La voluntad y el querer, la imagen y la semejanza
La Divina Voluntad, que Jesús llama en el Evangelio “la Voluntad del Padre”, es la realidad más íntima, vital, esencial de Dios: “Ah, todo está en mi Voluntad. El alma, si la recibe, toma toda la sustancia de mi Ser y contiene todo en sí misma” (02-03-1916). No es una “facultad” o algo de Dios, un “componente” suyo, como lo que en nosotros es nuestra voluntad humana, sino lo que Dios es. La voluntad es lo que da vida a todo en Dios y en nosotros, igual que en un mecanismo hay una primera rueda que da vida y movimiento a todo lo demás.
Solemos entender por Voluntad de Dios las cosas que El quiere (considerada como complemento directo); mientras que para Dios es el sujeto, es Dios mismo que quiere. Podemos decir que la Voluntad es sustantivo (lo que expresa la sustancia, lo que es), mientras que todos los atributos divinos –Amor, Omnipotencia, Sabiduría, Bondad, Santidad, Inmensidad, Eternidad, Inmutabilidad, Justicia, Misericordia, etc.– son sus adjetivos: “La Divina Voluntad es omnipotente, immutable, infinita, eterna, buena, santa, misericordiosa, sapientísima, llena de Amor…”
El Divino Querer es la Voluntad de Dios en acto, indica lo que hace y por eso es un verbo. La distinción entre “voluntad” y “querer” (aunque de hecho coinciden) es la misma que hay entre “el corazón” y “el palpitar”, o entre un motor y su movimiento; o entre “una fuente” y “el río” que de ella nace.
Hablando siempre mediante analogías, una cosa es también el efecto del palpitar, que es la vida, o lo que produce el funzionamento del motor, como es por esemplo viajar. O bien, una cosa es un árbol, otra es su fruto y otra más lo que produce el comer. En el caso del “querer”, lo que produce es “el amor”. Y si en Dios la fuente es su Voluntad y el río que nace de la fuente es el Querer Divino, ese río no es de agua sino de Amor. Así, bien puede decir el Señor que “el Amor es hijo de la Divina Voluntad”, o sea, su manifestación y comunicación. La Divina Voluntad precede todo lo que Ella hace, lo que Dios quiere o no quiere o lo que permite. Es la fuente y el origen supremo de todo lo que Dios es, de la Vida inefable de la Stma. Trinidad y de sus Obras de Amor eterno. Es como “el motor” íntimo de Dios, como “la primera rueda” que mueve y da vita a todo lo que El es y a todas sus obras. Es como el Corazón de las Tres Divinas Personas. Y Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, tiene dos voluntades; la Divina (de las Tres Divinas Personas) y la humana, y sin embargo no ha vivido una doble vida, sino una sola, porque ambas voluntades las ha identificado perfectamente en un solo Querer (humano-divino).
“Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza”. Una cosa es la imagen, otra es la semejanza. La imagen divina está en nuestro ser, en la naturaleza humana, que Dios ha creado conforme al modelo de cómo El es, mientras que la semejanza está en el vivir: el hombre debía vivir a semejanza de Dios, pensar como Dios piensa, ver todo como Dios lo ve, amar con el mismo Amor eterno e infinito de Dios, tener sus mismos gustos, la misma felicidad, los mismos derechos divinos en cuanto hijo suyo (¡nada de “derechos humanos!”), el mismo modo de obrar, el mismo corazón, la misma Vida de la Stma. Trinidad, su misma adorable Voluntad, ¡la fuente de su Vida, de sus obras, de todos sus atributos divinos, de su Querer, de su felicidad, de su gloria!
Una cosa es la vida natural humana y otra es la Vida sobrenatural divina. En la primera, Dios ha reflejado la imagen de su misma Vida; en la segunda (no por naturaleza, sino por pura gracia, la Gracia) Dios concede una participación de su Vida, a semejanza de ella.
El hombre, creado a imagen de Dios y por eso mismo responsable de su propia vida y de su propio destino, dotado por tanto de voluntad libre (…una cosa es el libre albedrío y otra es la libertad), fue puesto por Dios ante esta posibilidad: decidirse por Dios o por il propio “yo”, decidir si dar vida en él a la Voluntad divina o preferir la propia voluntad humana, decidir si acoger como vida el Querer mismo de Dios o preferir su propio querer humano.
Esa era la prueba necesaria querida por Dios para proclamarlo hijo amadísimo y confirmar todos los bienes que como tal le daba. Y en la prueba suele mezclarse la tentación por parte del demonio para arruinarlo. El primer hombre, Adán, pecando, hirió y profanó la imagen divina que lleva en su propia naturaleza humana, y perdió la semejanza con Dios; de ser hijo de Dios por gracia se hizo rebelde y, aunque luego se arrepintió, sólo pudo ser admitido como siervo, en espera de la Redención.
