Jesús queria ser desnudado para sufrir la desnudez del hombre cuando se despojó de la vestidura real de la Divina Voluntad

De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:

Jesús a Luisa: “Hija mía, ¿quieres saber por qué fui desnudado cuando me azotaron?  En cada misterio de mi pasión primero me ocupé en reparar la ruptura entre la voluntad humana y la Divina y luego de las ofensas que produce esa ruptura. Es que el hombre, cuando en el Edén rompió los vínculos de la unión de la Voluntad Suprema con la suya, se despojó de la vestidura real de mi Voluntad y se vistió con los miserables harapos de la suya, débil, inconstante, incapaz de hacer ningún bien. Mi Voluntad era para él un dulce encanto que lo tenía absorto en una luz purísima que no le dejaba conocer más que a su Dios, de quien había salido, el cual no le daba más que dichas sin número, y tan absorto estaba en tanto como le daba su Dios, que no pensaba en sí para nada. Oh, qué felíz era el hombre y cuánto gozaba la Divinidad dándole tantas partículas de su Ser, en la medida que la criatura es capaz de recibirlas, para hacerla semejante a Dios. Así que, apenas rompió la unión entre nuestra Voluntad y la suya, perdió la vestidura real, perdió el encanto, la luz, la felicidad; se miró a sí mismo sin la luz de mi Voluntad y, al verse sin el encanto que lo tenía absorto, se conoció, sintió vergüenza, tuvo miedo de Dios, tanto que la misma naturaleza sintió sus tristes efectos, sintió el frío, la desnudez y la urgente necesidad de cubrirse. E igual que nuestra Voluntad lo   tenía sumido en dichas inmensas, así la suya lo sumió en un abismo de miserias.

Nuestra Voluntad era todo para el hombre y en ella encontraba todo. Era justo que, habiendo salido de Nosotros y viviendo como tierno hijo nuestro en nuestro Querer, viviera  de lo nuestro, y ese Querer debía sustituir a todo lo que a él le hiciera falta. Por tanto, en el momento que quiso vivir de su propio querer, tuvo necesidad de todo, porque el querer humano no es capaz de poderse sustituir a todas las necesidades, ni tiene en sí la fuente del bien; por eso se vió obligado a procurarse con fatiga las cosas necesarias para la vida. ¿Ves entonces qué significa no estar unido a mi Voluntad?  ¡Oh, si todos lo conocieran, oh, cómo tendrían un único suspiro, que mi Querer venga a reinar en la tierra!  De manera que si Adán no se hubiera separado de la Voluntad Divina, su naturaleza no habría tenido tampoco necesidad de vestirse, no habría sentido la vergüenza de su desnudez, ni habría estado sujeto a sufrir el frío, el calor, el hambre, la debilidad. Pero esas cosas naturales eran casi nada, eran más bien símbolos del gran bien que había perdido su alma.

Así que, hija mía, antes de ser atado a la columna para ser azotado, quise ser desnudado para sufrir y reparar la desnudez del hombre cuando se despojó de la vestidura real de mi Voluntad. Sentí tanta vergüenza y pena al verme así desnudo, en medio de enemigos que se burlaban de Mí, que lloré por la desnudez del hombre y ofrecí a mi Padre Celestial mi desnudez, para hacer que el hombre fuera revestido de nuevo con la vestidura real de mi Voluntad. Y como precio, para que no se me negara eso, ofrecí mi sangre, mis carnes arrancadas a jirones. Me hice despojar, no sólo de mis ropas, sino hasta de mi piel, para poder pagar el precio y satisfacer por el delito de esa desnudez del hombre. Derramé tanta sangre en ese misterio, como no la derramé en ningún otro; tanto que bastaba para cubrirlo como con una segunda vestidura, vestidura de sangre, para cubrirlo de nuevo y así calentarlo y lavarlo, para prepararlo a recibir la vestidura real de mi Voluntad”.

Yo, al oir eso, sorprendida, he dicho: “Amado Jesús mío, ¿cómo puede ser posible que el hombre, con separarse de tu Voluntad, tuviera necesidad de vestirse, sintiera vergüenza, miedo? Por otra parte, Tú hiciste siempre la Voluntad del Padre Celestial, eras una sola cosa con El, tu Madre no conoció nunca su querer, y sin embargo tuvisteis necesidad de ropas, de alimento, sentisteis el frío y el calor…”

Y Jesús ha añadido: “Y sin embargo, hija mía, así es, sin duda. Si el hombre sintió vergüenza de su desnudez y se vió sujeto a tantas miserias naturales, fue precisamente porque perdió el dulce encanto de mi Voluntad; y a pesar de que el mal lo hizo el alma, no el cuerpo, éste sin embargo indirectamente fue como cómplice de la mala voluntad del hombre, la naturaleza quedó como profanada por su mala voluntad. Por lo tanto, una y otro debían sentir la pena del mal cometido…”  (16° Vol., 14.01.1924)

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