El verdadero amor consiste en hacer la Voluntad de Dios: no es necesario sentirlo, sino hacerselo sentir a El
“Entonces se acercó uno de los escribas que les había oido discutir, y, viendo como les había respondido bien, le preguntó: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». Jesús respondió: «El primero es: Escucha, Israel. El Señor Dios nuestro es el único Señor; amarás por tanto al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente y con toda tu fuerza. Y el segundo es este: Amarás a tu prójimo como a tí mismo. No hay otro mandamiento más importante de estos». Entonces el escriba le dijo: «Has dicho bien, Maestro, y conforme a la verdad que El es único y no hay ninguno mas que El; amarlo con todo el corazón, con toda la mente y con toda la fuerza y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y los sacrificios». Jesús, viendo que había contestado con sabiduría, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios». Y nadie se atrevía ya a interrogarlo.” (Mc 12, 28-34)
Parece extraño que el amor sea un mandamiento: ¿como se explica? El amor es el vínculo natural, vital, que une por ejemplo a una madre con su hijito. No hace falta aprenderlo ni ordenarlo. Está en la naturaleza misma de las cosas que un padre verdadero, al engendrar a su hijo, engendre al mismo tiempo el amor, por lo que ambos sienten este vínculo, este pertenecerse mutuamente.
“En el amor no hay temor, por el contrario el amor perfecto quita todo temor, porque el temor supone un castigo y quien teme no es perfecto en el amor” (1a Jn 4,18). Mientras que la reacción de Adán ante Dios fue: “He oído tus pasos en el jardín: he sentido miedo, porque estoy desnudo, y me he escondido” (Gén 3,10). Se había roto el vínculo del amor, el vínculo que le hacía sentirse hijo amado. Antes de había vuelto tibio, en él se había enfriado el amor y por eso fue fácil para él desobedecer. Ya no se sentía hijo, es más, vio a Dios –según el engaño del demonio– como un extraño, como un obstáculo para realizarse. Tuvo miedo de Dios, como si Dios fuera un peligro y pudiera hacerle mal… Eso no es el santo temor de Dios, que es tener conciencia de Quién es El y qué cosa somos nosotros, conciencia de su Majestad infinita, de su derecho, de nuestra total pertenencia a El y dependencia de El. Todo pecado nace siempre de un amor que se ha enfriado, de un amor que ha faltado, se convierte en un amor negado, es un vínculo roto, un puente roto, y se convierte en dolor.
Lo explica el Señor en los Escritos de la Sierva de Dios Luisa Piccarreta:
“…¿Quieres tú saber por qué ADÁN pecó? Porque se olvido de que Yo lo amaba y se olvidó de amarme. Eso fue el punto de partida de su culpa. Si hubiera pensado que Yo lo amaba tanto y que él tenía el deber de amarme, nunca se habría decidido a desobedecerme, de forma que primero cesó el amor y luego empezó el pecado. Y al dejar de amar a su Dios cesó el verdadero amor a sí mismo; sus mismos miembros y facultades se le rebelaron; perdió el dominio, el orden, y se llenó de miedo. No sólo eso, sino que cesó el verdadero amor hacia las demás criaturas, mientras que Yo lo había creado con el mismo amor que reina entre las Divinas Personas, que uno debía de ser la imagen del otro, la felicidad, la alegría y la vida del otro. Por eso, cuando vine a la tierra, la cosa a la que dí mayor importancia fue que se amaran uno a otro como eran amados por Mí, para darles mi primer amor, para que viviera en la tierra el Amor de la Stma. Trinidad…” (Vol. 16°, 06-09-1923).
Por eso Dios ha tenido que presentarlo en forma de mandamiento. En el paraíso terrenal, antes del pecado, no había mandamientos, no hacían falta. Ni siquiera el primero. El amor del hombre a su Creador, el amor de Adán al Padre divino era su vida. Como lo es la respiración: “me amas – te amo”, continuamente. El Señor quiere llevarnos a aquel estado en el que Adán fue creado.
Por eso en la última Cena dijo: “El que acoge mis mandamientos y los observa, me ama. El que me ama será amado por mi Padre y también Yo lo amaré y me manifestaré a él… Si uno me ama, observará mi palabra y mi Padre lo amará y Nosotros vendremos a él y viviremos en él. El que no me ama no observa mis palabras” (Jn 14,21-24). “Si observais mis mandamientos, permanecereis en mi amor, como Yo he observado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15,10). “Este es mi mandamiento: que os ameis los unos a los otros, como Yo os he amado. Nadie tiene un amor más grande que este: dar la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si haceis lo que Yo os mando” (Jn 15,12-14).
En esto consiste el amor, en hacer la Voluntad de Dios. No es necesario sentirlo, sino hacerselo sentir a El. Sin duda, cuando amamos es normal sentirlo sensiblemente, pero eso es sólo una consecuencia. Sentir no depende de nosotros; de nosotros depende el querer. Por eso es nuestra intención lo que determina y da el verdadero valor a lo que hacemos. Para saber si amamos debemos preguntarnos: ¿por qué hago esto? O mejor aún: ¿por quién lo hago? Como Jesús, que viniendo al mundo ha dicho: “…Héme aquí, que vengo –porque de Mí está escrito en el volumen del libro– para hacer, oh Dios, tu voluntad” (Heb 10,7). “Vengo para hacer tu Voluntad”: eso es su Amor de Hijo.
Eso es lo que nosotros debemos hacer. Diciendole al Señor: quiero hacer todo según tu Voluntad, quiero hacer mía tu Voluntad, quiero hacerla por Tí, contigo, como Tú, en Tí. Por Tí la hago, para agradarte, para darte gloria. Pero yo solo no soy capaz, no puedo hacer nada, por tanto contigo quiero hacerla. Más aún, en Tí, en tu Corazón, con tu mismo Querer Divino en el que cada cosa se hace infinita, eterna, divina, digna de Tí, ¡TUYA!
A su Amor le debemos todo; por eso le debemos corresponder con todo nuestro amor: “En esto consiste el amor: no hemos sido nosotros los que amamos a Dios, Sino es El quien nos ha amado a nosotros y ha mandado a su Hijo como víctima de expiación por nuestros pecados”. (1a Jn 4,10).
(“Apuntes para una Fe clara en tiempos de confusion” de Padre Pablo Martín Sanguiao)
Apuntes para una Fe clara en tiempos de confusion
Pescia Romana (Viterbo, Italia), 13 de Octubre de 2017, en el Centenario de la sexta aparición de Nuestra Señora en Fátima y del “milagro del Sol”, signo del Reino del Querer Divino y del triunfo del Corazón Inmaculado de María.
En la Fe de la Santa Iglesia, sin pretender dar lecciones a nadie, ofrezco al buen sentido y a la buena voluntad de quien lee estas reflexiones, con el deseo de ayudar a los hermanos que el Señor me ha encomendado –“mi parroquia espiritual o extraterritorial”– en este tiempo de oscuridad, de confusión y de extravío de la Fe para su formación básica en la Fe y como guía en su vida.
P. Pablo Martín
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