Jesús esta en mi corazón y yo estoy en su Corazón, soy en Cristo: esa es nuestra meta
Nuestra vida cristiana empieza con “Cristo en mí” y acaba con “yo en Cristo”.
Nuestra vida escondida en El: esa es nuestra meta. Se trata de un proceso. Todos nosotros empezamos la vida cristiana con Jesús en nuestro corazón, pero debemos concluirla con “yo estoy en su Corazón, soy en Cristo”. ¿Pero qué significa “ser en Cristo”? Significa entrar en su historia, en su victoria, en sus conquistas. Como un líquido se adapta a las dimensiones y a la forma del recipiente que lo contiene, así para nosotros significa adaptarnos a los gustos de Jesús, a sus pensamientos, a sus maneras, como El se adapta a nosotros. Hacer nuestra su vida interior, su dolor, su amor, su relación con el Padre. Que Jesús pueda decirme lo que dijo al Padre: “Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y Yo soy glorificado en Tí” (cfr Jn 17,10).
En su Vida ha escrito mi verdadera vida, como tenía que ser. La potencia del Espíritu Santo me une a Cristo, a su Obra, y hace vivo en mí lo que Jesús ha hecho por mí. El Espíritu Santo lo realiza. San Pablo dice una cosa importantísima: “Quien se une al Señor se hace un solo espíritu con El (…) ¿No sabeis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en vosotros y que habeis recibido de Dios? Así que no os perteneceis, porque habeis sido comprados a caro precio. Glorificad por tanto a Dios en vuestro cuerpo” (1ª Cor 6,17-19).
“Templo del Espíritu Santo”. Nuestro cuerpo es templo, es “morada santísima de Dios”, como un velo que lo cubre, es para Cristo como “una humanidad añadida, en la que El pueda renovar su Misterio” (dice Santa Isabel de la Trinidad). Y por esa Divina Presencia del Espíritu Santo, que habita en nosotros, Jesús está realmente.
Jesús ha dicho: “Yo pediré al Padre y El os dará otro Consolador para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la Verdad que el mundo no puede recibir, porque no lo ve y no lo conoce. Vosotros lo conoceis, porque El vive con vosotros y estará en vosotros” (Jn 14,17-18). ¡Esto es maravilloso! “Cuando venga el Espíritu Santo conocereis que Yo soy en el Padre y vosotros en Mí” (Jn 14,20). No sólo es unión, sino unidad. Esta es la finalidad de Dios, su sueño de amor, su Reino: “Yo en vosotros y vosotros en Mí”. Cuando el Espíritu Santo obra en nosotros, se cumple. Por tanto nuestra mente, nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestro espíritu llegan a ser la morada de Dios, por obra de su Espíritu. Cada célula le pertenece, cada respiro, cada latido, cada instante. La obra del Espíritu Santo consiste en consagrarnos, transformarnos, realizar en nosotros una especie de transustanciación. El prodigio de la Eucaristía es el modelo, el signo y el medio de lo que desea hacer de nosotros, y esto es su verdadero Reino.
Nosotros totalmente suyos. E igualmente, El totalmente nuestro: “…Nos ha dado los bienes grandísimos y preciosos que había prometido, para que fuesemos por medio de ellos partícipes de la naturaleza divina” (2a Pedro, 1,4).
“Yo soy la Vid y vosotros los sarmientos” (Jn 15). Esta es una unión vital que no depende de nosotros establecerla, ya es una realidad divina: no podemos nosotros ser sarmientos, podemos tan sólo impedirlo, separarnos de la Vid. Y el Señor le dice a su “pequeña Hija”: “Hija mía, cuando en el alma no hay nada que sea extraño para Mí o que no Me pertenezca, no puede haber separación entre el alma y Yo, más aún, te digo que si no hay ningún pensamiento, afecto, deseo, latido, que no sea mío, Yo tengo al alma conmigo en el Cielo, o bien permanezco con ella en la tierra. Sólo eso puede separarme del alma: si hay cosas cose que para Mí sean extrañas. Pero si no ves eso en tí, ¿por qué temes que Yo pueda separarme de tí?” (Vol. 11°, 02-06-1912).
Sin los sarmientos la Vid se queda sola. Para hacerse ver, para hacerse escuchar, Jesús nos necesita. Para llegar a los demás, para producir fruto, Jesús nos necesita. Es una unión, mejor aún, ¡una unidad! “Porque vosotros habeis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col. 3,3). Esta es la esencia del pacto. Es la increíble unión que el Señor quiere hacer con nosotros. Nuestra vida en El. Todo lo que se ve es Cristo. Resulta un solo cuerpo, no dos cuerpos. La matemática del nuevo Pacto es esta: ya no 1+1=2, sino 1+1=1. Uno más uno igual a Uno, no a dos.
