El Milagro más grande, el fín del Proyecto de Dios
Luisa Piccarreta dice: “…Jesús, saliendo de mi interior, poniendose de pie, apoyaba sus pies sobre la parte de mi corazón y, agitando la mano, que más que el sol despedía luz, gritaba fuerte: “¡Venid, venid todos, ángeles, santos, vivientes de la tierra, todas las generaciones, venid a ver los prodigios y el más grande milagro nunca visto, mi Querer que obra en la criatura!” A la voz sonora, melodiosa y fuerte de Jesús, que llenaba Cielos y terra, los Cielos se han abierto y todos han acudido en torno a Jesús y me miraban a mí, para ver cómo obraba la Divina Voluntad. Todos se quedaban extasiados y le daban las gracias a Jesús por tan gran exceso de su Bondad. Yo me he quedado confundida y súmamente humillada y le he dicho: “Amor mío, ¿qué haces? Me parece que quieres mostrarme a todos, para que todos me señalen; ¡qué repugnancia siento!” Y Jesús: “Ah, hija mía, es mi Querer, que quiero que todos conozcan y que todos señalen como nuevo Cielo y medio de nueva regeneración; y tú quedarás como sepultada en mi Voluntad…” (Volumen 15°, 5 de enero 1923)
¿Cuál será el milagro más grande? Para nosotros, tal vez, salvarse de un grave peligro, darle la vista a un ciego, resucitar un muerto… ¿Y para Dios? Todo lo que El hace no es extraordinario ni dificil para El, lo es solamente para nosotros… Dios hace todo lo que quiere, depende sólo de El; mientras que lo que desea depende también de nosotros.
El más grande milagro tendrá que ser algo extraordinario para El, algo que sea muy dificil y costoso para El. Eso quiere decir, hacer algo que no sólo dependa de El, sino al mismo tiempo también de una criatura libre. Poner de acuerdo su Voluntad y la nuestra… Obtener un verdadero acto de fe o bien una conversión: ¡éso sí que es un gran milagro!
Pero no basta: los que para nosotros son milagros se limitan siempre a una o a pocas personas y ocurren en un determinado momento, y después basta, queda el recuerdo… Para que sea el milagro más grande, debe tener también un alcance universal y una duración eterna. Por eso, el milagro más grande ha sido la colaboración de María, que ha obtenido la Encarnación del Verbo y nuestra salvación.
Sin embargo, pensandolo bien, aunque eso sea el mayor milagro posible, no es el que más le cuesta a Dios, no es el más dificil para Dios, porque María siempre ha sido dócil.
Pero lograrlo con nosotros… nacidos en el pecado, con todos nuestros defectos y terquedad, con toda nuestra concupiscencia desordenada, con toda nuestra voluntad inclinada a hacer siempre lo que le da la gana…, si Dios lo consigue, ¡eso sí que es el más grande milagro, el máximo triunfo de Dios! Es lo máximo para Dios: ¡ni siquiera es que El pueda vivir en la criatura, sino que la criatura pueda hacer con Dios lo que hace Dios!
EL MILAGRO MAS GRANDE es que una criatura libre, como es el hombre, haga la Voluntad de Dios, nada menos. ¡Y no sólo haga lo que Dios quiere, sino que en sí mismo le dé vida a esa Voluntad que es la Vida misma de Dios! Es decir, que no sólo obedezca haciendo lo que Dios quiere, sino que viva en la Divina Voluntad, como Dios vive, “así en la tierra como en el Cielo”. “Para que como es El, así seamos nosotros, en este mundo” (1ª Jn 4,17). Por eso ha de venir su Reino, todavía ha de ser una realidad en la tierra. Como lo es en el Cielo.
