La suerte de Jesús recién nacido en la cueva de Belén es menos dura que en la Eucaristía, a causa del abandono en que lo dejan las criaturas
De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:
Luego ha vuelto mi dulce Jesús. Era un tierno niñito. Gemía, lloraba y temblaba por el frío, y se ha echado en mis brazos para que lo calentara. Yo me lo he estrechado fuerte, fuerte, y según acostumbro me fundía en su Querer, para encontrar los pensamientos de todos junto con los míos y rodear al tembloroso Jesús con las adoraciones de todas las mentes creadas; para hallar las miradas de todos y hacerles mirar a Jesús y distrarle del llanto; para hallar la boca, las palabras, las voces de todas las criaturas, para que todas lo besaran para que no gimiera y con su aliento lo calentaran. Mientras hacía eso, el Niño Jesús ya no gemía, ha dejado de llorar y como calentado me ha dicho:
“Hija mía, ¿has visto qué es lo que me hacía temblar, llorar y sollozar? El abandono de las criaturas. Tú me las has puesto todas alrededor. Me he sentido mirado, besado por todas, y ha cesado mi llanto. Sin embargo has de saber que mi suerte sacramental es aún más dura que mi suerte infantil. La gruta, aunque fría, era espaciosa, tenía aire que respirar; la hostia es también fría y tan pequeña, que casi me falta el aire. En la gruta tuve como cuna un pesebre con un poco de paja; en mi vida sacramental me falta hasta la paja y como lecho no tengo sino metales duros y helados. En la gruta tenía a mi Mamá querida, que muy a menudo me tomaba con sus manos purísimas, me cubría con besos ardientes para calentarme, me calmaba el llanto, me alimentaba con su leche dulcísima.
Todo lo contrario tengo en mi vida sacramental: no tengo una Mamá; si me cogen, siento el contacto de manos indignas, manos que huelen a tierra o a basura… ¡Oh, qué mal olor siento, más que el estiercol que sentía en la gruta! En vez de cubrirme con besos me tocan con actos sin respeto y en vez de leche me dan la hiel de los sacrilegios, de tratarme sin cuidado, de las frialdades. En la gruta San José no dejó que me faltase una lucecita por la noche; aquí en el Sacramento, ¿cuántas veces me dejan a oscuras también de noche! ¡Oh, cuánto más dolorosa es mi suerte sacramental! ¡Cuántas lágrimas ocultas, que nadie ve, cuántos sollozos no escuchados! Si te ha movido a compasión mi suerte infantil, mucho te debe mover a piedad mi suerte sacramental”. (Vol 12°, 25 de Diciembre 1920)
La Encarnación “tipica” de Jesús en el tiempo y la Encarnación “mística” de Jesús en las almas, hasta renacer exteriormente
Esta mañana, hallandome en mi habitual estado, ha venido el Niño Jesús y yo, viendolo tan pequeñito, como si entonces hubiera nacido, le he dicho: “Precioso mío, ¿cuál fue la causa que te hizo venir del Cielo y nacer tan pequeñito en el mundo?”
Y El: “El amor fue el motivo; no sólo el mío, sino que mi nacimiento en el tiempo fue el desbordarse de amor de la Stma. Trinidad hacia las criaturas. En un desbordamiento de amor de mi Madre nací de su seno, y en un desbordamiento de amor renazco en las almas. Pero este desbordamiento es formado por el deseo. Tan pronto como el alma empieza a desearme, Yo quedo ya concebido; a medida que crece en su deseo, así voy creciendo en el alma; cuando este deseo llena todo su interior y llega a desbordarse afuera, entonces renazco en todo el hombre, es decir, en su mente, en su boca, en sus obras y en sus pasos. Por el contrario, también el demonio hace sus nacimientos en las almas: tan pronto como empieza el alma a desear y a querer el mal, queda concebido el demonio con sus obras perversas, y si ese deseo es alimentado, el demonio crece y llena todo el interior de pasiones, las más feas y repugnantes, y llega a desbordarse afuera, dando a todo el hombre la derrota de todos los vicios. Hija mía, ¡cuántos nacimientos hace el demonio en estos tristísimos tiempos! Si los hombres y los demonios pudieran, habrían destruido mis nacimientos en las almas.” (Vol 6°, 24 de Diciembre 1903)
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