En su agonía del Getsemaní, no los hombres, sino su Amor eterno traspasó a Jesús con clavos de fuego, lo coronó con espinas ardientes

De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:

Encontrándome en mi habitual estado, estaba pensando en la agonía de Jesús en el huerto; y apenas haciéndose ver el bendito Jesús me ha dicho: “Hija mía, los hombres no hicieron otra cosa que trabajar la corteza de mi Humanidad, y el Amor eterno me trabajó todo lo de adentro, así que en mi agonía, no los hombres, sino el Amor eterno, el Amor inmenso, el Amor incalculable, el Amor oculto, fue el que me abrió grandes heridas, me traspasó con clavos abrasadores, me coronó con espinas ardientes, me dio de beber hiel hirviente, así que mi pobre Humanidad no pudiendo contener tantas especies de martirios a un mismo tiempo, hizo salir fuera ríos de sangre, se contorsionaba y llegó a decir: “Padre, si es posible quita de Mí este cáliz, pero no la mía, sino que se haga tu Voluntad.” Lo que no hizo en el resto de la Pasión. Así que todo lo que sufrí en el curso de la Pasión, lo sufrí todo junto en la agonía del huerto, pero en modo más intenso, más doloroso, más íntimo, porque el Amor me penetró hasta en la médula de los huesos y en las fibras más íntimas del corazón, donde jamás podían llegar las criaturas, pero el Amor a todo llega, no hay cosa que le pueda resistir. Así que mi primer verdugo fue el Amor; por eso en el curso de la Pasión no hubo en Mí ni siquiera una mirada amenazadora hacia quien me hacía de verdugo, porque tenía un verdugo más cruel, más activo en Mí, el cual era el Amor, y donde los verdugos externos no llegaban, o cualquier punto que quedaba sin tocar, el Amor hacía su trabajo y en nada me perdonaba. Y así es en todas las almas, el primer trabajo lo hace el amor, y cuando el amor ha trabajado y la ha llenado de sí, lo que se ve de bien en el exterior no es otra cosa que el desahogo del trabajo que el amor ha hecho en el interior.” (9°, 25-11-1909)

“Hija mía, quiero un refrigerio a mis llamas, quiero desahogar mi Amor, pero mi Amor es rechazado por las criaturas. Tú debes saber que Yo al crear al hombre puse fuera, de dentro de mi Divinidad, una cantidad de Amor que debía servir como vida primaria de las criaturas para enriquecerse, para sostenerse, para fortificarse y para ayuda en todas sus necesidades; pero el hombre rechaza este Amor, y mi Amor va errante desde que fue creado el hombre, y gira siempre sin detenerse jamás, y rechazado por uno corre a algún otro para darse, y como es rechazado rompe en llanto, así que la incorrespondencia forma el llanto del Amor. Ahora, mientras mi Amor va errante y corre para darse, si ve a uno débil, pobre, rompe en llanto y le dice: ‘¡Ay! si no me hicieras andar errante y me hubieras dado alojo en tu corazón, habrías estado fuerte y nada te faltaría.’ Si ve a otro caído en la culpa, rompe en sollozos diciéndole: ‘¡Ay! si me hubieras dado entrada en tu corazón no habrías caído.’ Ante aquél otro que ve arrastrado por las pasiones, ensuciado de tierra, el Amor llora y sollozando le repite: ‘¡Ay! Si hubieras tomado mi Amor, las pasiones no tendrían vida en ti, la tierra no te tocaría, mi Amor te bastaría para todo.’ Así que en cada mal del hombre, pequeño o grande, él tiene un sollozo y continúa yendo errante para darse al hombre; y cuando en el huerto de Getsemaní se presentaron todos los pecados delante de mi Humanidad, cada culpa tenía un sollozo de mi Amor, y todas las penas de mi Pasión, cada golpe de flagelo, cada espina, cada llaga, eran acompañados por el sollozo de mi Amor, porque si el hombre me hubiera amado, ningún mal le podía venir; la falta de amor ha germinado todos los males y también mis mismas penas”. (14°, 4-2-1922)

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