“Hija mía ‒dice el Señor‒, mi Voluntad es la Santidad de la santidad. De modo que el alma que hace mi Voluntad según la perfección que Yo te enseño, así en la tierra como en el Cielo, por más que fuera pequeña, ignorante, ignorada, deja atrás incluso a los otros Santos, a pesar de sus prodigios, de las conversiones más estrepitosas, de los milagros; es más, comparando las almas que hacen mi Voluntad, son reinas y todas las otras como si estuvieran a su servicio. El alma que hace mi Voluntad parece que no hace nada, mientras que hace todo, porque estando en mi Voluntad esas almas actuan de modo divino, ocultamente y en forma sorprendente. Así que son luz que ilumina, son viento que purifica, son fuego que quema, son milagros que hacen hacer milagros… Los que los hacen son los canales; en estas almas reside la potencia. De manera que son el pie del misionero, la lengua del predicador, la fuerza de los débiles, la paciencia de los enfermos, el régimen y la obediencia de los súbditos, la tolerancia de los calumniados, la firmeza en los peligros, el heroismo de los héroes, el valor de los mártires, la santidad de los santos, y así de todo lo demás, pues estando en mi Voluntad toman parte en todo el bien que puede haber en el Cielo y en la tierra.
Por eso, bien puedo decir que son mis verdaderas hostias, pero hostias vivas, no muertas, porque los accidentes que forman la hostia no tienen vida ni influyen en mi Vida; pero el alma que está en mi Divina Voluntad está llena de vida y, haciendo mi Voluntad, influye y toma parte en todo lo que hago Yo. Por eso me son más queridas estas hostias consagradas por mi Voluntad que las mismas hostias sacramentales, y si tengo un motivo para estar en las hostias sacramentales es para formar las hostias sacramentales de mi Voluntad.” (15.3.1912).
Y el 12.11.1921 dice Luisa: “En esta santa Voluntad no se ven milagros, cosas asombrosas, de las que criaturas son tan ávidas que recorrerían medio mundo para ver alguno; aquí todo pasa entre Dios y el alma, y si las criaturas reciben, no saben de dónde les viene el bien… De veras que son como el sol, que mientras da vida a todo, nadie se fija en él”.
Y mientras pensaba eso, ha vuelto Jesús y ha añadido, pero con aspecto imponente: “¿Qué milagros, qué milagros? ¿Acaso el más grande milagro no es hacer mi Voluntad? Mi Voluntad es eterna y es milagro eterno; nunca termina. Es milagro de cada instante que la voluntad humana tenga una continua conexión con la Voluntad Divina. Resucitar los muertos, dar la vista a los ciegos y demás, no son cosas eternas, son cosas que terminan; por eso se puede decir que son sombras de milagros, milagros fugitivos, en comparación con el milagro grande y permanente de vivir en mi Voluntad. Tú no hagas caso a esos milagros; Yo sé cuándo conviene hacerlos y se necesitan”.
Y el 22 de Octubre 1926, Luisa escribe:
“Estaba pensando al santo Querer Divino y me decía: “¿Pero cuál será el gran bien de este reino del «FIAT» Supremo?” Y Jesús, como interrumpiendo
mi pensamiento y como de prisa, se ha movido en mi interior diciendome:
“¡Hija mía, cuál será el gran bien! ¡Cuál será el gran bien! El reino de mi «Fiat» contendrá todos los bienes, todos los milagros, los portentos más estrepitosos, y no sólo, sino que los superará a todos juntos; y si milagro significa dar la vista a un ciego, enderezar a un cojo, sanar a un enfermo, resucitar un muerto, etc., el reino de mi Voluntad tendrá el alimento que preserva y nadie que entre en él correrá peligro alguno de poder quedarse ciego, cojo o enfermo; la muerte ya no tendrá poder sobre el alma, y si lo tendrá sobre el cuerpo no será muerte, sino paso; y faltando el alimento de la culpa y la voluntad humana degradada, que produjo la corrupción en los cuerpos, y habiendo el alimento de mi Voluntad que preserva, tampoco los cuerpos estarán sujetos a descomponerse y a corromperse tan horriblemente, que da miedo hasta a los más fuertes, como pasa todavía, sino que quedarán compuestos en sus sepulcros, esperando el día de la resurrección de todos.
Por tanto, ¿qué crees tú que sea mayor milagro: dar la vista a un pobre ciego, enderezar un cojo, sanar a un enfermo, o más bien tener un medio que preserva para que los ojos nunca pierdan la vista, que haga andar siempre derechos, que haga estar siempre sanos? Creo que sea mayor el milagro que preserva, que el milagro después de haber ocurrido la desgracia.
