La Inmaculada Concepción: María tuvo que ser concebida en la Vida, las penas y los méritos del Redentor para poder a su vez concebirlo
Estaba pensando en la Inmaculada Concepción de mi Mamá y Reina, y mi siempre amable Jesús, después de la santa Comunión, se hacía ver en mi interior, como en una habitación toda de luz, y en esa luz mostraba todo lo que había hecho en el curso de toda su vida. Se veían alineados en órden todos sus méritos, sus obras, sus penas, sus llagas, su sangre, todo lo que contenía la vida de un Hombre y Dios, como en acto de preservar un alma tan, tan querida para El, de cualquier mal, hasta el mínimo, que pudiera ensombrecerla. Yo me asombraba al ver tanta atención por parte de Jesús, y El me ha dicho:
“A mi pequeña recién nacida quiero dar a conocer la Inmaculada Concepción de la Virgen, concebida sin pecado. Pero antes tienes que saber que mi Divinidad es un solo Acto. Todos los actos se concentran en uno solo. Eso significa ser Dios, el portento más grande de nuestra Esencia Divina, no estar sujeto a sucesión de actos; y si a la criatura le parece que una vez hacemos una cosa y otra vez otra, es más bien que hacemos conocer lo que está en ese Acto único, pues siendo la criatura incapaz de conocerlo todo en una sola vez, se lo damos a conocer poco a poco.
Ahora bien, todo lo que Yo, Verbo Eterno, había de hacer en mi Humanidad asumida, formaba un solo acto con aquel Acto único que contiene mi Divinidad. Así que antes que esta noble criatura fuese concebida, ya existía todo lo que tenía que hacer en la tierra el Verbo Eterno. Por tanto, en el acto en que esta Virgen fue concebida, se desplegaron en torno a su concepción todos mis méritos, mis penas, mi sangre, todo lo que contenía la vida de un Hombre y Dios, y quedó concebida en los interminables abismos de mis méritos, de mi sangre divina, en el mar inmenso de mis penas. En virtud de todo ello quedó inmaculada, bella y pura. Al enemigo le quedó cerrado el paso por mis méritos incalculables, y no pudo causarle ningún daño. Era justo que Aquella que debía concebir al Hijo de Dios debiera ser antes Ella misma concebida en las obras de este Dios, para poder ser capaz de concebir a ese Verbo que tenía que venir a redimir al género humano. Así que primero Ella quedó concebida en Mí y Yo quedé luego concebido en Ella. No faltaba más que darlo a conocer a su debido tempo a las criaturas, pero en la Divinidad era como ya hecho.
Por eso, esta excelsa criatura fue la que más recogió los frutos de la Redención, más aún, en Ella produjo su fruto completo, pues habiendo sido concebida en ella, amó, estimó y conservó como cosa suya todo lo que el Hijo de Dios hizo en la tierra. ¡Oh, la belleza de esta tierna niñita! Era un prodigio de la Gracia, un portento de nuestra Divinidad. Creció como Hija nuestra, fue nuestro decoro, nuestra alegría, nuestro honor y nuestra gloria”.
Pero mientras eso decía mi dulce Jesús, yo pensaba en mi mente: “Es verdad que mi Reina y Mammá fue concebida en los interminables méritos de mi Jesús, pero su cuerpo y su sangre fueron concebidos en el seno de Santa Ana, la cual no estaba exente de la mancha original; por tanto, ¿cómo puede ser que no heredase nada de los muchos males que todos hemos heredado del pecado de nuestro primer padre Adán?”
Y Jesús: “Hija mía, tú aún no has entendido que todo el mal está en la voluntad. La voluntad arrolló al hombre, es decir, a su naturaleza, no la naturaleza a la voluntad del hombre, así que la naturalezza quedó en su lugar, como Yo la había creado; nada cambió, fue su voluntad la que cambió y se puso, nada menos, contra una Voluntad Divina, y esa voluntad rebelde arrolló su naturaleza, la debilitó, la contaminó y la hizo esclava de bajísimas pasiones. Sucedió como a un recipiente lleno de perfumes o de cosas preciosas: si se le vacía de su contenido y se le llena de estiércol o de cosas viles, ¿acaso cambia el recipiente? Cambia lo que se pone dentro, pero él sigue siendo lo que es. En todo caso se vuelve más o menos apreciable, según su contenido. Así fue del hombre.
Pues bien, a mi Madre el haber sido concebida en una criatura de la raza humana no le causó daño alguno, pues su alma era inmune de toda culpa. Entre su voluntad y la de su Dios no había división alguna, las corrientes divinas no hallaban tropiezo ni oposición para derramarse en Ella y a cada momento estaba bajo una lluvia intensísima de nuevas gracias. Entonces, con esa voluntad y con esa alma toda santa, toda pura, toda bella, el recipiente de su cuerpo que recibió de su madre, quedó perfumado, rehabilitado, ordenado, divinizado, de modo que quedó exente también de todos los males naturales de los que está invadida la naturaleza humana.
Ah, sí, fue Ella precisamente la que recibió la semilla del «FIAT VOLUNTAS TUA, así en la tierra como en el Cielo», el cual la ennobleció y la puso en su principio, como fue creado el hombre por Nosotros antes de que pecara, incluso se lo hizo superar, la embelleció aún más con la continua corriente de ese ‘FIAT’, el único que tiene poder de reproducir imágenes enteramente semejantes a Aquel que las ha creado. Y gracias a esa Voluntad Divina que actuaba en Ella, se puede decir que lo que Dios es por naturaleza, Ella lo es por gracia. Nuestra Voluntad puede hacer todo y llegar a todo, cuando el alma Nos da libertad de obrar y no interrumpe con su voluntad humana nuestra obra”. (16°, 8-12-1923)
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