El Cuerpo desgarrado de Jesús es el verdadero retrato del hombre que comete pecado

De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:

Continuando mi habitual estado, estaba pensando en el misterio de la flagelación, y al venir Jesús, poniendo su mano en mi hombro me ha dicho: “Hija mía, quise que mi carne fuera esparcida en pedazos, mi sangre vertida por toda mi Humanidad, para reunir a toda la humanidad dispersa; en efecto, con haber hecho que todo lo que de mi Humanidad fue arrancado: carne, sangre, cabellos, quedara disperso, en la resurrección nada quedará disperso sino todo reunido de nuevo en mi Humanidad, con esto Yo reincorporaba a todas las criaturas en Mí; así que después de esto, quien de Mí queda separado, es por su obstinada voluntad que de Mí se arranca para ir a perderse.” (8°, 6-9-1908)

Encontrándome en mi habitual estado, estaba siguiendo las horas de la Pasión y mi dulce Jesús, mientras lo acompañaba en el misterio de su dolorosa flagelación, se hacía ver todo descarnado, su cuerpo desnudo no sólo de sus vestiduras, sino también de su carne; sus huesos se podían numerar uno por uno, su aspecto era no sólo desgarrador sino horrible al verse, tanto que infundía temor, espanto, reverencia y amor a la vez. Yo me sentía muda ante esta escena tan desgarradora, habría querido hacer no sé qué cosa para aliviar a mi Jesús, pero no sabía hacer nada, la vista de sus penas me daba la muerte, y Jesús todo bondad me ha dicho:

“Querida hija mía, mírame bien para que conozcas a fondo mis penas. Mi cuerpo es el verdadero retrato del hombre que comete pecado; el pecado lo despoja de la vestidura de mi Gracia, y Yo para dársela nuevamente me hice despojar de mis vestidos; el pecado lo deforma, y mientras es la más bella criatura que salió de mis manos, se vuelve la más fea y da asco y horror. Yo era el más bello de los hombres y para darle de nuevo la belleza al hombre, puedo decir que mi Humanidad tomó la forma más fea; mírame cómo estoy horrible, me hice quitar la piel y la carne por los azotes y quedé irreconocible.

El pecado no sólo quita la belleza, sino que forma llagas profundas, putrefactas y gangrenosas que corroen las partes más íntimas, consumen los humores vitales, así que todo lo que el hombre hace en estado de pecado son obras muertas, esqueléticas, el pecado le arranca la nobleza de su origen, la luz de su razón y se vuelve ciego, y Yo para llenar la profundidad de sus llagas me hice arrancar a pedazos la carne, me reduje todo a una sola llaga, y con derramar a ríos mi sangre hice correr los humores vitales en su alma, para darle nuevamente la vida. ¡Ah! si no tuviera en Mí la fuente de la vida de mi Divinidad, Yo habría muerto desde el principio de mi Pasión, porque a cada pena que me daban mi Humanidad moría, pero ella me restituía la vida.

Ahora, mis penas, mi sangre, mis carnes arrancadas a pedazos están siempre en acto de dar vida al hombre, pero el hombre rechaza mi sangre para no recibir la vida, pisotea mis carnes para quedar llagado. ¡Oh! Cómo siento el peso de la ingratitud.”

Y arrojándose en mis brazos ha roto en llanto. Yo me lo he estrechado a mi corazón, pero Él lloraba fuertemente. ¡Qué desgarro ver llorar a Jesús! Habría querido sufrir cualquier pena para no hacerlo llorar. Entonces lo he compadecido, le he besado sus llagas, le he secado las lágrimas, y Él, como reconfortado ha agregado:

“¿Sabes cómo hago Yo? Como un padre que ama mucho a su hijo, y este hijo es ciego, deforme, tullido; y el padre que lo ama hasta la locura, ¿qué hace? Se saca los ojos, se arranca las piernas, se quita la piel y se lo da todo al hijo y dice: ‘Estoy más contento con quedar ciego, cojo, deforme, con tal que te vea a ti, hijo mío, que puedes ver, que puedes caminar, que eres bello.’ ¡Oh, cómo está contento aquel padre porque ve a su hijo mirar con sus ojos, caminar con sus piernas y cubierto con su belleza! ¿Pero cuál sería el dolor del padre si viera que su hijo, ingrato, arroja de sí los ojos, las piernas, la piel, y se contenta con permanecer feo como está? Así soy Yo, en todo he pensado, pero ellos, ingratos, forman mi más acerbo dolor.” (14°, 9-2-1922)

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