El mal y el remedio del mal
Algunas almas pías se confunden diciendo: “Dios no puede querer el mal, por tanto no pudo haber querido tampoco la cruz para el Hijo… La cruz es signo del Amor de Dios, sin duda, signo de salvación, en cuanto que por amor hasta el extremo, Jesús la ha abrazado; para darnos la vida ha tomado lo que la maldad humana le presentó, pero no podía quererlo el Padre, que quiere sólo el bien”.
Esta afirmación parte de una idea falsa. El error está en suponer que la Cruz de Cristo sea un mal. No es la Cruz la que ha santificado a Cristo, sino Cristo es el que ha santificado y transfigurado la Cruz. Las cruces que no son la de Cristo son, sin duda, un mal, pero la que sólo por amor el Padre ha pedido al Hijo y el Hijo ha pedido ardientemente al Padre, cruz que es “la suma” de todos los males, se ha convertido en “la fuente” de todos los bienes.
¿“Por amor” a quién? A nosotros.
¿Por qué? Porque desde la eternidad el Padre nos ve y nos ama como algo que Le pertenece, como fruto de su Amor; porque nos ve y nos ama como miembros de su Hijo, porque el Verbo Encarnado es “el molde” en el que nos ha creado…
De esa forma, encarnandose, “ha concebido en Sí” a todas las criaturas, “toda la estirpe de Adán” (cfr. Hebreos, 2,16-17), asumiendo todo el peso de iniquidad, de ofensas a Dios, con todas sus consecuencias. Mi verdadera vida, instante por instante, ha sido concebida en la Suya (por eso la Suya es “el Libro de la Vida”); pero yo, usando mal mi libre albedrío, he deformado muchos de esos instantes, de mis actos de existencia.
Jesús, encarnandose, ha encontrado esos daños míos y los ha tomado como suyos: esa es la razón de todos sus dolores en su Pasión. Cada llaga mía (que es un mal que Dios no quiere sino que odia) la ha tomado como suya y de esa forma se ha convertido para mí en un bien de valor eterno, de gloria infinita.
El mal es el pecado, mientras que el remedio del mal es la Cruz de Cristo: ¡no confundamos las cosas! Jesús no se ha hecho “serpiente”, como alguien ha dicho, blasfemando, sino que se ha hecho clavar en la Cruz como si El fuera aquella “serpiente” de bronce que Moisés levantó en el desierto (cfr Jn 3,14; 8,28).
El mal (que es el pecado con todas sus consecuencias, hasta la última, que es la muerte) Dios lo permite, sí, pero lo detesta absolutamente; por el contrario, la Cruz de Cristo no sólo la permite, sino que la quiere positivamente, con infinito amor. Y nuestras cruces, que Dios nunca hubiera querido para sus criaturas, las permite y las soporta con el único fin de que, gracias a nuestra fidelidad y buena voluntad (al buen uso de nuestra libertad), se puedan injertar en la Cruz de su Hijo, para darnos el fruto de la purificación, de la salvación, de la santidad y así participar en la salvación de nuestros hermanos: “me alegro de los padecimientos que soporto por vosotros y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,24: la corredención).
Apuntes para una Fe clara en tiempos de confusion
Pescia Romana (Viterbo, Italia), 13 de Octubre de 2017, en el Centenario de la sexta aparición de Nuestra Señora en Fátima y del “milagro del Sol”, signo del Reino del Querer Divino y del triunfo del Corazón Inmaculado de María.
En la Fe de la Santa Iglesia, sin pretender dar lecciones a nadie, ofrezco al buen sentido y a la buena voluntad de quien lee estas reflexiones, con el deseo de ayudar a los hermanos que el Señor me ha encomendado –“mi parroquia espiritual o extraterritorial”– en este tiempo de oscuridad, de confusión y de extravío de la Fe para su formación básica en la Fe y como guía en su vida.
P. Pablo Martín
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