El hielo de la ingratitud que Jesús halló al nacer
Encontrandome en mi habitual estado, mi dulce Jesús se hacía ver Niño, todo aterido por el frío, y arrojandose en mis brazos me ha dicho: “Qué frío, qué frío, calientame, por piedad, no me dejes que me hiele”.
Yo me lo he estrechado al corazón diciendole: “En mi corazón poseo tu Querer, así que su calor es más que suficiente para calentarte”.
Y Jesús todo contento: “Hija mía, mi Querer contiene todo y quien lo posee puede darme todo. Mi Voluntad fue todo para Mí: me concibió, me formó, me hizo crecer y me hizo nacer, y si mi Mamá querida contribuyó dandome la sangre, pudo hacerlo por mi Voluntad que tenía absorbida en Ella. Si no hubiese tenido mi Querer no habría podido contribuir a formar mi Humanidad, de modo que mi Volontad directa y mi Voluntad absorbida en mi Mamá me dieron la vida. Lo humano no tenía sobre Mí poder de darme nada, sino sólo el Querer Divino con su aliento me alimentó y me dió a luz.
¿Pero crees tú que fue el frío del aire lo que me heló? Ah, no, fue el frío de los corazones lo que me heló y la ingratitud lo que al momento de salir a la luz me hizo llorar amargamente. Pero mi Madre querida me calmó el llanto, aunque lloró también Ella; nuestras lágrimas se mezclaron juntas y dandonos los primeros besos nos desahogamos en amor. Sin embargo nuestra vida debía ser el dolor y el llanto, e hice que me pusiera en el pesebre para volver a llorar y a llamar con mis sollozos y mis lágrimas a mis hijos; quería enternecerles con mis lágrimas y mis gemidos para hacer que me escucharan.
¿Pero sabes tú quién fue después de mi Mamá la primera que llamé con mis lágrimas a mi lado en mi mismo pesebre, para desahogarme en amor? Fuiste tú, la pequeña hija de mi Querer. Tú eras tan pequeña que superaste a mi querida Mamá en pequeñez, tanto que pude tenerte junto a Mí en mi mismo pesebre y pude derramar mis lágrimas en tu corazón; pero esas lágrimas sellaron en tí mi Querer y te constituyeron hija legítima de mi Voluntad. Mi Corazón se llenó de alegría, viendo volver en tí, íntegro en mi Voluntad, lo que en la Creación mi Querer había hecho salir. Eso era para Mí importante e indispensable; al momento de salir a la luz de este mundo, debía poner de nuevo en vigor los derechos de la Creación y recibir la gloria, como si la criatura nunca se hubiera separado de mi Querer. Por eso, para tí fue mi primer beso y los primeros dones de mi edad infantil”.
Y yo: “Amor mío, ¿cómo pudo ser eso, si yo no existía entonces?”
Y Jesús: “En mi Voluntad todo existía y todas las cosas eran para Mí un punto solo. Te veía entonces como te veo ahora, y todas las gracias que te he dado no son más que confirmación de lo que desde la eternidad te había dado; y no sólo te veía a tí, sino que veía en tí a mi pequeña familia que habría vivido en mi Querer. ¡Qué contento me sentí! Ellos me enjugaban el llanto, me calentaban y, formando corona en torno a Mí, me defendían de la perfidia de las otras criaturas”.
Yo me he quedado pensativa y dudosa. Y Jesús: “¿Cómo, lo pones en duda? Yo no te he dicho todavía nada de las relaciones que hay entre el alma que vive en mi Querer y Yo. Por ahora te digo que mi Humanidad vivía del continuo desbordarse de la Voluntad Divina. Si diera un solo respiro que no estuviese animado por el Querer Divino, sería para Mí una vergüenza, como degradarme. Ahora, quien vive en mi Voluntad es la criatura más inmediata a Mí, y de todo lo que hizo y sufrió mi Humanidad es entre todos la primera que recibe los frutos y los efectos que mi Voluntad contiene.” (Vol 13°, 25 de Diciembre 1921)
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