Jesús y María: “No separe el hombre lo que Dios ha unido”

“El otro día, mientras rezando invocábamos insistentemente la Stma. Virgen con el título de Madre de la Eucaristía, el demonio se puso a decir:

«El y Ella son inseparables. No sabeis hasta qué punto invocarla significa invocarlo a El; son una sola cosa; El se la ha llevado toda entera. En el Cuerpo y Sangre del Hijo está también el cuerpo y sangre de la Madre. No podía ser de otra manera, se ha formado en Ella. ¿Conoceis la biología? ¿Sabeis lo que es el ADN? Ellos son una sola cosa. El ha nacido de Ella y Ella ha nacido de El. Nunca han estado separados. Siempre han estado unidos. Antes de que Ella lo concibiera, El ya estaba en Ella; antes de que El naciera, Ella ya estaba en El. Ella ha sido la primera que se ha dado. El llevaba en sí la sangre y la carne de esa mujer maravillosa, demasiado maravillosa para ser soportable por nosotros y no podemos nada contra Ella. Cuando celebrais eso que llamais misa Ella está con El».” (De un exorcismo citado en el libro “La Virgen María y el diablo en los exorcismos”, del P. Francesco Bamonte).

Sí, es muy cierto; pero no dice la razón, el por qué de ese prodigio: es la Divina Voluntad, única e indivisible, de las Tres Divinas Personas, única e indivisible en la Madre y en el Hijo. El Prodigio parte de la Eternidad –como dice la Iglesia: “en un único decreto eterno de predestinación”–, pero Dios no lo ha impuesto a la Virgen, es Ella la que lo ha acogido desde el principio: “el Espíritu es el que da la vida, la carne no sirve para nada” (Jn 6,63).

La más amplia y profunda explicación nos la da el Señor, en los Escritos de la Pequeña Hija de la Divina Voluntad, la “Sierva de Dios” Luisa Piccarreta:

Mientras rezaba (…) me decía: “¿Cómo es posible que Jesús haya podido separarse de su Mamá querida y Ella de Jesús?”, y el bendito Jesús me ha dicho:

“Hija mía, desde luego que no podía haber separación entre mi dulce Mamá y Yo. La separación fue sólo aparente. Ella y Yo estabamos fundidos el uno en el otro, y era tal y tanta la fusión, que Yo me quedé con Ella y Ella vino conmigo; de manera que se puede decir que fue una especie de bilocación. Eso sucede también a las almas, cuando estan de verdad unidas conmigo; y si cuando rezan hacen entrar en sus almas como vida la oración, sucede una especie de fusión o de bilocación: Yo, donde quiera que esté, las llevo conmigo y Yo me quedo con ellas.

Hija mía, tú no puedes comprender bien lo que mi Madre querida fue para Mí. Yo, al venir a la tierra, no podía estar sin Cielo, y mi Cielo fue mi Mamá. Entre Ella y Yo pasaba tal electricidad, que ni siquiera un pensamiento se le escapaba a mi Madre que no lo tomase de mi mente; y ese tomar de Mí la palabra, la voluntad, el deseo, la acción y el paso, es decir, todo, formaba en ese Cielo el sol, las estrellas, la luna y todos los goces posibles que puede darme la criatura y que ella misma puede gozar. ¡Oh, cómo me complacía en ese cielo! ¡Oh, cómo me sentía satisfecho y compensado por todo! Hasta los besos que me daba mi Mamá contenían el beso de toda la humanidad y me devolvían el beso de todas las criaturas. En todas parte me la sentía, a mi dulce Mamá. Me la sentía en el respiro y, si era jadeante, me lo aliviaba. Me la sentía en el Corazón y, si estaba amargado, me lo endulzaba. Me la sentía en mis pasos y, si eran cansados, me daba fuerza y descanso… ¿Y quién puede decirte como me la sentía en la Pasión? En cada latigazo, en cada espina, en cada llaga, en cada gota de mi Sangre, en todo me la sentía y me hacía de verdadera Madre… Ah, si las almas me correspondieran, si todo lo tomaran de Mí, ¡cuántos cielos y cuántas madres tendría en la tierra!” (Vol. 11°, 09-05-1913)

