El Don supremo de Dios, su Querer Divino
Queridos hermanos, en el anterior encuentro hemos hablado del Milagro más grande, que la criatura viva en el Querer de Dios, y prosiguiendo este extraordinario Anuncio hablamos hoy de este Don supremo de Dios, porque el primer paso para recibirlo es conocerlo. Se ama sólo en la medida que se conoce.
“Si tú conocieras el Don de Dios y Quién es el que te dice “dame de beber”, tú le pedirías a El y El te daría agua viva”. Así dijo Jesús a la Samaritana y nos dice ahora a cada uno de nosotros. Y poco después dijo a sus discípulos: “Yo tengo un Alimento que no conocéis… Mi Alimento es hacer la Voluntad de Aquel que me envió y dar cumplimiento a su obra” (Jn 4,10 y 32-34).
De ese Don ‒la Divina Voluntad como vida‒ el Señor ha dicho a la “Sierva de Dios” Luisa Piccarreta:
“Ya el primer plano de los actos humanos cambiados en divinos en mi Querer fue hecho por Mí. Lo dejé como detenido y la criatura nada supo, excepto mi querida e inseparable Madre, y era necesario. Si el hombre no conocía el camino, la puerta, las estancias de mi Humanidad, ¿cómo podía entrar en ella y copiar lo que Yo hacía? Ahora ha llegado el tiempo de que la criatura entre en este plano y haga también lo suyo en lo Mío. ¿Qué tiene de extraño que te haya llamado a ti la primera? Y además, tan es verdad que te he llamado a tí la primera, que a ninguna otra alma, por más que Me sea querida, le he manifestado el modo de vivir en mi Querer, sus efectos, las maravillas y los bienes que recibe la criatura que actúa en el Querer Supremo. Examina todas las vidas de santos que quieras, o libros de doctrina: en ninguno hallarás los prodigios de mi Querer cuando obra en la criatura e la criatura que obra en el Mío. Todo lo más hallarás la resignación, la unión de voluntades, pero el Querer Divino que obra en ella y ella en el Mío, en ninguno lo encontrarás. Eso significa que no había llegado el tiempo en que mi bondad debía llamar a la criatura a que viva en este estado sublime. Así como el mismo modo como te hago que ores no se ve en ningún otro. Por eso sé atenta: mi justicia quiere exigirlo, mi amor lo suspira ardientemente; por eso mi sabiduría dispone todo para lograrlo. Son los derechos, la gloria de la Creación, lo que queremos de tí».” (Volumen 14°, 06.10.1922).
Por tanto, el Señor no se contenta con que hagamos lo que El quiere, sino que su Voluntad sea para nosotros (por gracia) lo que es para El, que su Voluntad sea nuestra y la nuestra sea suya: ese es el Don supremo de su Amor.
En la vida de Luisa leemos que once meses después de haber recibido la gracia del “desposorio místico” en la tierra, el Señor quiso ratificarlo en el Cielo, en presencia de la Stma. Trinidad y de toda la Corte Celestial, con una nueva gracia, la más alta conocida anteriormente por los Santos y escritores místicos: “el matrimonio místico”. Con esa gracia le fue concedido a Luisa la perenne adquisición de las Tres Divinas Personas, representadas por las tres virtudes teologales (Fe, Esperanza y Caridad), que establecieron en ella su perpetua y estable morada. Era el 8 de Septiembre de 1889, fiesta de la Natividad de María. Luisa tenía 24 años y medio y llevaba ya dos años definitivamente en cama. En aquel momento Luisa recibió el don del Divino Querer, el alimento y la vida de Jesús y de María, el don del que se había privado Adán con separarse de la Voluntad de Dios.
En efecto, Ntro. Señor le explica 32 años después:
“Tu familia es la Trinidad. ¿No te acuerdas como, en los primeros años de cama, te llevé al Cielo y ante la Trinidad Sacrosanta hicimos nuestra unión? Y Ella te dotó de tales dones, que tú misma aún no los has conocido; y cuando te hablo de mi QUERER, de sus efectos y su valor, te hago descrubrir los dones con que desde entonces fuiste dotada. De mi dote no te hablo, porque lo que es tuyo es mío. Y luego, al cabo de pocos días bajamos del Cielo las Tres Divinas Personas, tomamos posesión de tu corazón e hicimos en él nuestra perpetua morada; tomamos el gobierno de tu inteligencia, de tu corazón y de todo tu ser, y cada cosa que tú hacías era un volcarse de nuestra Voluntad creadora en tí, eran confirmaciones de que tu querer estaba animado por un Querer eterno. El trabajo ya está hecho; no falta más que darlo a conocer, para hacer que no sólo tú, sino también los demás puedan tomar parte en estos grandes bienes. Y es lo que estoy haciendo, llamando una vez a un ministro mío y otra vez a otro, y también a ministros de lugares lejanos…” (Vol. 13°, 5.12.1921)
Queridos hermanos, antes de hablar del Don de la Divina Voluntad y de cómo se recibe, es necesario hacer una aclaración: hablamos de “voluntad” y de “querer”. En cierto sentido son lo mismo, pero son dos cosas distintas. “Voluntad” es un sustantivo, indica lo que es; “querer” es un verbo, indica lo que hace. Es la misma diferencia que hay entre el corazón y el palpitar del corazón, entre la fuente y el río que nace de ella. En Dios, “la fuente” de todo es su Voluntad y “el río” es su Querer; pero ese “río” que da vida a todo no es de agua, sino de Amor. Así Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, tiene dos voluntades, una Divina (la de la Stma. Trinidad) y otra humana, pero no ha vivido una doble vida, unas veces como Dios y otras sólo come hombre, sino como lo que El es, “el Hombre-Dios”, con un único Querer. Y lo que El es por naturaleza lo quiere compartir con nosotros por gracia. Como se unen en una taza el café y el azucar, aun siendo dos cosas distintas, así nuestra voluntad y la Suya pueden unirse en un solo Querer.
Debemos partir de la verdad y por tanto de la humildad (el lenguaje de Dios es el de la Verdad, con la gran pregunta que nos hace el Señor: “¿Quién soy Yo y quién eres tú? Míra mi Amor a tí: ¿dónde está tu amor a Mí?”), y por tanto veamos como se recibe este Dono; debemos por eso conocerlo, quererlo, sacrificar todo nuestro querer humano para recibir el Suyo, hasta incluso no dirigir ni siquiera el Querer Divino con nuestro querer humano: se necesita el vacío de nosotros mismos.
Si queremos que la Voluntad Divina sea en nosotros la fuente de la vida, ante todo debemos saber suficientemente de qué se trata, qué es lo que queremos, qué cosa es: por lo tanto ‘saber’; y lo segundo es que debemos quitar el obstáculo, que es precisamente nuestro querer humano. Es lo que San Juan Bautista dijo: “Es necesario que El crezca y yo disminuya”. Sólo a medida que ‘morimos’ a nuestro querer humano (o sea, que no le damos vida por nuestra cuenta), podemos en cada momento llamar al Querer Divino a que viva y resucite en nosotros. Porque no es posible servir a dos señores, como dijo San Juan Pablo II: “Será el Amor de Dios llevado hasta el desprecio de sí o será el amor propio llevado hasta el desprecio de Dios”.
Este don no es una fórmula mágica, una oración que rezar, sino que para recibirlo hace falta saber de qué se trata, quererlo y por tanto quitar el obstáculo del querer humano, o sea, dar vita a nuestra voluntad, hacer lo que queremos cuando esta voluntad nuestra no va de acuerdo con la Voluntad de Dios.
Todo lo que Dios nos da es gratuito: el aire, el sol, la respiración, la vista, la vida etc., pero el don de su Voluntad (por gracia) es lo único que tiene un precio, ¡y el precio es nuestra voluntad!
Si vivimos en gracia de Dios y deseamos este don supremo que Dios desea darnos ‒y lo desea más que nosotros‒, la señal segura de que nos lo dará es que antes hace que nos llegue la noticia. ¡Si vivimos en gracia de Dios, lo deseamos y se lo pedimos, es seguro que nos lo dará!
Sin embargo queda siempre el hecho de que no basta que Dios nos lo dé, hace falta que también nosotros lo recibamos; o sea, no es posible estar al mismo tiempo vivos y muertos, pecar y a la vez estar unidos a la Voluntad de Dios: son dos cosas incompatibles. Los defectos, los límites, nuestras miserias no son de por sí obstáculo para que Dios pueda darnos su Don. Si Dios tuviera que esperar a vernos sin defectos y sin nuestras miserias para darnos su Querer Divino como vida, no nos lo daría jamás. Otra cosa es el pecado, sobre todo si es grave, pero para pecar hace falta ser suficientemente conscientes y quererlo. No es lo mismo sentir que consentir. ‘Sentir’ no depende de nosotros, ‘querer’ sí. Y el Señor nos dice: “Hijo mío, tú ya sabes mis mandamientos. Respetando mi Ley, puedes hacer cualquier cosa, pero llámame a que Yo la haga junto contigo. Porque, si la haces tú, ¿cuánto vale? Mientras que hecha por Mí, con tu permiso, vale infinitamente”. Por eso Dios en su Voluntad puede hacer en un instante lo que nosotros no somos capaces de hacer en toda nuestra vida.
Todo parte del conocimiento, más aún, de la acogida del Anuncio que nos llega de parte de Dios. Como la Stma. Virgen. Que de nosotros se pueda decir como lo que le dijo a Ella su prima Isabel: “¡Bendita tú eres porque has creído, porque en tí se cumplirá la palabra del Señor!” (cfr Lc 1,45).
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