¡Cuál fue el dolor de Jesús al ver divididas sus ropas y sorteada su túnica!

De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:

Jesús a Luisa: “Hija mía, en mi Pasión hay un lamento mío, que me salió con intenso dolor del fondo de mi Corazón desgarrado, es decir: «Se han repartido mis ropas y han sorteado mi túnica». ¡Qué doloroso fue para Mí ver repartidas mis vestiduras entre mis mismos verdugos, y sorteada mi túnica! Era la única cosa que Yo tenía, que con tanto amor me había dado mi Madre Dolorosa; y ahora no sólo me han desnudado de ella, sino que se la juegan.

¿Pero sabes tú lo que más me hirió? En esa vestidura se me hizo presente Adán, vestido con la vestidura de la inocencia y cubierto con la túnica sin costuras de mi Suprema Voluntad. La Increada Sabiduría, al crearlo, hizo más que una Madre amorosísima: lo vistió, más que con una túnica, con la luz interminable de mi Voluntad, vestidura no sujeta a estropearse, ni a dividirse, ni a consumirse, vestidura que había de servir al hombre para conservar la imagen de su Creador, sus dones recibidos, y que debía hacerle admirable y santo en todas las cosas suyas; y no sólo, sino que lo recubrió con el manto de la inocencia. Y Adán en el paraiso terrenal dividió con sus pasiones la vestidura de la inocencia y se jugó la túnica de mi Voluntad, vestidura incomparable, resplandeciente de luz.

Lo que hizo Adán en el paraíso terrenal se repitió ante mis ojos sobre el monte Calvario. Al ver divididas mis ropas y sorteada mi túnica, símbolo de la vestidura regia dada al hombre, mi dolor fue intenso, tanto que hice un lamento. Se me hizo presente cuando las criaturas, haciendo su voluntad, de burlan de la mía. Cuántas veces dividen con sus pasiones la vestidura de la inocencia! Todos los bienes estan contenidos en el hombre en virtud de esta vestidura regia de la Divina Voluntad. Jugandosela, se quedó desnudo, perdió todos los bienes, porque le faltó la vestidura que los contenía. De manera que entre tantos males que hacen las criaturas con hacer su voluntad, añaden el mal irreparable de jugarse la vestidura regia de mi Voluntad, vestidura que no podrá ser sustituida con ninguna otra”.

Después de eso, mi dulce Jesús me hacía ver que ponía mi pequeña alma dentro de un Sol y con sus santas manos me tenía firme en aquella luz, y cubriendome toda, por dentro y por fuera, yo no podía ni sabía ver más que luz.

Y mi adorado Bien ha añadido:  “Hija mía, al crear al hombre, la Divinidad lo puso en el Sol de la Divina Voluntad, y en él a todas las criaturas. Ese Sol le servía de vestidura, no sólo del alma, sino que sus rayos eran tantos que cubrían también su cuerpo, de modo que le servía más que vestidura, haciendolo tan hermoso y bello, que ni reyes ni emperadores jamás se han mostrado tan gloriosos como aparecía Adán con esa vestidura de luz fulgidísima. [1] Se equivocan quienes dicen que Adán, antes de pecar, estaba desnudo; falso, falso. Si todas las cosas creadas por Nosotros estan adornadas y vestidas, él, que era nuestra joya, el fín por el que todas las cosas fueron creadas, ¿no había de tener la vestidura más bella y el más hermoso ornamento entre todas? Por eso, era lógico que tuviera la hermosa vestidura de la luz del Sol de nuestra Voluntad y, teniendo esa vestidura de luz, no necesitaba de ropas materiales para cubrirse. En el acto que se separó del «Fiat» Divino, se retiró la luz del alma y del cuerpo y perdió su bella vestidura, y no viendose ya vestido de luz, se sintió desnudo. Y avergonzandose al verse desnudo, él solo en medio de todas las cosas creadas, sintió la necesidad     de cubrirse y se sirvió de las cosas superfluas de las cosas creadas para cubrir su desnudez.

Tan cierto es, que después de mi sumo dolor al  ver  repartidas  mis ropas y sorteada mi túnica, al resucitar mi Humanidad no tomé otras vestiduras, sino que me vestí con la vestidura fulgidísima del Sol de mi Querer Supremo. Era aquella misma vestidura de Adán cuando fue creado, porque para abrir el Cielo, mi Humanidad debía llevar la vestidura de la luz del Sol de mi Querer Supremo, vestidura regia que, dandome las galas de Rey y el dominio en mis manos, abrió el Cielo a todos los redimidos. Y presen-tandome a mi Padre Celestial, Le ofrecí la vestidura íntegra y bella de su Voluntad, con la que estaba cubierta mi Humanidad, para que reconociera a todos los redimidos como hijos nuestros. De forma que mi Voluntad, mientras es vida, a la vez es la verdadera vestidura de la creación de la criatura, y por eso tiene todos los derechos sobre ella; ¡pero cuánto no hacen ellas por escapar de esta luz!  Por eso, tú sé firme en este Sol del Eterno «Fiat»  y Yo te ayudaré a permanecer en esta luz”.

Y yo, al oir eso, le he dicho: “Jesús mío y todo mío, cómo, Adán en el estado de inocencia no tenía necesidad de ropa, porque la luz de tu Voluntad era más que vestidura, mientras que la Reina Soberana poseía íntegra tu Voluntad y Tú eres la misma Voluntad, y sin embargo ni la Madre Celestial     ni Tú teníais vestiduras de luz, y los dos os servisteis de ropas materiales para cubriros;  ¿cómo es eso?”

Y Jesús ha seguido diciendo: “Hija mía, tanto Yo como mi Mamá vinimos a hermanarnos con las criaturas, vinimos a levantar a la humanidad decaída, y por tanto a tomar las miserias y humillaciones en que estaba caída, para expiarlas a costa de nuestra propia vida. Si nos hubieran visto vestidos de luz, ¿quién se habría atrevido a acercarse a tratar con Nosotros? Y durante mi Pasión, ¿quién se habría atrevido a tocarme? La luz del Sol de mi Querer los habría cegado y derribado al suelo; por eso tuve que hacer un milagro más grande, escondiendo esta luz en el velo de mi Humanidad, apareciendo como uno de ellos. Porque Ella representaba, no Adán inocente, sino Adán caído, y por tanto debía sujetarme a todos sus males, tomarlos sobre Mí como si fueran míos, para expiarlos ante la Divina Justicia. Pero cuando resucité de la muerte, puesto que representaba a Adán inocente, al nuevo Adán, hice cesar el milagro de tener ocultas en el velo de mi Humanidad las vestiduras del fúlgido Sol de mi Querer y quedé vestido de luz purísima, y con esta vestidura regia y deslumbrante hice mi entrada en mi Patria, quedando las puertas abiertas, pues hasta aquel momento habían estado cerradas, para hacer entrar a todos los que me habían seguido. Por eso, con no hacer nuestra Voluntad, no hay bien que no se pierda, no hay mal que no se adquiera”.  (20° Vol., 12.12.1926)


[1]“Si el ministerio de muerte, grabado con letras en la piedra, fue rodeado de gloria –tanto que los hijos de Israel no podían mirar el rostro de Moisés a causa del resplandor efímero de su rostro−, cuánto más será glorioso el ministerio del Espíritu?” (2 Cor 3,7-8). En efecto, “cuando Moisés bajó del monte Sinaí… no sabía que la piel de su cara se había vuelto radiante, porque había conversado con el Señor(Es 34,29). Cfr Vol. XVI, 14.01.1924.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *