La intención y la atención son el camino hacia la perfección
Queridos hermanos, el Señor ha detto: “Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto”. El que no se da cuenta de lo grande que es su Amor a nosotros, el que no conoce lo que El ha manifestado, diría tal vez: “¡Jesús ha exagerado, ha dicho una cosa impensable e imposible!”
¡No, Dios no dice palabras inútiles! El Señor no ha dicho una palabra de más cuando ha dicho “Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto”. El pensaba en la vida de su Divino Querer (si no, no lo habría dicho) vida que ha de crecer en nosotros en la medida que lo conozcamos; por eso sin la lectura de los Escritos de Luisa Piccarreta eso non è possibile. El Señor es el que lo dice: “Examina todas las vidas de santos que quieras, o libros de doctrina: en ninguno hallarás los prodigios de mi Querer que obra en la criatura y la criatura que obra en el Mío”. (Vol. 14°, 6.10.1922). ¡Así dice! ¡Es un buen reto de Jesús!
Por tanto estas verdades en nosotros deben ser sangre de nuestra sangre, vida de nuestra vida y ha de crecer en nosotros en la medida que queramos, o sea, que lo deseemos en cada cosa y en cada instante.
Todo esto tiene como base indispensable la clara convicción de Quién es El y de quienes somos nosotros. El es “Aquel que es”. Nosotros somos cero absoluto, nada ante Dios, y ante Dios esta nada puede tener sólo dos cosas: ¡deseo y disponibilidad! Disponibilidad, o sea un abandono total en manos del Señor, para que El pueda hacerlo todo en nosotros. Por eso Jesús le dice a Luisa, y se lo dice varias veces (conforme al dicho ‘las cosas repetidas ayudan’): “Si tú me lo permites, Yo quiero ser en ti al mismo tiempo actor y espectador”.
Vivir en la Divina Voluntad significa hacer que Jesús viva en nosotros su Vida interior, que su Vida sea nuestra vida. Y para que el Querer Divino resulte fácil y gustoso y podamos amarlo cada vez más, el Señor enseña en los Escritos de Luisa que es necesario conocerlo siempre más, poniendonos, entrando en el círculo de la Divina Voluntad. ¿De qué manera? Con la mente y con el corazón, con la intención y deteniendonos a contemplar sus interminables maravillas y atributos. Luisa dice:
“Mi dulce Jesús, quiero decirte que anhelo ardientemente quererte a Tí y a tu Santo Querer, y si me lo concedes me harás plenamente contenta y felíz”. Y el Señor le responde: “Tú en una palabra has comprendido todo, con pedirme lo más grande que hay en el Cielo y en la tierra; y en este Santo Querer Yo deseo y quiero plasmarte aún más. Y para hacer que te sea más dulce y gustoso mi Querer, entra en el círculo de mi Voluntad y contempla sus diferentes maravillas, deteniendote una vez en la santidad de mi Querer, otra vez en su bondad, o en su humildad, o en su belleza o en el pacífico descanso que produce mi Querer, y en esas paradas que hagas, adquirirás cada vez más nuevas e inauditas noticias de mi Santo Querer y quedarás tan sujeta a El y enamorada, que ya nunca más saldrás de El. Eso te dará una suma ventaja, que estando tú en mi Voluntad no tendrás necesidad de combatir con tus pasiones y estar siempre en alarma con ellas, ya que mientras parece que mueren, renacen de nuevo más fuertes y vivas; sino que sin tener que combatir, sin ruido, dulcemente mueren, porque ante la Santidad de mi Voluntad las pasiones no se atreven a presentarse y pierden la vida ellas solas. Y si el alma siente que se mueven sus pasiones es señal de que no se mantiene continuamente dentro de mi Querer; hace sus salidas, sus escapaditas a su propio querer, y por fuerza tiene que sentir el hedor de la naturaleza corrompida. Mientras que si te mantienes fija en mi Voluntad, te librarás de todo y tu única ocupación será amarme y ser amada por Mí”. (Vol. 4°, 23.12.1900)
Detengamonos a saborear, a masticar estas verdades. Hasta en la frase más pequeña, si estamos atentos, descubrimos tesoros que no imaginamos. Por tanto, “tendrás cada vez más nuevas e inauditas noticias de mi Santo Querer y te sentirás tan sujeta a El y enamorada, que ya nunca más saldrás de El”.
Un cierto obispo dijo: “Parece que los que leen esos Escritos enloquecen”. ¡Sí señor, tenía razón, enloquecen! Estos Escritos son come un licor de muchos grados y por eso es posible también emborracharse. Todo consiste en saber leerlos siempre sin olvidar jamás “quién eres tú y Quién soy Yo”; y leerlos, no tanto para nuestra erudición o para hacerse enseguida “maestros” (como hacen algunos) y creerse superiores, como diciendo: “Ya he leido todos los libros, los sé de memoria. ¿Qué capítulo quieres que te diga?”, eso no sirve, sino con el deseo de que la lectura se vuelva en nosotros amor y vida. La fe, si no se vuelve amor y vida, ¿qué fe es?
El alma tanto debe mirar y concentrarse en Jesús que lo atraiga totalmente a ella, Pero para encontrar a Jesús hace falta acudir a nuestra Madre. El Señor nos dice: “¡Búscame en la Mamá; ve a Ella y no te equivocarás!”. Esa es la vía directa, segurísima, de lo contrario es fácil deslumbrarse creyendo haber hallado al verdadero Jesús mientras que uno se encuentra sólo a sí mismo: ¡disfrazado de Jesús, pero es el propio “ego”!
Y la Stma. Virgen le dice a Luisa: “Hija mía, ven conmigo y hallarás la Vía y a Jesús. Es más, quiero enseñarte el secreto para poder estar siempre con Jesús y como vivir siempre contenta y felíz también en este mundo; es decir, ten fijo en tu interior que sólo Jesús y tú estáis en el mundo y nadie más a quien debas gustar, complacer y amar, y sólo de El esperar ser amada y acontentada en todo” (Vol. 4°, 21.8.1901).
Sólo a Dios debemos amar con toda nuestra capacidad de amor, porque si no se nos escapa y sale a relucir nuestro “yo”, que es el que crea confusión, obstáculo, amargura e infelicidad.
Así pues nuestra Madre nos enseña este secreto: “Vive como si nadie más existiera en el mundo, sino sólo Jesús y tú; y sólo a El debes tratar de acontentar, de agradar, y no hacer caso a nada más”.
Eso no significa que debemos ignorar o tratar mal a las demás personas. Significa que es Jesús al que encontramos en el prójimo, es Jesús el que nos está esperando en esa persona, en esa criatura, es Jesús a quien debemos servir en la otra persona, es Jesús a quien debemos acontentar. Y El te dice: “Acontentame por medio de estas criaturas porque son mías. ¡Lo que les haces a ellas, lo haces a Mí!” Por tanto, nunca separemos la criatura del Creador. ¡Que esa sea nuestra intención, que sea nuestra finalidad en todo!
Debemos ser espejos de Dios y ser espejos los unos para los otros. ¿Qué es lo que el otro debe ver en mí? ¡Debe ver a Jesús! “¡Señor, que el que me mire te vea, el que me escuche te oiga, el que me busque te encuentre!” ¿y qué debo ver yo en el otro? Debo ver a Jesús, como El ha dicho: “El que me ve a Mí, ve al Padre”
Y es que el mismo Jesús es espejo: su Humanidad es el espejo de su Divinidad. Se dice que debemos ver a Cristo en el hermano, pero yo digo: empecemos por algo un poco más interesante: hagamos de forma que el hermano pueda ver a Jesús en nosotros. ¡Sí, eso es aún más interesante!
Y nuestra Madre prosigue en el texto citado y dice:
“Estando Jesús y tú de esta manera, ya no hará impresión si te ves rodeada por desprecios o alabanzas, por familiares o por extraños, por enemigos o por amigos. Sólo Jesús será todo tu contento y sólo Jesús te bastará por todo y por todos. Hija mía, mientras no desaparezca del todo del alma todo lo que existe, no se puede hallar verdadero y perpetuo contento”.
