La Divina Voluntad es medicina, conservación, alimento, vida y plenitud de la más alta santidad
De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:
Estaba pensando al Santo Querer Divino y pensaba entre mí: “¿Cómo puede ser que Adán, después del pecado, habiendo roto su voluntad la unión con la de Dios, perdiera la fuerza, el dominio, y así sus actos ya no fueran aceptables para Dios, formando su delicia, mientras que antes de pecar Adán había hecho sus actos hacia Dios, los había aprendido, y por qué repitiendolos después ya no tenían el mismo sonido, ya no contenían la plenitud del amor divino y de la completa gloria de Dios?”
Y mientras pensaba eso, mi amable Jesús se ha movido en mi interior y con una luz que me enviaba me ha dicho: “Hija mía, antes que nada, Adán, antes de separarse de mi Voluntad, era mi hijo, tenía como centro de su vida y de todos sus actos mi Voluntad. Por tanto poseía una fuerza, un dominio, un atractivo todo divino; por eso su respirar, su palpitar, sus actos sabían de divino, todo su ser emanaba un perfume celestial, que a todos nos atraía a él. De modo que nos sentíamos heridos por todas partes por este hijo: si respiraba, si hablaba, si hacía las cosas más inocentes, indiferentes y naturales, eran para Nosotros heridas de amor, y Nosotros, divirtiéndonos con él, lo colmábamos cada vez más de nuestros bienes, porque todo lo que hacía salía de un solo punto, que era nuestra Voluntad. Por eso todo nos agradaba, no encontrábamos nada que nos disgustara.
Pero después del pecado, Adán bajó del estado de hijo y se redujo al estado de siervo [1], y al romper su unión con la Voluntad Suprema, así perdió la fuerza divina, el dominio, el atractivo, el perfume celestial. Por eso ya no sabían de divino sus actos, su ser, sino que se llenó de una sensación humana, por lo cual, haciendole perder el atractivo, ya no nos sentíamos heridos, sino que nos ponían a distancia, él de Nosotros y Nosotros de él. No quiere decir nada que repitiera los mismos actos que hacía antes de pecar, como de hecho los hacía; ¿pero sabes tú qué cosa son los actos de la criatura sin la plenitud de nuestra Voluntad? Son como ciertos alimentos sin sabor ni sustancia, que en vez de gustar disgustan el paladar humano, y así disgustan el paladar divino; son como esos frutos no maduros, que no tienen dulzura ni sabor; son como flores sin perfume; son como recipientes llenos, sí, pero de cosas viejas, frágiles y rotas. Todo eso puede servir en una extrema necesidad al hombre y también tener una sombra, un algo de la gloria de Dios, pero no sirven a la felicidad y a todo el bienestar de la criatura y a la plenitud de la gloria de Dios. Mientras que, ¿con cuánto gusto no se come un alimento bien sazonado y sustancioso y cómo refuerza toda la persona? Ya sólo el aroma del condimento despierta el apetito y las ganas de comerlo.
Así Adán, antes de pecar, sazonaba todos sus actos con la sustancia de nuestra Voluntad y por tanto despertaba el apetito de nuestro Amor, a tomar todos sus actos como el alimento más deseable para Nosotros, y Nosotros en correspondencia le dábamos el alimento exquisito de nuestra Voluntad. Pero después del pecado, pobrecito, perdió el camino recto de comunicación con su Creador, ya no reinaba en él el puro amor; el amor fue dividido por el temor, por el miedo, y no teniendo ya el absoluto dominio de la Suprema Voluntad, sus actos de antes ya no tenían el mismo valor, hechos después del pecado. A mayor motivo, que toda la Creación, incluído también el hombre, salió del Eterno Creador como fuente de vida, en la cual debía conservarse sólo con la Vida de la Divina Voluntad; todo debía estar basado en ella, y esa base del Divino Querer debía conservar todas las cosas bellas, nobles, como habían salido de Dios. Como, en efecto, todas las cosas creadas son así como fueron creadas, ninguna ha perdido nada de su origen. Sólo el hombre perdió la vida, la base, y por eso perdió su nobleza, su fuerza, la semejanza con su Creador. Pero a pesar de todo, mi Voluntad no dejó del todo al hombre, y no pudiendo ya seguir siendo para él fuente de vida y base que lo sostuviera, porque él mismo se había separado de ella, se ofreció como medicina para hacer que no pereciera del todo. De manera que mi Voluntad es medicina, es salud, es conservación, es alimento, es vida, es plenitud de la más alta santidad. Tanto como la criatura la quiera, ella se ofrece…” (18° Vol., 28.01.1926)
[1] – Adán, y en él su descendencia, son ese “hijo pródigo”, que se fue de la Casa paterna.
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