Esa es la gran diferencia entre el reino de la Redención y el reino del «Fiat» Supremo. En el primero hubo milagros, como los hay todavía, para los pobres desventurados que yacen en una desgracia o en otra, y por eso Yo dí el ejemplo, aun externo, de tantas distintas sanaciones, que eran símbolo de la sanación que Yo daba a las almas, que fácilmente vuelven a sus enfermedades. El segundo será milagro que preserva, porque mi Voluntad posee la potencia milagrosa, de que todo aquel que se deje dominar por ella no estará sujeto a ningún mal; por tanto ella no tendrá ninguna necesidad de hacer milagros, porque los conservará siempre sanos, santos y bellos, dignos de aquella belleza que salió de nuestras manos creadoras al crear al hombre. El reino del «Fiat» Divino hará el gran milagro de extirpar todos los males, todas las miserias, todos los temores, porque no hará milagros limitados a un tiempo y a una circunstancia, sino que estará sobre los hijos de su reino con un acto de continuo milagro, para preservarlos de cualquier mal y hacer que se distingan como hijos de su reino. Y no sólo en el alma, sino también en el cuerpo habrá muchas modificaciones, porque siempre la culpa es el alimento de todos los males. Quitada la culpa, al mal le faltará el alimento, a mayor razón que Voluntad mía y pecado no pueden existir juntos; por tanto también la naturaleza humana tendrá sus benéficos efectos.
(…) Así, ante el gran milagro del reino de mi Voluntad restablecido entre las criaturas, todos los demás milagros serán llamitas ante el gran Sol de mi Querer. Cada palabra, cada verdad y manifestación sobre él es un milagro que ha salido de mi Voluntad, como preservación de todo mal y para vincular a las criaturas a un bien infinito, a una gloria más grande, a una nueva belleza toda divina. Cada verdad mía sobre mi Eterno Querer contiene la potencia y la virtud prodigiosa, más grande que si resucitara un muerto, o si sanase un leproso, o si un ciego viera, o si un mudo hablara, porque mis palabras sobre la santidad y la potencia de mi «Fiat» resucitarán las almas a su origen, las sanarán de la lepra que ha causado la voluntad humana, les dará la vista para ver los bienes del reino de mi Voluntad, porque hasta ahora eran como ciegas; dará la palabra a tantos mudos, que mientras sabían decir tantas otras cosas, sólo para mi Voluntad eran como mudos que no tenían palabra. Y luego, el gran milagro de poder dar a cada criatura una Voluntad Divina que contiene todos los bienes, ¿qué es lo que no les dará cuando posea los hijos de su reino? Por eso te tengo tan ocupada en el trabajo de este reino mío, y hay mucho que hacer para preparar el gran milagro, que el reino del «Fiat» sea conocido y poseído. Por tanto, pon atención en recorrer el mar interminable de mi Voluntad, para que se establezca el orden entre el Creador y la criatura, y así pueda hacer el gran milagro, por medio tuyo, que el hombre regrese a su origen del que salió”.
Estamos en espera de algo extraordinario, de algo que haga cambiar la dramática situación del mundo, que evidentemente se acerca cada día más a una tragedia, de la que no puede ser salvado con la técnica, ni con la ciencia, ni con la política, ni aún menos con las armas.
Estamos en espera de la auténtica “paz y seguridad” (1a Tes 5,3), o sea, “esperamos la gloriosa venida de nuestro salvador Jesucristo”, porque “El es nuestra Paz” (Efesios, 2,14). Estamos en espera de “aquella Gracia que se nos dará cuando Jesucristo se revelará” (1a Pedro, 1,13). Pero esa espera que hay en el fondo del corazón se volverá una desilusión si ese “gran milagro” prometido no sucede en nosotros, si esa Venida gloriosa no se realiza en nuestro corazón, a partir del corazón del hombre, como fue la Venida del Divino Redentor, que vino ante todo en el Corazón Inmaculado de María. Quien imagina grandes señales y prodigios, pero no el gran Milagro de la Voluntad Divina, que eclipsará toda voluntad humana, ¡tendrá un tremendo desengaño!
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