El dolor de nuestra Madre por lo que sufren sus hijos
Por qué llora nuestra Madre.
…Había visto llorar a mi Madre Celestial, y habiéndole preguntado: “Mamá, ¿por qué lloras?”, me ha dicho: “Hija mía, ¿cómo no debo llorar, si el fuego de la Justicia divina quisiera destruir todo? El fuego de las culpas devora todo el bien de las almas y el fuego de la Justicia quiere destruir todo lo que pertenece a las criaturas; y al ver que el fuego corre, lloro. Por eso, reza, reza”. (12°, 18-9-1917)
El dolor de nuestra Madre por lo que sufren sus hijos.
… Luego, por la noche, han vuelto Jesús y la Reina y Madre, llamándome por mi nombre, como queriendo que pusiera atención. ¡Qué bello era ver cómo hablaban juntos la Madre y Jesús! Mi Mamá Celestial decía: “Hijo mío, ¿qué haces? Es demasiado lo que quieres hacer. Tengo mis derechos de madre y Me duele que mis hijos tengan que sufrir tanto. Quieres abrir el cielo para hacer llover castigos, destruyendo las criaturas y los alimentos que les sirven de comida, y quieres inundarlas de enfermedades contagiosas: ¿qué harán? Tú dices que amas a esta hija mía: ¿cuánto sufrirá si haces eso? Para no amargarla no lo harás”.
Y tiraba de El hacia mí, pero Jesús respondía decidido: “No puedo; muchos males los evito por ella, pero todos no. Mamá mía, dejemos que pase el huracán de los males, para que se rindan”. Y seguían dicendo entre ellos tantas otras cosas, pero yo no entendía todo. Me he quedado asustada, pero espero que Jesús se aplaque. (12°, 28-5-1918)
La aflicción de María.
“Por ahora no te ocupes de Mí, sino ocúpate, por favor, de mi Mamá; consuélala, que está muy afligida por los castigos más fuertes que estoy a punto de derramar sobre la tierra”. (4°, 30-9-1900)
María estaba al corriente de todas las penas secretas de la vida de Jesús.
“… Mi Madre fue espectadora de todas las penas de mi vida oculta, y era necesario. Si Yo había venido del Cielo a la tierra para padecer, no por Mí, sino por el bien de los demás, tenía que tener por lo menos una criatura en quien tenía que apoyar el bien que contenían mis penas y por tanto mover a mi Madre querida a darme las gracias, a alabarme, a bendecirme, a amarme y a hacerle admirar el exceso de mi bondad. Tanto que Ella, tocada, conmovida, arrebatada al ver mis penas, Me pedía que en vista del gran bien que mis penas le causaban, no la privase de identificarla con mis mismas penas para sufrirlas, para corresponderme por ellas y ser mi perfecta imitadora. Si mi Madre no hubiera visto nada, no habría tenido Yo mi primera imitadora, ningún «gracias», ninguna alabanza. Mis penas, el bien que contenían, no habrían producido efecto, porque al no conocerlas nadie no habría podido Yo tener mi primer apoyo; y así la finalidad del gran bien que la criatura tenía que recibir, se habría perdido. ¿Ves cómo era necesario que una sola por lo menos supiera todas mis penas?…” (14°, 13-10-1922)
Frutos de los actos que Jesús y María hicieron juntos en el Querer Divino, en favor nuestro.
“Quise que mi Madre, también Santa, Me siguiera en el mar inmenso del Querer Supremo y que junto conmigo duplicara todos los actos humanos, poniendo, después del mío, el doble sello de los actos hechos en mi Voluntad, sobre todos los actos de las criaturas. ¡Qué dulce era para Mí la compañía de mi inseparable Madre en mi Voluntad! La compañía en el obrar hace surgir la felicidad, la complacencia, el amor de ternura, la alegría, el acuerdo, el heroísmo; mientras que el aislamiento produce lo contrario. Entonces, al obrar juntos mi Madre querida y Yo, surgían mares de felicidad, de complacencia en ambos, mares de amor, que, a porfía, se arrojaban el uno al otro y que producían gran heroísmo. Y estos mares no surgían sólo para Nosotros, sino también para quien Nos hubiera hecho compañía en nuestra Voluntad. Más aún, estos mares (podría decirse) se convertían en tantas voces que llamaban al hombre para que viniera a vivir en nuestro Querer, para devolverle la felicidad, su naturaleza primordial y todos los bienes que había perdido al sustraerse a nuestra Voluntad…” (14°, 11- 11-1922)
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