La verdadera muerte de María: entregó su voluntad como muerta en manos de Dios
La verdadera muerte de María: entregó su voluntad como muerta en manos de Dios.
Encontrándome en mi habitual estado, mi pobre mente se hallaba en una atmósfera altísima; me parecía ver a la Divinidad, y sobre una rodilla del Padre Celestial a mi Reina y Mamá muerta, como si no tuviera vida. Yo, asombrada, pensaba para mí: “Mi Mamá está muerta, pero ¡qué dichosa muerte es morir en las rodillas de nuestro Creador!” Pero fijándome más, veía como si su voluntad estuviera separada del cuerpo, tenida en las manos del Divino Padre. Yo miraba atónita y no sabía explicarme lo que veía, pero una voz que salía del Trono Divino decía:
“Esta es la elegida entre todas las elegidas, es la toda bella, es la única criatura que Nos entregó su voluntad y Nos la dejó muerta en las rodillas, en nuestras manos, y Nosotros le hicimos en cambio don de nuestra Voluntad. Don más grande no podíamos darle, porque adquiriendo esta Suprema Voluntad tuvo el poder de hacer descender el Verbo a la tierra y que llevara a cabo la Redención del género humano. Una voluntad humana no tendría poder ni atractivo sobre Nosotros; pero una Voluntad Divina dada por Nosotros mismo a esta incomparable Criatura, Nos venció, Nos conquistó, Nos raptó y, no pudiendo resistir, cedimos a sus ruegos de hacer bajar el Verbo a la tierra. Ahora esperamos que vengas tú a morir sobre la otra rodilla, dándonos tu voluntad, y Nosotros, viéndola muerta en nuestras manos, como si ya no existera para tí, te daremos la Nuestra y por medio tuyo, es decir, de esta nuestra Voluntad entregada a tí, volverá nuestro ‘Fiat’ a vivir en la tierra. Estas dos voluntades muertas en nuestras rodillas serán el rescate de tantas voluntades rebeldes y las tendremos como prenda preciosa, que Nos compensarán de tantos males de las demás criaturas, porque con nuestra Voluntad podrán satisfacernos por todo”. (18°, 10-10-1925)
En el juego de amor con Dios, María perdió su voluntad y ganó la Voluntad Divina.
“… Nuestro dolor fue grande al ver que la creatura Nos rechazaba estos grandes bienes y nuestro juego de azar fracasó por entonces, pero aunque hubiera fracasado, era siempre un juego divino, que podía y debía rehacerse de su fracaso. Por eso, después de tantos años, mi amor quiso jugar de nuevo, y fue con mi Madre Inmaculada. En Ella nuestro juego no falló, tuvo su pleno éxito, y por eso le dimos todo y a Ella le encomendamos todo, más aún, era una carrera: Nosotros a darle y Ella a recibir.
(…) Ven conmigo, ante el Trono Divino, y encontrarás a los pies de la Majestad Suprema la llamita de la voluntad de la Reina del Cielo, que Ella se jugó en el juego divino, porque para jugar hace falta poner siempre algo propio, pues si no quien vence no tiene nada que coger y quien pierde no tiene nada que dejar. Y como Yo vencí en el juego con mi Madre, Ella perdió la llamita de su voluntad. Pero felíz pérdida; con haber perdido su llamita, dejándola como continuo homenaje a los pies de su Creador, formó su vida en el gran fuego divino, creciendo en el mar inmenso de los bienes divinos, y pudo así obtener al suspirado Redentor…” (19°, 9-3-1926)
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