“Hija mía, mi Mamá y Yo eramos como dos gemelos nacidos en el mismo parto, porque no teníamos mas que una sola Voluntad que nos daba la vida. El «FIAT» Divino ponía en común nuestros actos, de modo que el Hijo se reflejaba en la Madre y Ella se reflejaba en el Hijo. Así que el reino de la Voluntad Divina estaba en pleno vigor, tenía su perfecto dominio en Nosotros…” (Vol. 23°, 09-02-1928)

“¿Por qué la Reina Celestial es verdadera Madre para mí? Porque poseía la Vida de mi «FIAT» Divino. Sólo eso le podía suministrar el gérmen de la fecundidad divina, para concebirme en su seno y hacerme su hijo. Por tanto, sin mi Divina Voluntad, Ella no habría podido absolutamente ser mi Madre, porque nadie más, ni en el Cielo ni en la tierra, posee ese gérmen de la fecundidad divina, que hace concebir nada menos que el Creador en la criatura. Ya ves como mi Querer Divino me formó la Madre y me hizo su Hijo.” (Vol. 24°, 02-09-1928)

“Hija mía, estoy comportandome contigo como me comporté con mi Mamá: durante mi vida vivimos siempre juntos, menos los tres días en que me perdió, que en todo lo demás donde estaba la Madre, se encontraba el Hijo y donde estaba el Hijo se hallaba la Madre; eramos inseparables. Cuando luego llegó el cumplimiento de la Redención, teniendo que irme Yo a mi vida pública, nos separamos, si bien la Voluntad única que nos animaba nos tenía siempre identificados juntos, pero es cierto que nuestras personas se hallaban lejos, uno en un sitio y el otro en otro, y no sabiendo estar y no pudiendo estar demasiado tiempo separados –porque el verdadero amor siente la irresistible necesidad de descansar uno en el otro, de confiarse sus secretos, el resultado de sus empresas y sus dolores–, unas veces hacía Yo mis pequeñas escapadas para volver a verla, y otras la Reina y Madre salía de su nido para ver de nuevo a su Hijo que desde lejos la hería, y de nuevo nos separabamos para llevar a cabo la obra de la Redención…” (Vol. 24°, 20-06-1928)

(…) La Reina Soberana, llena de bondad y de ternura, me ha dicho: “Hija mía querida, has de saber que Yo soy la portadora de Jesús. Eso fue un don que el Ser Supremo me entregó, y cuando estuvo seguro de que Yo tenía gracia, amor, poder y la misma Voluntad Divina para tenerlo custodiado, defendido, amado, entonces me entregó el don, es decir, el Verbo Eterno, y se encarnó en mi seno, diciendome: «Hija nuestra, te entregamos el gran don de la Vida del Hijo Dios, para que seas su dueña y lo des a quien tú quieras; mas sabe tenerlo defendido, nunca lo dejes solo con cualquiera a quien se lo des, para suplir si no lo aman, para repararlo si lo ofenden. Haz que nada falte a la decencia, a la santidad, a la pureza que le es debida. Sé atenta, es el don más grande que te entregamos y te damos el poder de bilocarlo todas las veces que quieras, para que quien lo quiera pueda recibir este gran don y poseerlo.

Ahora bien, este Hijo es mío, es don mío, y como mío conozco sus secretos amorosos, sus ansias, sus suspiros, pero tanto, que llega a llorar y sollozando me dice: «Mamá mía, dame a las almas, quiero las almas». Yo quiero lo que El quiere; puedo decir que suspiro y lloro con El, porque quiero que todos posean a mi Hijo, pero debo poner a salvo su vida, el gran don que Dios me entregó. Por eso, si desciende Sacramentado en los corazones, Yo desciendo junto con El como garantía de mi don. No puedo dejarlo solo, pobre Hijo mío; si no tuviese a su Madre que desciende con El, ¡cómo me lo maltratarían! Por quien no le dice un «te amo» de corazón yo debo amarlo, por quien lo recibe distraido, sin pensar al gran don que recibe, yo me vuelco sobre El para que no sienta sus distracciones y frialdades, por quien llega a hacerle llorar, debo consolarlo y hacer dulces reproches a la criatura, para que no me lo haga llorar. ¡Cuántas escenas conmovedoras suceden en los corazones que lo reciben Sacramentado! Hay almas que nunca se cansan de amarlo, y yo les doy mi amor y también el suyo para que lo amen. Son escenas de Cielo y los mismos ángeles quedan extasiados y nos consolamos de las penas que nos han dado las demás criaturas.