Así, en el paraíso terrenal había dos árboles particulares, el árbol “de la Vida” y el árbol “del conocimiento del bien y del mal”, del cual dijo Dios a Adán que no comiera; comer de él no habría causado la vida, sino la muerte. El árbol de la Vida era la imagen de la Voluntad Divina, el árbol del conocimiento del bien y del mal (de un conocimiento que no es vida) era la imagen de la voluntad humana. Del primero, el hombre podía comer, del segundo no debía hacerlo. Comer el fruto del segundo (dar vida al propio querer humano, contra el Querer Divino) no habría dado la vida, sino la muerte.
Aquellos dos árboles, a diferencia de todos los demás árboles del paraíso y de la Creación, eran por lo tanto como una especie de “sacramentos”, ya que, instituidos por Dios Padre Creador, en su materialidad significan una realidad espiritual que nos atañe. Por tanto debían tener una realidad material, para poder tener un significado espiritual. Sus respectivos frutos tenían que ser por lo tanto verdaderos frutos materiales (en ninguna parte se dice que el fruto prohibido fuera la famosa “manzana”), pero con un preciso significado: es decir, que el “fruto divino” o bien el “fruto humano”, aludían al fruto del seno, de la procreación. Fruto bendito y divino, el de María; pero fruto privado de bendición y humano, el de Eva; es más, su primogénito, Caín, concebido después del pecado, “era del maligno”, dice la Escritura.
Por último, Dios ha creado al hombre con un inmenso deseo de amor: que habiendonos dotado de una voluntad humana, a imagen de la Suya, aceptemos el don de su Voluntad Divina para volver a ser a Su semejanza y ambas voluntades, como en Jesús, puedan “fundirse” en un solo Querer, de modo que el hombre pueda vivir (y no sólo existir) en Dios y Dios en su criatura, y pueda decir come San Pablo: “ya no soy yo el que vive, sino es Cristo el que vive en mí”. Y con Jesús: “El que me ve a Mí ve al Padre” y “todo lo mío es Tuyo, y todo lo Tuyo es mío”. “Yo soy todo tuyo y Tú eres todo mío”.
Sólo en la Divina Voluntad la criatura puede llegar a obrar como Dios, pues haciendola suya obra en modo divino; y con la repetición de esos actos divinos va recuperando su semejanza con Dios y su perfecta imagen.
Y Jesús dice: “Por eso tengo tanto interés de que la criatura, haciendola suya, realice la verdadera finalidad para la que ha sido creada” (24-8-1915). Ese es su deseo, “el sueño de amor” de Dios, el fín de su Proyecto, como se lo dice a Luisa: “absorberte en mi Voluntad y hacer de ambas voluntades una sola, haciendo de ti un ejemplar perfecto de uniformidad de tu querer con el Mío; lo cual es el estado más sublime, es el prodigio más grande, es el milagro de los milagros, que quiero hacer de ti” (21-5-1900).
“Que mi Querer sea lo que más te interese. Que mi Querer sea tu vida, tu todo, aun en las cosas más santas” (21-12-1911). “Quiero que estés siempre en mi Querer… Quiero sentir tu corazón palpitante en el Mío con el mismo amor y dolor; quiero sentir tu querer en el Mío, que multiplicandose en todos Me dé con un solo atto las reparaciones de todos y el amor de todos; y mi Querer en el tuyo, que haciendo mía tu pobre humanidad, la eleve ante la Majestad del Padre como víctima continua” (4-7-1917).
“El vivir en mi Querer soy Yo mismo. Esa fue la santidad de mi Humanidad en la tierra y por eso hice todo y por todos” (27-11-1917).
“¿Has visto lo que es vivir en mi Querer? Es desaparecer, es entrar en el ámbito de la Eternidad, es penetrar en la Omnipotencia del Eterno, en la Mente Increada, y tomar parte en todo y en cada acto divino, en la medida que a la criatura es posible; es disfrutar, aun estando en la tierra, de todas las cualidades divinas; es odiar el mal de un modo divino; es ese extenderse en todos sin límite, porque la Voluntad que anima a esta criatura es divina. Es la Santidad no conocida todavía y que haré conocer…” (8-4-1918).
“Por eso a menudo te hablo del vivir en mi Querer, que hasta ahora no he manifestado a nadie. Todo lo más han conocido la sombra de mi Voluntad, la gracia y la dulzura que contiene hacerla; pero penetrar en Ella, abrazar su inmensidad, multiplicarse conmigo y –aun estando en la tierra– penetrar en todo, en el Cielo y en los corazones, eso todavía no se conoce, tanto que a no pocos les parecerá extraño y quien no tenga abierta la mente a la luz de la Verdad no comprenderá nada” (29-1-1919).
“Parecerá sorprendente e increible a algunos todo esto, y entonces deberían poner en duda mi potencia creadora. Y luego, cuando soy Yo el que lo quiere, el que doy este poder, acaba toda duda. ¿Acaso no soy libre de hacer lo que quiero y de dar a quien Yo quiero?” (2-2-1921)
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