La entrega de nuestra voluntad en manos de María
Desde el primer momento de su vida María se consagró por entero a la Voluntad de Dios, para obtener la venida del Mesías. Ella se consagró a Dios, dedicó totalmente su persona y su vida al Amor de Dios, al Proyecto de Dios; por eso, a su vez y a su debido tiempo, Dios “se consagró” a Ella. En efecto, Jesús se consagró a María desde su Encarnación, y al final de su vida renovó su consagración a la Voluntad del Padre. Pidiendo por sus discípulos dijo: “Consagralos en la verdad. Tu Palabra es la verdad. Como Tú me has mandado al mundo, también Yo los envío al mundo; por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad” (Jn 17,17-19).
Por tanto, Dios ha querido venir a nosotros y entregarse a nosotros por medio de María; ha querido que su Encarnación y que la misma Redención pudieran realizarse mediante la libre respuesta y la colaboración amorosa de María, su Madre. Igualmente es su Voluntad que vayamos a El y nos entreguemos a El por medio de María, pues ella tiene la misión de unir a Dios y al hombre: hacer que Dios se hiciese Hombre y que cada hombre llegue a ser por gracia como su Hijo Jesús, como Dios. Por tanto se trata de consagrarnos a Dios como María, por medio de María, con María y en el Corazón Inmaculado de María.
¿ De qué manera ?
¿Con muchas palabras y bellas frases? ¿Con una gran oración rica de contenido teológico? ¿Con pocas palabras sinceras?… Todo eso puede ser útil y precioso; pero lo importante es que sea con la mente (en la medida que se comprende) y con el corazón (en la medida que se desea y se quiere), “pues la cristiana oración jamás se remonta al Cielo si no le prestan el vuelo la mente y el corazón”.
¿Cuántas veces? ¿Una vez en la vida? ¿Una vez al año? (que no hace daño) ¿Cada mes? ¿Cada día? ¿Cada hora? ¿Cada segundo? ¡Sí!… ¿En cada respiro? ¿En cada latido? ¿En cada pensamiento, palabra, obra, mirada, circunstancia, etc.? ¡Sí, sí, sí! No es un simple gesto de devoción o una formalidad. Es una vida que se vive, una alianza con Dios por medio de María, na meta que alcanzar. La consa-gración quedará cumplida y del todo realizada solamente cuando lleguemos al Cielo. Es prácticamente la respuesta que debemos de dar, como Juan, al testamento de amor de Jesús Crucificado: “Hijo, ahí tienes a tu Madre”. “Y desde aquel momento el discípulo la acogió en su casa”, es decir, en su vida (Jn 19,27).
Consagración de la voluntad humana a la Reina del Cielo
(De «La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad»)
Mamá dulcísima, héme aquí postrado a los pies de tu trono. Soy tu pequeño hijo, quiero darte todo mi amor filial y, como hijo tuyo, quiero reunir todos los sacrificios, las invocaciones, las promesas que tantas veces he hecho de no hacer nunca más mi voluntad, y formando con todo una corona, quiero ponerla en tu regazo como testimonio de amor y de gratitud a mi Mamá.
Pero no basta; quiero que la tomes en tus manos como señal de que aceptas mi entrega, y al contacto con tus dedos maternos la conviertas en tantos Soles, al menos por cuantas veces he intentado hacer la Voluntad Divina en mis pequeños actos.
Ah, sí, Madre Reina, este hijo tuyo quiere ofrecerte homenajes de luz y de soles refulgentísimos. Sé que Tú ya tienes tantos de esos soles, pero no son los soles de este hijo tuyo; mientras que yo quiero darte los míos para decirte que te amo y hacer que me ames. Madre Santa, Tú me sonríes y con toda bondad aceptas mi entrega, y yo te doy las gracias de corazón… Pero quiero decirte tantas cosas; quiero depositar en tu Corazón Materno mis penas, mis temores, mis debilidades y todo mi ser como en el lugar de mi refugio; quiero consagrarte mi voluntad. ¡Oh, Madre mía, acéptala, haz de ella un triunfo de la Gracia y un campo en el que la Divina Voluntad extienda su Reino! Esta voluntad mía, a Tí consagrada, nos hará inseparables y nos tendrá en continua relación; las puertas del Cielo no se cerrarán para mí, porque habiendote consagrado mi voluntad, en cambio me darás la Tuya. De modo que, o la Madre vendrá a estar con este hijo suyo en la tierra, o el hijo irá con su Mamá al Cielo. ¡Oh, qué felíz seré!
Oye, Mamá queridísima, para hacer más solemne la consagración de mi voluntad a Tí, invoco a la Trinidad Sacrosanta, a todos los Angeles, a todos los Santos, y delante de todos declaro con juramento que hago solemne consagración de mi voluntad a mi Mamá Celestial. Y ahora, Reina Soberana, para darle cumplimiento te pido tu santa benedición para mí y para todos. Que tu bendición sea el celestial rocío que descienda sobre los pecadores y los convierta, sobre los afligidos y los consuele, descienda sobre el mundo entero y lo transforme en el bien; descienda sobre las almas del Purgatorio y apague el fuego que les quema. Que tu bendición materna sea prenda de salvación para todas las almas.
Una respuesta a La entrega de nuestra voluntad en manos de María