En la medida que conocemos la Divina Voluntad la deseamos y la amamos

No basta saber Quién es Jesús, eso aún no es conocerle, sino que debemos pensar como El y no como el mundo. Ese es el drama, la verdadera división y agonía que la Iglesia está viviendo, y cada uno debe decidir si ama la Verdad más que a sí mismo o si se prefiere él por encima de la Verdad. 

Jesús dijo al Padre, al final de su última Cena: “Esta es la Vida eterna: conocerte a Tí, el único verdadero Dios, y Aquel que Tú has mandado, Jesucristo” (Jn 17,3). Dejando por ahora tantos temas importantes, hoy nuestra reflexión es sobre la primera cosa necesaria: el conocimiento. Necesitamos tener ideas claras para ser fuertes en la Fe: “¡por falta de conocimiento perece mi pueblo!” (Oseas 4,6).

“El conocimiento es el ojo del alma. El alma que no conoce está como ciega para   ese bien, para esas verdades. En mi Voluntad no hay almas ciegas, sino que cada conocimiento les da una mayor vista”. (Vol. 15°, 2.4.1923)

El valor de nuestros actos depende de cada nuevo conocimiento de la Divina Voluntad: “Cuanto más conozcas mi Voluntad, tanto más tu acto tendrá valor” (Vol. 13°, 25.8.1921). No es saber lo que el Señor ahora quiere que hagamos, sino lo que la Divina Voluntad es en Dios, el corazón y la fuente de todo, de su Ser y de sus obras, y eso desea que en nosotros sea por gracia suya. A medida que el Señor hace conocer al alma su Voluntad, aumenta su capacidad y la prepara a un conocimiento mayor:

“Habiendote escogido de un modo especial para que vivas en la altura de mi Voluntad, poco a poco te he enseñado haciendotela conocer, y a medida que te la hacía conocer aumentaba tu capacidad y te preparaba otro conocimiento mayor. Cada vez que te manifiesto un valor, un efecto de mi Querer, Yo siento un contento mayor y junto con el Cielo es para Mí una fiesta. Ahora, cuando haces conocer estas verdades mías, tú duplicas mis contentos y mis fiestas; por eso déjame obrar y tú sumérgete más en mi Querer” (Vol. 13°, 2.9.1921)

En la medida que conocemos una cosa la apreciamos, la deseamos, la amamos, la pedimos, nos preparamos y la recibimos. De ahí parte todo. “La Santidad de mi Querer quiere ser conocida… Pero si no se conoce, ¿cómo podrán amar y querer un vivir tan santo?” (Vol. 14°, 16.7.1922)

En la medida que nos gusta una cosa y nos interesa, hablamos de ella: “Donde está tu tesoro, ahí está tu corazón” (Mt 6,21) y “de la abundancia del corazón habla la boca” (Mt 12,34), ha dicho el Señor. Si la boca no habla de la Divina Voluntad de la forma nueva como Jesús ha hablado a Luisa (y en ningún otro sitio se encuentra), es porque no se conoce de esa forma y todavía no es el tesoro que se ama y que llena la vida y la transforma.

“Buscad y hallaréis; pedid y recibiréis; llamad y se os abrirá” (Mt 7,7). “El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra y lo esconde de nuevo; después va, lleno de alegría, vende todo lo que tiene y compra ese campo. El reino de los cielos es como un comerciante que va en busca de perlas preciosas; cuando encuentra una de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra” (Mt 13,44-46).  

El tesoro del Reino de la Divina Voluntad es ante todo un don de Dios, darlo a conocer es iniciativa suya, pero es necesario –una vez que llega la primera noticia del mismo– desearlo y pedirlo al Señor. Y si de verdad lo hallamos, esa inmensa alegría se convierte en correr a “vender todo lo que tenemos”, a dejar todo para poder tener todo, el verdadero Todo. Es lo que han hecho todos los Santos, lo que hizo San Pablo, y lo dice al comparar la variedad de los carismas (que a tantos les apetecen) con la Caridad (que es el mismo Amor Divino, como brota de su Voluntad): “La caridad nunca tendrá fin. Le profecías terminarán; el don de lenguas cesará y la ciencia desaparecerá. Nuestro conocimiento es imperfecto e imperfecta es nuestra profecía. Pero cuando vendrá lo que es perfecto, lo que es imperfecto desaparecerá. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño, pero cuando me hice adulto abandoné lo que era de niño” (1a Cor 13,8-11).