Se nos repite que la vida cristiana tiene que ver con “permanecer en El”. En efecto, San Juan ha escrito: “El que dice que permanece en El, se debe comportar como El se ha comportado” (1a Jn 2,6). Tiene que ver con la unidad, con el uno más uno igual a Uno: “Ya no soy yo el que vive, sino es Cristo el que vive en mí. La vida que ahora vivo en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me ha amado y ha dado la vida por mí” (Gál 2,20).
Y el Señor se lo dice a Luisa Piccarreta: “Hija mía, piérdete en Mí. Pierde tu oración en la mía, de modo que la tuya y la mía sean una sola oración y no se sepa cual sea la tuya y cual la mía. Tus penas, tus obras, tu querer, tu amor, pierdelo enteramente en mis penas, en mis obras, etcétera, de modo que se mezclen las unas con las otras y formen una sola cosa, tanto que tú puedas decir: «lo que es de Jesús es mío», y Yo diga: «lo que es tuyo es mío».
Supón un vaso de agua, que la derramas en un recipiente de agua grande: ¿sabrías tú distinguir después el agua del vaso de la del recipiente? Desde luego que no. Por eso, con ganancia tuya grandísima y con sumo contento mío, repíteme a menudo en lo que haces: «Jesús, lo derramo en Tí, para poder hacer, no mi voluntad, sino la Tuya», y Yo enseguida derramaré mi obrar en tí” (Vol. 12°, 31-01-1918).
Esta es la unidad de la que hablaba San Pablo. Se trata de una unidad, que es la unión de dos voluntades en un único querer, el Suyo: Tú en mí, yo en Tí, “Lo que quieres Tú lo quiero yo; si Tú no lo quieres, tampoco yo”. San Pablo dice: “Hijos míos, que yo de nuevo doy a luz en el dolor, hasta que Cristo esté formado en vosotros” (Gál 4,19).
Por tanto, cuando Jesús ocupa sólo una pequeña parte de nosotros, lo demás sigue siendo nuestro, pero cuando forma en nosotros su vida, como el niño que se forma en el seno de su madre, así Cristo se forma en nosotros hasta su plena madurez, y sucede entonces que sus ojos son nuestros ojos, su boca es nuestra boca, sus manos nuestras manos, su Corazón nuestro Corazón… Como dice el Siervo de Dios Mons. Luis María Martínez (que fue Arzobispo primado de México): “Algunos me dirán que no soy manso y humilde de corazón como Tú; ese es mi corazón viejo, ¿pero qué tal el nuevo?”
Perdemos así realmente nuestra vida (ante todo la perdemos de vista) y en su lugar se realiza la Vida de Jesús, y entonces, si camino, es Jesús el que camina y quien me toca, toca al Verbo. Así El quiere estar realmente presente, oculto en nosotros y nosotros ocultos en El. Como le dice a Luisa: “Hija mía, para que el alma pueda olvidarse de sí misma, debería hacer de forma que todo lo que hace y que le es necesario, lo haga como si Yo quisiera hacerlo en ella. Si reza, debería decir: «Jesús quiere rezar y yo rezo con El». Si debe trabajar: «es Jesús que quiere trabajar», «es Jesús que quiere caminar», «es Jesús que quiere comer, que quiere dormir, que quiere levantarse, que quiere divertirse», y así todo lo demás de la vita, excepto los errores. Sólo cosí el alma puede olvidarse de sí misma, porque no sólo lo hará todo porque lo quiero Yo, sino que, porque lo quiero hacer Yo, Me necesita” (Vol. 11°, 14-08-1912).
En conclusión: Señor, te doy por tanto mi corrompida voluntad humana, para dar espacio a la Tuya Divina, que ardentiemente quieres que reine en mi ser y en mi vida, para ser verdaderamente felices los dos, para vivir momento por momento Tú mi vida y yo la tuya: ¡Tú en mí y yo en Tí!
(“Apuntes para una Fe clara en tiempos de confusion” de Padre Pablo Martín Sanguiao)
Apuntes para una Fe clara en tiempos de confusion
Pescia Romana (Viterbo, Italia), 13 de Octubre de 2017, en el Centenario de la sexta aparición de Nuestra Señora en Fátima y del “milagro del Sol”, signo del Reino del Querer Divino y del triunfo del Corazón Inmaculado de María.
En la Fe de la Santa Iglesia, sin pretender dar lecciones a nadie, ofrezco al buen sentido y a la buena voluntad de quien lee estas reflexiones, con el deseo de ayudar a los hermanos que el Señor me ha encomendado –“mi parroquia espiritual o extraterritorial”– en este tiempo de oscuridad, de confusión y de extravío de la Fe para su formación básica en la Fe y como guía en su vida.
P. Pablo Martín
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