La Divina Voluntad como fuente de nuestra vida: cómo se recibe el Don de la Divina Voluntad
Jesús, mediante el don de su Voluntad a la criatura, forma en ella una vida Suya y una forma de presencia Suya real, de tal modo que esta criatura Le sirve de Humanidad. Lo cual, desde luego, no es mediante una especie de “unión hipostática” (dos naturalezas y una sola persona), sino por unión de dos voluntades, la humana y la Divina, unidas en un solo Querer, que, lógicamente, no puede ser sino el Divino.
Si queremos que la Voluntad Divina sea en nosotros la fuente de la vida,
– 1°, debemos saber suficientemente qué es lo que queremos, qué cosa es;
– y 2°, debemos quitar el obstáculo, que es nuestro propio querer humano.
Es como dijo San Juan Bautista: “hace falta que El crezca y yo disminuya”. Sólo a medida que “morimos” a nuestro querer humano, podemos llamar a cada momento a que “viva”, a que “resucite” en nosotros el Querer Divino.
Acoger este Don no es una fórmula mágica, una oración que decir, sino que –repetimos– hace falta saber de qué se trata, es necesario quererlo y es necesario quitar el único obstáculo: dar vida a nuestra voluntad –hacer lo que queremos– cuando no va de acuerdo con la Voluntad de Dios.
Todo lo que Dios nos da es gratis (el aire, el sol, el respirar, la vista, etc.), pero lo único que tiene precio es el Don de su Voluntad: el precio es la nuestra.
Si vivimos en Grazia de Dios y deseamos este Don supremo, que Dios desea darnos más que nosotros –y la señal segura es que antes nos hace llegar la noticia–, es seguro de que El nos lo da…
Pero no basta que Dios nos lo dé, hace falta que nosotros lo recibamos.
No es posible estar a la vez vivos y muertos: estar en pecado y estar unidos a la Voluntad de Dios. Los defectos y límites, nuestras miserias no son de por sí obstáculo: si Dios tuviera que esperar a vernos sin defectos para darnos este Don como vida, nunca nos lo daría. Otra cosa es el pecado, sobre todo si es grave; pero para pecar es necesario ser suficientemente conscientes y tener intención. No es lo mismo “sentir” que “consentir”: sentir no depende de nosotros, querer sí.
Y el Señor dice: “hijo mío, en el respeto de mi Ley (que tú ya conoces) puedes hacer cualquier cosa, pero llámame a que la haga contigo, porque si la haces tú, ¿cuánto vale? Pero si la hago Yo por medio tuyo, vale infinitamente”.
Cuando uno ha comprendido que el Don que el Señor nos ofrece es su Querer (digamos “el palpitar de su Corazón”) para que sea vida, y nosotros lo queremos y lo acogemos, entonces no hay acción o instante de vida que no esté vivificado por el Querer mismo de la Stma. Trinidad! En ese pequeño acto humano se hace presente y vivo el Acto eterno y divino de Dios.
Y al ser vida debe crecer: “Sed por tanto perfectos como es perfecto vuestro Padre Celestial” (Mt 5,48). Crece a medida que lo conocemos (por eso sin la lectura de los escritos de Luisa eso no es posible), que esas verdades sean sangre de nuestra sangre, vida de nuestra vida; y crece en la medida que lo queremos, o sea, que lo deseamos en cada cosa y a cada momento.
Todo eso supone como base indispensable la cada vez mayor convicción de Quién es El y che cosa somos nosotros. El es “el que Es”, nosotros somos “cero” absoluto, una nada que ante Dios puede y debe tener sólo dos cosas: deseos y disponibilidad, un abandono total en manos del Señor, para que El pueda hacer en nosotros todo.
Por eso Jesús le dice a Luisa tantas veces: “Si tú me lo permites, Yo quiero ser en tí Actor y Espectador al mismo tiempo”.
Vivir en la Divina Voluntad significa: hacer que Jesús viva en nosotros su Vida interior, que su Vida sea nuestra vida.
El Señor enseña en los escritos de Luisa que, para que el Querer Divino resulte fácil y gustoso y podamos amarlo cada vez más, hace falta conocerlo siempre más, entrando conscientemente en la Divina Voluntad y deteniendonos a contemplar sus interminables encantos y atributos: “y en esas paradas que harás, adquirirás cada vez más nuevas e inauditas noticias de mi Santo Querer y quedarás tan tanto apegada y enamorada, que ya no saldrás nunca más” (23-12-1900).
El alma debe mirar y estar tan fija en Jesús, que lo atraiga enteramente (06-02-1901), pero para encontrar a Jesús hay que ir a su Madre, y Ella enseña el secreto de la felicidad: “Hija mía, ven conmigo y encontrarás el camino y a Jesús; es más, quiero enseñarte el secreto para poder estar siempre con Jesús y vivir siempre contenta y felíz aun en la tierra, es decir ten por seguro dentro de tí que sólo tú y Jesús estais en el mundo, y nadie más a quien tengas que agradar, complacer y amar, y sólo de El esperar ser amada y acontentada en todo. Estando así Jesús y tú, no te causará impresión si te rodean de desprecios o alabanzas, familiares o extraños, amigos o enemigos. Sólo Jesús será todo tu contento y sólo Jesús te bastará por todos. Hija mía, mientras no desaparezca del alma todo lo que existe acá abajo, no puede hallar verdadero y perpetuo contento” (21-08-1901).
Pequeño Catecismo sobre la Divina Voluntad
Este “Pequeño Catecismo sobre la Divina Voluntad” es un compendio destinado a quienes desean conocer el “mensaje” espiritual de la Sierva de Dios Luisa Piccarreta, “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad” en su vida y en sus Escritos para una formación fundamental en la Fe y como guía para la vida.
P. Pablo Martín Sanguiao, Civitavecchia, Italia, 25 de Marzo de 2015, Solemnidad de la Anunciación y fiesta del “Fiat” Divino de Jesús y de María
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