Fuera de la Iglesia no hay salvación

“Uno solo es Dios y uno solo el Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús” (1a Tim 2,5).

Y el Concilio de Florencia, Sesión XI, el 4 de febrero de 1442 dice: “La Sacrosanta Iglesia Romana firmemente cree, profesa y enseña que ninguno de aquellos que estan fuera de la Iglesia Católica, no sólo paganos, sino también judíos o herejes o cismáticos, pueden alcanzar la vida eterna, sino que irán al fuego eterno, preparado para el demonio y sus ángeles (Mt 25,41), si antes del final de la vida no habrán sido añadidos a ella; y que es tan importante la unidad del cuerpo de la Iglesia, que sólo a quienes permanecen en ella les aprovechan para la salvación los Sacramentos eclesiásticos, los ayunos y demás obras de piedad, y los ejercicios de la milicia cristiana que procuran los premios eternos. Nadie, por más limosnas que haya hecho, e incluso si hubiera derramado la sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse si no permanece en el seno y en la unidad de la Iglesia Católica”.

Tales afirmaciones parecerían por lo menos “fundamentalistas”: sin embargo ¿puede ser negada o declarada superada una afirmación dogmática? Sin ir al extremo, desde luego heterodoxo, de no pocos teólogos modernos, ¿quién comparte hoy día literalmente la afirmación del Concilio de Florencia?

Un dogma no puede ser cancelado como superado. El documento citado (la bula “Cantate Domino”) es de tipo dogmático, puesto que en cada párrafo repite: “La sacrosanta Iglesia Romana… firmemente cree, profesa y enseña…”

¿De dónde viene ese “diluir” la Iglesia Católica en algo más grande y amplio, donde no entran solamente “los hermanos separados” (separados, no en cuanto hermanos, por lo que han conservado en común con la Iglesia, sino por lo que no han conservado), sino que entran también los hebreos, los musulmanes, los hindúes, los budistas, etc., como miembros de igual dignidad y eficacia en vistas a una salvación? (…¿pero cuál salvación?)

Viene, es lógico, de rechazar a Jesucristo como el único Mediador entre Dios y los hombres. Y eso, ¿de dónde viene? Del no reconocer a Jesucristo como el verdadero Hijo de Dios que se ha hecho Hombre: esta repetida afirmación suya con palabras y con obras (cfr. todo el Evangelio de Juan) fue entonces el motivo por el que oficialmente fue rechazado por las autoridades religiosas de Israel y condenado a muerte: “El Padre y Yo somos una sola cosa”. Los Judíos llevaron de nuevo piedras para lapidarlo. Jesús les respondió: “Os he mostrado muchas obras buenas de parte de mi Padre: ¿por cuál de ellas me quereis lapidar?” Le respondieron los Judíos: “No te lapidamos por una obra buena, sino por la blasfemia, porque tú, que eres hombre, te haces Dios” (Jn 10,30-33).

En el fondo es el mismo motivo de ahora. Se le quiere reducir al nivel de otros “maestros” espirituales de la humanidad (pero “uno solo es vuestro Maestro: el Cristo”). Con Pedro debemos gritar: “Señor, ¿a quién iremos? ¡Tú sólo tienes palabras de Vida eterna, y nosotros hemos creído y conocido que Tú eres el Santo de Dios!” (Jn 6,68-69). “Este Jesús es la piedra que vosotros, los constructores, habeis descartado, que ha llegado a ser la piedra fundamental. En ningún otro hay salvación; no hay otro nombre dado a los hombres bajo el cielo por el que esté establecido que podamos ser salvados” (Hechos, 4,11-12).

Pues bien, para pertenecer a la que Jesús ha fundado llamandola “mi Iglesia” (Mt 16,18) es necesario compartir su Fe, es decir, acoger a Jesucristo como el único verdadero Dios, que se ha hecho verdadero Hombre y nos ha redimido. Y esta acogida o Fe es necesaria para todos en la medida en que a cada uno es dada la posibilidad de conocer este Anuncio o “Buena noticia”, y en la medida en que cada uno es capaz de responder. Por eso Jesús dijo antes de su Ascensión: “Id y enseñad a todas las naciones (¡…dijo “enseñad” y no “dialogad”! El diálogo es para otras cosas), bautizandolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñandoles a observar todo lo que os he mandado” (Mt 28,19-20). “Id a todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura: el que crea y sea bautizado será salvado, pero el que no crea será condenado” (Mc 16,15-16).

Hay que notar que la condena es para quien se niega a creer, no para el que no sabe. Entonces hace falta decir que, mientras que aqui en este mundo, la Iglesia está formada solamente por quien ha recibido el Bautismo y ha acogido la Fe de la Iglesia, sin negarla en ninguna verdad, en el otro mundo la única Iglesia (gloriosa, o bien purgante en modo transitorio) está formada no solamente “por nuestros hermanos difuntos, sino también por todos los justos que han muerto en paz contigo”, como dice el Sacerdote en la Misa (segundo cánon): y estan todos reconciliados con Dios exclusivamente gracias a la Sangre de Cristo, el Redentor, el único Mediador; una Redención que ha de ser libremente acogida por cada ser humano mediante un consentimiento de alguna forma a la Voluntad de Dios, al final de su vida. Es lo que se podría llamar un bautismo “de deseo” implícito: es decir, la criatura debe tener en su conciencia una actitud tal ante su Creador, que la haga estar dispuesta a responder que sí a Dios apenas llega a saber de El. Es lo dice el Concilio Vaticano II: la Iglesia estará cumplida en la gloria del Reino, y entonces “todos los justos, a partir de Adán, desde el justo Abel hasta el último elegido, serán reunidos con el Padre en la Iglesia universal” (Lumen Gentium, 5).

Por eso, en el otro mundo no existe más que una sola Religión, una sola Santa Iglesia, mientras que en este mundo el proyecto masónico (¡nada de “ecuménico”!) de hacer de todas las religiones –incluida, naturalmente, la católica– una sola, ¡es una herejía, una blasfemia, una locura! Es verdad que “Dios nuestro salvador quiere que todos los hombres se salven”, pero añade “y que lleguen al conocimiento de la Verdad” (1a Tim 2,3). Y dice también San Pablo: “Me toca tal vez a mí juzgar a los de afuera? ¿No son los de dentro los que vosotros juzgais? Los de afuera los juzgará Dios” (1a Cor 5,12).

El Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 811-870, y en particular los nn. 846-848 (“Fuera de la Iglesia no hay salvación”) confirma todo lo dicho.

“Conserva el depósito [de la Fe], evita las palabrerías profanas y las objeciones de la que se dice ciencia, profesando la cual algunos se han desviado de la Fe” (1a Tim 6,20-21). “Trata de comprender lo que quiero decir: el Señor te dará sin duda inteligencia para cada cosa” (2a Tim 2,7).


Apuntes para una Fe clara en tiempos de confusion

Pescia Romana (Viterbo, Italia), 13 de Octubre de 2017, en el Centenario de la sexta aparición de Nuestra Señora en Fátima y del “milagro del Sol”, signo del Reino del Querer Divino y del triunfo del Corazón Inmaculado de María.

En la Fe de la Santa Iglesia, sin pretender dar lecciones a nadie, ofrezco al buen sentido y a la buena voluntad de quien lee estas reflexiones, con el deseo de ayudar a los hermanos que el Señor me ha encomendado –“mi parroquia espiritual o extraterritorial”– en este tiempo de oscuridad, de confusión y de extravío de la Fe para su formación básica en la Fe y como guía en su vida.

P. Pablo Martín

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