La recíproca bendición que se dieron Jesús y María para dar comienzo a la Pasión, como una nueva Creación

De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:

Estaba pensando, cuando mi dulce Jesús, para dar comienzo a su dolorosa pasión, quiso ir a pedirle a su Madre la bendición, y Jesús bendito me ha dicho: “¡Hija mía, cuántas cosas dice este misterio! Quise ir a pedirle la bendición a mi Madre querida, para darle ocasión de que también Ella Me la pidiera. Eran demasiados los dolores que tenía que soportar y era justo que mi bendición la reforzase. Yo acostumbro a pedir cuando quiero dar. Y mi Mamá Me comprendió enseguida, tan es así que no Me bendijo, si no cuando Me pidió mi bendición, y después de haber sido bendecida por Mí Me bendijo Ella.

Pero hay más. Para crear el Universo dije ‘Fiat’ y tan sólo con el ‘Fiat’ puse orden y embellecí cielo y tierra. Al crear al hombre mi Soplo omnipotente le infundió la vida. Al dar comienzo a mi Pasión, con mi palabra omnipotente y creadora quise bendecir a mi Madre, pero no la bendecía sólo a Ella; En Ella veía a todas las criaturas. Era Ella la que tenía el primado sobre todo y en Ella bendecía a todos y a cada uno, es más, bendecía cada pensamiento, palabra, acción, etc., bendecía cada cosa que debía de servirle a la criatura.

Como cuando mi ‘Fiat’ omnipotente creó el sol, y este sol, sin que disminuya su luz y su calor, prosigue siempre su curso para todos y cada uno de los mortales, así, mi palabra creadora, benediciendo, quedaba en acto de bendecir siempre, siempre, sin cesar jamás de bendecir, como nunca dejará el sol de dar su luz a todas las criaturas.

Pero eso no es todo. Con mi bendición quise renovar todo lo valioso de la Creación, quise llamar a mi Padre Celestial a que bendijera, para comunicar a la criatura la Potencia; quise bendecirla en nombre mío y del Espíritu Santo, para comunicarle la Sabiduría y el Amor, y así renovar la memoria, la inteligencia y la voluntad de la criatura, restituyéndole la soberanía sobre todo. Has de saber, sin embargo, que cuando doy quiero, y mi Madre querida comprendió y enseguida Me bendijo, no sólo por Ella, sino en nombre de todos.

Oh, si todos pudieran ver esta bendición mía, la sentirían en el agua que beben, en el fuego que les calienta, en el alimento que toman, en el dolor que los aflige, en los gemidos de la oración, en el remordimiento de la culpa, en el abandono de parte de las criaturas…, en todo sentirían mi palabra creadora que les dice (pero por desgracia no la oyen): «te bendigo en el nombre del Padre, en el mío, de Hijo, y del Espíritu Santo; te bendigo para ayudarte, te bendigo para defenderte, para perdonarte, para consolarte, te bendigo para hacerte santo». Y la criatura haría eco a mis bendiciones, bendiciéndome también ella en todo. Estos son los efectos de mi bendición, por lo que mi Iglesia, enseñada por Mí, Me hace eco, y en casi todas las ocasiones, al administrar los Sacramentos y demás, dá su bendición”. (12°, 28-11-1920)

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