El Acto eterno de Dios: la Stma. Trinidad y la Encarnación
Confieso que antes de hablar de estos sublimes misterios de Dios, deberíamos besar siete veces el suelo, lavarnos siete veces la boca…, queriendo decir que todos somos absolutamente indignos e incapaces de hacerlo y que hace falta un respeto infinito. Sólo Dios, que nos concede poder reflexionar, puede purificarnos, como a Isaías, la mente, el corazón, los labios, “con un carbón encendido” por su Amor.
Y sé bien que estas pequeñas reflexiones (de las que me asumo toda la responsabilidad) son apenas un balbucir, aunque sea con un átomo de amor, ante la verdadera Realidad Divina. En ellas hago mía la auténtica Fe de la Iglesia. Pero si la Iglesia me dijera que alguna cosa de mi meditación no fuera conforme a la verdad, la borraría inmediatamente de mi mente… Sin embargo debería decirmelo la legítima Autoridad de la Iglesia, porque por otra parte, si por hipótesis sucediese que una gran mayoría de fieles e incluso de Pastores (como ya ocurrió alguna vez en la historia), se alejara por defecto o por exceso de la Doctrina auténtica, con la Gracia del Señor no los seguiría en eso. “Si alguien os predica un Evangelio diferente dal que habeis recibido, ¡sea anatema!”
Dios es un solo Dios en Tres Divinas Personas. Come todos saben, en el Antiguo Testamento no fue dada una revelación explícita del Misterio Trinitario: las Tres Divinas Personas del único Dios. Desde el primer capítulo del Génesis, hay ya elocuentes alusiones sobre Dios (singular) que habla en plural: “Y Dios dijo: Hagamos al hombre a Nuestra imagen, a Nuestra semejanza… Y Dios creó al hombre a Su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó…” (1,26-27). “El Señor Dios dijo entonces: He aquí que el hombre ha llegado a ser como uno de Nosotros…” (3,22). Lo mismo se ve en el cap. 18, la aparición de Dios a Abrám: “…vio que tres hombres estaban de pie a su lado… Apenas los vió… se postró en el suelo, diciendo: Señor mío, si he hallado gracia a tus ojos…” Son llamadas “ángeles” las dos personas que prosiguen, pero ese nombre es en sentido etimológico (“enviados”). En este sentido se lee en Isaías, 48,16: “Ahora el Señor Dios Me ha mandado junto con su Espíritu”…
En una palabra, en el Antiguo Testamento hay elocuentes alusiones, que sin embargo se iluminan solamente a la luz del Nuevo. La Trinidad de Personas de Dios se manifiesta sólo a partir del bautismo de Jesús en el Jordán. Y después tantas veces habla de este Misterio Jesús: “El que me ve a Mí, ve al Padre”. “El Padre, que vive en Mí, hace Sus obras”. “El Padre y Yo somos una sola cosa”, etc. “Este Hijo es irradiación de su gloria y huella de su sustancia” (Heb 1,3).
La Santa Iglesia ha recibido esta Revelación Suprema y profesa su Fe, junto con otra Verdad, que es la Encarnación del Verbo, verdadero Dios y verdadero Hombre, Crucificado y Resucitado por nuestra salvación. Esta Fe está expresada en el “Credo”, en el que encuentra su puesto (y es objeto de Fe) la misma Iglesia, en cuanto que ninguno de nosotros ha recibido el depósito de la Divina Revelación directamente, como lo ha recibido la Iglesia, que lo conserva y lo transmite a todos. En el “Credo” la Iglesia confiesa también quién es María y cual es suo puesto excelso y único en el Proyecto de Dios.
Contemplemos por tanto el misterio de la Stma. Trinidad y, en la Divina Trinidad, María.
Lo hacemos “por analogía”, como todo lo que se refiere a Dios, infinitamente más grande que nosotros, transcendente.