Esa es la recomendación que nos hace nuestra Madre. Tú debes mirar al verdadero Sol y quedar tan deslumbrado, que cuando quieras mirar a tu alrededor y mirarte a ti mismo, no hayas de ver más que luz, como sucede cuando se deslumbra con el sol. ¡Así ha de ser para nosotros!
Por tanto hace falta valor, fidelidad y suma atención para seguir lo que Dios realiza en el alma” (Vol. 6°, 6.6.1904).
Es decir, esa atención continua es un verdadero martirio, el martirio y el empeño de la atención, el esfuerzo de la atención para no robarle nada a Jesús (ningún momento y ninguna cosa) para darle satisfacción al propio ‘yo’, sino para darle satisfacción sólo a El, porque el que le ha dado la propia voluntad al Señor debe darle siempre la libertad de que pueda hacer lo que El quiera.
Por eso Jesús dice en el Volumen 6°, el 13.9.1904:
“Hija mía, cuando un alma me ha dado su voluntad, ya no es dueña de hacer lo que quiera, porque si no, no sería verdadera entrega; mientras que la verdadera entrega es tener sacrificada continuamente la voluntad para Aquel a quien ya se la ha dado y eso es un martirio de continua atención, que el alma ofrece a Dios”.
Es como lo que dice San Pablo: “Ya sea que comáis o que bebáis, hacedlo todo para gloria de Dios”. Lo cual no significa no comer o no beber, sino: ¿por qué lo haces? Es más, ¿por quién lo haces? ¡Si lo haces por tí mismo has perdido! ¡Házlo por el Señor! Y si lo haces por El, se lo haces a El, más aún, lo haces porque El se complace de hacerlo por medio tuyo y en eso El quiere ser glorificado.
Hace falta hacer todas las cosas con la intención de tomar de Jesús la vida de cada acto; y además de la atención, poner también la intención de tomar, de recibir de El la vida de cada acto que hacemos y hacer todo en su Humanidad, siendo para El como un velo que lo cubre. Por eso El dice:
“Hija mía querida, ¿ves en qué estrecha unión estoy Yo contigo? Así quiero que estés tú, toda unida, estrechada a Mí. Y eso no te creas que debes hacerlo cuando sufres o cuando haces oración, sino siempre, siempre. Si te mueves, si respiras, si trabajas, si comes, si duermes, todo, todo, como si tú lo hicieras en mi Humanidad y saliera de Mí lo que haces, de modo que tú no deberías ser más que la corteza, el envoltorio externo y, rota la corteza de tu obra, se debería encontrar el fruto de la obra divina. Y eso debes hacerlo para bien de toda la humanidad, de forma que mi Humanidad se debe encontrar como viviente entre las gentes, porque haciendo tú todo, hasta las cosas más indiferentes, con esta intención de recibir de Mí la vida, tu acción adquiere el mérito de mi Humanidad, ya que, siendo Yo Hombre y Dios, en mi respiración contenía la respiración de todos, los movimientos, las acciones, los pensamientos de todos; todo lo contenía en Mí y así los santificaba, los divinizaba, los reparaba. Y tú, haciendo todo en acto de recibir de Mí lo que haces, también tú estarás abrazando, conteniendo a todas las criaturas en ti y tu obrar se difundirá para bien de todos, así que aunque los demás no me den nada, Yo tomaré todo de tí” (Vol. 7°, 28.11.1906).
Por lo tanto, ¿qué nos está diciendo el Señor? “Toma de Mí cada cosa que hagas, o sea, llámame a que Yo haga en ti lo que tú debes hacer. Tus pensamientos, tómalos de mi mente… etc.”
En conclusión: Dios se da continuamente a nosotros y por eso también nosotros debemos darnos continuamente a El: así la vida ha de ser un incesante regreso a Dios. Por parte nuestra se necesita deseo y disponibilidad. La intención y la atención son el camino hacia la perfección.
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