Jesús se habría encarnado igualmente, si no hubiera tenido que redimirnos, pero habría venido glorioso como Rey y cabeza de su familia
De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:
Jesús a Luisa: “Hija pequeña de mi Querer Divino, tú has de saber que tener el primado sobre cada acto de la criatura es un derecho absoluto de mi «Fiat» Divino, y quien le niega el primado lo priva de sus derechos divinos que se le deben por justicia, por ser Creador del querer humano. ¿Quién puede decirte, hija mía, cuánto mal puede hacer una criatura cuando llega a separarse de la Voluntad de su Creador? Ves, bastó un acto de separación del primer hombre de nuestra Voluntad Divina para cambiar no sólo la suerte de las generaciones humanas, sino la misma suerte de nuestra Divina Voluntad.
Si Adán no hubiera pecado, el Eterno Verbo, que es la misma Voluntad del Padre Celestial, habría venido igualmente a la tierra glorioso, triunfante y dominador, acompañado visiblemente por su ejército angélico, que todos debían ver, y con el esplendor de su gloria habría fascinado a todos y atraido a todos a El con su belleza, coronado como rey y con el cetro de mando, para ser rey y cabeza de la familia humana, para poder darle el gran honor de poder decir: «tenemos un rey que es hombre y Dios». A mayor razón que tu Jesús no habría bajado del Cielo para encontrar al hombre enfermo, porque si no se hubiera separado de mi Voluntad Divina no habría habido enfermedades, ni de alma, ni de cuerpo, ya que fue la voluntad humana la que casi ahogó de penas a la pobre criatura. El «Fiat» era intocable de toda pena y así debía ser el hombre. Por tanto Yo debía venir a encontrar al hombre felíz, santo y con la plenitud de los bienes con que lo había creado. Por el contrario cambió nuestra suerte, porque quiso hacer su voluntad, y como estaba decretado que Yo tenía que bajar a la tierra −y cuando la Divinidad decreta no hay quien le haga cambiar−, cambié sólo el modo y el aspecto, bajé de una manera humildísima, pobre, sin ningún aspecto de gloria, en el sufrimiento, llorando y cargado con todas las miserias y penas del hombre. La voluntad humana me hizo venir a encontrar al hombre infelíz, ciego, sordo y mudo, lleno de todas las miserias, y Yo, para sanarlo, debía de tomarlas como mías; y para no causar temor, debía de mostrarme como uno de ellos, para hermanarlos y darles las medicinas y los remedios que hacían falta. De manera que el querer humano tiene el poder de hacer al hombre felíz o infelíz, santo o pecador, sano o enfermo.
Ves, por lo tanto: si el alma se decide a hacer siempre, siempre, mi Divina Voluntad y a vivir en Ella, cambiará su suerte y mi Divina Voluntad se lanzará sobre la criatura, se adueñará de ella y dandole el beso de la Creación cambiará de aspecto y modo, y estrechandola a su seno le dirá: «olvidemos todo, para tí y para Mí han vuelto los primeros tiempos de la Creación, todo será felicidad entre tú y Yo; vivirás en nuestra casa, como hija nuestra, en la abundancia de los bienes de tu Creador».
Oye, mi pequeña recién nacida de mi Divina Voluntad, si el hombre no hubiese pecado, si no se hubiera separado de mi Divina Voluntad, Yo había venido a la tierra, ¿pero sabes cómo? Lleno de majestad, como cuando resuscité de la muerte, y si bien tenía una Humanidad mía semejante al hombre, unida al Verbo Eterno, ¿con qué diferencia habría venido? Mi Humanidad resucitada era glorificada, vestida de luz, no sujeta a padecer ni a morir. Era el Divino Triunfador. Por el contrario, mi Humanidad antes de morir estaba sujeta, si bien voluntariamente, a todas las penas; es más, fui el Varón de los dolores. Y como el hombre todavía tenía los ojos deslumbrados por el querer humano y estaba todavía enfermo, pocos fueron los que me vieron resucitado, lo cual sirvió para confirmar mi Resurrección. Luego subí al Cielo para darle al hombre el tiempo de tomar los remedios y las medicinas, para que se curase y se dispusiera a conocer mi Divina Voluntad, para vivir no de la suya, sino de la Mía, y así podré hacerme ver lleno de majestad y de gloria en medio de los hijos de mi Reino. Por eso mi Resurrección es la confirmación del «Fiat Voluntas tua» así en la tierra como en el Cielo. Después de un dolor tan largo sufrido por mi Divina Voluntad durante tantos siglos, de no tener su reino en la tierra, su absoluto dominio, era justo que mi Humanidad pusiera a salvo sus derechos divinos y realizara la primera finalidad mía y suya, de formar su reino en medio de las criaturas.
Además de eso tú debes saber −para confirmarte aún más cómo la voluntad humana cambió su suerte y la de la Divina Voluntad respecto a ella− que en toda la historia del mundo sólo dos han vivido de Voluntad Divina sin hacer jamás la suya: la Reina Soberana y Yo. Y la distancia, la diferencia entre nosotros y las demás criaturas es infinita, tanto que ni siquiera nuestros cuerpos se quedaron en la tierra; había servido como palacio real al «Fiat» Divino y Este se sentía inseparable de nuestros cuerpos, y por eso reclamó y con su fuerza imperante arrebató nuestros cuerpos junto con nuestras almas a su Patria Celestial. ¿Y por qué todo eso? Toda la razón es porque nunca nuestra voluntad humana tuvo un acto de vida, sino que todo el dominio y el campo de acción fue sólo de mi Divina Voluntad. Su potencia es infinita, su amor es insuperable.” (Vol 25°, 31 de Marzo 1929)
Deja una respuesta