Si Dios me ha creado, poniendose a Sí mismo como Modelo único, digno de El, significa que en El sucede algo semejante a lo que sucede en mí. Si yo en mi mente y en mi conciencia (o para ser más exacto, en la inteligencia, en la voluntad y en la memoria) tengo una cierta idea de mí mismo, el concepto de mí mismo –y puedo decir que es como mi imagen interior, mientras que la que veo en un espejo es sólo exterior y muy parcial–, así Dios tiene una idea de Sí perfectísima. La Idea que Dios tiene de Sí, el Conocimiento de Sí, su propio Concepto, la Imagen de Sí mismo, es lo que El llama su Verbo, su perfecta Palabra o Expresión, en que se ve realizado, “la huella de Su Sustancia”, como dice la Carta a los Hebreos, 1.
El Padre es Revelado, el Hijo es la Revelación del Padre, el Espíritu Santo es el Divino Revelador.
Mas como Dios no es “algo” sino “Alguien”, es decir, es un Ser responsable de sus propias acciones y decisiones, o sea, es PERSONA, y como el concepto o conocimiento que tiene de Sí mismo es perfectísimo (no como el que tengo yo de mí mismo, que es sólo hasta un cierto punto), resulta entonces que su Concepto o Verbo es igualmente PERSONA, es otra Persona, con la cual puede tener un inefable DIALOGO (mientras que yo puedo hacer sólo un monólogo conmigo mismo, con mi imagen interior o con la imagen externa del espejo en que me ve, porque no es otra persona). Ese “Diálogo” entre el Padre y el Hijo, 3 esa “Relación” en que se intercambian todo lo que son, es tan perfecto, que así mismo es Alguien: es la Tercera Divina Persona, el Espíritu Santo, cuyo Nombre expresa la Esencia misma del Ser Divino. En una palabra, ninguna de las Tres Persones puede ser sin las otras Dos… Eso quiere decir que la “persona” no resulta sólo de ser responsable y consciente de las propias decisiones (un recién nacido es persona, aunque todavía no “ejercita” lo que es), sino que resulta también de la relación ontológica con las otras personas: por ejemplo, el Padre es Padre porque tiene el Hijo…
Hasta aquí llega la reflexión sobre el Dios único, el Ser Divino, único e indivisible, que es Tres Personas distintas (las llamaría también “recíprocas”).
Pero pasemos a considerar Su recíproco Amor. En ese intercambio de Amor y de Vida que tiene lugar entre el Padre y el Hijo, el Padre manifiesta y comunica todo lo que El es al Hijo, todas Sus infinitas perfecciones… Todo deposita en El, excepto una cosa que “no puede”, porque sería contradictoria: su condición específica de ser Padre del Verbo. De hecho, el Hijo no podría ser “Padre de Sí mismo”. Ni tampoco puede darla al Espíritu Santo, porque esta Divina Persona es “la Relación”, “el Vínculo”, “el Diálogo de Amor” entre las Dos primeras… ¿Qué hacer?
Su Ser Divino, que es un solo Ser, es perfectísimo, de nada tiene necesidad, no hay nada que añadir o que quitar. Pero su Amor no estaría satisfecho si las Tres Divinas Personas no dieran todo, si retuvieran para Sí algo. Pues entonces la solución que se puede entrever es que, sin necesidad de nada, sino sólo por amor, el Padre ha querido eternamente otra persona, diferente del Hijo y del Espíritu Santo, una “cuarta persona”, a quien poder comunicar o con la cual poder compartir Su condición específica de Padre del Verbo. Una persona por lo tanto externa a la Stma. Trinidad, una persona que crear aposta para desahogar su Amor: ¡en esta Criatura singular la Paternidad Divina, su Fecundidad Virginal, se llama “Maternidad Divina”, pero es precisamente la misma!
He dicho “eternamente”. Y eso es porque en Dios no hay sucesión de actos, sino un único Acto infinito, exhaustivo. A nosotros nos parece que ahora hace una cosa y luego hace otra; pero el Acto puro de Dios está por encima del transcurrir temporal. Entonces, desde el punto de vista de Dios, no solamente María, sino también nosotros y todo lo que existe somos “eternos”, siempre presentes en el Pensamiento y en el Querer de Dios, pero desde el punto de vista de seres creados, somos “temporales”: es decir, tenemos un comienzo de existencia, si bien los hombres, igual que los ángeles, no tendremos fin.
