María fue inseparable de Jesús, pero muchas veces se sintió privada de El, en estado de pura fe
De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:
“¡Qué dura es la privación de mi dulce Jesús! Se siente la verdadera muerte del alma, y sucede como al cuerpo cuando se va el alma, que aunque tiene los mismos miembros, están sin vida, inertes, sin movimiento y no valen nada. Lo mismo me parece mi pequeña alma sin Jesús: posee las mismas facultades, pero vacías de vida. Yéndose Jesús, se acaba la vida, el movimiento, el calor, y por eso la pena es cruel, indescriptible e incomparable a cualquier otra pena. Ah, la Madre Celestial no sufrió esta pena, porque su santidad la hacía inseparable de Jesús y por eso nunca estuvo privada de El”.
“Hija mía, te equivocas; la privación de Mí no es separación, sino dolor, y tú tienes razón cuando dices que es más que mortal, un dolor que tiene el poder, no de separar, sino de reforzar con lazos más fuertes y más estables la unión inseparable conmigo. (…)
Y luego, no es verdad que la Reina Soberana no estuvo nunca privada de Mí; separada jamás, pero privada sí, lo cual no perjudicaba la altura de su santidad, sino que la aumentaba. Cuántas veces la dejé en estado de pura fe, porque teniendo que ser la Reina de los dolores y la Madre de todos los vivientes, no podía faltarle el adorno más bello, la perla más fúlgida, que le daba la característica de Reina de los mártires y Madre Soberana de todos los dolores. Esta pena de quedarse en la pura fe la preparó a recibir el depósito de mis enseñanzas, el tesoro de los sacramentos y todos los bienes de mi Redención, ya que mi privación, siendo la pena más grande, pone al alma en condiciones de ser la depositaria de los dones más grandes de su Creador, de sus conocimientos más altos y de sus secretos. ¿Cuántas veces no lo he hecho contigo? Después de una privación mía te he manifestado los conocimientos más altos sobre mi Voluntad, y con eso te hacía depositaria, no sólo de sus conocimientos, sino de mi misma Voluntad.
Y además, la Reina Soberana como Madre debía poseer todos los estados del alma, incluso el estado de pura fe, para poder dar a sus hijos esa fe inquebrantable que les hace capaces de dar la sangre y la vida por defender y testimoniar la fe. Si no hubiera poseído este don de la fe, ¿cómo habría podido darlo a sus hijos?”
“… Quien ha de ser la cabeza conviene que sufra, que trabaje y que haga él solo todo lo que harán los demás juntos. Es lo que hice Yo, siendo la cabeza de la Redención: puedo decir que hice todo por amor a todos, para darles la vida y ponerlos a todos a salvo. Como también por todas las criaturas? Nadie puede decir que nos iguala, tanto en el padecer como en el amar; a lo sumo se Nos parecen en parte, pero igualarnos, nadie. Pero al estar a la cabeza de todos, tanto Yo cuanto la Reina Soberana, conteníamos todas las gracias y todos los bienes, teníamos la fuerza en nuestro poder, el dominio era nuestro, Cielo y tierra obedecían a un simple gesto nuestro y temblaban ante nuestra potencia y santidad.
Los redimidos han tomado nuestras migajas y han comido nuestros frutos, se han curado con nuestros remedios, se han fortalecido con nuestros ejemplos, han aprendido nuestras lecciones, han resucitado a costa de nuestra vida y, si han sido glorificados, ha sido gracias a nuestra gloria, pero el poder es siempre nuestro, la fuente viva de todos los bienes brota siempre de Nosotros; tan cierto es que, si los redimidos se alejan de Nosotros, pierden todos los bienes y se vuelven enfermos y pobres más que antes. Esto es lo que significa estar a la cabeza. Es verdad que se sufre mucho, que se trabaja tanto, que hay que preparar el bien para todos, pero todo lo que se posee supera todo y a todos. Hay tanta distancia entre quien está a la cabeza de una misión y quien ha de ser miembro, que se puede comparar el que es cabeza al sol, y el miembro a la pequeña luz…” (19°, 22-8-1926)
La Virgen María en los Escritos de Luisa Piccarreta
Selección de textos tomados de los primeros 19 Volúmenes de su diario.
La misión única de María como Madre de Dios, en el oficio –derivado de la misión– de Corredentora y Madre nuestra, y en las condiciones necesarias para que María pudiera cumplir bien ambas cosas.
Presentados por el P. Pablo Martín
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