El verdadero Amor

Hablar del Amor es… hablar de Dios, porque Dios es el Amor.
En el lenguaje corriente, cuando se dice “amor” se piensa a un sentimiento, a una inclinación vehemente, a una pasión…, ya que también hace padecer. El verdadero amor, sin duda, no es posible no sentirlo, pero antes de sentirlo nosotros hay que hacerlo sentir. Y eso es porque, antes de ser un sentimiento, es un querer traducido en hechos, en vida. Amor son hechos y sólo así se puede manifestar con palabras. Por eso ha dicho Jesús “Si me amais, guardareis mis mandamientos… El que acoge mis mandamientos y los observa es el que me ama… Si uno me ama, observará mi palabra… Nadie tiene un amor más grande que el dar la vida por quienes ama” (Jn 14,15.21.23; 15,13).

¿Pero qué es “el amor”? Es “manifestación y comunicación”. El Padre se manifiesta en el Hijo y Ambos se comunican en el Espíritu Santo. El Padre es el Amante, el Hijo es el Amado, el Espíritu Santo es el Amor. El Hijo es la manifestación del Padre (“el que me ve a Mí ve al Padre”), el Espíritu Santo es su recíproca comunicación, donación total. Por eso el amor exige reciprocidad; si no se ve correspondido se convierte en dolor. El amor no correspondido es dolor, el amor rechazado es odio.

“Nosotros amamos, porque antes El nos ha amado”, dice San Juan (1a Jn 4,19). Por eso el primer mandamiento empieza diciendo “Escucha…”, porque antes de responder a Dios tenemos que escucharlo.

“Dios es Amor”, dice San Juan. De todo lo que se puede decir de Dios –que es infinito, eterno, omnipotente, omnisciente, justo, santo, misericordioso, etc.– decir que es Amor es sin duda el modo más “completo” de describirlo, presentandolo a los hombres. El misterio inagotable de su Amor es la razón de todo lo que Dios es, de lo que Dios tiene y de lo que Dios hace. Precisamente porque es Amor, Dios no sólo es “Aquel que es”, como se manifestó a Moisés, no sólo es “el Señor”, sino que es “Padre” y por eso es Tres Personas que se explican mutuamente por su Amor.

Siendo sólo Amor, Dios nada puede hacer que no sea sólo por Amor, es más, que no sea sólo Amor. Sus tres obras (la Creación, la Redención y la Santificación) son, por así decir, infinitas “explosiones” de Amor de su Corazón, es decir, de su Voluntad. O mejor dicho, nosotros, criaturas, las vemos como otras tantas inmensas “explosiones” o “latidos” divinos de su Corazón, mientras que en realidad son una sola “explosión”, un Acto único, absoluto, eterno de Amor. Amor recíproco entre el Padre y el Hijo, Amor que el Espíritu Santo, “el divino Realizador”, expresa y realiza.

Hablamos del Corazón. Nosotros tenemos, evidentemente, un “corazón” moral o espiritual, representado por el corazón físico, y es el centro operativo de nuestra vida. Si somos así es porque así es también Aquel que nos ha creado a Su imagen. Tres Personas Divinas con un solo Corazón, con un solo infinito y eterno Palpitar de Amor: el Corazón es la Voluntad, el Palpitar de ese Corazón es el Querer Divino, la Vida que resulta es su Amor.

Así ha hecho al hombre: el hombre es un pequeño acto de Amor Divino (que ha salido del infinito Acto de Amor que es Dios en Sí mismo). El hombre ha salido de Dios y debe volver instante por instante a Dios. Y Dios le pide que se conserve, que siga siendo lo que es, en cada cosa: un acto de Amor Divino; y además le pide que llegue a ser lo que todavía no es: que entre en el infinito Acto de Amor que es Dios, para hacer Vida en común con El, como la hace el Hijo con el Padre, para tomar parte en ese recíproco infinito Amor.

Nuestra relación con Dios –y lo mismo nuestra relación con el prójimo– nunca es “entre dos”, sino siempre es “entre tres”. En mi relación con el prójimo, Dios interviene; en mi relación con Dios, está siempre el prójimo. Dios me pide una respuesta total de amor a El (“con toda la mente, con todo el corazón, con todo mi ser”), y luego –me dice– que debo amar al prójimo como a mí mismo… Y entonces digo: “Pero después de que me has pedido el 100% de mi capacidad de amar, no me queda más amor para el prójimo: ¿cómo puedo amarlo?” Y El me responde: “¡Muy bien, empezamos a razonar! Eso quiere decir que el amor total que me debes a Mí, que no me ves, me lo debes demostrar en tu prójimo, que ves. Y todo lo que le haces a él lo considero como hecho precisamente a Mí. Por tanto, ámalo, pero no por lo que en él ves de tuyo, sino porque es mío. Es más, cuando tú lo amas, llámame, que sea Yo el que lo ame en tí, pídeme mi Amor.
Y no sólo debes pedirme mi Amor para amarlo, sino pídeme verlo como lo veo Yo, apreciarlo como lo aprecio Yo, hacerle lo que le hago Yo, darle la vida que le doy Yo… ¡Gran honor para tí, que el Creador quiera amar a sus criaturas (¡a todas!) junto contigo, por medio de tí! ¿No ves, sobre todo en esto, que Dios quiere que seas a su semejanza? ¿Que quiere compartir contigo su mismo Amor?
Por eso no basta que tú veas al Señor en tu prójimo, sino que vivas de modo tal que tu prójimo vea en tí al Señor. ¡Ese es el verdadero Amor!


Apuntes para una Fe clara en tiempos de confusion

Pescia Romana (Viterbo, Italia), 13 de Octubre de 2017, en el Centenario de la sexta aparición de Nuestra Señora en Fátima y del “milagro del Sol”, signo del Reino del Querer Divino y del triunfo del Corazón Inmaculado de María.

En la Fe de la Santa Iglesia, sin pretender dar lecciones a nadie, ofrezco al buen sentido y a la buena voluntad de quien lee estas reflexiones, con el deseo de ayudar a los hermanos que el Señor me ha encomendado –“mi parroquia espiritual o extraterritorial”– en este tiempo de oscuridad, de confusión y de extravío de la Fe para su formación básica en la Fe y como guía en su vida.

P. Pablo Martín

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