No sólo lo que es imperfecto ha de dejar espacio a lo que es perfecto; no sólo se dejan las cosas propias de la edad infantil cuando se crece como Jesús “en edad, sabiduría y gracia”; no sólo las estrellas desaparecen absorbidas en la unidad de la luz del sol, cuando surge dando vida al nuevo día. Incluso las cosas de antes (que entonces eran útiles y buenas) después resultan inútiles y hasta pueden ser “pérdida” y obstáculo para conseguir lo mejor: “Lo que podía ser para mí ganancia, lo he considerado una pérdida por motivo de Cristo. Es más, ahora todo lo considero una pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por el que he dejado todas esas cosas y las considero como basura, con tal de conseguir a Cristo y ser hallado en El, no con una justicia mía fruto de la Ley, sino con la que procede de la fe en Cristo, es decir con la justicia que procede de Dios, basada en la fe” (Fil 3,7-9).

Poseer es lo mismo que ser poseídos. Y no es posible servir a dos dueños. Por eso, dejar algo que poseemos y amamos es como dejar un poco de nosotros mismos. Es morir un poco. Es morir a un apego. Eso es “negarse uno mismo”, condición necesaria para afirmar al Señor y seguirle. Para llenar de agua una botella, no basta ponerla bajo una cascada; hace falta quitarle el tapón. Si queremos que la luz, el gusto y la vida del vivir en el Querer Divino entre en nuestra mente y en nuestro corazón, no basta “leer” los Escritos maravillosos de Luisa; es necesario quitar  el tapón de nuestro querer humano, de nuestro “ego” que quiere reservarse algo para él, hasta  con pretextos buenos, que se va apegando incluso a los dones de Dios más bien que al Dios de los dones…

“Las verdades conocidas en la tierra, siendo semillas divinas que producen felicidad, alegría, etc. en el Cielo, cuando el alma llegue a su patria, serán como cables eléctricos de comunicación, por lo que la Divinidad hará brotar de su seno tantos actos de felicidad por cuantas verdades ella ha conocido… ¿Crees tú que todo el Cielo tenga noticia de todos mis bienes? ¡No, no! ¡Oh, cuánto le falta que gozar, que hoy no goza! Cada criatura que entra en el Cielo, que ha conocido una verdad no conocida por los demás, llevará consigo la semilla para hacer que de Mí broten nuevos contentos, nuevas alegrías y nueva belleza, de las que esas almas serán como la causa  y la fuente y los demás tomarán parte en ellas. No llegará el último día, si no encuentro almas dispuestas para revelar todas mis verdades, para hacer que la Jerusalén Celestial resuene con mi completa Gloria y todos los Bienaventurados tomen parte en todas mis bienaventuranzas, unos como causa directa, por haber conocido la verdad, y otros como causa indirecta, por medio de aquella que las ha conocido” (Vol. 13°, 25.1.1922)

“Mi palabra es creadora y cuando hablo haciendo conocer una verdad que me pertenece, no es sino nuevas Creaciones divinas que hago en el alma” (Vol. 13°, 30.1.1922) 

“Hija mía, tú no sabes lo que significa manifestar mis verdades y por eso te asombras de mi gusto y del impulso irresistible que siento de manifestarme a la criatura, y quien se dispone a escucharme forma mis delicias y mi alegría de conversar con ella. Tú has de saber que cuando manifiesto una verdad mía no conocida, es una nueva Creación lo que hago, y Yo tanto deseo hacer que salgan de Mí tantos bienes y secretos que poseo, que, por más que diga, siendo Yo ese Acto siempre nuevo que nunca se repite, tengo siempre ganas de decir, y mientras digo me quedan siempre otras cosas nuevas que quisiera decir, porque lo nuevo nunca se acaba en Mí; soy siempre nuevo en el amor, nuevo en la belleza, nuevo en las alegrías, en las armonías, nuevo en todo y siempre nuevo, y por eso no canso a nadie, siempre cosas nuevas tengo que dar y que decir, y la fuerza irresistible que me mueve a manifestarme es mi inmenso amor” (Vol. 15°, 1.7.1923)

