaba en torno a Ella, no sólo para tenerla defendida de todo lo que pudiera oscurecerla, sino para darle a cada momento nueva belleza, nuevas gracias, poder, sabiduría, amor, privilegios, etcétera. Así que su pequeña naturaleza fue concebida en el centro de este mar, y se formó y creció bajo el influjo de estas olas divinas. Por eso, apenas fue formada esta noble y singular criatura, Dios no quiso esperar come hace sempre con las demás criaturas; quería recibir sus abrazos, la correspondencia de su amor, sus besos, disfrutar sus sonrisas inocentes. Por eso, apenas fue hecha su Concepción, le le dí el uso de razón, la doté de todos los conocimientos, le hice saber nuestras alegrías y nuestros dolores respecto a la Creación; y desde el seno de su madre Ella venía al Cielo, a los pies de nuestro trono, para abrazarnos y darnos la correspondencia de su amor, sus besos llenos de ternura, y abalanzándose a nuestros brazos Nos sonreía con tal complacencia de gratitud y de reconocimiento, que robaba nuestras sonrisas.
Oh, qué bello era ver a esta inocente y privilegiada criatura, enriquecida con todas las cualidades divinas, venir en medio de Nosotros, llena de amor, llena de confianza, sin temor, porque sólo el pecado crea distancia entre el Creador y la criatura, rompe el amor, destruye la confianza e infunde temor. Así que Ella venía entre Nosotros como Reina, que con el amor que Le habíamos dado Nos dominaba, Nos embelesaba, Nos ponía de fiesta y nos robaba más amor; y Nosotros le dejábamos obrar, gozábamos del amor que Nos arrebataba y La constituímos como Reina del Cielo y de la tierra. Cielo y tierra exultaron e hicieron fiesta con Nosotros, por tener a su Reina después de tantos siglos… El sol sonrió con su luz y se sintió afortunado al tener que servir a su Reina dándole la luz. El cielo, las estrellas y todo el universo sonrieron de alegría e hicieron fiesta, porque debían alegrar a su Reina, haciéndole ver la armonía de las esferas y su belleza. Sonrieron las plantas, porque habían de alimentar a su Reina; y también la tierra sonrió y se sintió ennoblecida al tener que ser la morada que pisaran los pasos de su Emperadora. Sólo el inferno lloró, sintiendo que desfallecían sus fuerzas por el dominio de esta Soberana Señora.
¿Pero sábes tú cuál fue el primer acto que hizo esta Criatura Celestial cuando por primera vez se vio ante nuestro trono? Ella comprendió que todo el mal del hombre había sido la ruptura entre su voluntad humana y la de su Creador, sintió un estremecimiento y, sin dejar pasar ni un solo instante, ató su voluntad a los pies de mi trono, sin quererla conocer siquiera; y mi Voluntad se ató a Ella y se hizo el centro de su vida, de manera que entre Nosotros y Ella se abrieron todas las corrientes, todas las relaciones, todas las comunicaciones, y no hubo secreto que no Le confiáramos. Fue eso precisamente el acto más bello, más grande, más heroico que hizo, colocar su voluntad a nuestros pies, lo que hizo que Nosotros, como extasiados, nos hizo constituirla Reina de todos. ¿Ves lo que significa vincularse con mi Voluntad y no conocer la propia?
El segundo acto fue ofrecerse a cualquier sacrificio por amor Nuestro. El tercero fue devolvernos el honor, la gloria de toda la Creación, que el hombre Nos había negado al hacer su voluntad; y desde el seno de su madre lloró de amor a Nosotros, al vernos ofendidos, y lloró de dolor por el hombre culpable… ¡Oh, cóme Nos enternecían esas lágrimas inocentes y apresuraban la suspirada Redención!
Esta Reina Nos dominaba, Nos vinculaba, obtenía de Nosotros gracias infinitas; Nos inclinaba tanto hacia el género humano, que no podíamos ni sabíamos resistir a sus continuos ruegos. ¿Pero de dónde procedía tal poder y tanta influencia sobre la misma Divinidad? Ah, tú ya lo has comprendido: era la potencia de nuestro Querer que obraba en Ella, el cual, mientras la dominaba, la hacía ser dominadora del mismo Dios. Y además, ¿cómo podíamos resistir a tan inocente criatura, poseída por la potencia y la santidad de nuestro mismo Querer? Habría sido resistirnos a Nosotros mismos. En Ella descubríamos nuestras cualidades divinas; como oleadas afluíban sobre Ella los reflejos de nuestra Santidad, los reflejos de nuestros modales divinos, de nuestro Amor, de nuestro Poder, etcétera, y nuestro Querer, que de todo ello era el centro que atraía los reflejos de nuestras cualidades divinas, se hacía corona y defensa de la Divinidad habitante en Ella.
Si esta Virgen Inmaculada no hubiera tenido el Querer Divino como centro de vida, todas las demás prerrogativas y privilegios con que tanto la enriquecimos habrían sido cosa de nada en comparación con éste. Eso fue lo que le confirmó y le conservó todos sus privilegios, más aún, le multiplicaba otros nuevos a cada momento.
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