Llamamiento de Luisa, escrito como prefacio a sus escritos
(…) Y ahora una palabra a todos los que leais estos escritos: os ruego, os suplico que acepteis con amor lo que Jesús quiere daros, o sea, su Voluntad. Pero para daros la suya, quiere la vuestra, si no, no podrá reinar. ¡Si supiérais con cuánto amor mi Jesús quiere daros el don más grande que existe en el Cielo y en la tierra, que es su Voluntad!
Oh, cuántas lágrimas amargas derrama, porque os ve que, viviendo con vuestro querer os arrastrais por el suelo, enfermizos, miserables. No sois siquiera capaces de mantener un buen propósito, ¿y sabeis por qué? Porque su Querer no reina en vosotros.
¡Oh, cómo llora y suspira Jesús por vuestra situación, y con sollozos os ruega que hagais que reine su Querer en vosotros! Quiere cambiar vuestra suerte: que de enfermos seais sanos, de pobres ricos, de débiles fuertes, de volubles inmutables, de esclavos reyes. No son grandes penitencias lo que quiere, ni largas oraciones u otras cosas, sino que su Querer reine y que vuestra voluntad no vuelva a tener vida. ¡Ah, sí, hacedle caso!
Yo estoy dispuesta a dar la vida por cada uno de vosotros, a sufrir cualquier pena, con tal de que abrais las puertas de vuestra alma para hacer que el Querer de mi Jesús reine y triunfe en las generaciones humanas.
Y ahora os invito a todos: venid conmigo al Eden, donde tuvo principio nuestra existencia, donde el Ser Supremo creó al hombre y, haciéndolo rey, le dió un reino en que reinar. Ese reino era todo el universo, pero su cetro, su corona, su autoridad salían del fondo de su alma, en que residía el Fiat Divino como Rey dominante, el cual formaba la verdadera realeza del hombre. Sus vestiduras eran regias, más refulgentes que el sol; sus actos eran nobles, su belleza era arrebatadora. Dios lo amaba tanto, se entretenía con él, lo llamaba “mi pequeño rey e hijo”. Todo era felicidad, orden y armonía. Ese hombre, nuestro primer padre, se traicionó a sí mismo, traicionó su reino y, haciendo su propia voluntad, amargó a su Creador, que tanto lo había exaltado y amado, y perdió su reino, el reino de la Divina Voluntad, en la cual todo le había sido dado. Las puertas del reino se le cerraron y Dios retiró para Sí el reino que le había dado al hombre.
Ahora he de deciros un secreto: Dios, al retirar para Sí el reino de la Divina Voluntad, no dijo: “No se lo volveré a dar al hombre”, sino que lo reservó esperando a las futuras generaciones para asaltarlas con gracias sorprendentes, con luz deslumbradora, para eclipsar al humano querer que nos hizo perder un reino tan santo, y con tal atractivo de asombrosos y prodigiosos conocimientos de la Divina Voluntad, que nos hiciera sentir la necesidad y el deseo de dejar a un lado nuestro querer que nos hace infelices y lanzarnos a la Divina Voluntad como nuestro reino permanente.
Así que el Reino es nuestro, ¡ánimo! El Fiat Supremo nos espera, nos llama, nos insiste a que tomemos posesión de él. ¿Quién será tan pérfido, quién tendrá el valor de no hacer caso de su llamada y no aceptar tanta felicidad? Sólamente tenemos que dejar los miserables harapos de nuestra voluntad, el vestido de luto de nuestra esclavitud, a la que nos ha reducido, para vestirnos como reinas y adornarnos con ornamentos divinos.
Por eso hago un llamamiento a todos; no creo que no querais escucharme. ¿Sabeis? Soy una pobre pequeñita, la más pequeña de todas las criaturas; pero yo, bilocándome en el Divino Querer junto con Jesús, vendré como pequeña que soy a vuestro regazo y con gemidos y lágrimas llamaré a la puesta de vuestros corazones para pediros, come pequeña mendiga, vuestros harapos, el vestido de luto, vuestro querer infelíz, para dárselo a Jesús, para que El lo queme todo, os dé otra vez su Querer y os devuelva su reino, su felicesdad, el candor de sus vestiduras regias.
¡Si supiérais lo que significa Voluntad de Dios! Ella contiene Cielo y terra. Si estamos con Ella todo es nuestro, todas las cosas dependen de nosotros; pero si no estamos con Ella todo está contra nosotros, y si algo tenemos somos los verdaderos ladrones de nuestro Creador y vivimos de fraudes y de robos.
Por eso, si quereis conocerla, leed estas páginas: en ellas hallareis el bálsamo para las heridas que cruelmente nos ha hecho nuestro querer humano, el nuevo aire todo divino, la nueva vida toda celestial; sentiréis el Cielo en vuestra alma, veréis nuevos horizontes, nuevos soles, y a menudo encontraréis a Jesús con la cara mojada por sus lágrimas, porque quiere daros su Querer. Llora porque quiere veros felices, pero al veros infelices solloza, suspira, ruega por la felicidad de sus hijos, y mientras os pide vuestro querer para quitaros la infelicidad, os ofrece el Suyo como confirmación del don de su Reino.
Por eso me dirijo a todos, y hago este llamamiento junto con Jesús, con sus mísmas lágrimas, con sus suspiros ardientes, con su Corazón que arde porque quiere dar su Fiat. Del Fiat hemos salido, él nos ha dado la vida; es justo, es nuestra obligación y deber que volvamos a él, a nuestra querida e interminable heredad. (…)
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