Jesús siente una gran alegría cuando manifiesta las verdades sobre su Voluntad: cada verdad manifestada  es un nuevo vínculo de unión que forma con Luisa y con toda la humanidad:

“Hasta ahora he hecho conocer lo que hizo mi Humanidad, sus virtudes, sus penas, para hacer heredera de los bienes de mi Humanidad a la familia humana. Ahora quiero ir más allá y quiero dar a conocer lo que mi Voluntad hacía en mi Humanidad para constituir a las nuevas generaciones herederas de mi Voluntad, de sus efectos, del valor que tiene. Por eso sé atenta al escucharme y no pierdas nada de los efectos y del valor de esta Voluntad mía, para poder referir fielmente sus bienes y ser el primer vínculo de unión con mi Querer y de comunicación para las demás criaturas.” (Vol. 13°, 6.9.1921)

Cuanto más se conoce del Querer Divino, tanto más se recibe del mismo:

“De los actos internos que hizo mi Humanidad en la Divina Voluntad por amor a todos, poco o nada se sabe… El conocimiento lleva consigo el valor, los efectos, la vida de ese bien…  Cuando Yo hago conocer es porque quiero dar”  (Vol. 14°, 19.10.1922),

y eso es porque el amor es manifestarse y comunicarse, es darse uno mismo. La Divina Voluntad se posee tanto como Ella se manifiesta y se conoce (Vol. 14°, 6.11.1922).

“Ya ves por tanto cuánto es necesario que mi Querer sea conocido en todos sus aspectos, en sus prodigios, en sus efectos, en su valor, lo que hice Yo en este Querer por las criaturas, lo que deben hacer ellas. Ese conocimiento será un potente imán que atraerá a las criaturas y les hará recibir la herencia de mi Querer, y para hacer que nazca la generación de los hijos de la Luz, los hijos de mi Querer”. (Vol. 14°, 27.10.1922)

“…Es mi Querer, que quiero que todos conozcan y que todos vean come nuevo Cielo y el medio de una nueva regeneración”. (Vol. 15°, 5.1.1923)

“Cuando Yo hablo de mi Voluntad para darla a conocer a la criatura, Yo quiero infundirle mi Divinidad y por tanto otro Mí mismo… Mientras hablo de mi Querer, mi Amor parece como si se desbordase para formar  la sede de mi Voluntad en el corazón de la criatura”. (Vol. 15°, 16.2.1923)

Para concluir, hoy nuestra Luisa nos dice en una carta suya del 26.5.1942:

“Que el Divino Querer les recompense, con hacerles conocer su Divina Voluntad, porque su vida crece en nosotros a medida que la conocemos. No se puede poseer un bien si no se conoce, y a medida que se conoce aumenta nuestra capacidad y ocupa en nosotros su puesto regio. Así aumenta en nosotros su Santidad, su Belleza, su Amor, y forma en nuestra alma sus mares divinos. Por eso, todo el empeño del enemigo es impedir que el conocimiento de la Divina Voluntad salga a la luz, porque perdería su reino en la tierra. Lo primero que hace la Divina Voluntad cuando se conoce es transformarnos en el bien, derribar nuestras pasiones, de ser débiles nos hace fuertes y su potencia realiza un cambio en nuestra alma, hasta hacer que sintamos la posesión de nuestro Dios, y nuestra voluntad se hace su morada divina. Con Ella todo será facilitado; sentiremos el Cielo en nosotros; nuestros actos se comunicarán a los Santos, a la Reina del Cielo, que con tanto amor espera que sus hijos tomen parte en sus actos, en los mares divinos que posee… Sentiremos que con derecho formamos parte de la Familia Divina, porque su Voluntad es también la nuestra.”

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