Y cuando el Verbo Divino ve la Paternidad de su Padre amado “bilocada” (por así decir) en una criatura, arrebatado por el amor decide de hacerse El también criatura, para ser su Hijo y honrar así en esa criatura la Paternidad de su Padre…
Por tanto, estremeciendonos de reverencia y de amor ante esta posible reflexión, bien podemos afirmar que el primer motivo (en orden de importancia) que el Verbo Eterno ha tenido para encarnarse, no ha sido el pecado de los hombres, sino la Gracia perfecta de María; que, aunque no hubiera habido otras criaturas, sólo por Ella se hubiera encarnado… Después, por motivo de esta Pareja inicial de Criaturas, Dios ha decretado la existencia de todas las demás, en su propio orden y grado.
Aquí tenemos ya un indicio segurísimo del por qué de la Encarnación. La cual no podía depender de nuestro comportamiento de criaturas. No era suficiente. Su motivo no puede ser más que en el Misterio del Amor en la vida íntima de Dios, de las Tres Divinas Personas. Y tenemos un primer indicio del por qué de una pura criatura destinada a ser la Madre del Hijo de Dios encarnado.
Apoyado en la autoridad de San Pablo (Ef 1, Col 1) y de San Juan (Jn 1), concluyo diciendo que
– desde la Eternidad el Hijo o Verbo Eterno de Dios se llama Jesucristo (es decir, que su Naturaleza humana, su Encarnación, no es para El algo facultativo o secundario) y es necesariamente el Hijo de María, no siendo posible lo contrario. Por eso la Iglesia dice que María es “arcanamente unida a Jesucristo desde toda la eternidad «con un mismo decreto eterno» de predestinación” (Constitución Apostólica «Munificentissimus Deus» de Pío XII, 1950);
– que Cristo es el Autor y el Destinatario de toda la Creación, el Primogénito y el “Prototipo” de todas las criaturas;
– que en el tiempo, El, encarnandose, ha tomado nuestra naturaleza humana, porque antes, al crearnos, nos había dado Su Naturaleza Humana. Por tanto, si el Hijo de Dios se ha hecho Hombre como nosotros, tanto más aún El nos ha hecho hombres como El.
El Padre ha mirado a su Hijo y ha visto María; mirandolos luego a los Dos, ha visto a todos nosotros; mirandonos a nosotros ha visto todas las demás criaturas… “Todo es vuestro, pero vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios” (1a Cor 2,22-23). Pero su Ideal no acaba aquí: mirandonos a cada uno de nosotros, ahora quiere ver en nosotros a su Unico Hijo Jesucristo.
En una palabra, en el eterno decreto de la Encarnación, Dios ha establecido que el Hijo tuviera junto a su propio Cuerpo personal, físico, un Cuerpo Místico del cual El fuera la Cabeza, el Rey. Un Cuerpo concebido en El y por motivo de El, “desde el Principio”.
¡Ese es su verdadero Reino! Pero qué deshonor y qué dolor es para el Padre cuando nos mira y no ve a su amadísimo y único Hijo, o apenas ve algo de El…
Apuntes para una Fe clara en tiempos de confusion
Pescia Romana (Viterbo, Italia), 13 de Octubre de 2017, en el Centenario de la sexta aparición de Nuestra Señora en Fátima y del “milagro del Sol”, signo del Reino del Querer Divino y del triunfo del Corazón Inmaculado de María.
En la Fe de la Santa Iglesia, sin pretender dar lecciones a nadie, ofrezco al buen sentido y a la buena voluntad de quien lee estas reflexiones, con el deseo de ayudar a los hermanos que el Señor me ha encomendado –“mi parroquia espiritual o extraterritorial”– en este tiempo de oscuridad, de confusión y de extravío de la Fe para su formación básica en la Fe y como guía en su vida.
P. Pablo Martín
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