Dios creó el verdadero Edén personal en el alma y en el cuerpo del hombre, paraíso todo celestial

De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:

Jesús a Luisa: “… Al crear al hombre, el primer trabajo tanto en el alma cuanto en el cuerpo lo hizo mi Divino Padre: ¿cuántas armonías, cuánta felicidad no formó con sus propias manos en la naturaleza humana? Todo es armonía en el hombre y felicidad. Tan sólo la parte externa, ¿cuántas armonías y felicidad no contiene? El ojo ve, la boca expresa, los pies caminan, mientras que las manos obran y toman las cosas donde han llegado los pies. Si los ojos pudieran ver y no tuviera la boca para expresarse, si tuviera los pies para andar y no tuviera las manos para obrar, ¿no sería una infelicidad, una desarmonía en la naturaleza humana?

Y luego, las armonías y la felicidad del alma humana, la voluntad, el entendimiento, la memoria, ¿cuántas armonías y felicidad no contienen? Basta decir que son fruto de la felicidad y armonía del Eterno. Dios creó el verdadero Edén personal en el alma y en el cuerpo del hombre, paraíso todo celestial, y luego le dió como morada el paraíso terrenal. Todo era armonía y felicidad en la naturaleza humana y, a pesar de que el pecado trastornó esa armonía y felicidad, no destruyó por completo todo el bien que Dios había creado en el hombre. De manera que, como Dios creó con sus propias manos toda la felicidad y la armonía en la criatura, así creó en Mí todos los dolores posibles, para compensar la ingratitud humana y hacer salir del mar de mis dolores la felicidad perdida y el acorde de la armonía trastornada…” (15° Vol., 29.05.1923)

“Hija mía, mi Voluntad es todo y contiene todo, y además es principio, medio y fin del hombre. Por eso, al crearlo no le dí una ley, ni instituí sacramentos, sino que le dí tan sólo mi Voluntad, porque estando el hombre en el principio de ella, es más que suficiente para hallar todos los medios para alcanzar, no una santidad baja, sino la altura de la santidad divina, y así encontrarse en el puesto que es su fin. Eso significa que el hombre no debía tener necesidad de nada, sino sólo de mi Voluntad, en la que debía encontrar todo de un modo sorprendente, admirable y fácil para ser santo y felíz en el tiempo y en la eternidad; y si le dí una ley después de siglos y siglos de haberlo creado, fue porque el hombre había perdido su principio y por tanto había perdido los medios y el fin. Así que la ley no fue principio, sino medio…”  (17° Vol., 10.06.1924)

“¡Pobre creatura, qué pequeño es su puestecito! … ¿Pero sabes tú quién hace voluble a la pobre criatura? La voluntad humana la hace voluble en el amor, en los gustos, en el bien que hace. La voluntad humana es como un viento impetuoso que a cada soplo mueve la criatura como una caña hueca, a la derecha, a la izquierda. Por eso al crearla quise que viviera de mi Voluntad, para que deteniendo ese viento impetuoso de la voluntad humana, la hiciera firme en el bien, estable en el amor, santa en el obrar. Quería hacerle vivir en el inmenso territorio de mi inmutabilidad; pero la criatura no se conformó, quiso su pequeño puestecito y se hizo la burla de sí misma, de los demás y de sus mismas pasiones. Por eso ruego, suplico a la criatura que tome esta Voluntad mía, que la haga suya, para que vuelva a aquella Voluntad inmutable de la que se salió, para que no siga siendo voluble, sino estable y firme. Yo no he cambiado, la espero, la suspiro, la quiero siempre en mi Voluntad”.  (17° Vol., 27.11.1924)

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