¿Pero quien puede decirte todo? Soy la portadora de Jesús, y El no quiere ir sin mí, tanto que cuando el Sacerdote va a pronunciar las palabras de la Consagración sobre la Hostia Santa, hago alas con mis manos maternas, para que descienda através de mis manos para consagrarse, y así, si manos indignas lo tocan, Yo le haga sentir las mías que lo defienden y lo cubren con mi amor. Pero no basta; estoy siempre atenta para ver si quieren a mi Hijo, tanto que si algún pecador se arrepiente de sus graves pecados y la luz de la gracia amanece en su corazón, yo enseguida le llevo Jesús para confirmarle el perdón, y yo me ocupo de todo lo que hace falta para hacer que se quede en ese corazón convertido.

Soy la portadora de Jesús y lo soy porque poseo en mí el reino de su Voluntad Divina. Ella me revela quien lo quiere y yo corro, vuelo para llevarselo, sin dejarlo nunca. Y no sólo soy la portadora, sino espectadora, escuchando lo que hace y dice a las almas. ¿Crees tú que yo no estaba presente escuchando tantas lecciones que mi Hijo querido te daba sobre su Divina Voluntad? Yo estaba presente, escuchaba palabra por palabra lo que te decía, y en cada palabra yo dabas las gracias a mi Hijo y me sentía doblemente glorificada, porque hablaba del reino que Yo ya poseía, que era toda mi fortuna y la causa del gran don de mi Hijo. Y al verlo hablar, Yo veía injertada la fortuna de mis hijos en la mía; ¡oh, qué alegría! Todas las lecciones que te ha dado, y más todavía, ya estan escritas en mi Corazón, y al ver que te las repite, Yo gozo un Paraíso más por cada lección; y todas las veces que no estabas atenta y te olvidabas, Yo pedía perdón por tí y le pedía que repitiera sus lecciones, y El, para acontentarme, porque no sabe negarle nada a su Madre, te repetía sus bellas lecciones.

Hija mía, Yo estoy siempre con Jesús, aunque a veces me escondo en El y parece que El hace todo como si lo hiciera sin mí, mientras que Yo estoy dentro, tomo parte a todo y estoy al corriente de lo que hace. Otras veces se esconde en su Madre y me hace que Yo haga, pero siempre El lo hace conmigo. Otras veces nos manifestamos los dos juntos y las almas ven a la Madre y al Hijo que las aman tanto, según las circunstancias y el bien de ellas que necesitan, y muchas veces el amor que no podemos contener nos hace llegar a excesos por ellas. Pero ten la seguridad de que si está mi Hijo, estoy Yo, y que si estoy Yo, está mi Hijo. Es la misión que me dió el Ser Supremo, de la cual Yo no puedo ni quiero retirarme. A mayor razón que estos son los gozos de mi Maternidad, el fruto de mis dolores, la gloria del reino que poseo, la Voluntad y el cumplimiento de la Trinidad Sacrosanta.” (Vol. 34°, 28-05-1937)

(“Apuntes para una Fe clara en tiempos de confusion” de Padre Pablo Martín Sanguiao) 


Apuntes para una Fe clara en tiempos de confusion

Pescia Romana (Viterbo, Italia), 13 de Octubre de 2017, en el Centenario de la sexta aparición de Nuestra Señora en Fátima y del “milagro del Sol”, signo del Reino del Querer Divino y del triunfo del Corazón Inmaculado de María.

En la Fe de la Santa Iglesia, sin pretender dar lecciones a nadie, ofrezco al buen sentido y a la buena voluntad de quien lee estas reflexiones, con el deseo de ayudar a los hermanos que el Señor me ha encomendado –“mi parroquia espiritual o extraterritorial”– en este tiempo de oscuridad, de confusión y de extravío de la Fe para su formación básica en la Fe y como guía en su vida.

P. Pablo Martín

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